«La habitación amueblada»: O. Henry; relato y análisis.
La habitación amueblada (The Furnished Room) es un relato de terror del escritor norteamericano O. Henry —William Sidney Porter (1862-1910)—, publicado originalmente en la edición del 14 de agosto de 1904 de la revista New York Sunday, y luego reeditado en la antología de 1919: Los cuatro millones (The Four Million). Más adelante volvería a aparecer en 65 grandes cuentos de lo sobrenatural (65 Great Tales Of The Supernatural) y Los mejores cuentos de espíritus (The Best Ghost Stories).
La Habitación Amueblada, tal vez uno de los cuentos de O. Henry menos conocidos, relata la historia de un hombre joven, a fines del siglo XIX, que busca desesperadamente a una mujer en varias en casas de huéspedes de Nueva York, sin saber que ella también está tratando de comunicarse con él, solo que no desde este plano.
La Habitación Amueblada de O, Henry nos sitúa en el distrito de West Side, Nueva York, aparentemente con mala reputación a comienzos de la década de 1920. Un joven visita una pensión y renta una habitación amueblada. Le pregunta a la ama de llaves sobre los inquilinos anteriores. Está buscando a una chica llamada Eloise Vashner, tal vez aspirante a actriz o cantante, que tiene un lunar cerca de la ceja izquierda. La ama de llaves dice que no recuerda a nadie con esas características. Se nos informa que el joven ha estado buscando a Eloise durante los últimos cinco meses.
Ya instalado, el joven examina la habitación amueblada, y descubre pequeños detalles de la vida de sus ocupantes anteriores a través de las huellas que han dejado en el lugar. Una mujer llamada Marie inscribió su nombre en el marco de un espejo; alguien arrojó un vaso o una botella contra una pared. El lugar, en definitiva, lleva el sello de sus anteriores inquilinos, que de algún modo descargaron su ira y su frustración sobre la habitación.
El joven se sienta en una silla y escucha a los ocupantes de las habitaciones vecinas: ruidos: gritos, risas, juegos de dados, canciones de cuna. Alguien toca un instrumento en la habitación de arriba. Huele el aroma de la reseda que entra por la ventana con tal intensidad que «parece un visitante vivo». Cree que Eloise ha estado en esta habitación porque ella usaba el mismo perfume. En los cajones de la cómoda encuentra un pañuelo, unas horquillas, botones y un moño de raso negro. Como un perro que persigue un olor, el joven procede a revisar toda la habitación para encontrar alguna pista que confirme que Eloise estuvo allí, y casi se convence de que ella lo está llamando.
Convencido de que Eloise estuvo en la habitación, el joven va a buscar al ama de llaves y le exige conocer detalles de los ocupantes anteriores. Ninguno de ellos coincide con la descripción de Eloise. Cuando regresa a la habitación amueblada, esta parece muerta; la esencia que le había dado vida se ha esfumado. Desesperado, enciende el gas de la lámpara, obtura las puertas y ventanas y se acuesta en la cama, listo para aceptar la muerte después de cinco meses de búsqueda infructuosa.
En la última parte de la historia, el ama de llaves, la señora Purdy, se une a otra mujer, la señora McCool, para conversar. A través de este diálogo nos enteramos que han estado ocultando una serie de suicidios. Naturalmente, la señora Puddy no le comentó al joven sobre la muchacha que se suicidó en su habitación. La descripción de la ocupante, una chica bastante bonita y con un lunar junto a la ceja izquierda, confirma que era Eloise Vashner.
Los relatos de O. Henry tienen una firma distintiva: se caracterizan por su ironía, su sentimentalismo y por sus finales inesperados. La vuelta de tuerca al final de La Habitación Amueblada es tan irónica como melodramática: el joven, creyendo que no ha podido localizar a Eloise, se quita la vida en la misma habitación en la que ella tomó la suya.
