Psicología del Bosque Encantado


Psicología del Bosque Encantado.




Hasta el más modesto de los lectores (u oyentes) lo conoce a la perfección. Aparece en prácticamente en todos los cuentos de hadas, en todas las fábulas, en todos los relatos folklóricos. Hablamos del Bosque Encantado, un arquetipo cuyas primeras apariciones en el mito y la leyenda se remontan a la noche de los tiempos.

El Bosque Encantado del cuento de hadas, y de las leyendas en general, es un sitio ambiguo. Puede ser tanto un refugio como una trampa, un lugar donde el protagonista puede escapar de perseguidores externos o bien ser capturado por la fuerza que vibra bajo las hojas. En cierta forma, podemos pensar que el Bosque Encantado reacciona a partir de los intereses y motivaciones de quien se aventura en sus fronteras.

El Bosque Encantado siempre es definido como una gran consciencia; una fuerza que puede ser tanto hostil como benéfica. En casi todos los cuentos, el caminante audaz que se atreve a recorrerlo sufre una serie de emociones encontradas. La primera es la sensación de ser observado. Esto se debe a la idea de que esa Fuerza se ocupa de escrutar el alma del caminante, de verificar su naturaleza y sus intenciones.

Luego se produce un período de hostilidad: ramas que caen abruptamente, raíces que cortan el paso, ruidos extraños, sombras alarmantes, complicaciones del terreno, etc. Este rasgo se traduce en la impresión de sentirse un intruso. Finalmente, emerge la aceptación del Bosque Encantado, cuando al alma del aventurero es noble y no piensa en hachas y fuegos.

Esta idea de que el Bosque Encantado posee un anima, con intenciones y propósitos definidos, aunque indescifrables, era conocida en Roma como Genius Loci, el «espíritu del lugar»; una Fuerza que oprime el corazón del caminante, tanteando sus intenciones (ver: Genius Loci: el espíritu del lugar)

Con respecto a esto el lector puede encontrar muchos ejemplos interesantes en el relato fantástico, por ejemplo: Genius Loci (Genius Loci), de Clark Ashton Smith; El árbol de la colina (The Tree on the Hill), de H.P. Lovecraft; El fresno (The Ash Tree), de M.R. James; El hombre al que amaban los árboles (The Man Whom the Trees Loved), El Wendigo (The Wendigo) y Los sauces (The Willows) de Algernon Blackwood.

El Bosque Encantado es, por definición, el antagonista de la Aldea, de la civilización, de los intereses humanos colectivos. No es caprichoso que durante la Edad Media, e incluso bastante después, lo salvaje haya sido vinculado al Diablo. Si el altar de Dios se encuentra en ricas construcciones arquitectónicas, producto exclusivo de la humanidad, resulta lógico que el santuario del Demonio se halle entre los árboles.

Ahora bien, no todos los bosques son Bosques Encantados. Para serlo se deben cumplir una serie de requisitos indispensables. Debe ser una tierra remota, más o menos inaccesible, y lejos de toda actividad humana. Desde luego, el Bosque Encantado no es un sitio deshabitado. Allí viven todas aquellas cosas que son inaceptables para la sociedad: monstruos, elfos, ogros, trolls, brujas y hadas, es decir: lo pagano.

Tal vez por eso las brujas organizaban sus bailes escandalosos a la sombra de los viejos robles donde los druidas practicaban sus ritos, luego asociados a los dioses de la Wicca, más precisamente a Cernunnos, el dios cornudo.

En los cuentos de hadas, el Bosque Encantado siempre es la sede oficial de comportamientos que contravienen los mandamientos divinos. Lo diabólico rara vez ocurre dentro de la civilización, sino dentro de los bosques. Un caso evidente es el de Hansel y Gretel, que impresiona menos por el abandono familiar que por el episodio de canibalismo en la cabaña de la bruja. Otro ejemplo interesante es el de Beowulf, que debe internarse en la espesura para matar a la madre de Grendel, un troll despiadado que hacía estragos en el reino.

En los relatos folklóricos recopilados por los hermanos Grimm existe una coherencia integral acerca del Bosque Encantado. TODOS los héroes se internan en el Bosque, que si bien puede no ser encantado, posee algún tipo de encantamiento fuera de la experiencia humana. Y más aún, TODAS las transformaciones y metamorfosis, sin excepción, se producen dentro de los límites del Bosque.

Pero el Bosque Encantado no es únicamente un sitio hostil con quienes lo merecen, ya sea por su propia naturaleza malévola o por oponerse al destino del héroe, sino también un lugar de refugio para los indefensos y los proscritos.

Recordemos que, por ejemplo, Blancanieves se refugia en el Bosque, más precisamente en la casa de lo pagano, aquella choza habitada por enanos laboriosos, de los celos de sus hermanastras. La Bella Durmiente prolonga su estado de trance bajo la escrutinio constante de las ramas; y hasta Robin Hood se convierte en rey del Bosque de Sherwood al administrar una comunidad basada en la solidaridad y el saqueo de aldeas establecidas convencionalmente.

Antes de los cuentos de hadas, el Bosque Encantado era un sitio de transición, de crecimiento, un rito iniciático que todo héroe debe enfrentar para hacerse digno de la misión que lo aguarda.

En los mitos sumerios, Gilgamesh y Enkidu atraviesan el Bosque de los Cedros, habitado por monstruos amorfos, para conseguir su sabiduría. En la mitología nórdica tenemos el Myrkviðr, el «bosque tenebroso», donde incluso los dioses temen aventurarse, ya que las reglas y el orden establecido no tienen jurisdicción allí.

Tal vez por eso los romanos, de la mano de Plinio y Julio César, denunciaron que los bosques de Germania estaban infestados de criaturas insospechadas que prescinden de toda lógica, como unicornios, ninfas y faunos.

A pesar de que las variantes son muchas, solo hay dos ingredientes imprescindibles para conformar un Bosque Encantado: la presencia de lo femenino, velada en el vuelo fugitivo de las hadas, o en tríadas de mujeres pálidas y vaporosas que se disuelven cuando el caminante las advierte corriendo entre las hojas, y el hogar del Ermitaño, del Anciano Sabio, cuyo consejo es necesario para que el héroe deba continuar su jornada iniciática.

Joseph Campbell, autor de El poder del mito (The Power of Myth) y El héroe de mil caras (The Hero With a Thousand Faces), y también Robert Graves en La Diosa Blanca (The White Godess), sostienen que esta idea de que el Bosque Encantado es una fuerza iniciática se trasladó del mito al relato popular, y de allí a todos las historias contemporáneas que exigen del héroe la adquisición de una sabiduría arcana, pero velada para el profano. De los árboles parlantes se pasó sin escalas a los ancianos de cutis arbóreo y largas barbas, que de alguna forma recuerdan el musgo adhesivo que recubre las cortezas grises.




Más mitología. I El lado oscuro de la psicología.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó este artículo! En la Edad Media el bosque era, como indicaste, un lugar social marginal. Allí se refugiaban los forajidos y también las mujeres que buscaban escondite cuando sus aldeas eran invadidas, para evitar ser violadas.
El bosque acogió a las personas y a las creencias marginales, por eso la Iglesia taló y quemó árboles a diestra y siniestra, pensando que así acabaría con las antiguas deidades y prácticas paganas.
Muy bueno, gracias Seba!
Paula

Anónimo dijo...

Es maravilloso, perfecto, como el bosque encantado, este texto.



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