«Algo desde arriba»: Donald Wandrei; relato y análisis


«Algo desde arriba»: Donald Wandrei; relato y análisis.




Algo desde arriba (Something from Above) es un relato de ciencia ficción del escritor norteamericano Donald Wandrei (1908-1987), publicado originalmente en la edición de diciembre de 1930 de la revista Weird Tales, y luego reeditado por August Derleth en la antología de 1949: El otro lado de la luna (The Other Side of the Moon).

Algo desde arriba, tal vez uno de los cuentos de Donald Wandrei menos conocidos, relata la historia de Lars Loberg, un hombre cuya granja aparece cubierta por una extraña nieve roja, fétida, con propiedades completamente desconocidas... y probablemente de origen orgánico (ver: Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción)

SPOILERS.

Hay un punto donde el Horror y la Ciencia Ficción se cruzan casi inevitablemente: no es infrecuente que el autor comience la historia con un fenómeno misterioso y desconcertante. A menudo, este evento es impactante, y a simple vista resulta incomprensible, como una muerte misteriosa, un asesinato, o alguna perturbadora violación de las leyes naturales. A partir de allí, el autor reconstruye el panorama a partir de pequeños detalles estratégicamente ubicados, hasta que eventualmente se nos revela la causa de aquellos fenómenos y sus consecuencias para los personajes (ver: ¿Es el Horror mejor que la Ciencia Ficción?). Algo desde arriba de Donald Wandrei no es la excepción, y participa de esta dinámica con bastante ingenio.

Algo desde arriba comienza siendo un relato de terror, incluso de Horror Cósmico, con algunas reminiscencias a los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft, pero termina recurriendo a la ciencia ficción para revelar la naturaleza inexplicable de los fenómenos que observamos al principio. En este contexto, el relato pierde fuerza en el proceso, se debilita progresivamente a medida que gana credibilidad (ver: Clichés de la ciencia ficción que nos encantan)

La segunda parte de Algo desde arriba esencialmente se dedica a responder las preguntas que plantea la primera parte. Por ejemplo, la hedionda nieve roja que cae sobre la granja de Lars Loberg en la primera parte se explica como el residuo de una nave alienígena invasora que ha sido vaporizada en las alturas por amigables entidades gaseosas de Saturno. La esposa del granjero, Helga, quien es succionada hacia los cielos misteriosamente, se explica como un efecto accidental de los rayos empleados durante la batalla, capaces de suspender los efectos de la gravedad. Finalmente, el testimonio de un piloto abducido, Larry Greene, revela que las entidades gaseosas de Saturno están en guerra con unos seres invasores de otra galaxia, y de este modo todos los fenómenos extraños que hacen de la primera parte de Algo desde arriba un excelente relato se deslucen notablemente.

Algo desde arriba de Donald Wandrei intenta contrarrestar el misterio inicial con descripciones con algún grado de realismo, tal vez para atenuar el cliché del contacto extraterrestre. La historia es mucho más efectiva cuando se enfoca en los fenómenos extraños, pero falla cuando trata de explicarlos. Incluso la forma en la que se nos explican estos sucesos carece de toda lógica. ¿Por qué una raza extraterrestre tecnológicamente avanzada necesitaría capturar a un piloto que vuela sobre Minnesota para notificar al mundo de su posible derrota en una guerra interestelar? La única respuesta a esta pregunta es: para que los lectores podamos entender el origen de la nieve roja en la granja de Lars Loberg (ver: Gandalf y la tercera ley de Clarke: la magia como forma avazada de tecnología)

Los cuentos de Donald Wandrei parecen extrañamente despoblados, con solo un puñado de personajes que rara vez hablan entre sí. Tiende a imitar la verbosidad de H.P. Lovecraft, y a incluir nombres y palabras extraterrestres impronunciables, como el Seggglyn, un metal fuerte e invisible con asombrosas propiedades antigravedad (ver: Lovecraft y las lenguas prehumanas). El problema es que estos términos no poseen una fisionomía admisible, y terminan teniendo el efecto de errores tipográficos que deslucen la legibilidad del texto. Dicho esto, Algo desde arriba también tiene algunos puntos fuertes: sus descripciones visuales son vívidas, y algunas de las ideas que plantea son tremendamente imaginativas para la época.

Hemos sido bastante duros en el análisis de Algo desde arriba de Donald Wandrei, probablemente porque el relato despierta un gran interés en la primera parte, con escenas excelentes [la pobre Helga proyectada hacia el espacio como en una caída invertida es notable], pero luego se derrumba estrepitosamente. Sin embargo, Donald Wandrei no tiene nada que ver con todo esto. Algo desde arriba nos sitúa en esa incierta encrucijada entre el Horror y la Ciencia Ficción desde la perspectiva de 1930. Nosotros tenemos la ventaja de haber leído a los grandes maestros de la era dorada de la ciencia ficción, mientras que Donald Wandrei estaba explorando un territorio relativamente desconocido.




Algo desde arriba.
Something from Above, Donald Wandrei (1908-1987)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


En sí mismos los hechos tuvieron todo el horror de una pesadilla, pero una pesadilla se puede explicar para que deje de oprimir la mente. Los incidentes en Norton, en el oeste de Minnesota, fueron diferentes, y es posible que nunca se expliquen por completo. No son tanto las cosas que sabemos las que nos aterrorizan como las cosas que no sabemos, las cosas que rompen todas las leyes y reglas conocidas, las cosas que nos sobrevienen sin darnos cuenta y rompen el agradable sueño de nuestro pequeño mundo. Lo ocurrido en Norton fue de tal naturaleza tan espantosa e increíble que ninguno de los involucrados podrá olvidarlo jamás.

Todo lo que pueda tener alguna relación con una explicación se incluye en la siguiente narración para que la verdad no se pase por alto por omisión. Puede ser que algunos hechos aún no hayan salido a la luz, y quizás se hayan incluido algunos detalles que realmente no pertenecen al asunto. Los incidentes en sí pueden no estar en el orden correcto. Si alguien posee más información, la narración será corregida con gusto, ya que cualquier cosa que pueda ayudar será bien recibida por los científicos y el público por igual. Caminamos en la oscuridad con fantasmas y espectros que no conocemos, y nuestro pequeño mundo se sumerge ciegamente en abismos hacia una meta de la que no tenemos concepción.

Ese pensamiento es un golpe a nuestras creencias y comprensión. Solíamos contentarnos pensando que sabíamos todo sobre nuestro mundo, al menos; pero ahora es diferente, y nos preguntamos si realmente sabemos algo, o si puede haber seguridad y paz en cualquier parte del amplio universo.

Los fenómenos que nos interesan aquí comenzaron con la desaparición de las estrellas, un acertijo astronómico que fue estudiado inicialmente por tres observadores: el profesor Grill de Harvard; su asistente, el señor Thorndyke; y un astrónomo aficionado en California, el señor Nelson. Una característica extraña de la observación es que el apagado ocurrió muy abajo en el horizonte occidental, mientras que el señor Nelson informó que tuvo lugar cerca de Saturno. ¿Debemos creer que una observación fue inexacta o que en realidad hubo dos fenómenos simultáneos en diferentes partes de los cielos? A la luz de los acontecimientos anteriores y posteriores, la última conclusión parece más probable.

