«El hombre que soñó con el País de las Hadas»: W.B. Yeats; poema y análisis.
El hombre que soñó con el País de las Hadas (The Man Who Dreamed of Fairyland) es un poema del escritor irlandés William Butler Yeats (1865-1939), publicado en la antología de 1893: La rosa (The Rose).
Fuertemente inspirado en la mitología celta, W.B. Yeats versifica en El hombre que soñó con el País de las Hadas acerca de un sujeto que trata de escapar de la realidad utilizando la imaginación.
En este contexto, El hombre que soñó con el País de las Hadas agrupa casi todas las características del romanticismo, principalmente aquella necesidad de escapar de las preocupaciones del mundo material para dirigirse al universo de las fantasías, representado aquí como el País de las Hadas.
Lejos de conformarse con esto, W.B. Yeats ejecuta un drástico golpe de timón, transformando El hombre que soñó con el País de las Hadas en un verdadero enigma.
El poema abunda en imágenes irreales, o mejor dicho, surrealistas, que contrastan las visiones de aquel mundo imaginario desde la óptica de un hombre vivo, al menos al principio, ubicado en la cima de Drumahair, ya que al final descubriremos que su cuerpo se encuentra enterrado bajo la colina de Lugnagall.
Aficionado a las leyendas de hadas de los mitos celtas, W.B. Yeats parece preguntarse si es efectivamente la imaginación la que nos transporta al País de las Hadas, es decir, si es el hombre quien se deja llevar por sus fantasías, o si es el propio reino de las hadas quien invita a los espíritus imaginativos y fantasiosos a recorrer sus tierras mágicas.
En definitiva, el País de las Hadas parece menos un paisaje escapista, el destino de aquellos que deciden vivir en un mundo de ilusión, que una tierra ignota que atrae a sus habitantes, seleccionándolos de entre aquellos hombres y mujeres que sencillamente no logran ajustarse a nuestro mundo material.
No obstante, y acaso a modo de advertencia para los que deseen aventurarse entre las astutas hadas, el último verso de El hombre que soñó con el País de las Hadas resulta desolador:
El hombre no ha encontrado consuelo en la tumba.
(The man has found no comfort in the grave)
(The man has found no comfort in the grave)
El hombre que soñó con el País de las Hadas.
The Man Who Dreamed of Fairyland, W.B. Yeats (1865-1936)
Estuvo entre una multitud en Dromahair;
su corazón colgaba sobre un hábito de seda,
y al final había conocido alguna ternura,
antes de que fuera abrazado por la tierra;
pero cuando un hombre en un montón de peces apila,
parece que alzan sus pequeñas cabezas plateadas,
y cantan lo que la dorada mañana y la tarde derraman
sobre el mundo entretejido de una isla olvidada,
donde la gente ama a orillas del mar;
que el Tiempo las promesas del amante no podrá malograr,
bajo ese tejido cielo inmóvil de ramas;
el canto le sacó de su débil reposar.
Por las arenas de Lissadel ha meditado;
su mente corre por los miedos, dinero y cuidados,
y él, al final, había conocido algunos prudentes años,
antes de que se apilaran bajo la colina su tumba;
pero mientras recorría los sitios de rompiente espuma,
un gusano, con su gris y terrosa boca
canta que en algún lugar del norte, oeste o sur
habita una alegre, exultante, afable raza,
bajo los dorados o plateados cielos;
y si allí un huraño bailarín sus pies pusiera,
parecería que el sol y la luna en el frutal estuvieran:
y con aquel canto nunca más sería sabio.
Ante el gozo de Scanavin reflexionó,
reflexionó sobre sus mofadores; sin falta
fue un cuento campesino su repentina venganza,
cuando la noche pétrea se había bebido su cuerpo;
pero una nudosa hierba de la laguna
(con voz innecesariamente cruel) cantaba
donde el anciano silencio ordena regocijarce ante su elegida raza,
no importa que tempestuosas aguas suban y caigan
o que la plateada tormenta corroa su oro al día,
y la medianoche los arrope como en lana
y el amante con el amante descance en paz.
El cuento retiró su sutil enojo de su faz.
