Lo intolerable: análisis de «La gallina degollada» de Horacio Quiroga.


Lo intolerable: análisis de «La gallina degollada» de Horacio Quiroga.




En El Espejo Gótico hoy analizaremos el relato de terror del escritor uruguayo Horacio Quiroga: La gallina degollada, publicado originalmente en la edición del 10 de julio de 1909 de la revista argentina Caras y Caretas, y luego reeditado en la antología de 1917: Cuentos de amor de locura y de muerte.


[«Todo el día, sentados en el patio, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz.»]


Después de un año de casados, la pareja Mazzini-Ferraz tiene a su primer hijo. El pequeño crece sano y fuerte hasta el año y medio, cuando sufre violentas convulsiones y despierta, a la mañana siguiente, sin reconocer a sus padres. Los médicos lo examinan pero no pueden explicar por qué ha perdido «la inteligencia, el alma, aun el instinto». El diagnóstico: «un caso perdido». La pareja comienza a preguntarse por el factor hereditario de la condición de su hijo. El médico, para salir del paso, afirma que la madre tiene un pulmón defectuoso.

Al poco tiempo la pareja tiene otro hijo, pero a los 18 meses convulsiona y queda «idiota» como su hermano mayor. Los padres desesperan, creen que su sangre está maldita. Sin embargo, vuelven a buscar un hijo sano. Tienen mellizos que repiten la misma enfermedad de sus hermanos.

Los padres están devastados, pero al mismo tiempo sienten compasión por sus cuatro hijos. Son niños que no saben comer solos, que caminan llevándose cosas por delante, que mugen, que ríen «sacando la lengua y ríos de baba». Si bien parecen abstraídos en su propio mundo, pasando horas enteras mirando la pared, en realidad están atentos a lo que sucede a su alrededor y hasta poseen «cierta facultad imitativa».

Años más tarde, el matrimonio tiene una niña, Bertita. El matrimonio vive con angustia y preocupación los primeros dos años, pero la niña no sufre ninguna convulsión. Es una chica sana, divertida y muy inteligente. Bertita empieza a recibir toda la atención de sus padres, lo cual hace que los cuatro hermanos reciban muy poca, y eventualmente una «absoluta falta de cuidado maternal». La sirvienta se encarga de vestirlos, darles de comer y acostarlos; no con cariño y ternura, sino más bien con brutalidad. Pasan la mayor parte del día sentados en el banco del patio mirando la pared.

Una tarde en la que Bertita, de cuatro años, tiene tiene fiebre, los padres discuten. Mazzini culpa a su esposa por la enfermedad de los hijos. Al día siguiente, Berta escupe sangre. Mazzini la consuela, pero nadie dice una palabra sobre el síntoma. Deciden salir con Bertita y le piden a la sirvienta, María, que mate a una gallina para la cena. Los cuatro hijos se levantan del banco, van a la cocina y observan a la sirvienta degollando al animal.

A la noche, el matrimonio sale a saludar a unos vecinos y Bertita queda dentro de la casa. Los cuatro hermanos están sentados como siempre, inmóviles en el banco, mirando inertes la pared de ladrillos. En ese momento, Bertita entra al patio. Quiere trepar el cerco. Los cuatro hermanos fijan sus miradas en ella. Una «una creciente sensación de gula bestial» se apodera de ellos. Lentamente, los cuatro niños avanzan hacia el cerco y agarran a su hermana de una pierna. Bertita grita, llama a su madre. Uno de los niños le aprieta el cuello como si fuera el cogote de una gallina. Los demás la arrastran hasta la cocina, la sostienen en la pileta [«separándole los rizos como si fueran plumas»] y la desangran al igual que María lo hizo con la gallina.

Mazzini, desde la casa de enfrente, escucha el grito de su hija. Vuelven a casa. El padre entra a la cocina, ve en el piso cubierto de sangre y lanza un grito de espanto. Le dice a su mujer que no entre. Berta se asoma y colapsa en brazos de su esposo.