Además, la observación del señor Nelson, realizada la noche del 28 de marzo, aparentemente está relacionada con una que había hecho la noche anterior. Según una nota que había enviado al Observatorio de Mount Wilson, había estado examinando distraídamente el planeta Saturno la noche del 27 de marzo. La atmósfera era excepcionalmente clara, la observación perfecta. Los anillos eran tan nítidos y el planeta tan impresionante en su peculiar forma que se quedó mirándolo minuto a minuto. Así fue como sucedió lo inesperado incluso mientras miraba. Poco después de la una, apareció en su superficie una mancha de un resplandor tan cegador y deslumbrante que pensó que su visión estaba fatigada y que simplemente estaba viendo cosas.

Apartó la mirada por un minuto de su telescopio; cuando la reanudó descubrió que donde había estado el punto de brillo incandescente ahora había un punto de negrura. Mientras lo miraba con curiosidad, lo vio hacerse más y más ligero hasta que finalmente el planeta presentó su apariencia normal. El señor Nelson podría haber ignorado el asunto por completo si no hubiera tenido la formación científica suficiente para respetar el principio cardinal de nunca pasar por alto ningún hecho o dato. Así fue como escribió su observación y la envió debidamente.

La desaparición de las estrellas, como se lo ha llamado, ocurrió la noche del 28 de marzo, y fue un fenómeno aún más extraño. En el acto de enfocar su telescopio en Saturno nuevamente para buscar una reaparición del punto radiante, el señor Nelson notó que una estrella repentinamente parpadeaba y desaparecía, otra se desvanecía y volvía a brillar un instante después. Al principio pensó que debía ser víctima de una ilusión óptica, pero siguió observando y vio que las estrellas que desaparecían y volvían a brillar estaban en una línea recta que, calculó, se encontraban en el curso entre Saturno y la Tierra.

Fue un espectáculo curioso de ver, según Nelson.

Era como si estuvieras paseando por una calle al mediodía y te detuvieras a mirar un diamante en un cojín de felpa negro en el escaparate de un joyero; y luego, de repente, el diamante no estuviera allí, para aparecer nuevamente un segundo después. No era como si un cuerpo sólido se hubiera interpuesto entre tú y el diamante, sino como si algo invisible hubiera cruzado tu campo de visión, algo que no pudieras ver pero que interceptaba los rayos de luz. La observación de los dos astrónomos de Harvard duplicó la de Nelson, pero dijeron que el borrado tuvo lugar en el horizonte occidental, lejos de Saturno. Más extraño aún es su afirmación de que las estrellas desaparecieron en una línea recta que progresaba en la dirección general de la Tierra.

No se prestó mucha atención a estas observaciones inusuales, e incluso los tres observadores no tenían mucho más que una curiosidad ociosa. Por esa razón, debido a que nadie estaba preparado, el terror en Norton acechaba en la noche como un sueño espantoso, tan abrumador como la propia locura. Quizás el resto de la historia debería contarse a través de los ojos de Lars Loberg, un granjero noruego impasible que vive a unas tres millas de Norton, porque fue alrededor de su granja donde se centró el terror, y él mismo fue un testigo de primera mano hasta que enloqueció y se suicidó.

Se levantó temprano, como de costumbre, la mañana del 30 de marzo. Hacía frío en la granja y salió a cortar un montón de leña. Ya era de día y estaba nevando cuando abrió la puerta. Se detuvo más allá del umbral y miró a su alrededor con una expresión perpleja en su rostro. Con cuidado volvió sobre sus pasos hasta la habitación que acababa de dejar y se quedó allí, mirando a través del corral y los campos abiertos.

—¡Helga! —gritó en un tono curioso a su esposa—. ¡Ven aquí!

Llegó su esposa y los dos se quedaron en la puerta mirando un espectáculo como nunca antes habían visto. Todo el aire parecía rezumar sangre. No se movía ni un soplo de viento, ni una nube flotaba en el cielo, pero caía una fina niebla, una sustancia que no era ni nieve ni polvo ni sangre, pero que tenía algo de la naturaleza de los tres. Los montones de nieve alrededor de la casa de campo que aún no se habían derretido por completo en los deshielos primaverales ya estaban cubiertos con un manto de color rojo pardusco, y minuto a minuto, mientras la materia extraña seguía cayendo del cielo, la capa del suelo se hacía más gruesa. Los dos se quedaron allí en la tranquilidad del amanecer con asombro y un poco de miedo, mirando la caída inusual y un mundo que estaba sangriento.

Había un olor extraño en el aire, casi un hedor. A Lars le recordó a un gato muerto de dos días con el que se tropezó una vez, y a un cerdo al que había muerto desangrado recientemente.

Lars estiró el brazo y agarró algunas de las cosas que caían en su mano.

—¡Mira! —le dijo simplemente a Helga.

La sustancia se derritió. No se escurrió como el agua. Se quedó en pequeños glóbulos aceitosos de un color como sangre vieja. En lugar de tener el olor fresco y terroso de la nieve o la lluvia, desprendía un olor desagradable que sugería ofensivamente algo muerto.

Helga era supersticiosa. Se estremeció y se apartó de la palma extendida de Lars.

—¡Nieve roja! —dijo con inquietud—. No es natural, no me gusta. ¡Oh, Lars, cierra la puerta!

Lars se quedó pensativo.

—Sí, nieve roja. Tal vez signifique un mal año para los cultivos —luego se encogió de hombros y medio sonrió a Helga—. Pero probablemente solo es polvo en el aire que se mezcló con la nieve. Nada de qué asustarse y…

—¡Escucha! —interrumpió Helga bruscamente.

Lars dejó sin terminar lo que había comenzado a decir. Desde el chiquero llegó un alboroto de gruñidos y chillidos como nunca habían oído. En el establo, los caballos relinchaban estridentemente, y se escuchó el ruido salvaje de los cascos al pisar. Por encima del estruendo de los animales asustados se oyó el aullido lúgubre y lloroso de Jerry, el collie escocés.

Lars salió corriendo de la casa.

—¡Quédate aquí! —gritó en respuesta cuando Helga comenzó a seguirlo—. ¡Veré qué está ocurriendo!

La nieve roja seguía cayendo. Lars corrió primero al granero, pero no había huellas de ningún intruso en la nieve recién caída, ni pudo encontrar ninguna evidencia de que un hombre o una bestia hubiera estado merodeando por la pocilga.

Lars corrió al establo, abrió las puertas e hizo todo lo posible por silenciar a los caballos. Algo los había asustado mucho, pero tenía poco tiempo para especular sobre qué era. Por primera vez en su vida, los animales apenas prestaron atención a sus esfuerzos por calmarlos, y Lars se volvió más perplejo y desconcertado a cada momento. Luego oyó a Jerry aullar más cerca, el golpeteo de pies corriendo cruzó el patio y el perro saltó por la puerta abierta, sacudiéndose y dando tumbos a sus pies.

—Tranquilo, Jerry —canturreó Lars, inclinándose para acariciar al perro.

Se dio cuenta de que los animales tenían miedo de la extraña nieve.

No había mucho que pudiera hacer hasta que dejó de nevar, así que caminó entre ellos, hablando y dándoles palmaditas hasta que se quedaron un poco más tranquilos. Alrededor de las siete, la nieve dejó de caer. Los caballos todavía estaban nerviosos, pero gradualmente terminaron sus locos relinchos. Lars decidió que era seguro dejarlos ahora y regresó a la granja, secándose la frente.


