«Los No-Muertos»: Richard Wilbur; poema y análisis.


«Los No-Muertos»: Richard Wilbur; poema y análisis.




Los No-Muertos (The Undead) es un poema de vampiros del escritor norteamericano Richard WilburRichard Purdy Wilbur (1921-2017)—, publicado originalmente en la edición del 26 de mayo de 1961 del periódico The New Yorker, y luego reeditado en la antología del mismo año: Consejos a un profeta y otros poemas (Advice to a Prophet and Other Poems).

Los No-Muertos, uno de los grandes poemas de Richard Wilbur, es en muchos sentidos diferente de otros poemas de vampiros. Aquí, el autor va más allá de la mera descripción de estas criaturas de la noche para hacer un poderoso comentario social [ver: Razas de vampiros]

Los No-Muertos transporta al lector a un mundo de oscuridad, un mundo poblado por no-muertos. El poema evoca una aterradora visión nocturna de un castillo sobrevolado por murciélagos, mientras los lobos cercanos aúllan a la fría luna invernal. Si bien las figuras principales del poema son Vampiros, Richard Wilbur va develando su presencia por etapas, siendo la primera el título, el cual prepara al lector para enfrentarse a lo sobrenatural. Sin embargo, Los No-Muertos solo nos brinda una pista a la vez sobre la naturaleza de estos seres, guiándonos paso a paso, hasta que cuando la palabra «Vampiros» finalmente emerge del texto ya estamos seguros de su identidad.

Si bien Los No-Muertos puede leerse a nivel superficial, es decir, como un poema sobre vampiros, Richard Wilbur dice mucho más que eso. El Vampiro se utiliza aquí para simbolizar cierto tipo de persona a la que el autor considera «no-muerta». Richard Wilbur desarrolla esta imagen manteniendo siempre el motivo vampírico de fondo, mencionando «almenas balcánicas», transformaciones en murciélagos y lúgubres coros de lobos. Pero el lector debe recordar que todo esto sirve para simbolizar seres humanos reales, ordinarios, personas que vemos todos los días, personas que incluso pueden ser el propio lector.

Estos individuos [los «no-muertos»] son personas de todas las razas y naciones, pero que tienen una cosa en común: se han aislado de la vida en su deseo egoísta de vivir. Richard Wilbur introduce este concepto en la primera estrofa, cuando dice que tenían este deseo «incluso cuando eran niños». El calificativo «incluso» [even] se usa aquí para señalar lo extremo de su deseo. La infancia es la etapa más inocente de la existencia humana, la etapa en la que tenemos un concepto indefinido de los problemas de la vida y la inevitabilidad de la muerte. Por lo tanto, estas personas deben tener una aversión muy fuerte a la muerte, si es que ya estaban tratando de rehuirla en sus años inocentes.

Referirse a estos individuos como «durmientes tardíos» es una forma inteligente de vincular la vida del Vampiro con las acciones de las personas ordinarias; hace que el descanso diario del Vampiro desde el amanecer hasta el atardecer parezca un lugar común, al tiempo que enfatiza el hecho de que el Vampiro está siendo usado como un símbolo. Esta es también la primera pista sobre la identidad de los «no-muertos».

La irrealidad de su deseo de una vida eterna se ilustra al referirse a ella como un «mero sueño». Por eso, los «no-muertos» prefieren sus sueños, en los que nada muere o cambia, aunque estén «llenos de monstruos». ¿Cuál es la lógica aquí? Los monstruos pueden ser tolerados, permanecen igual: no cambian, no mueren, y, por lo tanto, no les recuerdan la muerte [ver: Los Monstruos y lo Monstruoso]. Por otro lado, estas personas encuentran intolerable la vida del mundo real, un mundo de «juguetes frágiles» donde todo es vulnerable a la muerte y la descomposición. Es un mundo de «pactos con los moribundos», ya que cada ser vivo en el mundo está muriendo, cada día de su vida lo acerca más a su final.

En la segunda estrofa encontramos que los No-Muertos evitan todas las formas de vida, desde la humana a la vegetal. Se alejan de los «brazos extendidos de los árboles marchitos» porque temen que la mortalidad que hizo que los árboles envejecieran y se marchitaran sea contagiosa. También se apartan de «las ciruelas del verano», porque aunque durante el verano las ciruelas son jóvenes, los No-Muertos saben que pronto se marchitarán; es decir, están «infectadas» con la mortalidad.

