«La habitación del miedo»: William Hope Hodgson; relato y análisis


«La habitación del miedo»: William Hope Hodgson; relato y análisis.




La habitación del miedo (The Room of Fear) es un relato de terror del escritor inglés William Hope Hodgson (1877-1918), publicado de manera póstuma en la edición de junio de 1983 de la revista Etchings and Odysseys. Se desconoce la fecha en la que fue escrito, pero se sospecha que se trata de una historia temprana de W.H. Hodgson.


La habitación del miedo, probablemente uno de los cuentos de William Hope Hodgson menos conocidos, relata la historia de Willie Jackson, un niño de ocho años que debe enfrentar el horror que supone dormir solo por primera vez en una enorme habitación, y completamente a oscuras (ver: Georgie vs. Pennywise: el sótano arquetípico)

SPOILERS.

Al igual que El valle de los niños perdidos (The Valley of Lost Children) y Caballitos de mar (Sea Horses), La habitación del miedo trata sobre el destino de un niño, y cómo este se enfrenta a los miedos de la infancia, en este caso, dormir solo en una habitación a oscuras. Por otro lado, existe un elemento de presión psicológica aun más fuerte que las espeluznantes apariciones que atormentan al pequeño Willie: su madre, quien asegura que prefiere verlo muerto que convertido en un niño cobarde (ver: Casas como metáfora de la psique en el Horror).

La habitación del miedo resuena en algunos cuentos posteriores de W.H. Hodgson, como La entrada de monstruo (The Gateway of the Monster) y La habitación que silbaba (The Whistling Room), pertenecientes al ciclo de Carnacki; sin embargo, aquí hay algunos elementos autobiográficos que transforman a La habitación del miedo en una pieza que se percibe más como una crónica, y no como ficción. ¿Acaso la madre de W.H. Hodgson le dijo —como la madre de Willie— que preferiría tener un hijo muerto que uno cobarde? (ver: La Casa como entidad orgánica y consciente en el Gótico)

Atormentado por unas manos espectrales que se ciernen sobre él, Willie decide ser valiente, y permanecer aterrorizado en la cama por la noche. El miedo a perder el amor de su madre es incluso más fuerte que su terror. Sin embargo, cuando aquellas manos ciclópeas —de algún modo, expresiones del dedo acusador de su madre— se acercan lo suficiente como para tocarle la cara, el niño grita, histérico, y se vuelve catatónico (ver: ¡No mires! Bueno, quizás un poco).

La historia concluye tres años después. Willie está a punto de salir del manicomio. Se ha recuperado. Su madre ahora siente más simpatía por él, probablemente debido al sentimiento de culpa, y nadie más vuelve a entrar en la habitación del miedo.

Decíamos que existen varios elementos autobiográficos en La habitación del miedo. William Hope Hodgson sufría espantosamente el miedo a la oscuridad. En cierto modo, esto lo transformó en escritor. Se quedaba despierto toda la noche escribiendo, y buena parte de su producción literaria procede de aquellos primeros escritos. Él mismo aseguraba ser un hombre sensible, en el término psíquico de la palabra. Sus visiones nocturnas, sus experiencias paranormales, lo llevarían a construir una especie de alter ego, un detective paranormal: Carnacki, quien resolvía este tipo de misterios con una armoniosa combinación de valor e intelecto.

Pero en La habitación del miedo no hay ningún alter ego que intervenga, ningún padre afectuoso que reconforte a Willie, y ciertamente ninguna madre comprensiva. Solo la niñera parece comprender que el miedo de Willie es real, y atroz, y que enfrentarlo por el amor de su madre constituye uno de los actos de coraje más extraordinarios que puedan imaginarse.




La habitación del miedo.
The Room of Fear, William Hope Hodgson (1877-1918)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


I

Willie Johnson yacía en la gran cama, muy silencioso y rígido. Ese día había llegado a su octavo cumpleaños, y como consecuencia de ello, comenzaba a ser, como su padre le había dicho en el desayuno esa mañana, un niño grande. Había sido ascendido de la guardería nocturna y la compañía de su hermana pequeña, Jenny, y el bebé, al estado de un dormitorio para él solo.