II. La cosa en el campo.

Más allá del tocino, los huevos y el café humeante, Lars y Helga discutieron el fenómeno, pero con estos elementos de desayuno hogareños ante ellos y una sensación cálida en el interior, la extraña nieve se volvió menos misteriosa y alarmante para ellos.

—No es de extrañar que los animales estuvieran asustados —dijo Lars, medio en broma—. Supongo que cualquiera se sentiría raro al ver nieve roja en lugar de blanca. Pero no hay nada de qué preocuparse. Probablemente sea solo polvo en el aire como dije.

—Tal vez sea así —respondió Helga con duda—. ¿Pero dónde hay polvo rojo por aquí?

La pregunta dejó perplejo a Lars. Conocía Minnesota, las Dakotas, Montana y Nebraska, pero en ninguno de esos Estados había nada con el peculiar color de la nieve.

—Desearía que te quedaras por aquí hoy —continuó Helga lentamente—. No me siento bien de alguna manera. Las cosas no son naturales como deberían ser.

—No hay necesidad de preocuparse —respondió Lars brevemente—. Todo está bien.

Como burlándose de sus palabras, toda la casa se estremeció, el café se derramó sobre la mesa y un terrible estallido retumbó en sus oídos.

Sin una palabra, Lars echó a correr hacia la puerta. Helga, con un miedo supersticioso, aferrándose fuerte a su corazón, se quedó atrás para enderezar la mesa. Alguna intuición le advirtió que algo andaba mal en el mundo. La nieve roja, y ahora este choque explosivo, ¿qué podrían significar? Oyó a Lars y Jerry caminar mientras buscaban la causa del disturbio, pero cuando Lars volvió a entrar en la casa, diez minutos después, el ceño fruncido en su rostro mostraba la inutilidad de su búsqueda.

—¿Qué era? —preguntó Helga.

—Nada que yo pudiera encontrar —respondió, desconcertado e irritado—. Sonaba como un árbol o algo caído en el granero, pero no había nada. Supongo que tal vez estemos escuchando cosas.

Fue un pobre consuelo. Los dos terminaron su desayuno en silencio. Al concluir la comida, Lars dijo brevemente:

—Voy a ver cómo está el terreno. Si me necesitas, grita y te oiré —Helga no respondió a pesar de sus temores, sabía la inutilidad de discutir con Lars.

Su esposo llamó a Jerry y los dos partieron. Había salido el sol y el cielo estaba bastante despejado. La temperatura estaba aumentando rápidamente. La nieve roja ya parecía derretirse y el aire tenía un olor rancio.

Un camino conducía desde la parte trasera de la granja hasta pasar los gallineros, atravesaba el corral de cerdos, luego corría por un campo abierto y finalmente subía una pequeña colina, al otro lado de la cual se extendían los cuarenta acres, un tracto utilizado para el trigo. Lars caminó por el sendero pasando el granero y cruzó el corral de cerdos. Cuando comenzaron a cruzar el campo abierto, Jerry se paró en seco y empezó a gruñir salvajemente. Lars miró a su alrededor, pero no vio nada inusual.

—Vamos, Jerry —dijo y siguió caminando.

El perro se quedó atrás de él, gruñendo y gimiendo. Entonces Lars se detuvo abruptamente, sorprendido. Unos diez metros por delante había un gran corte en la tierra húmeda. Parecía reciente, porque la tierra se abultaba alrededor de sus bordes y todavía no había ningún charco de agua en ella.

Mientras Lars continuaba caminando después de su pausa momentánea, Jerry lanzó un ladrido furioso que terminó en un aullido largo y quejumbroso y se negó a avanzar.

—Deja de ladrar y ven conmigo.

Lars maldijo con irritación. Sus nervios se estaban alterando, pero el perro no se movió, y Lars continuó, pensando que lo seguiría si tomaba la delantera.

Estaba a unos metros del borde cuando algo que no había visto le agarró el tobillo y tropezó hacia adelante. En un loco segundo de horror, el abismo del infierno pareció abrirse ante él. Algo más que no pudo ver lo golpeó en la frente, y sus brazos extendidos estaban magullados con una sustancia dura. Estaba inclinado hacia adelante en un ángulo de cuarenta y cinco grados sobre el profundo corte. Miró hacia abajo y vio el fondo a unos cuatro metros por debajo de él, pero no se cayó. No había absolutamente nada a la vista.

Un gran burbujeo de sudor lo cubrió. La sangre del moretón de su frente goteaba, pero colgaba suspendida en el aire a unos centímetros de su cara. Con los ojos vidriosos de terror, Lars se incorporó lentamente y se quedó temblando un momento. Volvió a extender la mano y sus dedos sintieron algo duro como el acero, más fríos que el hielo, con protuberancias aquí y allá y surcos extraños. Había una depresión en la superficie sólida en la que metió el puño y la mano desapareció de la vista.

Ante eso, el miedo se apoderó de él y se volvió y echó a correr con todas sus fuerzas mientras Jerry gimoteaba pisándole los talones. El terrible accidente ya no seguía siendo un misterio. ¡Quiera Dios que así fuera! Algo que nunca fue de esta tierra había caído en medio de un campo abierto, ya sea por accidente o intencionalmente. Todas las viejas leyendas populares de su raza surgieron en sus pensamientos para aumentar su pánico. Pero también pensó en Helga mientras corría, y decidió que no diría nada que pudiera alarmarla más.

Se detuvo un minuto fuera de la granja para recuperar el aliento. Luego entró, tratando de ser el mismo de siempre.

—¿Eres tú, Lars? —preguntó Helga gritó. Un momento después entró a la cocina. Cuando lo vio, corrió hacia adelante—. ¡Vaya, Lars, tu cara está sangrando!

—Sí, tropecé.

Helga lo miró a los ojos, que aún eran salvajes y dilatados, y la verdad de la intuición saltó a su corazón.

—¡Lars! ¡Ese estruendo, sabes lo que fue! ¡Había algo en el campo!

—No —respondió deliberadamente—, no había nada en el campo.


III. La caída inversa.

Era una pareja solemne la que se sentó al mediodía para almorzar. El peso opresivo del misterio y el miedo colgaba sobre la mesa, y detuvo incluso la pequeña charla que solían tener Lars y Helga. Por consentimiento tácito, no dijeron nada más sobre los incidentes de la mañana.

Hacia las dos de la tarde, el cielo comenzó a nublarse y afuera se enfrió; pero la nieve roja se había derretido con el calor del final de la mañana, y alrededor de la granja flotaba un olor pútrido, rancio y nauseabundo, el olor de un osario o de una tumba.

Lars deambulaba por la cocina y el sótano, haciendo trabajos ocasionales para pasar el tiempo. No salió de la casa. Sus nervios estaban al límite y no sabía qué pasaría a continuación. La nieve roja y la cosa en el campo pesaban sobre su corazón. La seguridad y la confianza de toda una vida se habían desvanecido en una breve hora. ¿Qué podía hacer en presencia de un misterio que parecía no tener explicación y cosas que iban en contra de las leyes de la vida en las que había confiado? Mientras las grandes masas de nubes plomizas se amontonaban en lo alto y las ráfagas de viento helado gimoteaban por el jardín y la casa, el indefinible miedo a lo desconocido se cernía sobre sus pensamientos. Solo tenía un rayo de esperanza: que el periódico que el cartero rural dejaría por la tarde explicara la misteriosa nevada. Lo que había en el campo, trató en vano de olvidarlo, fingiendo que debía ser un nuevo tipo de cometa.