En la tercera estrofa encontramos en qué tipo de personas se han convertido los No-Muertos al evitar la vida: «secretos, antipáticos, pálidos». Este último es irónico, porque estas personas que buscan afanosamente prolongar su vida tienen semblantes enfermizos, cadavéricos. Richard Wilbur nos dice que están poseídos de un solo deseo: «la sed de mera supervivencia». «Mero» es la palabra clave aquí. Sugiere que la supervivencia, sin la esencia de la vida, es nada en sí misma. Es decir que los No-Muertos solo quieren sobrevivir, no vivir. Richard Wilbur observa que son extremistas en su feroz posesión de este deseo, y hace un comentario interesante: «Llegaron, como todos los extremistas con el tiempo, a una especie de grandeza».

En este punto, el poema insinúa la identidad de los No-Muertos ya que recuerda los lazos del Vampiro con el folclore balcánico. La «ciudad vulgar» sirve como contraste con las «almenas balcánicas», y enfatiza la separación del Vampiro con el mundo. En sus «primeras vidas» estaban entre la gente común y experimentaban sus alegrías y tristezas, pero ahora prefieren el aislamiento de sus almenas.

La segunda pista respecto a la identidad de los No-Muertos es que «se levantan cuando sale la luna», una característica definida del Vampiro [ver: Por qué a los vampiros los mata la luz del sol]. Richard Wilbur también menciona que su «absoluta preocupación por sí mismos», es decir, el deseo egoísta de vivir eternamente, los ha dejado «desinteresados». Irónicamente, al obtener una «mera supervivencia», ellos mismos han muerto. Permanecen como simples cadáveres animados que creen haber obtenido la vida eterna. El autor también añade otra característica de los Vampiros: «los espejos no los perciben». Los No-Muertos ni siquiera tienen suficiente sustancia para ser reflejados por un espejo o suficiente materia para «romper las telarañas» al pasar [ver: Mitos y leyendas de vampiros]

Richard Wilbur lleva la imagen del Vampiro más allá cuando los No-Muertos, «envueltos en sus capas ondulantes», emergen en la «noche pálida». La descripción de la noche como «pálida» es algo común en la literatura gótica, pero aquí adquiere mayor resonancia: incluso el entorno de los No-Muertos, el mismo cielo por el que vuelan con sus alas membranosas, está sin vida. Al afirmar que estos seres están «rutinariamente enloquecidos por el grito de un lobo», Richard Wilbur tal vez nos está diciendo que los No-Muertos están siguiendo la rutina adquirida de una emoción, de algo que se supone que deben sentir. Sabemos que lo único que encuentran enloquecedor es la idea de un mundo con «juguetes frágiles»: la vida tal como la conocemos. Por lo tanto, quizás el grito del lobo, viniendo como lo hace de un animal vivo, les recuerda la vida, un recuerdo que sin duda encuentran «enloquecedor».

Como si el grito del lobo no fuera suficiente combustible para su locura, los No-Muertos se detienen un momento para abrir el «ojo de la mente», es decir, para cavilar sobre el mundo de los vivos. Richard Wilbur dice que sus pensamientos son lewd [«lascivos», «obscenos»], aunque probablemente está usando la palabra en su sentido obsoleto como wicked [«malvado»], porque los No-Muertos odian y sienten repulsión por sus recuerdos de la vida. En este punto del poema, el autor nos entrega un delicioso retrato de algunos de los aspectos de la vida que más apreciamos, fundamentalmente esas cosas por las que sentimos que vale la pena vivir. Esto también sirve como contraste para enfatizar la perversión de los No-Muertos: sienten repulsión por las mismas cosas que encontramos hermosas. Me recuerda a El niño robado (The Stolen Child), de W.B. Yeats:


[Caminamos toda la noche,
tejiendo viejas danzas,
juntando las manos, las miradas,
hasta que la luna emprende el vuelo;
saltamos de un lado a otro
y cazamos las burbujas de la espuma,
mientras el mundo está lleno de problemas
y duerme con ansiedad.
¡Márchate, oh niño humano,
a las aguas y a lo silvestre
con un hada de la mano!
]


Los No-Muertos, como el Niño Robado de W.B. Yeats [un poema sobre Changelings, es decir, niños humanos criados por las hadas], no pueden entender este mundo en el que la vida es una mezcla de alegría y dolor, un mundo lleno de llantos y «pactos con los moribundos», pero que también contiene niños dormidos, terneros que mugen y muñecos desgastados por caricias infantiles. Aunque las «flores prensadas» en un libro evocan un recuerdo precioso, tal vez de una tarde al aire libre, los No-Muertos las ven como ven a los árboles marchitos: son ejemplos del efecto devastador que el tiempo y la muerte tienen sobre los seres vivos.

