«La entrada del monstruo»: W.H. Hodgson; relato y análisis.
La entrada del monstruo (The Gateway of the Monster) es un relato de fantasmas del escritor inglés William Hope Hodgson (1877-1918), publicado originalmente en la edición de enero de 1910 de la revista The Idler, y luego reeditado en la antología de 1913: Carnacki: el cazafantasmas (Carnacki, the Ghost-Finder).
La entrada del monstruo, uno de los relatos de W.H. Hodgson más celebrados, pertenece al ciclo de historias de Carnaki, probablemente uno de los detectives paranormales más importante del período —junto a John Silence—. De hecho, se trata del primer cuento de Carnacki en ser publicado.
La historia desarrolla una dinámica que luego se volverá frecuente en el ciclo: un grupo de acólitos visita a Carnacki para que este les relate su última aventura, en este caso, la visita a una casa embrujada que mantiene en vilo a sus habitantes, y cuyas habitaciones parecen estar pobladas por entidades sobrenaturales realmente astutas.
Si bien es cierto que La entrada del monstruo es, en esencia, un relato de detectives, también es justo aclarar que Carnacki no es precisamente un típico detective literario, sino más bien un investigador paranormal que no vacila en emplear sus conocimientos en el ámbito del ocultismo, como el uso de pentáculos y pentagramas, para resolver casos que nadie más se atreve a abordar.
La entrada del monstruo.
The Gateway of the Monster, William Hope Hodgson (1877-1918)
Thomas Carnacki, el famoso investigador de historias de fantasmas reales, cuenta aquí sus increíbles y extrañas experiencias en el Pentáculo Eléctrico
En respuesta de la usual tarjeta de invitación para cenar y escuchar una historia, arribé prontamente al 427 de la avenida Cheyne, para encontrarme con los otros tres que usualmente eran invitados a estas reuniones. Cinco minutos después, Carnacki, Arkright, Jessop, Taylor y yo estábamos ocupados en la amena ocupación de la cena.
—Tu no has estado fuera durante mucho tiempo, esta vez —remarqué mientras terminaba mi sopa; olvidando momentáneamente el disgusto de Carnacki de ser interrogado sobre los ribetes de su historia hasta antes que estuviera listo. Entonces él no escatimaría palabras.
—Esto es todo —replicó con brevedad, y cambié el tema, remarcando que había comprado una nueva arma, novedad que respondió con un cabeceo inteligente y una sonrisa que supuse mostraba una genuina apreciación de buen humor sobre mi intencional cambio en la conversación.
Más tarde, cuando la cena hubo terminado, Carnacki se apoltronó confortablemente en su gran sillón, junto con su pipa, y comenzó su relato, con una breve perífrasis:
—Tal y como Dogson nos remarcó, solo estuve fuera un corto tiempo, y por una muy buena razón: estuve en un lugar cercano. La localidad exacta me temo que no les puedo decir; pero está a menos de veinte millas de aquí; aunque, excepto por el cambio de un nombre, esto no echará a perder la historia. ¡Y qué historia! ¡Una de las más extraordinarias que jamás protagonicé!
Recibí hace unos quince días una carta de un hombre que voy a llamar Anderson, solicitando una entrevista. Arreglé una hora, y cuando vino, me dijo que quería que investigara y viera que había de cierto en un viejo y autenticado caso de lo que llamaremos encantamiento. Me dio muchos detalles, y finalmente, como si tal cosa pareciera única, decidí tomar el caso. Dos días después, a la tarde, fui a su casa. Estaba en una localidad antigua, en medio de sus propios terrenos. Anderson le había dejado al mayordomo una carta, en la que pedía perdón por su ausencia, y dejaba la casa entera a mí disposición para la investigación. El mayordomo evidentemente sabía del objeto de mi visita, y yo le hice varias preguntas durante la cena, la cual la tomé solitario.
Él era un viejo y privilegiado sirviente, y conocía la historia del Cuarto Gris en todos sus detalles. Me contó más detalles sobre un tema que Anderson había mencionado solo de manera casual. El primero era que se escuchaba la apertura y posterior azote de la puerta de la Habitación Gris durante la noche, a pesar que se la suponía cerrada con llave, la cual estaba guardada en la despensa. El segundo era que las cobijas siempre eran encontradas fuera de la cama, y apiñadas en un manojo, como si hubieran sido arrojadas violentamente, en un rincón de la estancia. Pero era el portazo lo que incordiaba mayormente al viejo mayordomo. Muchas veces, me contó, se había despertado y temblando de pavor, se quedaba escuchando; algunas veces la puerta era azotada repetidas ocasiones, ¡thud! ¡thud! ¡thud!, así que no le era posible dormir en toda la noche.
De Anderson, supe que la habitación tenía una historia que se remontaba ciento cincuenta años atrás en el tiempo. Tres personas habían muerto estranguladas ahí, un ancestro de él y su esposa e hijo. Esto era auténtico, y experimenté algún dolor en comprobarlo, así que ustedes se podrán imaginar que sentimiento tenía cuando comencé a investigar el caso, y como estaba cuando subí las escaleras, luego de la cena, para dar un vistazo a la Cuarto Gris. Peter, el viejo mayordomo, me había asegurado con mucha solemnidad que en la totalidad de sus veinte años de servicio en la casa, nadie había entrado en la habitación luego del atardecer. Me rogó de manera paternal, que esperara a la mañana siguiente, donde no habría peligro, y él mismo me podría acompañar. Por supuesto, le sonreí un poco, y le contesté que no tenía que molestarse. Le expliqué que no haría más que echar un vistazo y quizás poner un par de precintos. No tenía nada que temer; estaba acostumbrado a este tipo de cosas. Pero se sacudió su cabeza cuando lo dije.
—No hay muchos fantasmas como los nuestros, señor —me aseguró, con fúnebre orgullo.
Y, ¡por Júpiter! él tenía razón, tal y como ustedes verán a continuación.