Eran alrededor de las cuatro cuando Lars escuchó el silbido del cartero. Dejó el martillo y los clavos, luego caminó por un pasillo corto hasta la cima de las escaleras. Desde allí, mirando al otro lado del dormitorio delantero y por la ventana, pudo ver el buzón de correo en el lugar donde la carretera del condado pasaba unos noventa o cien metros frente a la casa. Allí se detuvo el familiar caballo y carruaje del cartero. Para su sorpresa, Helga también estaba parada allí, hablando con él pero evidentemente a punto de regresar a la casa. Ella debió haberlo visto venir por la carretera y salir a su encuentro.

La vista de Helga lo inquietó curiosamente. Deseó que ella hubiera esperado para dejarlo ir tras el correo. Cuando comenzó a descender el tramo de escaleras, decidió que le pediría que se quedara adentro durante un día o dos. Pero todos los pensamientos fueron alejados de su cabeza y el terror negro lo abrumó en una oleada enfermiza cuando estaba a mitad de camino.

Porque llegó a sus oídos un sonido que era muchos sonidos. Hubo un extraño y largo zing-g-g, el loco relincho de un caballo y el repentino y penetrante chillido de una mujer. Y luego vino de nuevo ese largo y extraño zing-g-g, y el ruido de un gran viento.

Lars despejó el resto de los escalones de un salto y se torció un tobillo torcido al doblar hacia la puerta principal. El miedo ciego que había sentido mientras colgaba sobre el pozo esa mañana no era nada comparado con la oleada de horror que se apoderó de él ahora.

Porque no había nadie a la vista. El buzón estaba desierto. El camino se extendía hacia la izquierda, sin ningún viajero humano, durante tres cuartos de milla, y hacia la derecha, igual de vacío durante media milla. Y en el campo que se extendía al otro lado del camino, no se veía ningún ser viviente. Helga y el cartero con su caballo y su carruaje se habían desvanecido como si nunca hubieran existido.

Pero había algo curioso: todo alrededor estaba gris por las nubes que oscurecían el cielo, excepto una mancha redonda de azul de unos cien metros de diámetro a través de la cual la luz del sol se derramaba sobre el buzón. Lars levantó la vista mecánicamente. En lo alto estaba la única grieta en los bancos de nubes, una grieta que las nubes en aumento volvían a llenar rápidamente. Incluso mientras miraba, algunas cosas blancas revolotearon hacia la tierra: cartas y papeles. Lars tomó un puñado como si estuviera aturdido o loco y se tambaleó de regreso a la casa. Apenas fue consciente del repentino rugido del viento que se levantó, o del muro de aguanieve que se precipitó en una salvaje pendiente desde las nubes.

De la misma manera mecánica e irresponsable, volvió a girar y salió a la penumbra con la desesperada esperanza de que sus ojos y oídos le hubieran jugado una mala pasada. Caminó en cualquier dirección, buscó a través del campo, llamó y gritó hasta que su voz se volvió ronca, pero no encontró nada, y nadie respondió a sus vanos gritos. Luego, por fin, cuando el aguanieve se transformó en una fina llovizna que cesó en breve, volvió a la granja, todavía con esa sensación de aturdimiento.

Las cartas estaban tiradas en el suelo donde las había dejado, y automáticamente escogió de ellas el papel que había pensado que podría contener una noticia explicativa. Pero no podía concentrar sus pensamientos, y eran solo frases inconexas que su ojo detectaba aquí y allá: Cae nieve roja, polvo volcánico en la atmósfera superior, nubes de polvo de las praderas occidentales, un organismo desconocido y curioso desconcierta a los científicos, un químico afirma que encontró rastros de una sustancia como la sangre, fueron las explicaciones del párrafo y el comentario que corrió en un revoltijo por sus pensamientos; y en otro lugar de la página, algunas otras frases: Extraña exhibición de auroras boreales, rayos de color rojo, verde, violeta, amarillo, fenómeno observado en Norton, un astrónomo de la universidad no ofrece ninguna explicación.


IV. Algo desde arriba.

Al anochecer de ese día de locura, nuevamente estaba parcialmente despejado afuera. En el este todavía colgaba un banco bajo de nubes, pero arriba y hacia el oeste las estrellas estaban saliendo.

Lars se sentó junto a una ventana mirando la noche durante horas. Su mente se había calmado mientras cavilaba sobre misterios que no podía sondear, pero había una luz en sus ojos que nunca antes había estado allí. Hasta el momento, sólo la impasibilidad de su raza le había impedido volverse loco. En sus oídos aún resonaba esa mezcla de sonidos, y sus ojos horrorizados mantenían ante ellos el camino vacío y los papeles revoloteando hacia abajo. Era increíble, impensable; sin embargo, todos sus pensamientos terminaron con una explicación que no tenía lógica: de alguna manera, el cartero y Helga habían sido arrebatados de la superficie de la tierra.

Había pensado en un tornado, pero nada más había sido perturbado. ¿Qué era lo que podía llegar a la tierra en un breve segundo o dos y desaparecer instantáneamente hacia el cielo con su presa? El sudor frío brotó de su frente. Una vez, de niño, se había preguntado cómo se sentiría si viera caer una manzana de un árbol y, en lugar de caer a la tierra, navegar hacia los cielos. Ahora conocía esa terrible sensación, la sensación de que la naturaleza se había torcido repentinamente.

Volvió a mirar al cielo directamente arriba, donde las estrellas brillaban frías, esperando en vano que pudiera sacar una solución de esas profundidades insondables. Pasaron los minutos. La Vía Láctea resplandeció con su misteriosa belleza. La noche estaba tranquila sin viento.

Cuándo fue que tomó conciencia de algo nuevo, no pudo decirlo. Pero en el fondo de sus inútiles pensamientos, una frase olvidada buscó expresión a tientas: Extraña exhibición de auroras boreales, rayos de color rojo, verde, violeta, amarillo.

Entonces lo supo. Muy por encima de él, tan débilmente que al principio no pudo estar seguro, rayos de luz de muchos colores pulsaron a través de las estrellas. Y a Lars le sorprendió y le invadió una especie de nuevo temor de que no se viera en ningún otro lugar. En el pasado, había visto con frecuencia la aurora boreal descender desde el norte, ardiendo más brillante hasta que serpentinas y cataratas de un extraño resplandor jugaban en todo el cielo.

Pero nunca antes la había visto confinada a un lugar tan pequeño en el cielo. Estos rayos parpadeantes de verde y violeta, rojo y amarillo, no parecían tan remotos como solían ser las auroras boreales, y era extraño que ocurrieran en un área tan pequeña, aunque debía ser inmensamente más grande en el espacio. A veces, sólo dos rayos bailaban alrededor del otro, a veces todos desaparecían, luego, un minuto después, rayos de diferentes colores saltaban sobre el terciopelo estrellado de la noche. Y la parte más extraña de la exhibición fue la claridad y rectitud de la luz; no había nada de la vaguedad, ni el cambio y la fusión lenta en otros patrones y colores que tenía la aurora; esto se parecía más al encendido y apagado de linternas gigantes.