Había rogado con todas sus fuerzas que le permitieran quedarse en la guardería nocturna; pero su padre se había burlado de él por su infantilismo y su madre había negado su deseo con unas breves palabras. Su niñera, Nanny Josephs, se había sentado con él durante algún tiempo para hacerle compañía; porque sabía algo del miedo a la oscuridad en que había vivido el hombrecito todos sus cortos días; pero su madre le había ordenado que se fuera, diciéndole que estaba complaciendo la cobardía del niño, que él tendría que aprender a superar.

Su madre se había quedado con él unos minutos después de la partida de Nanny, haciendo algunos comentarios agudos sobre la falta de coraje de su pequeño hijo, que, en verdad, la dolían en un lugar muy tierno; porque, por encima de todos los pecados, no consideraba ninguno tan vil como el de la cobardía.

Luego le dio un beso frío, reprobatorio y de deber, y salió a la luz del pasillo, encerrando al hombrecito a solas con la oscuridad. Sin embargo, era una buena mujer, con algo de sangre fría, es cierto; sin embargo, de ninguna manera le faltaba afecto. También era una mujer muy orgullosa, y ni los Johnson ni los Lemot —su propia familia— habían contado jamás al vicio del miedo entre sus muchos otros. Y ahora, aquí había dado a luz a un hijo que era un cobarde hasta su pequeña médula. Sin embargo, quedarse solo debería curarlo. Dudo que haya pensado siquiera en la alternativa.

Debería estar curado. No había nada más. ¡Ciertamente debería estar curado!

Bajó las escaleras y se acercó a su marido. Al hombre corpulento y rubicundo le contó en pocas palabras su reprimenda de la conducta de la niñera y citó un fragmento de la conversación que había tenido lugar entre ellos:

—Le pregunté si pensaba que Willie se convertiría en un niño varonil si ella lo complacía de esa manera; y tú qué crees, John, la estúpida dijo: Estoy pensando, señora, que los niños ven las cosas como nosotros no podemos. Le ordené que se fuera de la habitación al instante. No es de extrañar que Willie tenga miedo de irse a la cama solo si escucha a su niñera diciendo estas cosas.

Arriba, solo en el dormitorio oscuro, Willie yacía en la frialdad de la gran cama, un pequeño átomo humano, rígido, demasiado congelado por el miedo incluso para cubrirse la cara con las mantas.

Mira con ojos bien abiertos una gran sombra contra el alto techo. Parece tomar una forma espantosa, como una gran mano. Se completan los cuatro dedos gigantes, y ahora brota el pulgar enorme de la palma, aún indefinida. Y el hombrecito está solo en la oscuridad, que parece a mil millas de toda camaradería humana. Se vuelve aún más rígido, sus ojos se abren más. De repente, se da cuenta de que la mano aún incompleta se ha movido hacia abajo corporalmente y los dedos están torcidos hacia él.

Desciende quizás un pie entero y se detiene. El niño apenas respira y sus pies, columna vertebral, manos y frente, sudan fríamente. Sus sentidos parecen haberse vuelto sobrenaturalmente agudos, y oye, inconscientemente, un retumbar sordo y regular en sus oídos que parece llenar y palpitar a través de la gran habitación oscura.

En su pequeño corazón hay un deseo: la oración para poder ponerse la ropa de cama sobre su cabeza; pero sabe que la mano torcida se abalanzará en el instante en que se mueva aunque sea una pulgada. Pasan sesenta segundos, sesenta minutos de agonía inmortal, una agonía que solo los nervios frescos de un niño asustado pueden conocer.

Entonces los ojos fijos notan un lento movimiento en la masa de sombras que sobresale. Está... retrocediendo, lentamente, muy lentamente, encerrándose en sí misma, encogiéndose, desvaneciéndose; pero todo el tiempo en constante movimiento, convulsionando. Se ha elevado cerca del techo y se ha convertido en poco más que una pequeña sombra.

El niño en la cama da un movimiento espasmódico y en un instante está debajo de las ropas. El corazoncito aliviado golpea contra las frágiles costillas, de modo que las cortinas del gran lecho tiemblan con cada latido. ¡Verdaderamente será curado!

Abajo, en la sala de servicio, la cocinera y la niñera están hablando:

—Son una familia valiente, de parte de la señora —dice la cocinera—. Creo que ella no sabe lo que es estar asustado. Y le he oído decir que prefiere que el niño sea un ladrón que un cobarde.