Hay dos elementos que hacen de La Habitación Amueblada una historia extraordinaria. En primer lugar, la forma en que O. Henry convierte este melodrama en algo más sutil a través de la sugerencia de lo sobrenatural. En segundo lugar, los puntos ciegos de la historia. ¿Por qué desapareció Eloise? ¿Acaso se escapó de una relación difícil o simplemente se fue a Nueva York para perseguir sus sueños? O. Henry nunca establece claramente cuál es la naturaleza de la relación entre el joven anónimo y Eloise. ¿Es su pareja? ¿Un detective? Por otro lado, la persistencia en tratar de localizar el paradero de la chica [la búsqueda lleva cinco meses en este punto] parece sugerir una motivación personal. Además, sería extraño que un detective se quitara la vida al fracasar en un caso. No, lo más probable es que el joven haya pensado que no valía la pena vivir sin Eloise cuando creyó que ya no la encontraría.
Es lícito suponer que Eloise Vashner era una chica de pueblo que se fue de casa con la esperanza de encontrar el éxito en Nueva York. Cuando la señora Purdy le muestra la habitación al joven le dice que ha estado vacía durante una semana; y, como sabemos que la última ocupante fue Eloise, su fallecimiento es reciente. Por otro lado, la señora Purdy menciona que los últimos ocupantes de la habitación fueron una pareja. Esto llena los baches en la investigación del joven: cree que Eloise se ha casado con otro hombre. Por lo tanto, creyendo que ya no hay esperanza de traer a la chica a su antigua vida, se quita la vida.
Lo sobrenatural es apenas una insinuación en La Habitación Amueblada. O. Henry nos lleva al mundo sensorial del joven mientras trata de localizar algún rastro de Eloise. El aroma a la reseda, cuya aparición en la historia parece tener un origen sobrenatural, en realidad fue dejado por Eloise. Sin embargo, la reacción del joven, respondiendo en voz alta como si la presencia insustancial de la chica se hubiese condensado de repente, realmente parece la respuesta a una «llamada»:
«El rico olor estaba cerca, a su alrededor. Abrió los brazos para recibirlo. Por un momento no supo dónde estaba ni qué estaba haciendo. ¿Cómo podría alguien ser llamado por un olor? Seguramente debe haber sido un sonido. Pero, ¿podría haberlo tocado un sonido?»
O. Henry es, en el fondo, un autor al que no le agrada lo sobrenatural, de modo que debemos tomar todo esto como la emoción embriagadora del joven al sentir que ha captado el aroma de Eloise, el último rastro de ella que aún perdura [ver: Lo olfativo en el Horror]
Recordemos que La Habitación Amueblada forma parte de la colección Los Cuatro Millones, cuyo título refiere a la cantidad de personas que vivían en la ciudad de Nueva York a principios del siglo pasado. Es decir, es una de las muchas historias de soledad y desesperación que narra O. Henry. En el contexto de la antología, Eloise fue devorada por la ciudad, como probablemente lo hacía con la mayoría de las jóvenes aspirantes a actrices. Si bien para el joven ella lo significa todo, Eloise es prescindible y efímera para la ciudad. Su muerte ni siquiera merece ser comentada por el ama de llaves.
A propósito del ama de llaves, la primera reacción del joven al verla es pensar en «un gusano malsano y harto que se había comido su nuez hasta dejar una cáscara hueca y ahora buscaba llenar la vacante con huéspedes comestibles». Si Nueva York es la «Gran Manzana», la señora Purdy es el gusano.
Por otro lado, tanto la señora Purdy como su amiga, la señora McCool, parecen dos ghouls que disponen de los cadáveres de los que se suicidan en la pensión [ver: Ghouls: historia de los Necrófagos en la ficción]. De hecho, la sugerencia es que ambas prepararon el cadáver de Eloise antes de ser transportado a la morgue, y seguramente no fue la primera vez que lo hicieron. Esta antigua mansión debe haber visto a muchos inquilinos que murieron por enfermedad, vejez, asesinato y suicidio. Si algún día se quedara sin trabajo, la señora Purdy sería una excelente ama de llaves para la familia Pickman [ver: De la luz a la oscuridad: psicología de «El modelo de Pickman»]
Al situar la acción en la habitación amueblada, O. Henry apela a la sensación de aislamiento que impregna las áreas urbanas, zonas llenas de personas que, a su vez, están solas. A medida que el joven examina su entorno comienza a descubrir pequeños detalles sobre los inquilinos anteriores a partir de los rastros que han dejado en la habitación. No se trata de un psíquico o de una persona sensitiva, sino de alguien que proviene del mismo entorno pueblerino de Eloise, por lo que su sensibilidad todavía no está anestesiada por la gran ciudad. En este contexto, el joven puede detectar cómo los ocupantes anteriores han desatado sus frustraciones sobre la habitación, en cierto modo, «lastimándola»:
«Había cortes y agujeros en las sillas y las paredes. La cama estaba medio rota. El suelo gritaba como si le doliera cuando lo pisaban. Durante un tiempo la gente había llamado a esta habitación «hogar» y, sin embargo, la habían lastimado. Este era un hecho no fácil de creer, pero la causa era, quizás, un profundo amor. Las personas que habían vivido en la habitación tal vez nunca supieron lo que era un verdadero hogar. Pero sabían que esta habitación no lo era.»