La gallina de degollada no es solo una historia superficial de locura y muerte. Es eso y mucho más. Tampoco es una historia que permita un examen clínico, distante. Hay que ensuciarse las manos para analizar a Horacio Quiroga. [ver: Grandes cuentos de terror de Horacio Quiroga]

El médico atribuye la enfermedad de los muchachos a una condición sobre la cual Horacio Quiroga no ahonda, porque está clara. El lector porteño de 1909 puede deducir fácilmente que se trata de meningitis. Al mismo tiempo, la madre, Berta, está mostrando los primeros signos de la etapa más aguda de la sífilis.

Al principio, la pareja realmente ama a sus hijos «subnormales» y los cuidan y atienden lo mejor que pueden. Sin embargo, después de tres años, comienzan a anhelar otro hijo para compensar las cuatro «bestias» que han engendrado. Debido a que Berta no concibe de inmediato, se vuelven amargados y resentidos, y ya no se apoyan entre sí, sino que hacen acusaciones mutuas sobre quién es el culpable de la enfermedad de los niños [ver: El horror hereditario y la enfermedad de Lovecraft]

La llegada de Bertita los hace pasar de una «gran compasión por sus cuatro hijos» a una abierta hostilidad hacia ellos, demostrada por el lenguaje cada vez más fuerte utilizado por Horacio Quiroga para referirse a los muchachos: «monstruos», «animales», además del hecho de que se los mantiene en el patio.

Al cumplir cuatro años, Bertita cae enferma [por haber comido demasiados dulces]; en contraste con sus hermanos, ella es atendida y mimada en exceso. La niña se recupera de su indigestión, pero al día siguiente Berta tose sangre. El horror de la enfermedad vuelve a amenazar la felicidad de la pareja. Sin embargo, la ignoran y deciden pasar el día afuera con la niña. Esa es la mañana en la que los hermanos ven a la sirvienta degollando a la gallina y quedan fascinados al ver la sangre.

No es descabellado pensar que La gallina degollada de Horacio Quiroga está inspirado en Los idiotas (The Idiots) de Joseph Conrad, publicado en 1898. En este cuento, una pareja tiene cuatro hijos «idiotas» [gemelos, otro niño y luego una niña], la esposa mata a su esposo cuando él trata de obligarla a tener otro hijo, y luego se suicida arrojándose desde un acantilado. En ambos casos hay un matrimonio que se derrumba, y cuatro hijos «monstruosos» que nunca reciben nombres ni características particulares: funcionan como un colectivo, casi como una manada. Ambas parejas, además, llegan a odiar a sus hijos, manteniéndolos fuera de la vista en la medida de lo posible.

Horacio Quiroga coquetea con la noción bíblica de que los pecados del padre recaen sobre sus hijos. En este caso, el pecado es la sífilis. Tal vez por eso ambos padres están desesperados por encontrar la «redención de los cuatro animales que les han nacido» en la pobre Bertita.

En términos psicoanalíticos podemos entender el particular desprecio que Berta tiene hacia sus cuatro hijos; de hecho, no es infrecuente que la materialización de la maternidad no se produzca ante un hijo enfermo [afortunadamente, esto ha cambiado bastante desde 1909]. Sigmund Freud diría que Berta no ha podido recuperar el falo perdido a través de la maternidad de un hijo sano. Para ella, el conflicto edípico de castración se reencarna una y otra vez en la figura de los cuatro hijos incapaces, por su enfermedad, de encarnar la satisfacción narcisista de la madre, mientras que el objeto narcisista recuperado se representa en su única hija sana, Bertita [ver: Lo que Sigmund Freud no te contó sobre el complejo de Edipo]

Horacio Quiroga es ingenioso al utilizar la figura de la Casa como representación de la psique, en este caso, del inconsciente [ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror]. No es caprichoso que los cuatro muchachos pasen todo el día en el patio, marginados, excluidos de la casa, pero mirando constantemente hacia la pared. Más aún, sus instintos brutales, y su ubicación en la periferia de la Casa [la conciencia] los vuelve una clara representación del inconsciente, es decir, de aquello que no queremos ver, aquello con lo que no queremos lidiar. En este contexto, es significativo que cuando los muchachos irrumpen en la cocina, la sirvienta, María, lanza un grito advirtiéndole a la madre que han entrado, porque esta «no quería que jamás pisaran allí»; de la misma manera en que la conciencia sencillamente no puede lidiar con el material en bruto del inconsciente.

