«Thanatopsis»: William Cullen Bryant; poema y análisis.
Thanatopsis (Thanatopsis) es un poema del romanticismo del escritor William Cullen Bryant (1794-1878), escrito en 1811 y publicado en la antología de 1821: Poemas (Poems).
El título en latín: Thanatopsis, uno de los primeros poemas de William Cullen Bryant, significa «consideración sobre la muerte» [del griego thanatos, «muerte»; y opsis, «vista»], lo cual expresa cabalmente las intenciones del poema. Con tan solo diecisiete años, William Cullen Bryant nos entrega esta extraordinaria visión sobre la vida y, en especial, sobre cómo morir.
Thanatopsis aborda estos temas a través de la meticulosa descripción de un cadáver en descomposición, apenas uno entre miles de millones de cuerpos que han sido enterrados a lo largo de los siglos. Aunque se trata de una mirada ingeniosa, William Cullen Bryant se inspiró en las Baladas líricas (Lyrical Ballads) de William Wordsworth; y en La tumba (The Grave) de Robert Blair, entre otros poetas de cementerio [ver: El arte de la poesía sepulcral: análisis de «La Tumba»]
William Cullen Bryant escribió Thanatopsis para registrar sus angustias. Al dejar su pueblo natal [Cummington, Massachusetts] para cursar sus estudios de derecho, su padre descubrió un manuscrito en un cajón del escritorio de su hijo que contenía la primera versión del poema. Lejos de preocuparse por las lúgubres reflexiones de William, envió el poema a la revista North American Review [sin el conocimiento de su hijo], donde se publicó en la edición de septiembre de 1817.
Thanatopsis es un poema magnífico pero difícil de tragar. Presenta una versión romantizada de la muerte, cuando esta siempre es violenta. Si todas las cosas desean persistir en su ser, la vida quiere vivir, y lucha para perseverar incluso en condiciones irreversibles. La muerte no es romántica, pero así la dramatiza William Cullen Bryant, cuyo romanticismo juvenil queda absuelto por la poderosa construcción de imágenes increíblemente vívidas.
Thanatopsis comienza examinando el sentimiento de desesperación con el que la mayoría de la gente contempla a la Muerte, y encuentra paz al ver que esta es una parte más de la naturaleza. Para William Cullen Bryant, la Muerte no es discordante ni aleatoria, sino armónica. Al igual que la Vida, es parte de una esfera más grande de la existencia.
William Cullen Bryant emplea todos sus recursos para que experimentemos la desesperación que se desprende del conocimiento de la inevitabilidad de la Muerte. El Orador empieza describiendo una escena idílica, como si el mundo exterior reflejara su estado de ánimo alegre. De repente, esta paz es perforada por pensamientos aterradores. «Como una plaga» estos pensamientos «de la última hora amarga» perturban al Orador. Por supuesto, son pensamientos de muerte, que surgen repentinamente en los momentos de alegría para recordarte que algún día, quizás hoy, quizás dentro de muchos años, morirás. Unamuno también le puso voz a esta súbita irrupción de la idea de nuestra muerte en momentos de plenitud: «Contemplando el sereno campo verde o unos ojos claros, creo en mi porvenir; pero al punto la voz del misterio me susurra; ¡dejarás de ser!»
A partir de aquí, el Orador de Thanatopsis se torna más sombrío:
Pero en pocos días el sol que todo lo contempla
no se verá más en su curso; ni en el frío suelo
donde descansa tu pálida forma;
ni en las lágrimas ni en el abrazo del océano existirá tu imagen.
La tierra que te nutrió reclamará tu crecimiento,
para ser de nuevo tierra resuelta, y, perdido todo rastro humano,
entregando tu ser individual,
te mezclarás para siempre con los elementos,
serás hermano de la roca insensible.
no se verá más en su curso; ni en el frío suelo
donde descansa tu pálida forma;
ni en las lágrimas ni en el abrazo del océano existirá tu imagen.
La tierra que te nutrió reclamará tu crecimiento,
para ser de nuevo tierra resuelta, y, perdido todo rastro humano,
entregando tu ser individual,
te mezclarás para siempre con los elementos,
serás hermano de la roca insensible.