Sentimos ternura por los «muñecos desmembrados del amor» [es decir, muñecos desgastados por el afecto de sus dueños]. Son prueba del amor de un niño. Pero para los No-Muertos son ejemplos de la vulnerabilidad de las cosas de este mundo. Richard Wilbur quizás esté insinuando el aspecto devastador del amor. Incluso en su momento más elevado, el amor deja vulnerable al que ama, y los No-Muertos desprecian la vulnerabilidad. La estrofa se cierra con la hermosa imagen de «niños enterrados en un sueño acolchado». Mientras nos llenamos de paz y amor al contemplar a un niño dormido, los No-Muertos lo ven como «enterrado» bajo las mantas, recordándoles la muerte que tanto temen.

Aquí, Richard Wilbur nos entrega la última pista [en realidad, una evidencia reveladora] sobre la identidad de los No-Muertos: «sus formas negras se convierten en súbitos murciélagos». Si antes teníamos alguna duda, ahora podemos estar seguros: los No-Muertos son Vampiros.

Richard Wilbur procede a cerrar el poema con un comentario sobre tal actitud hacia la vida. Finalmente, identificando a los No-Muertos, señala que, en comparación con un «zorzal frío que ha cantado sus pocos veranos» o «un viejo erudito descansando por fin sus ojos», los Vampiros no son impresionantes.

El zorzal sabe de los sufrimientos de la vida, pero también que las alegrías han hecho que el viaje valiera la pena; por eso seguirá «cantado sus pocos veranos» hasta que muera. Tal es el caso del viejo erudito. Sus estudios sin duda le han demostrado que los árboles se marchitan y los juguetes se rompen; incluso puede que haya deseado «descansar sus ojos», pero también ha obtenido la sabiduría que comparte con el zorzal. La alegría de sus estudios ha valido el dolor que acompaña al conocimiento.


[Sin embargo, su dolor es real
y requiere nuestra piedad. Pensad qué triste debe ser
tener eterna sed de un elixir despreciado,
la sal de la sangre cotidiana que,
si se desconfía, no tiene sabor;
depredar la vida para siempre y no poseerla,
como los huecos de las rocas, marea tras marea,
que cristalinamente encallan en el mar.
]


Richar Wilbur dice que los Vampiros no son impresionantes si los comparamos con el Zorzal y el Erudito, quienes aparecen como mártires en el poema; no en el sentido de que son sacrificados, sino que no siguen la tendencia habitual en muchos de nosotros a huir de los problemas de la vida como los No-Muertos. Es decir, «no podemos estar muy impresionados con los vampiros» porque se parecen demasiado a nosotros. Por supuesto, Richard Wilbur es moderado en su crítica al lector No-Muerto, señalando que «su dolor es real y requiere nuestra compasión». De repente, los No-Muertos ya no son seres malévolos por los que no podemos sentir piedad. No importa cuáles sean sus pecados, duelen, y no podemos dejar de sentir lástima por ellos [o por nosotros mismos].

En este punto el lector se da cuenta del patetismo de estar siempre sediento de un «elixir despreciado». Para los Vampiros, la sangre es de hecho un elixir, una sustancia que prolongará sus vidas indefinidamente. Mientras mantengan una dieta regular, permanecerán jóvenes y nunca morirán; pero, al mismo tiempo, Richard Wilbur utiliza la palabra «elixir» para simbolizar la vida. Los No-Muertos quieren la sangre que da vida, mientras que al mismo tiempo desprecian la vida que da. Por lo tanto, siempre tendrán sed, beban o no. Lamentablemente, los No-Muertos no entienden que la supervivencia no es vida, que sobrevivir no es lo mismo que vivir, y que si no hay una plena aceptación de todos los efectos secundarios de la vida [dolor, sufrimiento, frustración, etc.] esta no puede ser vivida con plenitud.