Tomé un par de candelas, y Peter me siguió, con su manojo de llaves. Él destrabó la puerta; pero no ingresó conmigo. Evidentemente estaba asustado, y volvió a formular su súplica, de posponer mi examen hasta la mañana siguiente. Por supuesto, me volví a reír y le dije que podía vigilar en la puerta y atrapar cualquier cosa que saliera fuera.
—Nunca sale, señor, —me dijo en su divertida, antigua y solemne manera. De todas maneras me hizo sentir como si fuera a tener enfrente al fantasma.
Lo dejé ahí, y examiné el cuarto. Era una estancia amplia, y bien amueblada, de estilo imponente, con un gran cuadro. Había dos candelabros en la repisa de la chimenea y dos por cada una de las tres mesas que había. Alumbré todo el sitio, y a pesar de que el cuarto tenía esa atmósfera de sombría crueldad, estaba un poco más fresco, y bien cuidado. Luego de tomar un buen vistazo sobre toda la estancia, puse algunos precintos sobre las ventanas, sobre las paredes, sobre los cuadros, y sobre el hogar de la chimenea y los armarios. Todo el tiempo que estuve trabajando, el mayordomo se quedó parado justo frente a la puerta, del lado del pasillo, y no pude decir nada que pudiera persuadirlo de entrar, a pesar que bromeé un poco mientras ponía los precintos e iba de aquí para allá. Una y otra vez me decía:
—Usted me excusará señor, pero desearía que saliera. Estoy temblando por usted.
Le dije que no necesitaba esperar; pero él era leal a lo que consideraba lo que era su labor. Dijo que no se iría y me dejaría solo ahí. Se disculpó; pero me aseguró que no comprendía claramente el peligro del cuarto; y como podía ver, estaba bastante asustado. Pero mi trabajo consistía en dejar la habitación de manera que pudiese saber más tarde si algún material había entrado; así que le rogué que no se preocupara por mí, a no ser que realmente escuchara algún ruido. Él estaba logrando ponerme nervioso, y me hacía sentir como que había algún mal en la habitación, sin que hubiera pasado nada malo.
Durante un momento estuve extendiendo precintos sobre el piso y sellándolos, de manera que el mínimo toque los hubiera roto, como por ejemplo si alguien se aventurara en el cuarto en la oscuridad para gastar una broma. Todo esto me estaba tomando algo de trabajo; y, súbitamente, escuché que el reloj daba las once. Me había sacado el abrigo ni bien había empezado a trabajar; así que cuando dieron las once ya había casi terminado, y caminé hacia el sofá. Estaba por precintarlo cuando la voz del viejo mayordomo (que no había dicho una palabra durante la última hora) sonó aguda y atemorizada:
—¡Salga, señor, rápido! ¡Algo va a pasar! ¡Dios!
Salté y en el mismo momento uno de los candelabros de la mesa de la izquierda de la cama, se apagó. Ahora bien, si fue el viento, o que, no lo se; durante ese momento estaba bastante sobresaltado para correr hacia la puerta; sin embargo ahora estoy feliz de decir que me levanté, antes de terminar. Caminé a través de la estancia y miré alrededor de las mesas a los lados de las camas, pero no vi nada raro. Apagué el candelabro que aún estaba encendido, luego fui hacia los que estaban en las otras dos mesas, y también los apagué. Finalmente salí de la habitación, y el viejo me dijo:
—¡Oh! ¡Señor, se lo dije! ¡Se lo dije!
—Está bien, Peter —le dije, y, por Dios que mi voz no era tan firme como me hubiera gustado.
Di algunas zancadas, como ustedes se podrán imaginar. Cerca de la puerta, tuve el presentimiento súbito que había un viento frío en la habitación. Era como si la ventana hubiera sido abierta por un momento. Fui a la puerta y el viejo mayordomo retrocedió un paso, de manera instintiva.
—Ten las velas, Peter —le dije, y se las puse en las manos.
Volví, y tomé la manija de la puerta y le di un portazo, con fuerza. De algún modo, saben, cuando lo hice, creí sentir algo que la empujaba; pero tuvo que ser mi imaginación. Le di una vuelta a la llave de la cerradura, y luego otra vuelta más. Por último puse un precinto en la puerta, insertando una de mi tarjetas en la ranura de la llave, sellándolo por supuesto; luego me guardé la llave en el bolsillo, y bajé con el mayordomo las escaleras; estaba nervioso y silencioso. ¡Pobre viejo! Le hice pasar dos o tres horas de gran tensión.
Cerca de la medianoche, me fui a la cama.
Mi cuarto estaba al final del corredor sobre el que estaba la puerta del Cuarto Gris. Conté las puertas entre esta y la mía, eran cinco. Y les aseguro que comprenderán que no estaba apenado. Cuando había comenzado a desvestirme, una idea vino a mi mente, y tomé mi candela y cera de sello, y volví a salir y sellé las puertas de las cinco habitaciones en cuestión. Si alguna puerta se azotaba durante la noche, tenía que saber cual era. Regresé a mi cuarto, cerré la puerta, y me metí en la cama. Fui despertado súbitamente de un profundo sueño por un estrepitoso sonido que provino de alguna parte del pasillo.
Me senté en la cama y escuché y no conseguí escuchar nada más. Encendí mi bujía. Fue en el momento en que la prendí que resonó otro violento portazo, desde el corredor. Salté fuera de la cama, y tomé mi revólver. Destrabé mi puerta, y salí al pasillo, teniendo mi candela bien alta, y manteniendo presto mi pistola.
Entonces pasó una cosa muy extraña. No podía avanzar un paso hacia el Cuarto Gris. Ustedes saben que no soy un tipo realmente cobarde. He estado en muchos casos conectados con cosas fantasmales, para ser acusado de tal cosa; pero les debo decir que estaba acobardado, tal y como un niño. Había algo muy perverso en el aire de la noche. Me eché para atrás, a mi dormitorio, y cerré y trabé la puerta. Entonces me senté en la cama, toda la noche, y escuché los sonidos de la puerta del corredor. El sonido pareció tener eco a través de toda la casa.
