Leer no te hace mejor persona


Leer no te hace mejor persona.




[Debajo del Parque Los Andes, en el barrio de Chacarita, se extiende una intrincada red de túneles que alguna vez fueron parte de las catacumbas del Cementerio Viejo. Allí, en uno de los Osarios, oportunamente acondicionado por los propietarios del bar Teufel, el profesor Lugano dio una serie de charlas acerca de los libros, la lectura y otras menudencias. Esta es la primera de ellas.]


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Te lo digo a vos: la lectura es peligrosa, como toda actividad que se realiza en soledad y que tiende a absorber toda la atención. Más aún, la lectura es una de esas actividades que no puede apresurarse, que tiene su propio ritmo, y que además implica el ejercicio de la imaginación, de la fantasía.

Existe una especie de fe ridícula en el poder curativo de la lectura. Esta suposición se presenta como algo veraz, sobre todo desde que existen innumerables tipos de entretenimiento que compiten con los libros, y que en cierto modo hacen que la lectura parezca un acto pintoresco, digno de jactancia. Es hora de terminar de una vez por todas con esa creencia indiscriminada en la lectura.

Hagamos un ejercicio simple: pregúntele a cualquier persona si tiene algo que decir en contra de la lectura, y verá que esta constituye una actividad sacralizada, aun entre aquellos que jamás abrieron un libro. Por el contrario, la lectura es una de las pocas actividades humanas, si no la única, que despierta opiniones unánimes. Hay gente que practica el celibato, que se abstiene de los placeres más elementales, pero no hay nadie que se atreva a elevar una crítica moderada de la lectura.

Muchos aquí ya lo saben: yo leo. Es la forma en la que se da por sentado que leer —por el solo acto de leer— es algo bueno y hasta saludable, lo que me rompe las pelotas. Hay algo condescendiente en ese mensaje. Es como decir: leer es aburrido, lo sabemos, y probablemente no sea la forma más excitante de pasar tu tiempo libre, pero está llena de virtudes, de nutrientes para tu cerebro y tu alma. Este tipo de razonamiento logra el mismo impacto publicitario de una madre que intenta convencer a su hijo sobre los beneficios del consumo de vegetales.

Por supuesto que hay un tipo de lectura funcional para la vida en sociedad. Me refiero a la capacidad de descifrar los símbolos en un frasco de mermelada para verificar su vencimiento o la lectura rutinaria de una tarifa de gas. Es decir que la capacidad de leer es valiosa, pero la lectura en sí misma no necesariamente mejora a las personas. A lo largo de mi vida he visto a muchas personas que sacan un libro en el transporte público, a veces con cierto aire de superioridad, sin que esta actividad parezca tener un efecto de mejora considerable cuando uno habla con ellas.

Otra creencia extendida es que los lectores prolíficos de algún modo son personas más civilizadas, más profundas, incluso con un mayor arraigo en las responsabiliades y deberes cívicos. Es fácil derribar este mito: Hitler era un lector voraz.

Tampoco caigamos en silogismos inadmisibles: leer no te convertirá en un jerarca nazi, pero ciertamente no lo evitará.

El lector actual tiene un perfil, una postura, que asume naturalmente, como si se tratara de una transferencia directa entre lo que lee y lo que es. El lector moderno cree que es una persona reflexiva, sensible, que respeta las opiniones de los demás, que ayuda a las viejas a cruzar la calle, y que todo eso de algún modo está relacionado con la lectura. El lector está persuadido, y nada lo hará suponer lo contrario, de que ser un lector es genial.

Pero esto no es lo peor. Hay otras bajezas, como aquellos que adoran al libro como objeto. Muchos de ellos consideran que los libros constituyen un tipo de decoración sofisticada del hogar. Esta clase de individuos son capaces de hacerte una denuncia policial si ven que estás subrayando un párrafo o doblando la esquina de una página.

Sin embargo, la opinión generalizada parece corroborar la idea de que leer te hace mejor persona. Podríamos ridiculizar esa opinión con cierta perspicacia, pero prefiero preguntarles lo siguiente: ¿Cómo? ¿Cómo exactamente leer me hace mejor persona? Nadie podría acreditar una respuesta demostrable. A lo sumo, podrían presentar una secuencia de conceptos bastante cuestionables: los libros son buenos, por lo tanto, leer es bueno y hace bien.