Los No-Muertos no viven: sobreviven, depredan la vida sin poseerla. Son como los «como los huecos de las rocas, marea tras marea, que cristalinamente encallan en el mar». Aunque están en contacto con el mar, las rocas no lo poseen, nunca son parte de él, como los No-Muertos no pertenecen a la vida, solo permanecen en el borde, siendo erosionados lentamente.



Los No-Muertos.
The Undead, Richard Wilbur (1921-2017)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Incluso de niños dormían hasta tarde,
prefiriendo sus sueños, aún cuando estaban llenos de monstruos,
al mundo con todos sus juguetes frágiles,
sus pactos con los moribundos;

se alejaron de los brazos extendidos de los árboles marchitos,
temiendo el contagio de los mortales,
e incluso bajo las ciruelas del verano
flotaron como lunas de invierno.

Secretos, antipáticos, pálidos, poseídos
por un único deseo, la sed de la mera supervivencia,
llegaron, como todos los extremistas en el tiempo,
a una especie de grandeza:

Ahora, a sus almenas balcánicas
sobre la ciudad vulgar de sus primeras vidas,
se elevan al salir la luna. Es extraño
que su absoluta preocupación por sí mismos,

al final, los haya dejado desinteresados:
los espejos no los perciben mientras flotan
a través del gran salón y suben la escalera;
ni rompen las telarañas al pasar.

Emergiendo en la noche pálida,
envueltos en sus capas ondulantes,
rutinariamente enloquecidos por el grito de un lobo,
se detienen un momento avivando el ojo de la mente

con pensamientos lascivos de flores prensadas
y baratijas, de muñecas desmembradas
por el amor y niños
enterrados en un sueño acolchado.

Luego se van en un frenesí negativo,
sus formas negras se convierten en súbitos murciélagos
que pululan, estallan y desaparecen. Pensando
en un zorzal frío en las hojas

que ha cantado de verdad sus pocos veranos,
o en un viejo erudito descansando por fin sus ojos,
no podemos estar muy impresionados con los vampiros,
por coloridos que sean.

Sin embargo, su dolor es real
y requiere nuestra piedad. Pensad qué triste debe ser
tener eterna sed de un elixir despreciado,
la sal de la sangre cotidiana que,

si se desconfía, no tiene sabor;
depredar la vida para siempre y no poseerla,
como los huecos de las rocas, marea tras marea,
que cristalinamente encallan en el mar.


Even as children they were late sleepers,
Preferring their dreams, even when quick with monsters,
To the world with all its breakable toys,
Its compacts with the dying;

From the stretched arms of withered trees
They turned, fearing contagion of the mortal,
And even under the plums of summer
Drifted like winter moons.

Secret, unfriendly, pale, possessed
Of the one wish, the thirst for mere survival,
They came, as all extremists do
In time, to a sort of grandeur:

Now, to their Balkan battlements
Above the vulgar town of their first lives,
They rise at the moon's rising. Strange
That their utter self-concern

Should, in the end, have left them selfless:
Mirrors fail to perceive them as they float
Through the great hall and up the staircase;
Nor are the cobwebs broken.

Into the pallid night emerging,
Wrapped in their flapping capes, routinely maddened
By a wolf's cry, they stand for a moment
Stoking the mind's eye

With lewd thoughts of the pressed flowers
And bric-a-brac of rooms with something to lose,--
Of love-dismembered dolls, and children
Buried in quilted sleep.

Then they are off in a negative frenzy,
Their black shapes cropped into sudden bats
That swarm, burst, and are gone. Thinking
Of a thrush cold in the leaves

Who has sung his few summers truly,
Or an old scholar resting his eyes at last,
We cannot be much impressed with vampires,
Colorful though they are;

Nevertheless, their pain is real,
And requires our pity. Think how sad it must be
To thirst always for a scorned elixir,
The salt quotidian blood

Which, if mistrusted, has no savor;
To prey on life forever and not possess it,
As rock-hollows, tide after tide,
Glassily strand the sea.


Richard Wilbur
(1921-1917)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de vampiros.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Richard Wilbur: Los No-Muertos (The Undead), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Warlord dijo...

Gracias por subir el poema



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