El día llegó rápido, y me lavé y vestí. La puerta no se azotó durante una hora, y yo había vuelto a mi tranquilidad. Me sentí avergonzado de mí mismo; de una manera esto era tonto, cuando uno está interfiriendo con este tipo de cosas, sus nervios están de punta, algunas veces. Y yo solo me senté y me quedé quieto y me dije a mí mismo cobarde hasta que llegó la mañana. Algunas veces es más que cobardía, me imagino. Creo a veces que es algo que le advierte a uno, y lucha por uno. Pero, al final, me sentía vil y miserable, luego de aquella situación.
Cuando hubo amanecido propiamente, abrí mi puerta, y, teniendo siempre mi revólver a mano, caminé lentamente por el pasillo. Había llegado a las escaleras, y en el camino, ¿a quién podía ver subiendo? Al viejo mayordomo, que venía con una taza de café. Se había metido el camisón de dormir dentro de sus pantalones y estaba calzado con un viejo par de pantuflas.
—Hola Peter —le dije, sintiéndome de repente alegre; estaba tan feliz como un niño perdido que se encuentra de pronto con un ser humano.
El viejo dio un tropiezo y volcó un poco de café. Me miró fijamente y pude ver que su mirada era cándida. Subió las escaleras y me dio la bandeja, diciendo:
—Es muy grato para mí que el señor esté seguro y bien, por un momento temí que usted pudiera correr algún riesgo entrando en el Cuarto Gris. Estuve despierto toda la noche, con el sonido de la Puerta. Y cuando salió el sol, pensé que sería bueno hacerle un café. Me imagino que querría ver los precintos, y creo que a es más seguro si somo dos, señor.
—Peter —dije, mientras bebí el café de un sorbo— es usted muy atento. Vamos —lo invité— a echar un vistazo a esos precintos, a ver si las Bestias dejaron alguno sano.
—Estoy muy agradecido, señor —replicó—. Los de carne y hueso no podemos hacer nada, señor, contra el demonio; y eso es lo que está en el Cuarto Gris después de la caída del sol.
Examiné los precintos de todas las puertas, y solamente el de la puerta del Cuarto Gris estaba roto; sin embargo la tarjeta que inserté en la ranura de la llave no había sido tocada. La saqué y destrabé la cerradura, abriendo la puerta y entrando cautelosamente, tanto como ustedes se pueden imaginar. Pero no había nada que me pudiera asustar en la habitación, estaba todo muy iluminado. Observé de nuevo mis precintos, y ni uno había sido removido. El viejo mayordomo me siguió y, de repente, exclamó:
—Las ropas de cama, señor.
Salté hacia la cama y eché un vistazo a todo; y, súbitamente, las cobijas estaban tiradas en una esquina, a la izquierda de la cama. ¡Dios! ¡Pueden imaginar que raro me sentí!
Algo había pasado en la habitación.
Me quedé un instante congelado, mirando las mantas, en el piso. No tenía el mínimo deseo de ni siquiera tocarlas. El viejo Peter, sin embargo, no pareció verse afectado. Se reclinó sobre los cobertores, y ya iba a levantarlos del piso, como, indudablemente, había hecho durante cada día de los últimos veinte años; pero lo detuve. No quería que nada fuera tocado, hasta terminar mi examen. Para ello tardé una hora entera, y luego dejé que Peter enderezara la cama; luego de esto salimos y dejamos la habitación bajo llave. Ya estaba poniéndome nervioso de nuevo.
Di un pequeño paseo y luego desayuné; luego me sentí mejor, y regresé al Cuarto Gris, y, con la ayuda de Peter, y una de las mucamas, examiné lo que me faltaba, la cama y las pinturas. Revisé las paredes, el piso y el cielo raso, con una lente, con martillo y demás; pero sin encontrar nada sospechoso. Y puedo asegurarles, que estaba comenzando a pensar que una cosa muy increíble se había liberado en la habitación durante la noche anterior. Volví a precintar todo, nuevamente, y salí, poniendo llave y precintando la puerta, de la misma manera que antes.
Luego de la cena de esa noche, Peter y yo desempacamos algunas de mis pertenencias, y fijé mi cámara y el flash enfrente del Cuarto Azul, con una cuerda atada del gatillo del disparador al picaporte de la puerta. De esa manera si la puerta realmente se abría, el flash se dispararía y habría posiblemente, una muy extraña fotografía para examinar en la mañana. La última cosa que hice, antes de irme, fue quitarle la tapa al lente; luego de esto me marché a mi recámara, y me metí en la cama; tenía la intención de levantarme a la medianoche, y para asegurarme de esto, dispuse mi pequeña alarma para que me llame a tal hora; además dejé mi candela encendida.
El reloj me despertó a las doce, y me calcé las pantuflas y la bata de dormir. También aparte mi revólver y lo puse en el bolsillo derecho; recién luego abrí la puerta. Iluminé el corredor con la candela, a la que le había removido un panel, de manera que tenía una luz más clara. Caminé por todo el corredor con el mismo y lo deposité en el piso, a unos treinta pies de mi cuarto, con el panel abierto mirando hacia mí, de manera que pudiera ver cualquier cosa que se aproximase por el pasillo. Luego volví y me senté en el portal de mi habitación, siempre con mi revólver a mano, clavando la mirada en el lugar donde instalé mi cámara, frente al Cuarto Gris.
Podría decir que estuve vigilando ahí durante cerca de hora y media, cuando, de repente, escuché un débil ruido, más allá del pasillo. De inmediato fui consciente de una extraña sensación, como si tuviese un escozor en mi nuca, y mis manos comenzaron a sudar un poco. Al siguiente instante, del final del pasillo, vi el abrupto fogonazo del flash. Luego fue la oscuridad, y miré fijamente hacia el corredor, escuchando y tratando de descubrir que era lo que yacía frente al resplandor de mi lámpara, que ahora parecía ridículamente oscurecida en contraste al tremendo fragor del flash.
Luego, mientras seguía atento y escuchando, vino el batacazo de la puerta del Cuarto Gris. El sonido retumbó en todo el largo pasillo, e hizo eco en todas las cavidades de la casa. Les digo, me sentí horrible, como si mis huesos fuera agua. ¡Por Dios! ¡Lo que vi y lo que escuché! Y entonces vino de nuevo: thud, thud, thud.