Los cuatro muchachos [los impulsos ciegos, «idiotas», del inconsciente] ahora han entrado en la casa [la conciencia] y observan un episodio cotidiano, casi banal para la época: el degüello de una gallina. Por esa razón el asesinato de Bertita no se comete en el patio [el ámbito inconsciente] sino en la cocina, en la conciencia, llevando a la superficie aquellos impulsos brutales que, hasta hace poco, estaban contenidos, reprimidos, pero en estado latente.

La enfermedad de los cuatro hijos, que parece comenzar con convulsiones, fiebre, seguido de un estado de postración y deterioro cognitivo, tiene claras implicaciones transgeneracionales. De hecho, el Narrador afirma que el primer hijo [«el pequeño idiota»] «pagaba los excesos del abuelo». De este modo, el viejo trauma familiar, sobre el cual el Narrador se abstiene de comentar, resurge con cada nuevo nacimiento.


[«—¡Mamá! ¡Ay, ma!... —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida, segundo por segundo.»]


Aquella «cierta facultad imitativa» de los hermanos se manifiesta de forma horrorosa, degollando a Bertita como la sirviena lo hizo con la gallina, pero Horacio Quiroga también proporciona ejemplos anteriores aparentemente inocentes:


[«... alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando el tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en un banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.»]


El comportamiento imitativo de los muchachos es ritualista, y la comisión del asesinato de Bertita es similar a los sacrificios rituales, pero su comisión no parece casual. De hecho, los padres deciden salir de la casa y dejar sola a Bertita con los cuatro «monstruos». ¿Por qué? Es cierto, hasta entonces los muchachos no han mostrado su agresividad. Pero, si estos no son agresivos, ¿por qué excluirlos permanentemente al patio? Lo interesante aquí es que esta «cierta facultad imitativa» de los hermanos solo tiene un ejemplo violento para imitar. No han recibido afecto, ni ternura, ni nada amoroso para imitar.

Definitivamente hay algo primordial en el asesinato de Bertita al seguir el procedimiento de la sirvienta al degollar a la gallina: el juego. En efecto, el crimen como una posibilidad de juego para las mentes perturbadas de los muchachos le añade una insoportable nota de regocijo a esta auténtica tragedia griega. De hecho, La gallina degollada de Horacio Quiroga posee todos los elementos de la tragedia griega, particularmente la de Sófocles: una maldición familiar [la tara hereditaria de los hermanos], el amor que se torna violento a causa de esa maldición [el asesinato de Bertita].

El contexto geográfico de la familia no es marginal: tienen sirvienta, viven en una casa con jardín, el matrimonio suele salir a «pasear por las quintas», y además cuentan con un médico familiar. Se trata, entonces, de un ambiente burgués, posiblemente un barrio rico en las afueras de Buenos Aires. Sin embargo, en este entorno aparentemente idílico sí hay marginalidad: los cuatro hermanos, quienes están excluidos de la casa y sus comodidades, viviendo prácticamente como animales. Por otro lado, la propia Bertita también es una marginal. Su normalidad la distingue de sus cuatro hermanos, y además lleva una gran responsabilidad sobre los hombros. Bertita, la marginal desde el punto de vista de los hermanos, «viene a cortar con la descendencia podrida» de la familia.

Ahora bien, el asesinato final plantea muchas preguntas. En primer lugar, no es un crimen premeditado ni fue fantaseado por los hermanos, sino más bien copiado de algo que vieron hacer anteriormente: el degüello de la gallina. Es la exclusión y el aislamiento en el que viven el principal instigador de aquel acto; porque lo cierto es que los hermanos imitan todo: imitan el sonido del tranvía, incluso imitan la pared del patio, quedándose inmóviles frente a ella. En estas condiciones de extremo aislamiento físico y emocional, el estímulo que supone haber presenciado el degüello de la gallina activó en ellos el mismo factor imitativo que otros estímulos habían despertado, pero con consecuencias mucho menos dramáticas.

