«El lago de la pesadilla»: H.P. Lovecraft; poema y análisis.
El lago de la pesadilla (The Nightmare Lake) es un poema gótico del escritor norteamericano H.P. Lovecraft (1890-1937), escrito en 1919 y publicado de manera póstuma por Arkham House en la antología de 1943: Más allá del muro del sueño (Beyond the Wall of Sleep).
El lago de la pesadilla, sin dudas uno de los grandes poemas de H.P. Lovecraft, retrata la visión sobrecogedora de un hombre, tal vez onírica, tal vez real, de un lago sombrío en el cual pululan toda clase de criaturas aborrecibles. No obstante, debajo del lago hay algo peor: una antigua ciudad sumergida que hace empalidecer los horrores de la superficie.
Para muchos investigadores, El lago de la pesadilla de H.P. Lovecraft no pertenece al canon de los Mitos de Cthulhu, lo cual resulta extraño si tomamos en cuenta que el poema retrata un pérfido lago, criaturas sobrenaturales, y una ciudad sumergida y habitada por seres aún más detestables.
En cierto modo, este lago pesadillesco tiene algunas similitudes con el Lago Hali, en cuyas orillas reposa la ciudad de Carcosa; en ambos casos, creaciones de Ambrose Bierce y Robert W. Chambers. En el fondo de este lago sideral habita el tenebroso Hastur, que si bien no es mencionado en El lago de la pesadilla, bien podemos suponer que es él quien le da sostén al horror informe que habita en esas profundidades.
Finalmente, también hay que decir que la atmósfera opresiva de El lago de la pesadilla se asemeja al entorno asfixiante y pútrido de aquel mítico lago donde Beowulf debió sumergirse para matar a la madre de Grendel.
El lago de la pesadilla.
The Nightmare Lake, H.P. Lovecraft (1890-1937)
Hay un lago en la distante Zan,
más allá de las regiones visitadas por el hombre,
donde se consume, solitario, en un espantoso estado,
un espíritu inerte y desolado;
un espíritu viejo y atroz,
Atormentado por una terrible melancolía,
que respira los vapores saturados de pestilencia
emanados por las aguas espesas y estancadas.
Sobre los bajíos, de cieno arcilloso,
retozan criaturas que repugnan por su degeneración,
y los extraños pájaros que merodean por sus orillas
nunca han sido vistos por ojos mortales.
Durante el día luce un sol crepuscular
sobre áreas cristalinas que nadie ha contemplado,
y por la noche los pálidos rayos de la luna penetran
hasta los abismos que se abren en su sima.
Sólo las pesadillas han podido revelar
qué escenas tienen lugar bajo estos rayos,
qué visiones, demasiado ancestrales para la mirada humana,
yacen sumergidas en su noche sin fin;
pues en aquellas profundidades sólo deambulan
las sombras de una raza silenciosa.
Una noche, saturada de olores malsanos,
llegué a ver, dormido e inerte, aquel lago,
mientras en el rojo firmamento flotaba
una luna creciente que brillaba y brillaba.
Pude contemplar la extensión pantanosa de las márgenes,
y las criaturas ponzoñosas deslizándose en las ciénagas;
lagartos y serpientes convulsos y agonizantes;
cuervos y vampiros descomponiéndose;
y también, volando sobre los cadáveres,
necrófagos que se alimentaban de sus restos.
Y mientras la terrible luna se elevaba en lo alto,
ahuyentando a las estrellas de los confines del cielo,
vi que las oscuras aguas del lago se iluminaban
hasta que aparecieron en el fondo las criaturas del abismo.
Más abajo, a una profundidad inconcebible,
brillaron las torres de una ciudad olvidada;
vi domos opacos y paredes musgosas;
agujas cubiertas de algas y salones desiertos;
vi templos desolados, bóvedas de espanto,
y calles que habían perdido su esplendor.
Y en medio de aquel escenario vi aparecer
una horda ambulante de sombras informes;
una horda maligna que se agitaba
ejecutando lo que parecía ser una danza siniestra
en torno a unos sepulcros viscosos
cerca de un sendero jamás hollado.
Un remolino surgió de aquellas tumbas
quebrando el reposo de las aguas dormidas
mientras las sombras letales de la superficie
aullaban al rostro sardónico de la luna.
Entonces el lago se hundió en su propio lecho,
tragado por los abismos cavernosos de la muerte,
y de la nueva y humeante tierra desnuda
se elevó una espiral de fétidos vapores, malsanos.
Sobre la ciudad, casi al descubierto,
revoloteaban las monstruosas sombras danzantes,
cuando, de pronto, abrieron con repentino estruendo
las lápidas de los sepulcros.
Ningún oído ha escuchado, ninguna lengua ha contado,
el horror innombrable que a continuación sobrevino.
Vi ese lago, esa luna retorcida,
esa ciudad y las criaturas que moraban en ella.