Y luego un silencio que fue peor que el ruido de la puerta; me estaba imaginando que alguna cosa brutal estaba allá, cuando de repente, mi lámpara se apagó, y ya no podía ver ni a una yarda de donde estaba. Comprendí que todo lo que había hecho hasta ese momento estaba mal, sentado ahí, y salté. En ese momento creí escuchar un sonido en el pasillo, y muy cerca mío. Así que retrocedí nuevamente, y me metí en mi habitación, cerrando y trabando la puerta. Me senté en la cama mirando fijamente la puerta. Tenía el revólver en mí mano; pero me pareció una cosa inútil. Sentía que había algo al otro lado de la puerta. Por alguna misteriosa razón sabía que estaba presionando contra la puerta, y era suave. Eso era lo que pensaba. La cosa más extraordinaria.
En ese momento marqué rápidamente un pentáculo con un trozo de yeso en el piso encerado; y me senté ahí hasta el amanecer. Y todo el tiempo, afuera, en el corredor, la puerta del Cuarto Gris se azotó a intervalos graves y hórridos. Fue una noche brutal y miserable. Cuando amaneció, los portazos del Cuarto Gris comenzaron gradualmente a medrar, y al final, recobré el coraje y salí al pasillo, que estaba a media luz, y fui a tapar el lente de la cámara.
Les confieso, no hubiera querido hacerlo, pero de otra manera mi fotografía se hubiera arruinado, y yo estaba ansioso por revelarla. Regresé a mi cuarto y me dediqué a restregar la estrella de cinco puntas sobre la que había estado sentado. Media hora más tarde golpearon a mi puerta. Era Peter con el café. Cuando lo hube bebido, ambos nos dirigimos hacia el Cuarto Gris. En principio me di cuenta que los precintos de las demás puertas del pasillo estaban intactos. El precinto de la puerta del Cuarto Gris estaba nuevamente roto, y también el hilo que había atado al interruptor del flash; sin embargo la tarjeta en el orificio de la cerradura aún estaba ahí. La arranqué y abrimos la puerta.
No se veía nada inusual hasta que llegué a la cama; vi, tal y como en el día anterior, que las ropas de la misma habían sido quitadas y amontonadas en la misma esquina, exactamente donde habían sido encontradas la mañana anterior. Me sentí muy raro, pero no me olvidé de chequear los precintos, solo para encontrar que ni uno solo había sido removido.
Luego me di vuelta y miré al viejo Peter, y el me miró a mí, inclinando su cabeza.
—Vamos —le dije—. No es lugar para que ningún ser humano entre, sin la correcta protección.
Salimos y volví a cerrar y sellar la puerta.
Luego del desayuno, revelé el negativo; pero la fotografía resultante mostraba solamente la puerta del Cuarto Gris, entornada. Luego dejé la casa, ya que necesitaba ciertas cosas e implementos que me podían ser necesarios para vivir, quizás para el alma, ya que mi idea era la de pasar la siguiente noche en el Cuarto Gris. Regresé en un coche de alquiler, a eso de las cinco y media, con mis aparatos, y junto con el chofer y Peter, los llevé al Cuarto Gris, donde los amontoné cuidadosamente en el centro de la estancia. Cuando hubimos subido todo el material, incluido un gato que compré, volví a cerrar y sellar la puerta, y regresé a mi dormitorio, diciéndole a Peter que no me esperara a cenar. Él respondió:
—Sí, señor.
Y bajó las escaleras, creyendo que yo iba a dar una vuelta, que era exactamente lo que yo quería que creyera, ya que me imaginaba que iba a preocuparse demasiado por mí, si sabía que era lo que intentaba hacer. Me llevé el flash y la cámara a mi habitación, y regresé rápido al Cuarto Gris. Me encerré dentro, y comencé a trabajar, ya que tenía muchas cosas que hacer antes que cayera la noche.
Primero de todo, saqué todas los precintos y etiquetas del piso; luego llevé al gato, aún metido en su canasta, y lo liberé dentro. Regresé de nuevo al centro de la habitación, y tomé el diámetro de la misma, que eran unos veintiún pies. Luego barrí con una escoba, y por último dibujé un círculo con la tiza, teniendo cuidado de jamás pisar la línea. Alrededor del mismo dispuse una ancha franja de ajo. Cuando terminé con esta tarea tomé de entre mis vituallas en el centro, una pequeña jarra de cierta agua. Retiré el parche y removí la tapa. Luego sumergí mi dedo índice izquierdo en el agua, y rodeé el círculo de nuevo, haciendo el Segundo Signo del Ritual Saaamaaa, y dibujando cada Signo lo más cuidadosamente posible.
Les confieso que me sentí más tranquilo cuando hube terminado este círculo. Luego, desempaqué algunas otras cosas de las que había comprado, y puse una vela en el valle de cada Arco del Círculo. Al final de todo dibujé el Pentáculo, de manera que cada una de los cinco puntos de la estrella defensiva tocaba el círculo de tiza. En los cinco puntos puse cinco porciones de pan, cada una envuelta en lino, y en los cinco valles ubiqué cinco jarras de agua, la misma que había utilizado para confeccionar el círculo de agua. Ahora había terminado mi primera barrera protectora.
Cualquier persona, excepto ustedes, que conocen bien mis métodos de investigación, podrían considerar todo esto como algo inútil y procedente de supersticiones estúpidas; pero recuerden el caso del Velo Negro, en que creo que salvé mi vida gracias a una manera muy similar de protección, en tanto que Aster, quien se mofó de todo esto, y no vino conmigo, falleció. Lo leí del Sigsand MS, escrito si mal no recuerdo, en el Siglo XIV. Al principio me imaginé que era solo una expresión de la superstición de la época; y no fue hasta el año pasado en que se me ocurrió probar este método de defensa, como dije antes, durante el caso del Velo Negro.