—El amo Willie no es un cobarde. Siempre ha sido un niño sensible, y debo admitir que le tiene miedo a la oscuridad; pero todos los niños sienten eso. A veces he pensado que podían ver más que nosotros los adultos. Pero crecen, y él también lo hará si la señora le da tiempo.

—La señora no es de las que dan tiempo. Con ella es matar o curar. Está deprimida por la cobardía en su propia carne, pero ella es justa y franca en su trato con la gente, y bastante amable a su manera.

—No estoy diciendo que no lo sea, pero no entiende al amo Willie. No hay un niño más dulce en ningún lado, y es lo suficientemente valiente a su manera. No es solo la oscuridad lo que le asusta. Teme a ese dormitorio en el que lo ha puesto la señora. Le dije que si no podía quedarse en la guardería nocturna, seguramente se quedaría bien en la pequeña habitación del ala este. Durmió allí el tiempo que la señorita Jenny tuvo sarampión. Pero ella me dijo que me callara y me envió fuera de la habitación. ¡Tiene muy buen temperamento cuando empieza!

—No veo comentó la cocinera— cuál es la importancia de la habitación en la que esté, sobre todo si el problema está en la oscuridad, como se temía.

—Ya te lo he dicho, no es solo la oscuridad lo que le asusta. Tiene miedo de esa habitación del ala oeste, y siempre lo ha tenido. No sé por qué. Es una hermosa habitación; pero me parece que hay algunas habitaciones en las que los niños parecen sentir miedo tan pronto como pusieran un pie dentro. Me atrevería a decir también que no siempre es sin razón. Intenté decirle eso a la señora; pero no fue nada bueno.

—No recuerdo haberle tenido miedo a una habitación cuando era un joven —comentó la cocinera, reflexiva, y puliendo su cara roja contra el delantal.

—Sin embargo, no te atreves a bajar a los sótanos de esta misma casa a menos que tengas a alguien contigo. ¡Y ya pasas de los cuarenta y cinco!

Y, diciendo esto, la niñera se volvió y la dejó.


II

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Willie estaba tranquilo y pálido; pero por lo general era un niño tranquilo, y también pálido, por lo que esto no atrajo una atención particular. Su padre bromeó con él de buen humor sobre su falta de aprecio por su nuevo dormitorio, y le preguntó cómo se las habría arreglado en los viejos tiempos si hubiera querido ser un caballero, considerando que tendría que haberse sometido a una noche entera de vigilia en una gran iglesia, solo. A lo que Willie respondió sinceramente que no le habría gustado. Ante esta respuesta, su madre se volvió y lo miró fijamente; pero no dijo nada durante unos momentos. Luego:

—¡Preferiría verte muerto que cobarde, Willie! —comentó con una tranquila sencillez—. Nunca ha habido un cobarde en nuestra familia hasta ahora —se detuvo un momento—. ¿Puedes entender eso, Willie? Todos nuestros hombres han sido famosos por su valentía, desde el Conquistador, ¿no es así, John? —concluyó, volviéndose hacia su marido.

Sir John asintió lentamente con la cabeza, y una mirada de orgullo y pesar entremezclados apareció en sus ojos —el orgullo era por su raza—, lamentándose por no haber tenido la oportunidad en su tranquila vida rural para agregar a las tradiciones familiares de grandes hazañas. Sin embargo, en un momento volvió a estar ocupado desayunando; porque era un hombre sano y vigoroso, aficionado al deporte y la vida al aire libre, y no demasiado dado a los sentimientos. De vez en cuando, en el transcurso de la comida, tocaba cordialmente la debilidad de su pequeño hijo; pero a sus preguntas directas, el niño no respondía más que Sí, señor o No, señor. Porque estaba ocupado con pensamientos extrañamente amargos para un niño tan pequeño.

El comentario frío y sincero de su madre había mordido el cerebro y el corazón del niño, y había despertado más que su orgullo; porque Willie amaba a la mujer algo severa de una manera apasionada y tranquila, y con un curioso elemento de reverencia, que podría haber sido menos desarrollado si ella le hubiera mostrado más del lado materno.