El Orador entonces reflexiona sobre todas las personas que han muerto, primero dando cuenta de la inmensidad del reino de los muertos, cuyos habitantes superan en número a los vívos en una diferencia inconcebible: «Todos los que pisan el globo / son sólo unos pocos para las tribus que duermen en su seno». Al morir, nos unimos a este reino que no decrece. Todos lo haremos, desde los «patriarcas» de la antigüedad a los que aún no han nacido. Nadie escapa, «ni la matrona y la doncella, el niño mudo y el hombre de cabello gris».
El panorama se vuelve más desolador cuando el Orador nos recuerda que ninguna de las alegrías y placeres del vivir pueden continuar en el reino de los muertos. Todos, eventualmente, deben «dejar sus alegrías y sus goces». Las emociones no existen más allá de la tumba. De este modo, Thanatopsis nos arroja todo el peso de la mortalidad; no para atemorizar al lector, sino para reconocer que esa aguda punzada de miedo que acompaña a los pensamientos de muerte tiene una justificación. Es como si William Cullen Bryant nos empujara a pensar en el proceso de morir porque tales reflexiones son el primer paso para hacer las paces con la muerte.
En lugar de tratar con abstracciones, como Dios, las almas o el Cielo, Thanatopsis se enfoca en la naturaleza, en los objetos físicos que conforman el mundo material, como los árboles, los ríos y la tierra. William Cullen Bryant sugiere que los seres humanos no son tan diferentes de estas cosas, que cada muerto es «hermano de la roca». Aunque esta comparación parece simplista, la idea detrás se sincroniza con el pensamiento oriental: la muerte [de todo y de todos] derriba las diferencias y revela la unidad esencial de la naturaleza, en la que los humanos, la roca, el árbol, el río, están conectados. En este caso, lo que nos hace parecer diferentes de la roca es nuestra consciencia. En Thanatopsis, los muertos ya no son personas, porque morir implica la pérdida de «cada rastro humano». Solo así es posible mezclarse «para siempre con los elementos».
Es interesante que William Cullen Bryant haga esta distinción entre los estados de muerte y vida. Los vivos guardamos a nuestros muertos en la mente, pero estos, al haber vuelto a la unicidad de la naturaleza, lo tienen todo excepto mente. En cierto modo, la cultura humana es un esfuerzo maravilloso y vano por separarnos de la naturaleza, a la que regresaremos inevitablemente. De acuerdo con esta idea, cuando el Orador comienza a considerar a todas las personas que ya han muerto, el naturaleza se vuelve una colosal tumba ornamentada, un «poderoso sepulcro». Bajo esta luz, los aspectos más hermosos de la naturaleza no solo son ornamentos «para la gran tumba del hombre», sino manifestaciones de los difuntos.
Thanatopsis.
Thanatopsis, William Cullen Bryant (1794-1878)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
A quien por amor a la Naturaleza comulga
con sus formas visibles, ella le habla
un lenguaje diverso; para sus horas más alegres
tiene una voz de alegría, una sonrisa
y elocuencia de la belleza,
ella se desliza en sus cavilaciones más oscuras
con una simpatía suave y curativa
que nos roba la agudeza antes de que nos demos cuenta.
Cuando los pensamientos de la última hora amarga
lleguen como una plaga sobre tu espíritu,
y las tristes imágenes de la severa agonía,
y el sudario, y el velo, y la oscuridad sin aliento,
y la casa estrecha, te hagan estremecer y enfermen tu corazón;
colócate bajo el cielo abierto,
y escucha las enseñanzas de la Naturaleza,
mientras de todas partes
—la tierra y sus aguas, las profundidades del aire—
llega una voz apacible.
Pero en pocos días el sol que todo lo contempla
no se verá más en su curso; ni en el frío suelo
donde descansa tu pálida forma,
ni en las lágrimas ni en el abrazo del océano existirá tu imagen.
La tierra que te nutrió reclamará tu crecimiento,
para ser de nuevo tierra resuelta, y, perdido todo rastro humano,
entregando tu ser individual,
te mezclarás para siempre con los elementos,
serás hermano de la roca insensible y el terrón perezoso
que el rudo joven pisotea.
La encina echará sus raíces y traspasará tu moho.
Sin embargo, no te irás solo a tu lugar de descanso,
ni podrías desear un lecho más magnífico.
Te acostarás con los patriarcas del mundo infantil,
con los reyes, los poderosos de la tierra,
los sabios, los buenos, las bellas formas
y los ancianos videntes de edades pasadas,
todos en un poderoso sepulcro.