Estas supuestas propiedades beneficiosas de la lectura son muchas veces una postura que el lector asume como propias, o mejor dicho, como efectos secundarios del acto de leer. Muchos lectores desarrollan una especie de superioridad mística que los sitúa por encima de aquellos que solo han agarrado un libro para emparejar las patas de una mesa. Desde esas alturas miran hacia abajo y, ante la mirada atónita del semianalfabeto, ponderan sobre las hipotéticas virtudes psicológicas y espirituales de la lectura como si se trataran de aspectos utilitarios del ser.

Esta forma de entender la lectura tiene un sabor rancio. Los defensores de la lectura como un valor en sí mismo emplean un discurso similar a los que promueven los beneficios del reciclado, del yoga y de la alimentación sana. Los argumentos son idénticos, así como la agresividad fanática con la que suelen ser expuestos: leer es tan bueno para tu mente como consumir menos carbohidratos lo es para tu cuerpo.

Me temo, queridos amigos, que sencillamente no funciona así. La noción abstracta de leer no asegura un intercambio entre el material de lectura y la persona, del mismo modo en que comer una ensalada verde o reciclar plástico no son factores de superación personal. No obstante, estos individuos operan como si lo fueran; tal es así que para promover los beneficios de la lectura, o del consumo de alimentos saludables, suelen dirigirse al no iniciado como si este viviera en las tinieblas de la ignorancia.

Asignarle al acto de leer un valor intelectual intrínseco, y hasta inevitable, vuelve universal un proceso privado, individual, y que muchas veces tiene que ver con el compromiso. Después de todo, leemos por muchas razones, y no todas son tan obvias o fáciles de distinguir como el placer o la sed de conocimiento. Como el sexo, se puede leer por hábito, por necesidad, por compulsión, por obligación, por evasión.

Hay algo de pensamiento mágico en todo esto. El lector suele recordarnos aquellas tiranías que se regodeaban en la quema de libros, por considerarlos peligrosos, pero eso es solo el otro extremo del mismo arco. El miedo a los libros expresado en generaciones anteriores, y siempre por gente que leía mucho, no es menos supersticioso que la creencia de que la lectura es una actividad taxativamente saludable.

Estamos tan arraigados en suposiciones culturales sobre cómo funcionan las cosas que a veces asumimos una postura por defecto para defenderlas como obedientes autómatas. Si uno afirma, incluso en un foro donde no proliferan los libros, como una marroquinería, que leer te hace mejor persona, no escucharemos una sola refutación; y si de hecho alguien se atreve tímdamente a esbozar una, instintivamente lo percibiremos como una ofensa al sentido común.

Desde aquí —aunque resultaría significativo hacerlo en las catacumbas de un cementerio—, no me propongo decretar la muerte de la lectura, ni siquiera me aventuro a desaconsejarla, sino más bien a cuestionar la exagerada valoración del acto de leer. Estamos rodeados de libros. Tantos que nunca podríamos siquiera empezar a rascar la superficie de los que nos interesan generalmente. Adquirir el hábito de la lectura es bastante fácil; lo que resulta difícil es convertirse en un lector perspicaz, al menos lo suficiente como para saber que leer no necesariamente es placentero, y mucho menos un factor capaz de hacernos mejores.

Desde ya que es mejor vivir en un mundo donde todos piensan que leer te hace mejor persona que en uno donde la lectura sea considerada una distracción, algo que puede tolerarse si se practica con moderación.

En un tiempo se creyó que los libros eran peligrosos, que tenían poderes ocultos, y que la lectura podía liberar fuerzas ocultas, incluso invocar a los muertos. Absurdo, ¿verdad? Las supersticiones sobre la palabra escrita son tan antiguas como la escritura misma, solo que hoy en día se han invertido los términos. En vez de perturbarte, hoy nos dicen que la lectura tiene el poder de salvarte, de hacerte mejor persona.

Desde aquí desconfiamos de estas afirmaciones. Leer no te hace mejor persona, a lo sumo, te hace una persona que lee, y no hay ningún valor intrínseco en eso, salvo que pensemos que los lectores formamos parte de una especie distinta, más elevada, decente y honesta que aquellas que pueden vivir perfectamente, y hasta ser felices, sin navegar entre símbolos y cifrados. Puedo asegurártelo, habiendo leído tanto, siendo tan poco.




Crónicas del profesor Lugano. I Egosofía.


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2 comentarios:

Marcos dijo...

Debe de lo que leas. Algunos libros, leídos con la sensibilidad suficiente, pueden motivarte a ser mejor persona. Pero cómo bien dice el autor de la nota, la relación no es automática. Queda en cada uno lo que quiera ser en la vida, lector o no.

Anónimo dijo...

no leer te hace analfabeto



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