Y debido a su amor por ella, ese comentario: Preferiría verte muerto que ser un cobarde, Willie, como ya he dicho, había despertado más que su orgullo. Había despertado una gran determinación dentro de él para ganar su aprobación, venciendo su miedo a la oscuridad y a esa habitación.

Terminado el desayuno, se dirigió a su institutriz.

Durante todo el día, el niño tiene el miedo de que la noche lo oprima, y aunque trata valientemente de quitárselo de encima, se encuentra en un estado de nerviosismo tenso cuando llega la noche. Más tarde, cuando entra con su niñera al gran dormitorio, siente un pequeño estremecimiento de pura aprensión, y su mirada se desvía rápidamente, la acción está tan llena de miedo que la enfermera se sobresalta un poco y retrocede un paso.

—¡Cómo me asustó, maestro Willie! —ella lo reprime, mientras procede a ayudarlo a meterse en la cama—. Pensé que habías visto algo.

Cuando él está en la gran cama, se le ocurre un pensamiento bondadoso, y da la vuelta a la habitación, asomándose por los grandes armarios, detrás de las cortinas y debajo de la cama. Entonces ella le asegura que no tiene nada de qué temer, y luego, con un beso, se va; pero deja la puerta un poco entreabierta a propósito, de modo que un poco de luz de la lámpara exterior se cuela en la oscuridad de la habitación.

Sin embargo, Willie no tiene conocimiento de esto; porque, en el instante en que ella ha comenzado a tirar de la puerta detrás de ella, él se ha sumergido bajo la ropa, y allí lo encuentra su madre, muy silencioso y asustado y bien despierto cuando se acerca a darle las buenas noches. Está enfadada con él y un poco desdeñosa. Después de eso, bajando la ropa para dejar su rostro al descubierto, lo besa sin emoción y sale de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella.

Durante un tiempo, después de que ella se haya ido, el niño yace en silencio, con los ojos cerrados con fuerza. Se siente tentado a abrirlos; pero resiste. Sin embargo, la tentación se hace más fuerte, de modo que tiene que apretarlos fuertemente para mantenerlos cerrados, y así pasan unos minutos dolorosos; luego, abruptamente, los abre y mira hacia la oscuridad sobre él.

Justo encima de él, cerca del techo, aparece una mancha un poco más oscura en medio de la oscuridad. Mientras lo mira con ojos reticentes, comienza a moverse, lentamente al principio; luego rápidamente. Crece y comienza a tomar forma. De nuevo ve la mano gigante formarse dedo a dedo.

El enorme pulgar sobresale de un lado de la masa; entonces todo se hunde corporalmente hacia él; pero se detiene con una sacudida, tal vez, a medio camino entre el techo y la cama.

El niño se ha puesto rígido. De nuevo llega ese sonido sordo y retumbante que llena la habitación oscura. Por encima de él, los grandes dedos están temblando. Entonces, de repente, se inclinan hacia él; y la mano misma desciende corporalmente con un tirón. El niño está empapado en sudor frío; pero no tiene conocimiento de ello; todas sus facultades están concentradas para mantenerse perfectamente quieto, no moverse y atraer a ESO sobre él.

Está presionando con fuerza contra la cama con un terror feroz, para alejarse lo más posible de la cosa. El sonido retumbante llena la habitación como un trueno y el niño comienza a recuperar el aliento. Lucha por mantenerse en silencio, inamovible. ¡Si pudiera cubrirse la cara con la ropa!

Entonces empieza a ver dos manos, y más, manos por todas partes, todas borrosas y grandes. Luego se hunde hasta los pies de la cama y las manos se han ido.


III

Durante todo el día siguiente, es evidente para la institutriz que Willie no es él mismo. Está pálido y nervioso, salta cuando se golpea una puerta, y no hace mucho con sus lecciones. En el desayuno, incluso su padre ha notado su palidez cada vez mayor y lo menciona; pero su esposa interviene, tal vez un poco bruscamente, diciendo que se debe a que Willie se ha acostumbrado a dormir debajo de la ropa de cama, y que tuvo que descubrirlo a la fuerza cuando entró la noche anterior.

Esa noche, cuando la niñera lo lleva a la cama, le repite la bondadosa búsqueda de la noche anterior, asegurándole que no tiene nada de qué temer, a lo que él responde, con coraje, que no va a tener más miedo. Y entonces ella lo deja.