Luego lo volví a utilizar varias veces, y siempre me mantuvo seguro, hasta aquel caso, el de la Piel Móvil. Aquí la defensa fue solamente parcial, y casi morí dentro del Pentáculo. Luego consulté los experimentos del Profesor Garder con un médium. Cuando rodearon al médium con una corriente, en vacío, él perdía su poder, casi como si lo aislaran de lo Inmaterial. Esto me hizo pensar mucho; y así fue como desarrollé estos Pentáculos Eléctricos, que son la más maravillosa defensa contra ciertas manifestaciones.
Uso la forma de la estrella para la protección, debido a que no tengo duda que hay alguna virtud extraordinaria en la vieja figura mágica. Algo curioso para que admita un hombre del Siglo XX, ¿no es así? Pero, como ustedes saben, nunca lo hice y nunca lo haré, permitirme a mí mismo quedar ciego por una risa miserable. ¡Yo hago preguntas, y mantengo mis ojos abiertos!
En este último caso no tenía muchas dudas al respecto si había algún monstruo sobrenatural, y por lo tanto tenía que tomar todo posible recaudo. El peligro era abominable. Me fijé que el Pentáculo Eléctrico tuviese todos sus puntas y valles coincidiendo con los del pentagrama sobre el piso. Luego conecté la batería, y al siguiente instante comenzó a brillar un pálido resplandor proveniente de los tubos catódicos que había puesto. Miré a mi alrededor, con algo de alivio, y comprendí súbitamente que el polvillo que había detrás mío no tenía un buen aspecto; la ventana era gris.
Di una vuelta por la gran habitación, fuera de la doble barrera de electricidad y luz de vela. Y tuve un abrupta y extraordinaria sensación de que había algo extraño sobre mí, en el aire; un sentido de algo inhumano e inminente. El cuarto apestaba a ajo, un aroma que odio. Revisé la cámara y el flash, y vi que estaba en orden. Chequeé mi revólver, cuidadosamente; de todas maneras pensaba que no iba a ser necesario. En qué medida era posible la materialización de una criatura innatural, dadas condiciones favorables, nadie podía decirlo, y yo mismo no tenía idea que horrible cosa iba a tener que ver, o que terrible presencia iba a sentir. O quizás tendría que luchar contra un monstruo materializado. No lo sabía, y solamente prepararme. Todavía no podía olvidar a esas tres personas que fueron estranguladas en la cama cercana a mí, y los fuertes portazos que escuché por mí mismo. Y tampoco tenía duda que estaba investigando un caso peligroso y feo.
La noche cayó; sin embargo el cuarto estaba bastante iluminado por las velas; yo estaba permanentemente mirando por encima de mi hombro, en todo momento, y para todos lados. Era un trabajo bastante intranquilo el de esperar que esa cosa comenzara.
De repente, me di cuenta de una pequeña y fría brisa de viento, que venía desde atrás mío. Comencé a sentir un frío escozor a lo largo de toda mi espina, pero igual me di vuelta e intenté mirar de dónde venía el extraño fresco. Me pareció como si brotara de una de las esquinas de la habitación, a la izquierda de la cama, el mismo lugar donde habíamos encontrado las mantas convertidas en un montón retorcido. Seguía sin poder ver nada inusual; no había aberturas, ¡nada! Al mismo tiempo me di cuenta que todas las velas se agitaban por este viento innatural... creo que me puse en cuclillas y quedé quieto mirando, horriblemente asustado, durante algunos minutos. ¡No soy capaz de decirles a ustedes que tan desagradable y horrible fue sentir ese viento frío y perverso!
Entonces, ¡flick! ¡flick!, todas las velas a mí alrededor se habían extinguido, y allí estaba yo, encerrado y sellado en esta habitación, con nada de luz más que la débil luminosidad del resplandor azulado del Pentáculo Eléctrico.
El momento de tensión pasó, y aún sentía el viento sobre mí; súbitamente, me di cuenta que algo se estaba batiendo en la esquina, a la izquierda de la cama. Era consciente de ello, lo sabía interiormente, como por intuición, no veía ni oía nada. Con el corto radio de la luminosidad del Pentáculo no podía ver mucho, pero igualmente notaba que algo comenzaba a crecer a mi vista, una especie de sombra móvil, un poco más oscura que las sombras circundantes. La perdí entre la vaguedad, y por un momento o dos miré de un lado a otro, con una nueva sensación de peligro inminente. Luego mi atención fue dirigida a la cama. Todas los cobertores, frazadas, sábanas, fueron arrebatados, con un tipo de movimiento entre furtivo y de odio. Escuché el lento jaleo y arrastre de la tela; pero no podía ver nada de lo que estaba pasando.
Estaba consciente que de alguna manera la cosa estaría sobre mí; aún mí mentalidad fría se mantenía, lo suficiente como para sentir que mis manos estaban empapadas de un sudor frío, y para tomar mi revólver, no sin antes restregar mi mano derecha por mi rodilla, como para secarla un poco. Durante ese tiempo jamás quité mi atención y mi vista de aquellas ropas movientes. Los lánguidos ruidos de la cama cesaron de una vez, y se produjo el mayor de los silencios, solamente roto por el regurgitar de la sangre en mi cabeza. Inmediatamente después escuché de nuevo el sonido de los cobertores de la cama siendo arrastrados. En el medio de mi tensión recordé la cámara, y traté de alcanzarla. Aunque sin poder llegar a ver la cama. En ese momento la totalidad de las cobijas de la cama fueron removidas con extraordinaria violencia, y escuché el ruido que hicieron al caer pesadamente en la esquina del cuarto.
Luego hubo un momento de absoluta quietud, que duró un par de minutos; y ustedes se pueden imaginar lo mal que la pasé. ¡Las ropas de la cama habían sido arrancadas con tal salvajismo! ¡Y si hacía lo mismo conmigo! Abruptamente, sobre la puerta, escuché un ruido sordo, una extraña especie de sonido. Un gran nerviosismo me arrasaba, helándome la espalda y la nuca; era el precinto que había sido forzado. Algo había ahí. No podía ver la puerta y me es imposible decirles que tan poco veía, y que tanto me imaginaba.