Durante varios minutos, Lars miró las extrañas luces con la torpeza de una mente aturdida por demasiadas conmociones. Incluso en este estado se dio cuenta de algo nuevo: le pareció ver una o dos motas negras en el aire entre él y las luces, como las motas danzantes ante los ojos de alguien que ha sido golpeado en la cabeza; y llegó a sus oídos una ráfaga de viento, y dos objetos se precipitaron furiosamente a su lado para estrellarse contra el suelo.

Un momento después, creyó escuchar un ruido sordo en la carretera y otro desde algún lugar lejano, pero tal vez solo eran ecos, o sus oídos pudieron haberle jugado una mala pasada. No podía estar seguro. Como un autómata, se levantó y bajó a tropezones las escaleras hacia la noche fría y tranquila.

Había algo extrañamente familiar en ese objeto más cercano, y se acercó a él con un zumbido lejano en los oídos y un torbellino salvaje de sueños locos en su mente. Se inclinó sobre la forma inmóvil; un olor a quemado le llegó a la nariz, reconoció el pobre y destrozado cuerpo de Helga, la piel horriblemente blanca. Canturreó una palabra de dolor y se inclinó para acariciar la arcilla sin vida. Y luego volvió a apartar la mano, porque ardía como el fuego de un horno, pero sabía que no era fuego lo que tocaba, ni calor alguno, sino el frío absoluto y penetrante del espacio exterior. Como Helga se había desvanecido, en misterio y terror, también había regresado, pero el horror para ella había terminado. Para él continuó. La noche estaba en silencio, pero ese zumbido enloquecedor era más fuerte en su cerebro. Sacudió la cabeza para deshacerse de él y sus ojos se posaron en el otro objeto.

Por un segundo, el tiempo y el espacio y el mundo se detuvieron para Lars. Ningún ojo podía mirar sin cambios esa mancha viscosa de carne líquida, hongos e icor, con sus repugnantes tentáculos y picos, su negrura de corrupción, su monstruosa mezcla de todo lo que era obsceno en los reinos vegetal y animal, y más horrible aún, el núcleo metálico de la cosa todavía se movía débilmente con una espantosa parodia de la vida; y en su centro, un bulbo podrido y enfermizo de un ojo ciego miraba malévolamente a Lars con su luz moribunda.

El zumbido en sus oídos se convirtió en un estruendo chirriante, algo se rompió, sus dientes crujieron y la locura se apoderó de él. Murmuró palabras cariñosas para Helga, gritó blasfemias a la cosa viscosa desde arriba, estalló en carcajadas sin alegría y sollozos ásperos. Su mente enloquecida se fue por otra tangente, y dejó de murmurar y chillar tan repentinamente como había comenzado; en cambio, se rió entre dientes con una astucia loca, como si hubiera pensado en una manera de engañar a su enemigo.

Retrocedió disimuladamente hasta la casa de campo y reapareció con un gran puñado de leña. Volvió a buscar más y más. Hizo una tosca pira, arrastró el cuerpo de Helga sobre ella aunque sus manos ardían como en un horno al rojo vivo; volvió corriendo, reapareció con una lata y echó querosén en la pira. La encendió con lágrimas de locura y dolor corriendo por su rostro.

Entonces la furia entró en su corazón, y arrojó el resto de la leña sobre la cosa obscena y la empapó con el querosén. Cuando las llamas se encendieron, bailó con dolor, odio y locura retorciéndose alternativamente en sus rasgos. Corrió de regreso a la leñera en busca de más combustible. Estaba a punto de regresar con una carga de leña cuando escuchó el rugido de una pequeña explosión, vio una fuente de chispas y leña ardiendo en el aire. Se quedó boquiabierto por un segundo, luego corrió locamente hacia los fuegos.

La monstruosidad obscena ya no existía: algo en ella había explotado, y en dos o tres lugares ardían trozos en el techo de la granja. Pero Lars no les prestó atención, tampoco a las llamas que comenzaban a lamer los aleros, porque algo medio olvidado golpeaba en el fondo de sus pensamientos.

¡La cosa en el campo! ¡La cosa en el campo! La frase le pasó por la cabeza como un cántico, y estalló en otra carcajada salvaje. Apenas miró el humo negro que surgió de la pira funeraria de Helga, mientras se giraba y regresaba rápidamente a la pila de leña.

Recogió todo lo que pudo llevar y tropezó por el camino, tambaleándose bajo el peso. Cuando llegó a la brecha en la tierra, débilmente iluminada por el resplandor rojo que comenzaba a salir del techo en llamas de la casa de campo, arrojó todo sobre la cosa invisible y gritó. Regresó una y otra vez hasta que toda la madera estuvo esparcida alrededor y sobre lo que no se podía ver. En su último viaje, trajo dos latas de querosén de un galón y las vertió sobre tanta madera como estaba a su alcance, luego la arrojó a la parte superior de la pila y encendió la masa.

Una lengua de fuego saltó y corrió sobre la pila, y salió un volumen de espeso humo negro. El campo a su alrededor ya estaba iluminado por un resplandor espeluznante de la granja que ahora estaba completamente en llamas. Como un nigromante pronunciando su ritual de encantamiento y hechicería oscura, Lars saltaba, bailaba y aullaba alrededor de la gran hoguera que había construido.

Una torre de humo negro se elevó en el aire, la madera crujió, el calor se volvió abrasador. Y bajo la metamorfosis del fuego, Lars vio cómo se formaba un último y extraño acertijo ante sus ojos. Se estaban formando contornos, la sugerencia de una vasta estructura incrustada profundamente en la tierra.

Balbuceó a las estrellas mientras veía planos, ángulos y cubos que parecían la geometría de otra dimensión. Su risa maníaca volvió a sonar cuando miró a través de las paredes transparentes y brillantes y vio objetos que no podía nombrar, dispositivos mecánicos montados de manera extraña, artículos fantásticos que ninguna mente en la tierra podría haber imaginado o moldeado. Y alrededor de ellos había docenas de esas cosas infernales y viscosas que no eran ni animales ni vegetales ni materia, pero que participaban repugnantemente de la naturaleza de los tres. Gritó con triste júbilo mientras vislumbraba brevemente otras cosas: sustancias extrañas y gaseosas en el suelo que mantenían su forma tan rígidamente como cadáveres.

Se oyó un silbido, como un gran suspiro, un estruendo de advertencia, y Lars abrió los brazos como si quisiera abrazar el fuego purificador. Fue su último gesto, porque la tierra, el cielo y la vida temblaron y fueron destrozados antes de la titánica explosión que acabó con la cosa en el campo.


V. Un acertijo de las estrellas.

La tarde del 30 de marzo, poco después de las 2:00 p.m., Larry Greene despegó del campo de vuelo de Twin City con un envío especial de despachos bancarios para Seattle. Su avión fue visto por última vez en Elk Forks, veinte millas al este de Norton, aproximadamente a las cuatro en punto. Cuando no se lo volvió a ver durante varias horas y no se recibió ningún informe, la importancia de su carga hizo que se enviara un grupo de búsqueda.

