«La casa embrujada»: Virginia Woolf; relato que inspiró «Beetlejuice»


«La casa embrujada»: Virginia Woolf; relato que inspiró «Beetlejuice».




La casa embrujada (A Haunted House) es un relato de fantasmas de la escritora inglesa Virginia Woolf (1882-1941), publicado originalmente en la antología de 1921: Lunes o Martes (Monday or Tuesday), y luego reeditado en la colección de 1944: Una casa embrujada y otros relatos cortos (A Haunted House and Other Short Stories).

Finalmente el cuento fue reeditado en la colección de relatos fantásticos de 1941: La casa embrujada y otros relatos cortos (A Haunted House and Other Short Stories).

El argumento principal de La casa embrujada, uno de los cuentos destacados de Virginia Woolf, sirvió de inspiración para el final de la película de Tim Burton: Beetlejuice; a esta altura un verdadero clásico del cine.

Este notable cuento fantástico de Virginia Woolf relata la historia de un matrimonio de duendes, con hábitos de fantasmas, que cohabita dentro de la misma casa con una pareja de personas vivas, asunto que precipita toda clase de desbordes y situaciones extrañas.



La casa embrujada.
A Haunted House, Virginia Woolf (1882-1941)

A cualquier hora que una se despertara, una puerta se estaba cerrando. De cuarto en cuarto iba, cogida de la mano, levantando aquí, abriendo allá, cerciorándose, una pareja de duendes.

«Lo dejamos aquí», decía ella.

Y él añadía:

«¡Sí, pero también aquí!»

«Está arriba», murmuraba ella.

«Y también en el jardín», musitaba él.

«No hagamos ruido», decían, «o les despertaremos».

Pero no era esto lo que nos despertaba. Oh, no.

«Lo están buscando; están corriendo la cortina», podía decir una, para seguir leyendo una o dos páginas más.

«Ahora lo han encontrado», sabía una de cierto, quedando con el lápiz quieto en el margen. Y, luego, cansada de leer, quizás una se levantara, y fuera a ver por sí misma, la casa toda ella vacía, las puertas quietas y abiertas, y sólo las palomas expresando con sonidos de burbuja su alegría, y el zumbido de la trilladora sonando allá, en la granja.

«¿Por qué he venido aquí? ¿Qué quería encontrar?»

Tenía las manos vacías.

«¿Se encontrará acaso arriba?»

Las manzanas se hallaban en la buhardilla. Y, en consecuencia, volvía a bajar, el jardín estaba quieto y en silencio como siempre, pero el libro se había caído al césped.

Pero lo habían encontrado en la sala de estar. Aun cuando no se les podía ver. Los vidrios de la ventana reflejaban manzanas, reflejaban rosas; todas las hojas eran verdes en el vidrio. Si ellos se movían en la sala de estar, las manzanas se limitaban a mostrar su cara amarilla.

Sin embargo, en el instante siguiente, cuando la puerta se abría, esparcido en el suelo, colgando de las paredes, pendiente del techo... ¿qué? Yo tenía las manos vacías. La sombra de un tordo cruzó la alfombra; de los más profundos pozos de silencio la paloma extrajo su burbuja de sonido.

«A salvo, a salvo, a salvo...», latía suavemente el pulso de la casa.

«El tesoro está enterrado; el cuarto...», el pulso se detuvo bruscamente.

Bueno, ¿era esto el tesoro enterrado?

Un momento después, la luz se había debilitado. ¿Afuera, en el jardín quizá? Pero los árboles tejían penumbras para un vagabundo rayo de sol. Tan hermoso, tan raro, frescamente hundido bajo la superficie el rayo que yo buscaba siempre ardía detrás del vidrio. Muerte era el vidrio; muerte mediaba entre nosotros; acercándose primero a la mujer, cientos de años atrás, abandonando la casa, sellando todas las ventanas; las estancias quedaron oscurecidas. Él lo dejó allí, él la dejó a ella, fue al norte, fue al este, vio las estrellas aparecer en el cielo del sur; buscó la casa, la encontró hundida bajo la loma.

«A salvo, a salvo, a salvo», latía alegremente el pulso de la casa.

«El tesoro es tuyo.»

El viento sube rugiendo por la avenida. Los árboles se inclinan y vencen hacia aquí y hacia allá. Rayos de luna chapotean y se derraman sin tasa en la lluvia. Rígida y quieta arde la vela. Vagando por la casa, abriendo ventanas, musitando para no despertarnos, la pareja de duendes busca su alegría.

«Aquí dormimos», dice ella.

Y él añade: «Besos sin número.»

«El despertar por la mañana...»

«Plata entre los árboles...»

«Arriba...»

«En el jardín...»

«Cuando llegó el verano...»

«En la nieve invernal...»

Las puertas siguen cerrándose a lo lejos, distantes, con suave sonido como el latido de un corazón.

Se acercan más; cesan en el pasillo. Cae el viento, resbala plateada la lluvia en el vidrio. Nuestros ojos se oscurecen; no oímos pasos a nuestro lado; no vemos a señora alguna extendiendo su manto fantasmal. Las manos del caballero forman pantalla ante la linterna. Con un suspiro, él dice:

«Míralos, profundamente dormidos, con el amor en los labios.»

Inclinados, sosteniendo la linterna de plata sobre nosotros, nos miran larga y profundamente. Larga es su espera. Entra directo el viento; la llama se vence levemente. Locos rayos de luna cruzan suelo y muro, y, al encontrarse, manchan los rostros inclinados; los rostros que consideran; los rostros que examinan a los durmientes y buscan su dicha oculta.

«A salvo, a salvo, a salvo», late con orgullo el corazón de la casa.

«Tantos años...», suspira él.

«Me has vuelto a encontrar. Aquí», murmura ella, «dormida; en el jardín leyendo; riendo, dándoles la vuelta a las manzanas en la buhardilla. Aquí dejamos nuestro tesoro...»

Al inclinarse, su luz levanta mis párpados.

«¡A salvo! ¡A salvo! ¡A salvo!», late enloquecido el pulso de la casa.

Me despierto y grito:

«¿Es este el tesoro enterrado de ustedes? La luz en el corazón.»

Virginia Woolf (1882-1941)




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El resumen y análisis del relato de Virginia Woolf: La casa embrujada (A Haunted House) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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