En aquel momento me pareció que algo oscuro y borroso se movía y vacilaba entre las sombras. Caí en cuenta que la puerta estaba abierta, y con un esfuerzo volví a intentar alcanzar la cámara; pero antes de lograrlo, la puerta fue azotada con un terrible choque que resonó en toda la habitación como un trueno. Salté como un niño asustado. Parecía haber una gran fuerza tras el ruido, era algo tan vasto. ¿Pueden comprenderme? La puerta no volvió a ser tocada, pero acto seguido, escuché crujir la canasta, en la que estaba el gato. Sabía que estaba por saber definitivamente si la cosa era peligrosa para la Vida. Del gato surgió un horrible aullido, que cesó en forma abrupta. En ese momento pude alcanzar el flash. En la gran luminosidad vi la canasta volcada y su tapa abierta, y el gato yaciendo medio cuerpo afuera y medio adentro. No vi nada más, pero ahora estaba seguro que estaba en presencia de algún tipo de Ser o Cosa que tenía el poder de destrucción.
Durante los siguientes dos o tres minutos hubo una bizarra y apreciable quietud en la habitación, y ustedes ya habrán especulado que yo estaba medio cegado por el resplandor del flash, así que el lugar entero me parecía tan negro como la oscuridad más absoluta. Les aseguro que fue de lo más horrible, estando arrodillado dentro de la estrella y dando vueltas en espiral, tratando de ver o percibir cualquier cosa que intentara acercarse a mí. Mi visión regresó gradualmente, y bruscamente vi la cosa que estaba buscando, cerca de mí círculo de agua. Era grande y borrosa, y fluctuaba curiosamente, tal como la sombra de una gran araña queda suspendida en el aire, más allá de la barrera.
Rodeaba ligeramente el círculo, y parecía como si estuviera probando todo contra mí; pero retrocedió con un extraordinario movimiento espasmódico, tal y como haría un ser humano si de repente tocara una reja incandescente. Se movía a mi alrededor y yo me movía también. Entonces, en frente a uno de los valles en el pentáculo, pareció detenerse, como si estuviera en el preliminar de un tremendo esfuerzo. La cosa parecía estar solidificándose y tomando forma. Me pareció que había detrás de esto una determinación maligna que tendría éxito. Yo estaba arrodillado, y retrocedí, cayendo sobre mi mano izquierda y sobre mi cadera, en un salvaje esfuerzo en retroceder de la cosa, que estaba avanzando cada vez más. Con mi mano derecha tenía locamente asido mi revólver. La cosa brutal venía derecho hacia mí, sobre el ajo y el círculo de agua, casi llegaba al pentáculo. Creo que grité. Entonces, súbitamente, la cosa pareció retroceder, como expelida por alguna fuerza y poderosa.
Debieron pasar algunos minutos hasta que me sentí seguro; y luego me sentí en el medio del pentáculo, horriblemente ido y temblando, y mirando para todos lados, pero la cosa se había desvanecido. En ese momento supe algo, que era que el Cuarto Gris estaba encantado por una mano monstruosa. De improviso, mientras seguía arrodillado ahí, vi que era lo que había posibilitado al monstruo una apertura a través de la barrera. En mis movimientos dentro del pentáculo, sin querer, había movido una de las jarras de agua; por donde la cosa había hecho su ataque, la jarra que guardaba el valle estaba movida hacia un lado, y esto había dejado una de las cinco puertas sin resguardar.
La posicioné en su lugar nuevamente, y me sentí seguro una vez hecho esto, ya que había comprobado que la defensa aún era efectiva. Y ahora tenía la esperanza de ver llegar la luz del día. Cuando veía aquella cosa, tan cercana a mí, tenía una desagradable y agobiante sensación de que las barreras no podían mantenerme seguro a lo largo de toda la noche con esa Fuerza. ¿Pueden comprenderme? Por un largo tiempo no pude ver la mano; pero, claramente, creo haber visto, una o dos veces, una extraña fluctuación, sobre las sombras cercanas a la puerta. Un poco después, como si fuera un arrebato de odio y malignidad, el cuerpo muerto del gato fue levantado de la canasta y golpeado una y otra vez contra el piso sólido. Eso me hizo sentir muy raro.
Un minuto después, la puerta se volvió a abrir y se azotó dos veces, con tremenda fuerza. Al siguiente instante, la cosa se lanzó como un dardo contra mí, desde las sombras. Instintivamente yo estaba perpendicular a ella, y saqué mi mano del Pentáculo Eléctrico, donde, durante un momento de descuido, la apoyé. El monstruo fue nuevamente rechazado por la vecindad de los pentáculos; debido a mi tontería inconcebible, le había dado una segunda chance para traspasar las barreras. Puedo decirles que estuve temblando por un rato, con total acobardamiento. Me moví nuevamente al centro del pentáculo, y me arrodillé ahí, tratando de hacerme lo más pequeño y compacto posible. Cuando descendí, vino a mí un vago asombro de los dos accidentes que estuvieron a punto de permitirle a la cosa brutal que me atacara.
¿Estaba siendo influenciado para llevar a cabo acciones involuntarias que me pusieran en peligro? El pensamiento me tomó, y comencé a observar cada uno de mis movimientos. Intempestivamente extendí una de mis cansadas piernas y volteé una de las jarras de agua. Parte del contenido se derramó; pero gracias a mi celosa vigilancia, fui rápidamente, la levanté y volví a poner en la posición correcta, dentro del valle, con el agua remanente. Habiendo hecho esto la vasta y oscura mano semi-materializada se acercó a mí en las sombras, y pareció brincar casi sobre mi rostro; pero por tercera vez fue catapultada por alguna enorme fuerza.
Aparte del susto y el sobrecogimiento en que me encontraba, tuve un momento de vacío espiritual, como si alguna delicada y bella virtud interior estuviera sufriendo. Fue más atroz que sufrir el peor de los dolores físicos. Sabiendo de esto, por un largo tiempo estaba más atemorizado por la brutalidad de esta Fuerza sobre mi espíritu que por la cercanía y proporción del peligro.