Temprano en la mañana del 31 de marzo, su avión fue encontrado cerca de la granja quemada de Loberg. Estaba completamente destrozado, pero el cuerpo del piloto no estaba por ningún lado. El grupo de búsqueda continuó recorriendo la zona. Una hora más tarde, lo encontraron deambulando, aturdido, por un campo cerca de Norton. Su relato de lo que había sucedido era tan singular y fantástico que se cuestionó su cordura. Sin embargo, cuando se descubrió que estaba sufriendo mucho por la exposición, lo llevaron de inmediato a las Ciudades Gemelas para recibir atención médica. Todos los esfuerzos por salvar su vida fueron inútiles. Murió varios días después de una infección gangrenosa.

Entre sus efectos se encontraron dos elementos significativos: un objeto negro y la siguiente comunicación extraordinaria, que aparentemente fue escrita en algún momento durante el primer día de su confinamiento para atención médica:


***

A otros les dejo la tarea de decidir si he sido víctima de la locura o de las alucinaciones. Yo mismo dudo ya del testimonio de mis propios ojos y oídos. Si no fuera por el disco que traje conmigo, creería que todo fue una ilusión o un sueño, pero a menos que el disco resulte ser producto de una imaginación trastornada, no puedo dudar de la verdad de lo que tengo que decir y de la realidad de lo que vi.

A las dos y diez de la noche del 30 de marzo, despegué del campo de vuelo de Twin City con un paquete de despachos bancarios para Seattle. Me dirigí hacia el oeste. Las condiciones meteorológicas fueron favorables durante la primera hora y mantuve el nivel de vuelo relativamente bajo de dos mil pies. En este punto, a algo menos de ciento sesenta kilómetros de las Ciudades Gemelas, me estaba acercando a una región para la que se pronosticaban tormentas de nieve o aguanieve. Los bancos de nubes se estaban acumulando más adelante, así que inmediatamente comencé a escalar en busca de altitud. La última ciudad que vi fue Elk Forks. Después de eso, las nubes debajo de mí oscurecieron todo.

Había subido a seis mil pies, luego siete mil quinientos, y ahora me mantenía a una altitud de nueve mil pies. Calculé que ahora debía estar acercándome a Norton.

Sin una palabra de advertencia, vino el terror.

Mi avión se vio envuelto repentinamente en una luz verdosa. El motor y la hélice zumbaron, pero mi progreso se detuvo por completo. Mi altímetro marcaba once, trece, quince mil pies tan rápido que apenas podía seguirlo. Nada de lo que podía hacer tenía ningún efecto en el avión o su increíble ascenso. La sensación era repugnante. Tenía el motor completamente abierto, pero no avanzamos ni un pie. En cambio, el avión se elevó hacia arriba como un globo. Apenas tuve tiempo de ajustar mi tanque de oxígeno y encender la corriente para el traje hermético calentado eléctricamente que siempre uso cuando vuelo en climas fríos. El altímetro se disparó a cuarenta mil pies, luego se congeló.

Todo había sucedido tan instantáneamente que casi me quedé atónito. Unos pocos segundos como máximo podrían haber pasado entre el momento en que llegó la luz verdosa y el altímetro se congeló.

A través de mi traje, comencé a sentir un frío intenso. No tenía conocimiento de qué tan alto estaba ahora, pero sabía que si mi extraño ascenso no se detenía rápidamente, perecería en el cero absoluto o casi absoluto del nivel superior de la atmósfera. El motor ahora se congeló y se apagó. En lugar de caer, el avión permaneció en su suspensión antinatural, todavía bañado en luz verde. El cielo sobre mí se había vuelto tan oscuro que estaba seguro de que debía estar cerca del borde exterior de la atmósfera de la Tierra. El frío era más punzante que nunca.

En este momento, creí escuchar dos leves clics. Unos segundos más tarde, se repitieron. La luz verde desapareció.

Arriba, las estrellas se apagaron. El efecto fue precisamente como si estuviera mirando a través de un cristal invisible pero no pudiera ver nada. Y a solo unos metros de mi avión habían aparecido repentinamente los cuerpos de un hombre y una mujer muertos. El intenso frío disminuyó rápidamente en severidad, pero si hubiera sido mil veces más helado, no podría haber sido tan entumecedor como el extraño horror de todo lo que me había sucedido en un breve minuto.

Estaba en medio de una pesadilla infernal infinitamente más desgarradora que cualquier otra que hubiera tenido. El terror y el miedo al misterio nauseabundo se apoderaban de mí, apenas sabía si estaba soñando o despierto, vivo o más allá de la frontera de la muerte. Y esos dos cadáveres colgando en el aire cerca de mí, su apariencia era tan espantosa como inexplicable.

Todo fue como una visión delirante. Me sentí como si estuviera encerrado, el terrible frío había cesado, pero no había una estrella en el cielo sobre mí ni podía ver la tierra debajo. Si no fuera por el avión y los dos cuerpos, habría creído que me había quedado ciego.

Apenas había entendido —o mejor dicho, me había dado cuenta de mi situación ya que no la entendía en absoluto— cuando me vino de nuevo este leve clic, desde arriba, y automáticamente miré hacia allí.

No sé lo que esperaba ver, excepto cualquier cosa o nada. Pero no fue la respuesta a ninguna de las mil preguntas que vinieron a mi mente, sino un misterio más oscuro y profundo. Había nubes de vapor a una docena de pies por encima de mí. Nunca antes había visto una sustancia gaseosa mantener su forma rígidamente, y con una sensación de desvanecimiento lateral me di cuenta de que la cosa parecida a una nube estaba viva. Tuve la impresión de que mis ojos ardían. Mi cerebro recibió una orden, pero mis oídos no escucharon ningún sonido. De alguna manera que no pude comprender, la monstruosa sustancia viviente sobre mí había puesto en mis pensamientos una imagen de mí mismo saliendo de la cabina.

¿Salir de la cabina de un avión, Dios sabe cuántas millas sobre la tierra, era una locura, un suicidio. Luché con todas mis fuerzas para retener mi asiento. Pero estaba impotente, y lentamente accioné las trabas de la cabina y me encontré con el espacio vacío.

Debería haberme caído como un peso muerto. Pero estaba de pie tan erguido como si hubiera tierra sólida bajo mis pies. ¿Dónde estaba el último frío que debería congelarme? ¿Por qué no me caí? ¿Cuál era el significado de todos los inquietantes eventos de los últimos minutos? Temblaba violentamente, me inundó un sudor frío y caliente, un miedo mortal carcomía mi corazón por primera vez en mi vida.

Entonces pensé que debía haber entrado en un estado hipnótico, porque una repentina sensación de paz se apoderó de mí y, en respuesta a otra orden silenciosa, subí a lo que parecía ser una escalera corta, y bajé un momento después a otra invisible. La cosa gaseosa se retiró a medida que avanzaba, y ahora colgaba a unos pocos metros de mí. Pero apenas me di cuenta, porque mis ojos estaban desconcertados por la vista a mi alrededor, y una tenue luz de comprensión comenzó a despejar la niebla sobre mis pensamientos.

Montones de intrincada y reluciente maquinaria y delicados mecanismos estaban por todas partes a mi alrededor, junto con elaborados diales, controles y otros dispositivos cuyo propósito ni siquiera podía conjeturar. Alrededor de cada control se agrupaban decenas de cosas gaseosas. Soñé que estaba en un dirigible de algún tipo nuevo, pero no había paredes que lo cerraran y no podía ver ningún piso debajo de mí, sin embargo, el cielo estaba desprovisto de estrellas.