Casi todos los muebles presentan rastros de abuso, incluso el piso y la repisa de la chimenea sufrieron «heridas». Mientras el joven reflexiona sobre estos hallazgos, los sonidos y olores de otras partes de la casa llegan hasta él. Es entonces cuando lo asalta el fuerte y dulce olor a la reseda que usaba Eloise. Está seguro de que es su olor y que ella ha estado en la habitación, Siente que Eloise está cerca de él mientras su aroma característico lo envuelve. Comienza a buscar otras «señales», sin embargo, sus intentos de localizar la fuente del olor no dan resultado. ¿Qué significa esto? Hasta aquí, el joven ha demostrado poseer un aparato sensorial formidable. ¿Por qué no puede rastrear la fuente del olor? Después de todo, si realmente es el olor de Eloise, este debe provenir de algún punto de la habitación. ¿Será que no se trata de un olor, digamos, terrenal, sino de un «mensaje» de la chica muerta?
En parte misterio sobrenatural, en parte comentario social, La Habitación Amueblada se enfoca en el efecto de la ciudad en la psique. Estas habitaciones en alquiler son tan transitorias como las vidas de sus huéspedes. O. Henry también roza la inutilidad de los esfuerzos del ser humano en este mundo cada vez más hostil. Al final, es un comentario sobre el materialismo imperante entre la población urbana. Cuando se trata de obtener ganancias, la sociedad ignora las emociones y sentimientos, como la señora Purdy, que decide no comentar a sus inquilinos sobre los anteriores ocupantes que han fallecido [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]
Es interesante notar algunos cambios en la manera en que observamos ciertos comportamientos en nuestros días. El joven es representado como un amante devoto. Ha estado buscando a Eloise durante cinco meses, no solo en pensiones, sino en teatros de mala muerte, tan sórdidos que tiene miedo de encontrarla ahí. Esta perseverancia sugiere que realmente amaba a Eloise, pero, ¿podemos llamar amor a un comportamiento obsesivo? Quiero decir, Eloise se fue de casa para seguir su sueño artístico. Lo sabemos porque de otro modo no tendría sentido que el joven la buscara en teatros y otros sitios del ambiente artístico. Por supuesto, es entendible que quisiera conocer su paradero, pero, ¿cinco meses de búsqueda cuando nada en la historia sugiere que el joven piensa que Eloise fue secuestrada o está en peligro? ¿No será que Eloise está escapando de él? [ver: ¡No salgas del camino! El Modelo «Caperucita Roja» en el Horror]
La habitación amueblada.
The Furnished Room, O. Henry (1862-1910)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Inquietas, siempre en movimiento, como el tiempo mismo, son la mayoría de las personas que viven en estas viejas casas rojas. Esto está situado en el West Side de Nueva York.
La gente no tiene hogar, pero tienen casas. Van de habitación amueblada en habitación amueblada. Son transitorias, transitorias en el lugar de vida, transitorias en el corazón y la mente. Cantan Home, Sweet Home, pero sin sentir lo que significa. Pueden llevar todo lo que tienen en una pequeña caja. No saben nada de jardines. Para ellos, las flores y las hojas son algo para poner en el sombrero de una mujer. Las casas de esta parte de la ciudad han tenido mil personas viviendo en ellas, por eso cada una tiene mil historias que contar. Quizás la mayoría de estas historias no son interesantes. De todos modos, sería extraño que no sintieras, en algunas de estas casas, que estabas entre gente que no podías ver. Los espíritus de algunos que habían vivido y sufrido allí seguramente debían permanecer, aunque sus cuerpos se hubieran ido.