Volví a arrodillarme en el centro del pentáculo, vigilándome a mí mismo con más pavor, casi, que con el que observaba los atisbos del monstruo; ahora a no ser que me guarde a mí mismo de estos súbitos impulsos, simplemente iba a cooperar con mi propia destrucción. ¿Ven lo horrible que era todo? Pasé el resto de la noche en un estado de pánico enfermizo, y tan tenso que no podía hacer un solo movimiento en forma natural. Tenía mucho temor de que cualquier deseo de acción que tuviera pudiera ser promovido por la Influencia, que yo sabía que estaba obrando sobre mí. Y en el exterior de la barrera esa cosa horrorosa que daba vueltas y vueltas, arrebatando el aire en torno mío. Dos veces más el cuerpo del gato muerto fue removido.
La segunda vez, escuché cada uno de sus huesos crujir y chasquear. Y todo ese tiempo el horrible viento soplaba sobre mí desde la esquina del cuarto, a la izquierda de la cama. Entonces, cuando las primeras luces del amanecer irrumpieron en el cielo, el viento cesó, en un momento, y no pude ver rastros de la mano. El sol salió lentamente, y en breve la luz cenicienta bañó toda la estancia, haciendo que la pálida luminiscencia del Pentáculo Eléctrico pareciera más fantasmagórica. Aunque hasta que no fuera de día completamente, no iba a hacer ningún intento por abandonar los límites de la barrera, ya que no lo sabía, pero debía de haber alguna estrategia fuera, con la súbita detención del maligno viento, para atraerme fuera del pentáculo.
Al final, cuando las luces del día ya eran fuertes y brillantes, di un último vistazo a toda la habitación, y fui hacia la puerta. Estaba sin llave, la abrí y caminé hacia mi habitación, no sin haberla cerrado con llave. Me acosté y traté de calmar mis nervios. Peter llegó al rato, con el café, y cuando lo hube bebido, le dije que tenía la intención de seguir durmiendo, ya que había estado despierto toda la noche. Él se llevó la bandeja y salió silenciosamente, y luego de poner llave a mi puerta, me tiré a dormir. Me levanté cerca del mediodía, luego comí algo, y volví al Cuarto Gris. Apagué la corriente del Pentáculo, que había dejado encendida en mi apuro; también retiré el cuerpo del gato. Ustedes comprenderán que no quería que nadie viera al pobre animal. Luego de eso, busqué en la esquina, donde las ropas de la cama habían sido arrojadas. Hice varios agujeros, y probé, pero sin encontrar nada.
Entonces se me ocurrió intentar con mi instrumental bajo el zócalo. Lo hice, y escuché que el alambre chocaba contra algo metálico. Deslicé el gancho para ver si pescaba la cosa. Con el segundo intento lo tuve. Era un objeto pequeño, y lo llevé para la ventana. Era un curioso anillo, hecho con algún metal parduzco. Lo curioso sobre este anillo era que estaba hecho en la forma de un pentágono; eso era, la misma forma que había en el interior del pentáculo mágico, pero sin los montes que formaban las puntas de la estrella defensiva. No tenía burilados ni laminados de ningún tipo.
Ustedes se imaginarán que estaba muy excitado, ya que estaba seguro que tenía en mi mano el famoso Anillo de la Ventura de la familia Anderson; que por supuesto, estaba íntimamente conectado con la historia del encantamiento. Este anillo fue pasado de padre a hijo a través de generaciones, y siempre, en obediencia de algunas tradiciones familiares, cada hijo prometía jamás ponérselo. El anillo, les puedo decir, había sido comprado por un caballero de las Cruzadas, bajo unas muy peculiares circunstancias; pero la historia es muy larga como para contárselas ahora. Parece que el joven Sir Hulbert, un ancestro de Anderson, hizo una vez una apuesta, estando ebrio, de que él podía ponerse el anillo esa misma noche. Lo hizo, y en la mañana su hija y esposa fueron encontradas estranguladas en la cama, en el mismo cuarto en que yo estuve.
Mucha gente, según parece, creyó que Sir Hulbert era responsable de haber asesinado a estas personas estando borracho; y él, en un intento de probar su inocencia, pasó una segunda noche en el cuarto. También fue estrangulado. Desde entonces, nadie volvió a pasar la noche en el Cuarto Gris, hasta que yo lo hice. El anillo había estado perdido desde entonces, y se llegó a convertir en un mito; y fue de lo más extraordinario estar ahí con la verdadera sortija en mi mano, como ustedes comprenderán. Mientras estaba ahí, mirando el anillo, tuve una idea. Suponiendo que esta fuera, de alguna manera, una entrada, ¿se dan cuenta lo que quiero decir?
Una especie de boquete en los límites del mundo. Era una idea muy rara, lo se, pero el viento venía de la misma esquina de la habitación en que encontré el anillo. Pensé mucho acerca de ello. La forma, el interior del pentáculo, no tenía montes, y recordé el Sigsand MS. que dice:
—Los montes son vuestras Cinco Colinas de seguridad. Si los rompéis estáis dando poder al demonio; dándole un favor al Ser Maléfico.
La forma del anillo era significativa, y tomé la determinación de realizar una prueba.
Deshice mi pentáculo, ya que debe ser renovado y rehecho con anterioridad de utilizarlo como protección. Luego salí, cerré la puerta y luego salí de la casa, para hacer ciertas diligencias, ya que ninguno de los implementos para hacer el pentáculo debían ser utilizados por segunda vez. Regresé a eso de las siete y media, y tan pronto como las cosas que compré fueron llevadas hasta el Cuarto Gris, despedí a Peter tal y como la noche anterior. Cuando hubo bajado las escaleras, me metí en el cuarto y cerré y sellé la puerta. Fui al mismo lugar, en el centro de la habitación donde habían dejado todas las cosas, y me puse a trabajar a toda velocidad para construir una barrera alrededor mío y del anillo.