Las colinas, antiguas como el sol,
los valles que se extienden en medio de una quietud pensativa;
los bosques venerables, ríos que se mueven con majestuosidad,
y los arroyos quejumbrosos que hacen reverdecen los prados;
los residuos grises y melancólicos del viejo Océano,
no son más que los solemnes adornos de la gran tumba del hombre.
El sol de oro,
los planetas, toda la infinita hueste del cielo,
están brillando sobre las tristes moradas de la muerte
a través del silencioso lapso de los siglos.
Todos los que pisan el globo
son sólo unos pocos para las tribus que duermen en su seno.
Toma las alas de la mañana,
atraviesa el desierto de Barcan,
o piérdete en los bosques continuos donde corre el Oregón,
y no escucharás ningún sonido, salvo el tuyo,
sin embargo, los muertos están allí:
y millones en esas soledades,
desde que comenzó el vuelo de los años,
se han echado para su último sueño:
los muertos reinan solos.
Así descansarás, ¿y si te retiras en silencio de los vivos,
y ningún amigo se da cuenta de tu partida?
Todo lo que respira compartirá tu destino.
Los alegres se reirán cuando te hayas ido,
la cría solemne de la preocupación seguirá adelante,
y cada uno como antes perseguirá a su fantasma favorito;
sin embargo, todos estos dejarán su alegría y sus ocupaciones,
y vendrán y harán su lecho contigo.
Mientras el largo tren de las eras se desliza,
los hijos de los hombres, la juventud en la verde primavera de la vida,
y el que se va en la plenitud de los años,
la matrona y la doncella, el niño mudo y el hombre de cabello gris.
serán uno a tu lado, esperando a aquellos que los seguirán.
Vive de tal manera que, cuando llegue tu llamada
para unirte a la innumerable caravana
que se mueve hacia ese reino misterioso,
donde cada uno ocupará su habitación
en los silenciosos pasillos de la muerte,
no vayas como el esclavo de la cantera en la noche,
sino sostenido y aliviado por una confianza inquebrantable,
acércate a tu tumba, como quien se envuelve en las cortinas de su lecho
y se acuesta a sueños placenteros.
To him who in the love of Nature holds
Communion with her visible forms, she speaks
A various language; for his gayer hours
She has a voice of gladness, and a smile
And eloquence of beauty, and she glides
Into his darker musings, with a mild
And healing sympathy, that steals away
Their sharpness, ere he is aware. When thoughts
Of the last bitter hour come like a blight
Over thy spirit, and sad images
Of the stern agony, and shroud, and pall,
And breathless darkness, and the narrow house,
Make thee to shudder, and grow sick at heart;—
Go forth, under the open sky, and list
To Nature’s teachings, while from all around—
Earth and her waters, and the depths of air—
Comes a still voice—
Yet a few days, and thee
The all-beholding sun shall see no more
In all his course; nor yet in the cold ground,
Where thy pale form was laid, with many tears,
Nor in the embrace of ocean, shall exist
Thy image. Earth, that nourished thee, shall claim
Thy growth, to be resolved to earth again,
And, lost each human trace, surrendering up
Thine individual being, shalt thou go
To mix for ever with the elements,
To be a brother to the insensible rock
And to the sluggish clod, which the rude swain
Turns with his share, and treads upon. The oak
Shall send his roots abroad, and pierce thy mould.
Yet not to thine eternal resting-place
Shalt thou retire alone, nor couldst thou wish
Couch more magnificent. Thou shalt lie down
With patriarchs of the infant world—with kings,
The powerful of the earth—the wise, the good,
Fair forms, and hoary seers of ages past,
All in one mighty sepulchre. The hills
Rock-ribbed and ancient as the sun,—the vales
Stretching in pensive quietness between;
The venerable woods—rivers that move
In majesty, and the complaining brooks
That make the meadows green; and, poured round all,
Old Ocean’s gray and melancholy waste,—
Are but the solemn decorations all
Of the great tomb of man.
The golden sun,
The planets, all the infinite host of heaven,
Are shining on the sad abodes of death,
Through the still lapse of ages. All that tread
The globe are but a handful to the tribes
That slumber in its bosom.—Take the wings
Of morning, pierce the Barcan wilderness,
Or lose thyself in the continuous woods
Where rolls the Oregon, and hears no sound,
Save his own dashings—yet the dead are there:
And millions in those solitudes, since first
The flight of years began, have laid them down
In their last sleep—the dead reign there alone.