Una tarde apareció un joven, yendo de una a otra de estas grandes casas antiguas, tocando el timbre. En la duodécima casa dejó en el suelo la bolsa que llevaba. Se limpió el polvo de la cara. Luego tocó la campana. Sonaba muy, muy lejos, como si estuviera sonando bajo tierra.
La dueña de la casa llegó a la puerta. El joven la miró. Pensó en un gusano malsano y harto que se había comido su nuez hasta dejar una cáscara hueca y ahora buscaba llenar la vacante con huéspedes comestibles. Preguntó si había una habitación para pasar la noche.
—Adelante —dijo la mujer. Su voz era suave, pero por alguna razón no le gustó—. Tengo la trastienda en el tercer piso. ¿Quiere mirarla?
El joven la siguió. Había poca luz en los pasillos. No podía ver de dónde venía esa luz. El revestimiento del suelo estaba viejo y desgarrado. Había huecos en las paredes, tal vez para albergar plantas con flores. Si esto fuera cierto las plantas habrían muerto mucho antes de esta noche. El aire era malo; ninguna flor podría haber vivido en él por mucho tiempo.
—Esta es la habitación —dijo la mujer con su voz suave y gruesa—. Es una linda habitación. Tuve algunas personas muy agradables el verano pasado. No tuve ningún problema con ellas. Pagaron a tiempo. El agua está al final del pasillo. Sprowls y Mooney tuvieron la habitación durante tres meses. ¿Usted los conoce? Gente de teatro. El gas está aquí. Si observa bien verá que hay mucho espacio para colgar ropa. Es una habitación que gusta a todo el mundo. Si no la tomas, alguien más lo hará.
—¿Tiene mucha gente de teatro viviendo aquí? —preguntó el joven.
—Vienen y se van. Mucha de mi gente trabaja en el teatro. Sí, señor, esta es la parte de la ciudad donde vive la gente del teatro. Nunca se quedan mucho tiempo en ningún lugar. Viven en todas las casas cerca de aquí. Vienen y se van.
El joven pagó la habitación durante una semana. Se iba a quedar allí, dijo, a descansar.
La mujer contó el dinero.
La habitación estaba lista, dijo. Encontraría todo lo que necesitaba.
Mientras ella se alejaba, él hizo su pregunta. Ya la había preguntado mil veces.
—Busco a una chica, Eloise Vashner, ¿la recuerda? ¿Ha estado alguna vez en esta casa? Probablemente estaría cantando en el teatro. Una chica de mediana estatura, delgada, con cabello rojo dorado y una pequeña mancha oscura en la cara cerca del ojo izquierdo.
—No, no recuerdo el nombre. La gente del teatro cambia de nombre tan a menudo como cambia de sala. Ellos vienen y van. No, no recuerdo ese nombre.
No. Siempre no.
Había hecho su pregunta durante cinco meses y la respuesta siempre era no.
Todos los días interrogaba a hombres que conocían a gente de teatro. ¿Eloise había ido a pedirles trabajo? Todas las noches iba a los teatros. Fue a buenos teatros y a malos. Algunos eran tan malos que tenía miedo de encontrarla allí. Sin embargo, fue de todos modos.
Estaba seguro de que esta gran ciudad, esta isla, la retenía. Pero todo en la ciudad se movía, inquieto. Lo que estaba arriba hoy se perdía en el fondo mañana.
La habitación amueblada recibió al joven con cierta calidez. O eso pareció. El lugar sugería que allí podría descansar. Había una cama y dos sillas con cubiertas andrajosas. Entre las dos ventanas había un espejo de unas doce pulgadas de ancho. Había cuadros en las paredes.
El joven se sentó en una silla mientras la sala trataba de contarle su historia. Las palabras que usó fueron extrañas, no fáciles de entender, como si fueran palabras de muchos países lejanos.