No se si se los expliqué antes, pero tenía la convicción de que si el anillo era en alguna forma un medium de admisión, me podía meter con él en el Pentáculo Eléctrico y su poder sería, para decirlo de algún modo, aislado, ¿lo entienden? La Fuerza, que se hacía visible como una Mano, estaba imposibilitada de ingresar dentro de la Barrera que separaba lo normal de lo anormal; pero ahora su entrada sería removida. Como les decía, trabajé a toda velocidad para terminar la barrera alrededor mío y del anillo, y se hizo tarde cuando me di cuenta que estaba en un cuarto desprotegido. Además tenía la sensación de que haría un gran impulso para recuperar el anillo, que le era necesario para la materialización. Ahora verán si yo estaba en lo cierto.
Terminé las barreras luego de una hora de trabajo, y se imaginarán el respiro que di cuando vi la lívida luz del Pentáculo Eléctrico una vez más sobre mí. Desde ese momento, pasaron unas dos horas, y estuve sentado en silencio, mirando hacia la esquina desde la que provenía el viento. Eran cerca de las once cuando un extraño presentimiento me atacó; sentía como si algo estuviese cerca mío; sin embargo nada pasó durante la siguiente hora. Entonces, de improviso, sentí el frío, y noté el extraño viento que soplaba de nuevo. Para mi sorpresa provenía desde detrás mío, y me di vuelta con un temblor de miedo. El viento me daba en la cara. Estaba soplando desde el piso a mí lado.
Clavé los ojos en el suelo en medio de una nueva confusión de pavor. ¡Qué había hecho ahora! El anillo estaba ahí, cerca mío, en el mismo lugar donde lo había puesto. De pronto, mi desconcierto fue mayúsculo, cuando noté que había algo extraño acerca del anillo. Como unos movimientos de sombras, y convulsiones. Las miré, como aturdido. Y entonces fue que caí en cuenta que el viento estaba soplando hacia mí, desde dentro del anillo. Un extraño y borroso humo estaba siendo visible, que parecía brotar desde la sortija misma, y mezclarse con las sombras móviles. De pronto comprendí que estaba en un peligro mortal, el peor de todos, ya que las sombras convulsionantes que brotaban del anillo estaban tomando forma, y la mano de muerte se estaba formando dentro del Pentáculo. ¡Mi Dios! ¡Pueden imaginárselo! Había puesto la entrada dentro del Pentáculo, y la bestia estaba materializándose en el mundo real, como el humo que sale de una pipa.
Creo que debí arrodillarme por un momento presa del más terrible de los terrores. Hasta que, con un enloquecido y torpe movimiento, tomé el anillo, intentando arrojarlo fuera del Pentáculo. Pero me eludía, como movido por una fuerza invisible, que lo sacudía para aquí y para allá. Al final lo agarré, y en el mismo instante, algo me lo arrebató con increíble y brutal fuerza. Una sombra grande y oscura lo cubrió, y lo levantó en el aire, viniendo hacia mí. Vi que esa sombra era la mano, grande y perfecta en forma. Pegué un grito de locura, y salté sobre el Pentáculo y el círculo de velas encendidas, y corrí desesperadamente para la puerta. Palpé a tientas como un idiota en busca de la llave, todo el tiempo mirando fijamente, con un miedo cercano a la locura, hacia las Barreras.
La mano venía en picada hacia mí; y tal como no podía ser capaz de pasar las fronteras del pentáculo, cuando estaba fuera, ahora, que estaba dentro, no tenía la fuerza necesaria para salir. El monstruo estaba encadenado, tal y como cualquier bestia podría estar con cadenas remachadas sobre ella. A pesar de haber tenido un atisbo de esta circunstancia, estaba muy excitado y nervioso como para razonarlo; y en el momento que di con la llave y la giré, abrí la puerta y la cerré con un sonoro portazo. La trabé y volví a mi cuarto, tan alterado y tembloroso que no podía siquiera estar sentado. Me encerré y dejé la vela encendida; y me acosté en la cama, quedándome quieto por una hora o dos, hasta que me tranquilicé.
Dormí un poco más tarde, pero me desperté cuando Peter me llevó el café. Cuando lo terminé, me sentí mucho mejor, y, junto con el viejo, fuimos a mirar al Cuarto Gris. Abrí la puerta y miré furtivamente. Las candelas aún estaban ardiendo, contra la luz del día, y detrás estaba la pálida luminiscencia del Pentáculo Eléctrico. En el medio estaba el anillo... la entrada del monstruo, tirado en el piso como cualquier cosa ordinaria.
Nada había sido alterado en la habitación, y me di cuenta que la bestia jamás pudo cruzar el Pentáculo. Luego salimos y volví a cerrar la puerta. Luego de dormir algunas horas más, dejé la casa. Regresé en la tarde, en un taxi. Conmigo llevaba un mechero y dos cilindros conteniendo hidrógeno y oxígeno. Los llevé al Cuarto Gris, y ahí, en el centro del Pentáculo Eléctrico, erigí los pequeños hornos. Cinco minutos después el Anillo de la Ventura, una vez de la ventura, y ahora de la maldición de la familia Anderson, ya no era más que un salpicón de metal fundido.
Carnacki palpó su bolsillo, y sacó algo envuelto en papel. Me lo mostró. Lo abrí y encontré un pequeño círculo de metal oscuro, algo como plomo, solo que más duro y brillante.
—¿Y bien? —le pregunté, luego de examinarlo y pasarlo a los otros— ¿Terminó el encantamiento?
Carnacki movió su cabeza.
—Sí, así es. Dormí tres noches en el Cuarto Gris antes de marcharme. El viejo Peter casi se desmaya cuando supo lo que quería hacer; pero la tercer noche pareció comprender que al fin la casa esta libre de encantamientos y era como cualquier casa ordinaria. Y creo, que en el fondo, el apenas lo admite.
Carnacki se levantó y comenzó a darnos la mano.
—¡Fuera! —nos dijo, y en breve nos fuimos, reflexionando, en el camino a nuestras casas.
William Hope Hodgson (1877-1918)
Relatos góticos. I Relatos de W.H. Hodgson.
Más literatura gótica:
El análisis y resumen del cuento de William Hope Hodgson: La entrada del monstruo (The Gateway of the Monster), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
1 comentarios:
Amigo Sebastian
Es el primer relato sobre Carnacki que leo.
Gracias por publicarlo!
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