Todo esto lo noté en un breve instante antes de que mi captor me ordenara en silencio que caminara unos pasos hacia adelante y me sentara. Demasiado aturdido y abrumado para ofrecer resistencia, lo hice. La cosa se dirigió hacia mí y se quedó colgando a unos metros de distancia. La miré, y tuve la impresión de ojos ardiendo que no podía ver. Pero me invadió de nuevo esa extraña sensación de paz.

¿Cómo puedo describir el extraño terror y fascinación de la escena, o lo que siguió? Sin duda, ningún hombre había sido tan repentinamente apartado de los hábitos y pensamientos de toda una vida como yo entonces. Sin darme cuenta hasta después, debí haber sido puesto nuevamente bajo control hipnótico, porque el mecanismo y las formas gaseosas que me rodeaban se desvanecieron repentinamente en el vacío, y luego, mientras tenía la sensación incorpórea de alguien que sueña, una sucesión de imágenes fantásticas fueron impuestas a mi imaginación. No se intercambió ninguna palabra, porque ninguno de los dos podría haber entendido el idioma del otro. Mediante una especie de transferencia de pensamientos, se me hizo comprender todo lo que me había sucedido y algunas cosas que no conocía, y algunas de las cuales probablemente nunca tendré más conocimiento para certificar su verdad.

Como había comenzado a sospechar, ahora estaba en una nave espacial de un tipo y construcción completamente nuevos para mí. El ser que colgaba a unos metros de distancia era Relelpa, director de una expedición desde Saturno en una misión de la que dependía la existencia o muerte del sistema solar.

Durante miles de años, su civilización había progresado allí hasta que sus habitantes estuvieron tan por delante de nosotros como nosotros de los simios de la jungla. La fuerza vital persiste en una variedad infinita de organismos producidos en Saturno, sustancias gaseosas opacas como Relelpa. Muchos años antes de nuestro encuentro, estos inquietantes habitantes de Saturno habían descubierto en las entrañas de su planeta uno de los elementos más raros de todo el universo. Saturno mismo contenía solo unos pocos miles de toneladas del mineral del que este elemento, Seggglyn, fue extraído.

Seggglyn resiste el frío incluso hasta el cero absoluto, pero si se expone a suficiente calor, explota. Su propiedad más curiosa y más valiosa es su impermeabilidad a la gravitación. Por ejemplo, un trozo del elemento puro aislado bajo un cielo abierto es arrojado inmediatamente hacia el cielo por la fuerza centrífuga del planeta giratorio, ya que la gravitación no tiene ningún efecto sobre él. Hasta que finalmente se rompe en partículas atómicas, se precipita para siempre a través del universo, rebotando nuevamente de cualquier atracción gravitacional a la que pueda acercarse.

Al extraer el elemento y al experimentar con él, los saturnianos no solo descubrieron cómo controlarlo, sino que obtuvieron subproductos de un valor inestimable. Seggglyn es completamente transparente, pero nada más allá es visible, como si se mirara a través de un cristal. Quizás pueda aclarar esto diciendo que es como un punto ciego. Seggglyn actúa como un punto ciego a cualquier distancia del ojo del espectador.

Al extraer el elemento, los saturnianos encontraron que la última impureza eliminada tenía el efecto de contrarrestar el elemento; es decir, hasta que se eliminó la impureza, Seggglyn se mantuvo por atracción gravitacional. Por lo tanto, al volver a colocar la impureza, o recubrir Seggglyn con ella, el elemento solo tenía propiedades minerales normales.

Sólo había una cantidad limitada del material en Saturno, y nunca se encontró rastro de él en el espectro de ninguna estrella. ¿Qué se debería hacer con él? Los saturnianos consideraron todos los usos posibles, y finalmente decidieron que sería el más valioso como ofensiva y defensa contra cualquier peligro; por lo que construyeron esta vasta nave espacial y la armaron con todos sus rayos de destrucción. La nave no se podía ver ni su ubicación adivinada a menos que cruzara delante de una estrella.

En la parte exterior de la nave se colocaron decenas de placas delgadas de la impureza. Éstas fueron controladas por radio desde el interior de la nave. Podían ajustarse a cualquier posición en el exterior, de modo que se pudiera regular la velocidad, y la suficiente fuerza gravitacional para permitir que la nave se eleve y aterrice de manera segura.

Así los saturnianos habían explorado el sistema solar hace cientos de años, e incluso se habían aventurado en la galaxia más allá, porque aparentemente no había límite para la velocidad que podía alcanzar. Si su tasa de velocidad fuera constante cuando dejara la influencia gravitacional de Saturno, seguiría yendo a ese ritmo. Pero si su velocidad estuviera controlada de modo que aumentara constantemente en el punto en el que pasara más allá de la influencia de Saturno, su aceleración continuaría al mismo ritmo, y si valiera la pena el riesgo, se podría alcanzar una velocidad de cientos o miles de años luz por segundo.

Después de sus primeras exploraciones y experimentos, los saturnianos mantuvieron la nave inactiva, pero siempre preparada para cualquier peligro. Habían descubierto muchos asuntos inquietantes en sus viajes, pero mientras no sucediera nada, mantuvieron su política de esperar.

Y de la noche, sin previo aviso, había surgido repentinamente el único peligro cataclísmico que no habían anticipado. Desde su gran observatorio central, los saturnianos mantuvieron un estudio constante de los cielos por razones astronómicas. Una semana la observación había mostrado una vista normal de la región de la estrella vespertina. Y la semana siguiente, las estrellas desaparecieron momentáneamente en una línea recta que viajaba hacia el sistema solar.

No podían dar crédito a esto, pero solo había una explicación posible. Alguna estrella o mundo fuera del alcance de su telescopio más lejano había poseído el mineral raro, y una nave espacial hecha de Seggglyn, ya fuera un grupo de exploración o una expedición de invasores, avanzaba cada hora distancias estelares colosales hacia el sistema solar. Su sorpresa se convirtió casi en pánico cuando descubrieron que, en lugar de una, ¡había tres naves espaciales!

Tan breve fue la advertencia que se tuvieron que tomar medidas desesperadas. Cálculos apresurados mostraron que los invasores se dirigían primero hacia la Tierra, tal vez para reconocer o usarla como un rebote para alcanzar Saturno. Relelpa fue convocado para liderar el grupo. La necesidad de llegar a la Tierra antes que los invasores fue desesperada. No se pudo lograr ni siquiera con la aceleración normal. En la crisis, en el momento en que las placas anuladoras fueron despojadas del exterior de la nave, el explosivo más poderoso de Saturno se utilizó para lanzarla con un destello cegador y darle la aceleración inicial requerida.

Sobre la Tierra interceptaron a los invasores se dieran cuenta. El rayo rojo de aniquilación de la nave de Saturno apuñaló la primera nave invasora, la cual se disolvió en un polvo marrón. El rayo rojo volvió a dispararse, pero falló; la segunda nave usó algún otro medio además de placas negras para usar la fuerza gravitacional, y cayó repentinamente para escapar del rayo mortal; pero la nave detrás de ella también se zambulló y se estrelló contra la punta de su propia camarada , y cuando el frío glacial del espacio arrasó con sus ocupantes, la segunda nave se precipitó hacia la Tierra. Algunos de sus ocupantes se derramaron al espacio, y uno de ellos fue instantáneamente atrapado y arrastrado hacia la nave saturniana por el rayo magnético verde.