So shalt thou rest, and what if thou withdraw
In silence from the living, and no friend
Take note of thy departure? All that breathe
Will share thy destiny. The gay will laugh
When thou art gone, the solemn brood of care
Plod on, and each one as before will chase
His favorite phantom; yet all these shall leave
Their mirth and their employments, and shall come
And make their bed with thee. As the long train
Of ages glide away, the sons of men,
The youth in life’s green spring, and he who goes
In the full strength of years, matron and maid,
The speechless babe, and the gray-headed man—
Shall one by one be gathered to thy side,
By those, who in their turn shall follow them.
So live, that when thy summons comes to join
The innumerable caravan, which moves
To that mysterious realm, where each shall take
His chamber in the silent halls of death,
Thou go not, like the quarry-slave at night,
Scourged to his dungeon, but, sustained and soothed
By an unfaltering trust, approach thy grave,
Like one who wraps the drapery of his couch
About him, and lies down to pleasant dreams.
William Cullen Bryant (1794-1878)
Communion with her visible forms, she speaks
A various language; for his gayer hours
She has a voice of gladness, and a smile
And eloquence of beauty, and she glides
Into his darker musings, with a mild
And healing sympathy, that steals away
Their sharpness, ere he is aware. When thoughts
Of the last bitter hour come like a blight
Over thy spirit, and sad images
Of the stern agony, and shroud, and pall,
And breathless darkness, and the narrow house,
Make thee to shudder, and grow sick at heart;—
Go forth, under the open sky, and list
To Nature’s teachings, while from all around—
Earth and her waters, and the depths of air—
Comes a still voice—
Yet a few days, and thee
The all-beholding sun shall see no more
In all his course; nor yet in the cold ground,
Where thy pale form was laid, with many tears,
Nor in the embrace of ocean, shall exist
Thy image. Earth, that nourished thee, shall claim
Thy growth, to be resolved to earth again,
And, lost each human trace, surrendering up
Thine individual being, shalt thou go
To mix for ever with the elements,
To be a brother to the insensible rock
And to the sluggish clod, which the rude swain
Turns with his share, and treads upon. The oak
Shall send his roots abroad, and pierce thy mould.
Yet not to thine eternal resting-place
Shalt thou retire alone, nor couldst thou wish
Couch more magnificent. Thou shalt lie down
With patriarchs of the infant world—with kings,
The powerful of the earth—the wise, the good,
Fair forms, and hoary seers of ages past,
All in one mighty sepulchre. The hills
Rock-ribbed and ancient as the sun,—the vales
Stretching in pensive quietness between;
The venerable woods—rivers that move
In majesty, and the complaining brooks
That make the meadows green; and, poured round all,
Old Ocean’s gray and melancholy waste,—
Are but the solemn decorations all
Of the great tomb of man.
The golden sun,
The planets, all the infinite host of heaven,
Are shining on the sad abodes of death,
Through the still lapse of ages. All that tread
The globe are but a handful to the tribes
That slumber in its bosom.—Take the wings
Of morning, pierce the Barcan wilderness,
Or lose thyself in the continuous woods
Where rolls the Oregon, and hears no sound,
Save his own dashings—yet the dead are there:
And millions in those solitudes, since first
The flight of years began, have laid them down
In their last sleep—the dead reign there alone.
So shalt thou rest, and what if thou withdraw
In silence from the living, and no friend
Take note of thy departure? All that breathe
Will share thy destiny. The gay will laugh
When thou art gone, the solemn brood of care
Plod on, and each one as before will chase
His favorite phantom; yet all these shall leave
Their mirth and their employments, and shall come
And make their bed with thee. As the long train
Of ages glide away, the sons of men,
The youth in life’s green spring, and he who goes
In the full strength of years, matron and maid,
The speechless babe, and the gray-headed man—
Shall one by one be gathered to thy side,
By those, who in their turn shall follow them.
So live, that when thy summons comes to join
The innumerable caravan, which moves
To that mysterious realm, where each shall take
His chamber in the silent halls of death,
Thou go not, like the quarry-slave at night,
Scourged to his dungeon, but, sustained and soothed
By an unfaltering trust, approach thy grave,
Like one who wraps the drapery of his couch
About him, and lies down to pleasant dreams.
William Cullen Bryant (1794-1878)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Poemas góticos. I Poemas del romanticismo.
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El análisis, traducción al español y resumen del poema de William Cullen Bryant: Thanatopsis (Thanatopsis), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
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