Y, al despertarme, rogué que en aquella orilla
nunca más volviera a hundirse el lago de la pesadilla.
There is a lake in distant Zan,
Beyond the wonted haunts of man,
Where broods alone in a hideous state
A spirit dead and desolate;
A spirit ancient and unholy,
Heavy with fearsome melancholy,
Which from the waters dull and dense
Draws vapors cursed with pestilence.
Around the banks, a mire of clay,
Sprawl things offensive in decay,
And curious birds that reach that shore
Are seen by mortals nevermore.
Here shines by day the searing sun
On glassy wastes beheld by none,
And here by night pale moonbeams flow
Into the deeps that yawn below.
In nightmares only is it told
What scenes beneath those beams unfold;
What scenes, too old for human sight,
Lie sunken there in endless night;
For in those depths there only pace
The shadows of a voiceless race.
One midnight, redolent of ill,
I saw that lake, asleep and still;
While in the lurid sky there rode
A gibbous moon that glow’d and glow’d.
I saw the stretching marshy shore,
And the foul things those marshes bore:
Lizards and snakes convuls’d and dying;
Ravens and vampires putrefying;
All these, and hov’ring o’er the dead,
Narcophagi that on them fed.
And as the dreadful moon climb’d high,
Fright’ning the stars from out the sky,
I saw the lake’s dull water glow
Till sunken things appear’d below.
There shone unnumber’d fathoms down,
The tow’rs of a forgotten town;
The tarnish’d domes and mossy walls;
Weed-tangled spires and empty halls;
Deserted fanes and vaults of dread,
And streets of gold uncoveted.
These I beheld, and saw beside
A horde of shapeless shadows glide;
A noxious horde which to my glance
Seem’d moving in a hideous dance
Round slimy sepulchres that lay
Beside a never-travell’d way.
Straight from those tombs a heaving rose
That vex’d the waters’ dull repose,
While lethal shades of upper space
Howl’d at the moon’s sardonic face.
Then sank the lake within its bed,
Suck’d down to caverns of the dead,
Till from the reeking, new-stript earth
Curl’d foetid fumes of noisome birth.
About the city, nigh uncover’d,
The monstrous dancing shadows hover’d,
When lo! there oped with sudden stir
The portal of each sepulchre!
No ear may learn, no tongue may tell
What nameless horror then befell.
I see that lake—that moon agrin—
That city and the things within—
Waking, I pray that on that shore
The nightmare lake may sink no more!
H.P. Lovecraft (1890-1937)
Beyond the wonted haunts of man,
Where broods alone in a hideous state
A spirit dead and desolate;
A spirit ancient and unholy,
Heavy with fearsome melancholy,
Which from the waters dull and dense
Draws vapors cursed with pestilence.
Around the banks, a mire of clay,
Sprawl things offensive in decay,
And curious birds that reach that shore
Are seen by mortals nevermore.
Here shines by day the searing sun
On glassy wastes beheld by none,
And here by night pale moonbeams flow
Into the deeps that yawn below.
In nightmares only is it told
What scenes beneath those beams unfold;
What scenes, too old for human sight,
Lie sunken there in endless night;
For in those depths there only pace
The shadows of a voiceless race.
One midnight, redolent of ill,
I saw that lake, asleep and still;
While in the lurid sky there rode
A gibbous moon that glow’d and glow’d.
I saw the stretching marshy shore,
And the foul things those marshes bore:
Lizards and snakes convuls’d and dying;
Ravens and vampires putrefying;
All these, and hov’ring o’er the dead,
Narcophagi that on them fed.
And as the dreadful moon climb’d high,
Fright’ning the stars from out the sky,
I saw the lake’s dull water glow
Till sunken things appear’d below.
There shone unnumber’d fathoms down,
The tow’rs of a forgotten town;
The tarnish’d domes and mossy walls;
Weed-tangled spires and empty halls;
Deserted fanes and vaults of dread,
And streets of gold uncoveted.
These I beheld, and saw beside
A horde of shapeless shadows glide;
A noxious horde which to my glance
Seem’d moving in a hideous dance
Round slimy sepulchres that lay
Beside a never-travell’d way.
Straight from those tombs a heaving rose
That vex’d the waters’ dull repose,
While lethal shades of upper space
Howl’d at the moon’s sardonic face.
Then sank the lake within its bed,
Suck’d down to caverns of the dead,
Till from the reeking, new-stript earth
Curl’d foetid fumes of noisome birth.
About the city, nigh uncover’d,
The monstrous dancing shadows hover’d,
When lo! there oped with sudden stir
The portal of each sepulchre!
No ear may learn, no tongue may tell
What nameless horror then befell.
I see that lake—that moon agrin—
That city and the things within—
Waking, I pray that on that shore
The nightmare lake may sink no more!
H.P. Lovecraft (1890-1937)
Poemas góticos. I Poemas de H.P. Lovecraft.
Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de H.P. Lovecraft: El lago de la pesadilla (The Nightmare Lake), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
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