El suelo era de muchos colores, como una isla de flores en medio de la habitación. El polvo yacía a su alrededor. Había papel tapiz brillante en la pared. Había una chimenea. De lo alto colgaban algunas piezas de tela brillantes. Tal vez las habían puesto allí para agregar belleza a la habitación. No funcionó. Y los cuadros de las paredes eran cuadros que el joven había visto cien veces antes en otras habitaciones amuebladas.
Aquí y allá alrededor de la habitación había pequeños objetos olvidados por otros que habían usado la habitación. Había cuadros de gente de teatro, algo para sujetar flores, pero nada de valor.
Uno por uno, los pequeños signos se hicieron más claros. Le mostraron al joven los otros que habían vivido allí antes que él. Delante del espejo había una mancha delgada en el revestimiento del suelo. Eso le dijo que hubo mujeres en la habitación.
Pequeñas marcas de dedos en la pared hablaban de niños tratando de encontrar el camino hacia el sol y el aire.
Una mancha más grande en la pared le hizo pensar en alguien enojado, arrojando algo allí. Al otro lado del espejo, una persona había escrito un nombre: «Marie».
Le parecía que los que habían vivido en la habitación amueblada se habían enfadado con ella y habían hecho todo lo posible por dañarla. Tal vez su enojo había sido causado por el brillo de la habitación y su frialdad. Porque no había verdadero calor allí.
Había cortes y agujeros en las sillas y en las paredes. La cama estaba medio rota. El suelo gritaba como si le doliera cuando lo pisaban. Durante un tiempo, la gente había llamado a esta habitación «hogar» y, sin embargo, la habían lastimado. Este era un hecho no fácil de creer, pero la causa era, quizás, un profundo amor. Las personas que habían vivido en la habitación tal vez nunca supieron lo que era un verdadero hogar. Pero sabían que esta habitación no era un hogar. Por lo tanto, se levantó su profunda ira y los hizo herirla.
El joven en la silla permitió que estos pensamientos se movieran suavemente por su mente. Al mismo tiempo, los sonidos y olores de otras habitaciones amuebladas fueron entrando a la suya. Escuchó a alguien reír, reír de una manera que no era ni feliz ni agradable. Desde otras habitaciones escuchó a una mujer hablando demasiado alto; y escuchó a la gente jugar por dinero; y oyó a una mujer cantándole a un niño, y oyó a alguien que lloraba. Por encima de él había música. Puertas que se abrían y cerraban. Afuera, los trenes pasaban ruidosamente. Algún animal gritó en la noche.
Y el joven sintió el aliento de la casa. Tenía un olor que era más que malévolo; parecía frío y enfermo y viejo y moribundo. Entonces, de repente, mientras descansaba allí, la habitación se llenó del olor fuerte y dulce de una flor, pequeña y blanca, llamada reseda.
El olor llegaba con tanta seguridad y tanta fuerza que casi parecía una persona viva entrando en la habitación. Dijo en voz alta: «¿Sí, querida?», como si lo hubieran llamado.
Saltó y se dio la vuelta. El rico olor estaba cerca, a su alrededor. Abrió los brazos para recibirlo. Por un momento no supo dónde estaba ni qué estaba haciendo. ¿Cómo podría alguien ser llamado por un olor? Seguramente debe haber sido un sonido. Pero, ¿podría haberlo tocado un sonido?
—Ella ha estado en esta habitación —dijo, y comenzó a buscar alguna señal. Sabía que si encontraba cualquier cosa que hubiera pertenecido a ella, la reconocería. Si ella la hubiera tocado, él lo sabría. Ese olor a flores que lo rodeaba por todas partes, a ella le encantaba y lo había hecho suyo. ¿De dónde venía?
La habitación había sido limpiada descuidadamente. Encontró muchas cosas pequeñas que las mujeres habían dejado. Algo para mantener el cabello en su lugar. Algo para llevar en el cabello para hacerlo más hermoso. Un trozo de tela que olía a otra flor. Un libro. Nada que hubiera sido suyo.
Comenzó a caminar por la habitación como un perro cazando un animal salvaje. Miró en los rincones. Se puso de rodillas para mirar al suelo.
Quería algo que pudiera ver. No podía darse cuenta de que ella estaba allí al lado, alrededor, contra, dentro, encima de él, cerca de él, llamándolo.