Se desconoce de dónde vinieron los invasores, porque su mundo se encuentra más allá de cualquier galaxia o nebulosa conocida por los astrónomos del sistema solar. Ellos también habían descubierto Seggglyn en su mundo, y lo habían descubierto en el último momento, porque su mundo estaba muriendo y había casi llegado a su fin. Con sus súper telescopios, habían encontrado rastros de Seggglyn en el espectro de Saturno mucho antes de que estuviera aislado. El tiempo no tenía precio para estas horribles criaturas de los espacios más allá. Habían construido tres naves, pero éstas no eran suficientes para transportar a todos los habitantes de su mundo antes de que llegara el fin. Si pudieran obtener el mineral de Saturno y construir dos naves más o incluso una gran nave nodriza, se salvarían.

Y así empezaron las tres naves, cada una cargada con mil de las criaturas repugnantes. Una nave debía aterrizar en el más habitable de los planetas, la Tierra, y acabar con toda la vida. Los otros dos iban a descender en Saturno, y mientras una banda destruía a los habitantes, la otra extraería Seggglyn del mineral y construiría tantas naves como fuera posible. Tan pronto como las tres naves hubieran aterrizado, debían regresar a su mundo, vacías excepto por las tripulaciones, a fin de traer de regreso a otros miles de cosas repugnantes y obscenas.

Y su plan infernal habría tenido éxito si no hubieran descuidado una posibilidad: pensaron que los saturnianos desconocían la propiedad de Seggglyn, y que el mineral aún no estaba trabajado; o que, en cualquier caso, sus propias naves eran invencibles. Y así, sin estar preparados, en el mismo momento de su triunfo, la fuerza de los invasores se redujo en dos tercios.

Pero ahora se advirtió a la tercera nave; y durante todo el día los saturnianos habían estado involucrados con ella en una lucha de la que dependía el destino de los mundos. Si los saturnianos eran derrotados, la Tierra y Saturno estaban condenados.

Relelpa me mostró un gran disco metálico en el que se reflejaban los cielos. Y allí, cerca del centro del disco que marcaba nuestra posición, vi las estrellas borradas donde estaban los invasores.

—¿Qué puedo hacer? ¿Por qué me quieres? —fueron las dos preguntas silenciosas que le hice a Relelpa; y la respuesta llegó, no había nada que pudiera hacer aquí arriba. Relelpa había avistado mi avión y ordenó que lo recogieran. Me había dicho todo lo que quería, y ahora estaba a punto de ser liberado para advertir a la gente de mi mundo en caso de que los saturnianos fueran derrotados.

No tenía fuerza de voluntad propia al lado de este gigante mental, simplemente seguí sus instrucciones. Hubiera sido fatal intentar usar mi avión a esta altura, y mi paracaídas probablemente se habría desgarrado. Relelpa me dio un curioso disco negro cuando leyó mis pensamientos, y nuevamente por imagen mental me mostró como usarlo.

De repente me mostró la imagen de que la batalla final y desesperada estaba cerca. En el mismo instante, me empujó hacia la cámara exterior a través de la cual había entrado originalmente. Vi su extraña forma como una nube por última vez. Lo sentí desearme buena suerte mientras yo a su vez le deseaba éxito, y entonces la puerta se cerró detrás de mí. Sostuve el disco sobre mi cabeza, manipulándolo como me había explicado, de modo que partes de la cubierta negra se deslizaran del Seggglyn. Escuché otro clic, y luego, de repente, me dejé caer, y mi avión pasó a mi lado y se precipitó hacia abajo y, tras él, los cuerpos de las dos personas que habían estado en la tierra en el camino del rayo verde cuando su poder magnético me recogió, se aceleraron junto a mí, y detrás de ellos el espantoso monstruo que habían capturado los saturninos.

Mientras caía lentamente, todavía sintiéndome como si hubiera soñado una horrible pesadilla, miré por encima de mí; y mis ojos se agrandaron cuando vi un rayo rojo y verde destellando contra un rayo amarillo y violeta. Seguramente fue la batalla más extraña e importante jamás presenciado por el hombre. A veces, los cuatro rayos se lanzaban y ardían, a veces solo uno o dos; o ambos rayos de una nave se desvanecían solo para reaparecer repentinamente en otro lugar.

Escuché el silbido del viento a mi lado, miré la tierra muy abajo, y un gran miedo se apoderó de mí; pero no estaba cayendo más rápido de lo que lo haría con un paracaídas, y la imagen mental de Relelpa regresó para tranquilizarme.

Una vez más miré hacia arriba. Solo vi los rayos rojos y verdes saltando locamente por el cielo en un himno de victoria: ¡la batalla estaba ganada!

El médico me dice que la gangrena ha comenzado. Supongo que estaba más frío de lo que pensaba en esos espacios superiores. Creen que estoy loco. Tal vez lo estoy, pero juro que vi todas las cosas que he escrito tan claramente como veo ahora mi catre de hospital o el tragaluz sobre mí o el disco negro debajo de mi almohada. Bueno, eso debería convencerlos si nada más lo hace.

Larry Greene.

***


VI. El disco negro.

Debajo de la almohada del catre en el que había muerto Larry Greene, se encontró un pequeño disco. La enfermera que lo descubrió lo miró con curiosidad, desconcertada sobre su propósito y preguntándose qué hacer con él. Finalmente llamó al médico que había intentado en vano salvar la vida del piloto.

—¿Qué es? —preguntó bruscamente.

—No lo sé —respondió ella—. Lo encontré en el catre del señor Greene. ¿Qué debo hacer con él?

El médico tomó el objeto y lo examinó de cerca. Era un disco negro, de forma ligeramente ovalada y de aproximadamente un pie de diámetro. Era perfectamente plano, con un grosor invariable de media pulgada. En dos lados tenía una sangría, y en cada hendidura había una hilera de pequeñas protuberancias.

—Hmmm —reflexionó el médico—, nunca había visto nada parecido.

Tocó las perillas meditativamente. Hubo un leve clic, y la cubierta negra del disco de alguna manera pareció deslizarse o colapsar. Y de repente, se encontró sin nada en sus manos. Escuchó un viento repentino, el estallido de cristales rotos, un sonido como una ráfaga de aire.

El médico, atónito, miró a una enfermera asombrada, mientras pedazos de vidrio del tragaluz roto caían a su alrededor. El disco negro que habían estado examinando hace unos segundos había desaparecido.

Donald Wandrei (1908-1987)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Donald Wandrei.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Donald Wandrei: Algo desde arriba (Something from Above), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Agradezco la traducción de este cuento.
Me parece muy efectiva la conjunción entre terror y ciencia ficción.
Me parece que funciona muy bien.
El terror ha terminado, por la intervención de una raza del sistema solar. Pero ha sucedido.
Y le ha costado a Helga, el ser destruida, como efecto secundario.

Me parece algo magistral este relato.

Poky999 dijo...

La evaluación del relato me parece correcta.
Creo que al leer desde este contexto(tiempo actual), el cliché de extraterrestre debilita bastante el efecto estético que intenta producir el relato.



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