Ahora bien, en esta noche, por alguna razón, tal vez porque el niño está tan agotado por la tensión, se va a dormir sin que ningún fantasma lo moleste, y se despierta sintiéndose casi como él mismo por la mañana, y con un nuevo y extraño sentido de confianza en su valentía. Fortalecido en este sentimiento, se acerca a su madre después del desayuno, cuando su padre ha salido.

—Madre —dice tímidamente—, dejé de ser un cobarde. Nunca sentí miedo en absoluto anoche, y nunca me puse la ropa por la cabeza.

—Me alegra escucharlo, Willie —responde; pero sin mucho entusiasmo; porque, para ella, arremeter contra tal cosa es un asunto tan insignificante que casi preferiría que su pequeño hijo no hubiera dicho nada, antes que presentar una cosa tan pequeña como prueba de valor.

Por su parte, el chico siente repulsión. Siente que ha logrado una victoria gigantesca y no puede comprender la absoluta incapacidad de su madre para apreciarla. Sus enemigos nocturnos estaban más allá de la imaginación de cualquiera.

Esa noche, su nueva confianza se rompe. Ve cómo la mano gigante se forma, como en ocasiones anteriores, y se acerca a él, hundiéndose tan cerca que parece morir de asfixia. La habitación se llena con el mismo trueno sordo y, por fin, el pobre niño se desmaya de golpe, reapareciendo a intervalos durante la noche.

En el desayuno de la mañana siguiente, su palidez y su aspecto general de mala salud provocan alguna observación; pero el niño niega que haya estado durmiendo con la cabeza debajo de la ropa, cuando su madre lo obliga a hacerlo, y hay algo de orgullo inconsciente en su negación que la desconcierta levemente.


IV

Esa noche, cuando la niñera lleva a Willie a la cama, su terror es tan palpable, que ella está a punto de bajar con su ama y darle, como ella dice, un fuerte reproche. Sin embargo, después de un rato, el niño se calma y le asegura con una vocecita un tanto tensa que no tiene miedo. Ante esto, después de haber buscado dos veces por la habitación y permanecer junto a él todo el tiempo que se atrevió, tiene que dejarlo y cerrar la puerta tras ella; porque su ama le ha hablado de dejarla abierta un par de noches antes.

Entonces comienza para el hombrecito nervioso un tiempo de tortura lúgubre y terrible. Intenta obedecer a su madre y mantiene la ropa por debajo de la barbilla; pero cierra los ojos con fuerza y decide no abrirlos; sin embargo, a pesar de su determinación, en diez minutos está mirando asustado hacia una masa de sombras cerca del techo. La gran mano se está formando. Ve los enormes dedos crecer y vacilar en la oscuridad. Luego hace un gran intento y cierra los ojos; sin embargo, ahora que sabe que la cosa está ahí, es peor tenerlos cerrados que abiertos; pues imagina que se ha acercado, que le toca la cara, y entonces, con algo parecido a un grito, abre los ojos y mira.

La mano ha crecido mientras sus ojos han estado cerrados, e incluso mientras mira, la cosa baja con su acostumbrado tirón. Intenta reunir el valor suficiente para agarrar la ropa y sacársela por la cabeza; porque su miedo ha dominado su poder de obedecer. Sin embargo, ya ha superado la capacidad de moverse y solo puede permanecer allí, rígido y presionando loca y silenciosamente contra la cama.

El retumbar ha vuelto a la habitación, palpitando solemnemente y haciéndose más fuerte. Sobre él, la mano yace inmóvil en la oscuridad; pero solo por un segundo; luego comienza a moverse de un lado a otro con un peculiar movimiento ondulante, los grandes dedos girando y girando rápidamente. De repente se detiene y el gran índice se inclina hacia él, hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo… El estruendo cesa de repente y luego se retira el dedo.

Entonces todo se vuelve más claro a su vista, y el estruendo retumba una vez más a través de la habitación; pero de forma más irregular. Durante un tiempo, el niño apenas es consciente de nada más que de un sentimiento de enfermedad mortal, y detrás de eso, el miedo abrumador. La sensación de enfermedad desaparece y el miedo predomina. La mano está más cerca y ahora, por primera vez, se ve claramente una muñeca gigantesca. Por un tiempo permanece inmóvil; luego, de nuevo, el dedo índice largo y sombrío se inclina hacia él; pero solo para retirarse inmediatamente, y, después de eso, la mano permanece quieta.