Entonces una vez más sintió la llamada. Una vez más respondió en voz alta:
—¿Sí, querida? —y se volvió, con los ojos desorbitados, para mirar a la nada.
Porque aún no podía ver la forma, el color, el amor y los brazos extendidos que estaban allí en el olor de las flores blancas.
—¡Oh, Dios! ¿De dónde viene el olor de las flores? ¿Desde cuándo un olor tiene voz para llamar? —se preguntó y siguió buscando.
Encontró muchas cosas dejadas por muchos que habían usado la habitación. Pero de ella, que pudo haber estado allí, cuyo espíritu parecía estar allí, no encontró señal alguna. Y luego pensó en la dueña.
Salió corriendo de la habitación con su olor a flores, bajó y se dirigió a una puerta donde pudo ver una luz.
La mujer salió. Él intentó hablar en voz baja.
—¿Me podría decir quién estaba en la habitación antes de mí?
—Sí, señor. Puedo decírselo de nuevo. Fueron Sprowls y Mooney, como dije. En realidad eran el Sr. y la Sra. Mooney, pero usó su propio nombre. La gente del teatro hace eso.
—Hábleme de la señora Mooney. ¿Cómo era ella?
—Pelo negro, baja y rellenita. Se fueron de aquí hace una semana.
—¿Y antes de que estuvieran aquí?
—Había un señor. No estaba en el negocio del teatro. Él no pagó. Ante él estaba la señora Crowder y sus dos hijos. Estuvieron cuatro meses. Y ante ellos estaba el anciano señor Doyle. Sus hijos pagaron por él. Tuvo la habitación seis meses. Eso es un año atrás, no recuerdo más.
Él le dio las gracias y regresó lentamente a su habitación.
La habitación estaba muerta. El olor de las flores la había hecho vivir, pero se había ido. En su lugar estaba el olor de la casa.
Su esperanza se había ido.
Se sentó mirando la lámpara de gas. Pronto caminó hacia la cama y tomó las sábanas. Empezó a romperlas en pedazos. Empujó las piezas en todos los espacios abiertos, alrededor de las ventanas y puertas. Ningún aire, ahora, sería capaz de entrar en la habitación. Cuando todo quedó como lo deseaba, apagó la lámpara.
Luego, en la oscuridad, encendió de nuevo el gas y se tumbó agradecido en la cama.
Era la noche de la Sra. McCool. Se sentó con la señora Purdy en una de esas habitaciones subterráneas donde las mujeres propietarias de estas casas antiguas se reúnen y hablan.
—Tengo a un joven en la trastienda de mi tercer piso esta noche —dijo la señora Purdy, tomando un trago—. Se fue a la cama hace dos horas.
—¿Es eso cierto, señora Purdy? —dijo la señora McCool.
Era fácil ver que ella pensaba que esto era algo bueno y sorprendente.
—Siempre encuentras a alguien para tomar esa habitación. No sé cómo lo haces. ¿Le dijiste algo al respecto?
—Las habitaciones —dijo la señora Purdy con su voz suave y espesa—, están amuebladas para ser utilizadas por aquellos que las necesitan. No se lo dije, señora McCool.
—Tiene razón, señora Purdy. Es el dinero que recibimos por las habitaciones lo que nos mantiene con vida. Tienes una verdadera sensibilidad para los negocios. Hay muchas personas que no tomarían una habitación como esa si supieran. Si les dijeras que alguien murió en la cama, por su propia mano, no entrarían en la habitación.
—Como usted dice, tenemos que pensar en cómo vivir —dijo la señora Purdy.
—Sí, es cierto. Hace solo una semana la ayudé en la trastienda del tercer piso. Ella era una chica bonita. ¡Y matarse con el gas! Tenía una carita tan dulce, señora Purdy.
—La habrían llamado hermosa, como usted dice —dijo la señora Purdy—, excepto por esa mancha oscura en el ojo izquierdo. Vuelva a llenar su vaso, señora McCool.
O. Henry (1862-1910)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Relatos góticos. I Relatos de O. Henry.
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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de O. Henry: La habitación amueblada (The Furnished Room), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
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