Durmió bajo la colina de Lugnagall;
y podría haber conocido el sueño real
bajo ese vaporoso y frío turbante empinado,
ahora que al hombre y todo, la tierra se ha llevado:
los gusanos que ensartan sus huesos no proclamaron
con ese incauto, agudo grito
que Dios en el cielo sus dedos ha puesto,
que por esos dedos corre el brillante verano
sobre el bailarín de la ignota ola.
¿Porqué deberían aquellos danzantes sin fracaso
soñar, hasta que Dios calcine la naturaleza con un beso?
El hombre no ha encontrado consuelo en la tumba.
He stood among a crowd at Drumahair;
His heart hung all upon a silken dress,
And he had known at last some tenderness,
Before earth made of him her sleepy care;
But when a man poured fish into a pile,
It seemed they raised their little silver heads,
And sang how day a Druid twilight sheds
Upon a dim, green, well-beloved isle,
Where people love beside star-laden seas;
How Time may never mar their faery vows
Under the woven roofs of quicken boughs:
The singing shook him out of his new ease.
As he went by the sands of Lisadill,
His mind ran all on money cares and fears,
And he had known at last some prudent years
Before they heaped his grave under the hill;
But while he passed before a plashy place,
A lug-worm with its gray and muddy mouth
Sang how somewhere to north or west or south
There dwelt a gay, exulting, gentle race;
And how beneath those three-times blessed skies
A Danaan fruitage makes a shower of moons,
And as it falls awakens leafy tunes:
And at that singing he was no more wise.
He mused beside the well of Scanavin,
He mused upon his mockers: without fail
His sudden vengeance were a country tale,
Now that deep earth has drunk his body in;
But one small knot-grass growing by the pool
Told where, ah, little, all-unneeded voice!
Old Silence bids a lonely folk rejoice,
And chaplet their calm brows with leafage cool;
And how, when fades the sea-strewn rose of day,
A gentle feeling wraps them like a fleece,
And all their trouble dies into its peace;
The tale drove his fine angry mood away.
He slept under the hill of Lugnagall;
And might have known at last unhaunted sleep
Under that cold and vapour-turbaned steep,
Now that old earth had taken man and all:
Were not the worms that spired about his bones
A-telling with their low and reedy cry,
Of how God leans His hands out of the sky,
To bless that isle with honey in His tones;
That none may feel the power of squall and wave,
And no one any leaf-crowned dancer miss
Until He burn up Nature with a kiss:
The man has found no comfort in the grave.
William Butler Yeats (1865-1936)
His heart hung all upon a silken dress,
And he had known at last some tenderness,
Before earth made of him her sleepy care;
But when a man poured fish into a pile,
It seemed they raised their little silver heads,
And sang how day a Druid twilight sheds
Upon a dim, green, well-beloved isle,
Where people love beside star-laden seas;
How Time may never mar their faery vows
Under the woven roofs of quicken boughs:
The singing shook him out of his new ease.
As he went by the sands of Lisadill,
His mind ran all on money cares and fears,
And he had known at last some prudent years
Before they heaped his grave under the hill;
But while he passed before a plashy place,
A lug-worm with its gray and muddy mouth
Sang how somewhere to north or west or south
There dwelt a gay, exulting, gentle race;
And how beneath those three-times blessed skies
A Danaan fruitage makes a shower of moons,
And as it falls awakens leafy tunes:
And at that singing he was no more wise.
He mused beside the well of Scanavin,
He mused upon his mockers: without fail
His sudden vengeance were a country tale,
Now that deep earth has drunk his body in;
But one small knot-grass growing by the pool
Told where, ah, little, all-unneeded voice!
Old Silence bids a lonely folk rejoice,
And chaplet their calm brows with leafage cool;
And how, when fades the sea-strewn rose of day,
A gentle feeling wraps them like a fleece,
And all their trouble dies into its peace;
The tale drove his fine angry mood away.
He slept under the hill of Lugnagall;
And might have known at last unhaunted sleep
Under that cold and vapour-turbaned steep,
Now that old earth had taken man and all:
Were not the worms that spired about his bones
A-telling with their low and reedy cry,
Of how God leans His hands out of the sky,
To bless that isle with honey in His tones;
That none may feel the power of squall and wave,
And no one any leaf-crowned dancer miss
Until He burn up Nature with a kiss:
The man has found no comfort in the grave.
William Butler Yeats (1865-1936)
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