De repente, Willie se da cuenta de que está cayendo sobre él, lentamente, casi imperceptiblemente… abajo… abajo… abajo…

El estruendo se apaga cuando mira la gran masa de sombras que cae sobre él. Sin moverse, aún se agacha un poco más hacia atrás contra la cama. Un sudor frío le corre por la cara. Ve los cuatro grandes dedos y el pulgar bajar directamente hacia su cara. En el mismo instante grita y luego algo se rompe y deja de gritar…


V

Abajo, en el gran comedor, Sir John y su dama están terminando de cenar. El doctor Lubbock está en la mesa con ellos y escucha atentamente a la señora. Ella le ha pedido que venga a cenar, porque desea tener una pequeña charla sobre Willie. Se ha sentido un poco incómoda por la palidez del niño y el aspecto de mala salud de la mañana. Lady John deja de explicar y el doctor comienza a hablar:

—No debería preocuparse por él. Es un niño nervioso y lo superará al crecer; pero me inclinaría a dejarlo volver a la guardería nocturna, durante un tiempo al menos. Entraré mañana y echaré un vistazo al joven…

En este instante es interrumpido por un fuerte grito en la habitación de arriba, y luego el ruido de algo que golpea el suelo con un golpe sordo y distintivo. Sir John se pone de pie, pero su dama está delante de él y está en la puerta, con el rostro algo pálido. Se oyen pasos corriendo en las escaleras del frente, y la niñera irrumpe sobre ellos, su cabello volando, sus ojos salvajes y brillantes a la luz de la lámpara.

—¡Es en la habitación del maestro Willie! —jadea, y luego la madre la arroja a un lado y corre hacia las escaleras, con su marido detrás.

El doctor los sigue sin decir una palabra. Los alcanza en la puerta de la habitación de Willie. Lady John enciende la lámpara del pasillo. Gira la manija y entra. La cama está vacía, las sábanas tiradas a un lado. Se paran y miran alrededor; entonces la madre lanza un grito:

—¡Willie! —y corre hacia el lavamanos.

Acurrucada a su lado, en un rincón, hay una pequeña figura vestida de blanco, temblorosa y silenciosa. La luz de la lámpara ilumina los ojos que no comprenden.


VI

Han pasado tres años, tres años en los que la mano dura del dolor se ha ocupado de la madre de Willie. Sin embargo, ahora ella no es de ninguna manera una mujer de aspecto triste mientras ve a un niño delgado, bronceado y de aspecto saludable que se acerca saltando por la playa. Es Willie, a quien en un momento pensó que se había ido para siempre; pero, por la gracia de Dios, la sombra ha pasado, y ahora está recuperando todo aquello por lo que ella oró con tanta desesperación en esos dos primeros años.

Más aún, con mayor salud, el niño ha adquirido un valor tal que habría calentado su corazón en los viejos tiempos; pero ahora, aunque no deja de hacerlo, el deleite está siempre teñido por el recuerdo de una cierta noche de terror, en la que, por primera vez, se encontró cara a cara con el lúgubre espectro: el MIEDO, y llegó a conocer algo de la agonía por la que ha pasado el niño, su hijo.

Mañana regresan a Blakenhouse Hall; no han estado cerca desde la noche en que encontró a su hijo, un pequeño loco, agachado junto al lavamanos. Pero hay una cierta habitación del miedo en la que ni él ni ella volverán a entrar jamás; porque los albañiles han tapiado la puerta. Y el terror puede mantener su reino siniestro allí sin ser perturbado.

William Hope Hodgson (1877-1918)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de William Hope Hodgson.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de William Hope Hodgson: La habitación del miedo (The Room of Fear), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

El autor ha sabido usar sus miedo, como fuente de inspiración.
Algo de eso se nota en el detective de lo oculto, Thomas Carnacki, enfrentando a habitaciones inquietantes, experimentando el terror.

Poky999 dijo...

Concuerdo con la primera opinión. El miedo descrito es un prototipo para las películas de cine o no¿?



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