La dinámica de este matrimonio constituye un tema en sí mismo. Después de cada pelea entre ellos, frecuentes y violentas, cuyo motivo irremediablemente tiene que ver con la sucesiva idiotez de sus hijos, llegaba la reconciliación y el «ansia por otro hijo». Por supuesto, los hermanos son los autores materiales del asesinato de Bertita, pero los verdaderos culpables son los padres [citando a Piglia] debido a esta «alucinada sucesión de hijos idiotas». Engendrar cuatro hijos solo para satisfacer la fantasía de un linaje perfecto, encontrar un sucesor «sano», relegando al resto, los enfermos [¿meningitis?], a una vida de encierro y aislamiento emocional, es tan abominable como el último eslabón en esta larga cadena de atrocidades.

El tema del abandono está fuertemente presente en La gallina degollada de Horacio Quiroga. En este caso, el abandono es una forma de infanticidio. Los cuatro hermanos primero son sometidos al descuido, la desatención, y finalmente al abandono emocional; tanto es así que carecen de nombre propio; son llamados «bestias», «engendros», «monstruos», despojándolos así de su humanidad, pero también de su individualidad. Sin nombre propio ni siquiera puede decirse que sean miembros de la familia. Bertita, en cambio, existe, tiene nombre y forma parte de una genealogía. Ella es el punto de referencia de la inocencia; aunque hasta el momento de su asesinato las únicas víctimas de la historia son sus asesinos.


[«Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras una creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña sintióse cogida de una pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo»]


El asesinato de Bertita no es una venganza, sino la consecuencia lógica del abandono de los cuatro hermanos por parte de sus padres. Excluidos de la casa, aislados de cualquier gesto de afecto y contacto humano, incluso tratados más como animales, como no-personas, que como individuos, los cuatro hermanos simplemente reaccionan con la animalidad a la que otros los han condicionado.

La pureza y la belleza de Bertita parece despertar en los hermanos algo parecido al estímulo del sol, que observan extasiados todas las tardes desde el banco en el patio:


[«Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.»]


La forma en que «el sol se ocultaba tras el cerco» estimula a los hermanos, los arranca de ese «sombrío letargo de idiotismo» del mismo modo que lo hace la sirvienta al degollar parsimoniosamente a la gallina. Bertita, recordemos, es atrapada cuando intenta subirse al cerco. Creo que Horacio Quiroga quiere que pensemos que la pura y hermosa Bertita activa el mismo desenfreno de los hermanos al mirar al sol en el cerco, pero resulta más lógico pensar que Bertita se transforma en la gallina, en sus ojos, al tratar de subir al cerco.

La negligencia parental en La gallina degollada, sin embargo, no es absoluta. La madre no quiere que sus hijos merodeen por la cocina, y ciertamente le prohibe a la sirvienta que vean cómo se preparan las gallinas para la cena. ¿Por qué? Probablemente porque tiene miedo de que los hermanos imiten ese proceso. Es en un descuido que observan a la sirvienta realizar el degüello de la gallina:


[«El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia, creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...»]


Si las causas del asesinato son obvias, y están relacionada con los padres, la circunstancia depende de varios factores: observar el degüello de la gallina, el hambre, el atardecer, el color rojo, Bertita subiendo al cerco, todo se sincroniza para detonar en los hermanos esta furia homicida:


[«Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras una creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros.»]


La presencia del sol es clave para entender La gallina degollada de Horacio Quiroga. Su «luz enceguecedora llamaba su atención», los hermanos la observaban reflejarse en los ladrillos, incluso se animan con «alegría bestial» cuando la luz del sol declina al atardecer. De hecho, los hermanos relacionan el tono rojizo del ocaso con la sangre, gritando «Rojo... Rojo» al ver «estupefactos la operación» del degüello. Lamentablemente para Bertita, eligió un mal día, y un mal momento de ese día. para trepar el cerco.




Horacio Quiroga. I Taller gótico.


Más literatura gótica:
El artículo: Lo intolerable: análisis de «La gallina degollada» de Horacio Quiroga fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Brandon dijo...

Facinante.
Es la primera vez que entro a este blog y es increible!
seguire leyendo con mucho interes.
Gracias!!!!



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