Lo que casi nadie entendió sobre «El cuervo» de E.A. Poe


Lo que casi nadie entendió sobre «El cuervo» de E.A. Poe.




El cuervo (The Raven), publicado en la edición del 29 de enero de 1845 del periódico New York Evening Mirror, es probablemente el poema más conocido de Edgar Allan Poe (1809-1849). Mucho se ha dicho sobre esta obra maestra de la poesía maldita; sin embargo, hay un aspecto que muy pocos estudiosos de E.A. Poe han examinado en profundidad; un detalle, quizás, pero que podría cambiar por completo el sentido del poema.

El cuervo relata la misteriosa visita de un cuervo parlante a la casa de un hombre afligido por la reciente pérdida de su amada, llamada Leonor:


Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
se oyó de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.


Muchos aventuran que Leonor es, en realidad, una representación de Virginia Clemm, prima y esposa de E.A. Poe; no obstante, ella fallecería recién dos años después de la publicación del poema, motivo por el cual podemos descartar esta hipótesis. Recordemos que el poema transcurre durante una medianoche de diciembre, época del año que coincide con la fecha de muerte de la madre del poeta, Eliza Poe.

Es lógico imaginar que el amante atormentado que recibe la visita del insidioso cuervo es nada menos que Edgar Allan Poe, y de hecho así se observa en muchas ilustraciones; sin embargo, el estilo barroco de su discurso, su elección de palabras, su erudición circunspecta, se asemeja mucho más a la de un muchacho, o al menos a la de un hombre muy joven apasionado por el romanticismo.

Todas estas son pequeñas pistas que Edgar Allan Poe fue dejando para dar a entender que estamos en presencia de un estudiante.


Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.


El propio Edgar Allan Poe aclaró en cierta ocasión que su cuervo estuvo inspirado en el pajarraco diabólico de Barnaby Rudge (Barnaby Rudge), de Charles Dickens; y que el estilo sobrecargado del narrador proviene del poema de Elizabeth Barrett Browning: Geraldine (Geraldine). Esto explica el tono arrogante y barroco del narrador, así como el martilleo incesante de aquel «nunca más» del cuervo.

Rápidamente podemos descartar la idea de que El cuervo es una alegoría. Su tema principal, al menos en apariencia, es la devoción; es decir, la tristeza de un hombre cuya amada ha fallecido, y el deseo de volver a reencontrarse con ella. Desde aquí arriesgamos otra hipótesis: El cuervo es, en realidad, un poema que describe el conflicto entre el recuerdo y el olvido, y más precisamente entre la necesidad de recordar a alguien que ya no está y el deseo culposo de olvidarlo para siempre.

A pesar de las apariencias, el narrador de El cuervo desea olvidar a su amada muerta; y siente una tremenda culpa por ese deseo. Ahí radica su verdadero tormento.

E.A. Poe hace un gran esfuerzo para aclarar que el narrador de El cuervo no es un completo lunático, y mucho menos un perfecto imbécil que dialoga con un pájaro. De hecho, al principio el muchacho se asombra poderosamente de habilidad de hablar del cuervo:


Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.


Y más adelante añade la siguiente reflexión, en la cual se encuentra la verdadera clave para interpretar El cuervo:


sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio


En este punto, el narrador entiende que LO ÚNICO QUE EL CUERVO SABE DECIR es «nunca más» (Nevermore). De hecho, incluso aventura de qué forma el pájaro aprendió únicamente esas palabras:


su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de Nunca, nunca más.


Este detalle suele pasar desapercibido, aunque de hecho es la clave para entender El cuervo. En este instante el muchacho sabe que el cuervo solo puede decir «nunca más»; de modo tal que, a partir de ahí, todas sus preguntas son formuladas SABIENDO DE ANTEMANO cuál será la respuesta del pájaro: «nunca más»

¿Y cuáles son las preguntas que el narrador formula sabiendo que el cuervo responderá «nunca más»?


¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”


El bálsamo al que se refiere E.A. Poe es un símbolo de sanación, en este caso, para curar las heridas de su corazón. Más adelante vuelve a exigir:


dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora


En este punto tanto el narrador como el lector saben que lo único que el cuervo sabe decir es:


Nunca más.


De esta forma, Edgar Allan Poe articula una escena decididamente patética: un joven, triste y apesadumbrado, que aprovecha las únicas palabras que un cuervo sabe decir para aliviar su sentimiento de pérdida.

Efectivamente, no es el pájaro quien tortura al narrador; todo lo contrario, es el narrador, que ya conoce el escueto vocabulario del pájaro, quien formula preguntas que únicamente tendrán como respuesta el inexorable «nunca más».

Y todas esas preguntas, a veces veladas bajo demenciales exigencias, conducen el interrogatorio hacia un único camino: el reencuentro con su amada es imposible.

¿Por qué?

¿Acaso el joven no podría haber preguntado si volvería a sentirse solo al reencontrarse con su amada?

O quizás si, tras ir hacia ella en el Edén, ¿volverían a separarse?

En cualquier caso, el cuervo siempre respondería «nunca más». No obstante, este joven apesadumbrado elige deliberadamente aquellas preguntas que sentencian cualquier posibilidad de volver a ver a Leonor.

A esta altura del poema el interés del muchacho por el cuervo cambia repentinamente; finge estar enojado y trata de echarlo del cuarto; desde luego, sabiendo cuál será su respuesta:


Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.

Y el Cuervo dijo: Nunca más.


Como todos ya sabemos:


el cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado en el pálido busto de Palas,
en el dintel de la puerta de mi cuarto.


El pájaro permanecerá ahí, repitiendo una y otra vez su nunca más; pero ese mantra irreversible podría cambiar su sentido si el joven decidiera darle un giro a la naturaleza de sus preguntas. Esto nunca ocurre en el poema. El cuervo nunca lo abandonará, porque sin él la culpa por desear el olvido de Leonor es una carga insoportable.


Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!




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