«Horror en Vecra»: Henry Hasse; relato y análisis


«Horror en Vecra»: Henry Hasse; relato y análisis.




Horror en Vecra (Horror at Vecra) es un relato de terror del escritor norteamricano Henry Hasse (1913-1977), publicado originalmente en la edición de otoño de 1943 de la revista The Acolyte, y luego reeditado en la antología de 2001: Acólitos de Cthulhu (Acolytes of Cthulhu).

Horror en Vecra, uno de los mejores cuentos de Henry Hasse, relata la historia de dos hombres que llegan a un pueblo de Nueva Inglaterra, cuyos habitantes parecen ocultar un secreto ancestral relacionado con extrañas entidades cósmicas y un libro prohibido inspirado en el clásico del árabe loco.

SPOILERS.

Aquí, dos hombres toman un camino equivocado y llegan a un pueblo en el interior de Nueva Inglaterra llamado Vecra [nombre que evidentemente alude a LoVECRAft], donde están sucediendo algunos hechos misteriosos: apariciones, sueños perturbadores, y rumores sobre las actividades de un esoterista local, quien al parecer está versado en la tradición del Necronomicón [ver: Necronomicón: la verdadera historia]

Vecra, situado en el interior rural de Nueva Inglaterra, no es el típico pueblo embrujado, al menos no por entidades convencionales. Los libros prohibidos en una habitación de la casa de Eb Corey, donde los protagonistas buscan refugio para pasar la noche, apuntan hacia un horror mucho más cósmico que terrenal. ¿Mencioné que las personas que duermen en esa habitación a menudo tienen exactamente el mismo sueño... y los que sueñan ese sueño en particular desaparecen misteriosamente?

Horror en Vecra pertenece a los Mitos de Cthulhu de H.P. Lovecraft, y si bien no es un relato tan original como la anterior colaboración de este autor con el ciclo lovecraftiano [ver: El guardián del libro (The Guardian of the Book)], sigue siendo una historia interesante. La trama es bastante plana, genérica, y hasta previsible, pero por momentos logra evocar una auténtica atmósfera de pavor y misterio. Ciertamente el monstruo de la historia es ingenioso [especie de entidad que absorbe y se fusiona con sus víctimas], lo mismo que el libro apócrifo que Henry Hasse introduce en la tradición de los Mitos: Monstres and their Kynd [ver: Libros apócrifos en los Mitos de Cthulhu]

Este extraño libro [cuyo título completo es: Monstruos y su especie, compilado de historias de los primeros reyes y druidas, antes de que la cristiandad llegara a estas costas, y también un bestiario de sus profanos sirvientes (Monstres and Theyr Kynde, Being a Compyled Historie of the Earlie Kings and Druids, Bifore Christendome Come to These Shores, and Also a Bestiarie of Theyr Unhallowed Servants)] incorpora varias tradiciones dispersas en la biblioteca apócrifa de los Mitos de Cthulhu, sobre todo aquellas vertidas en el Necronomicón. Lo más probable es que haya sido escrito por un monje anónimo que trabajaba para un mecenas rico [Los rumores que lo relacionan con un ministro protestante llamado William Pynchon son probablemente falsos].

Los censores destruyeron la única edición publicada del libro, fechada en 1577. La única copia que sobrevivió fue robada del Museo Británico en 1898, aunque algunos dicen que la familia Marsh, de Innsmouth, posee otra [ver: «La Sombra sobre Innsmouth»: del odio racial a la empatía]. Tanto el Necronomicón como el Libro de Eibon influyeron fuertemente en el autor de este libro. Entre otros temas, Monstres describe la robusta epopeya de los Reyes Dragón, una línea de caudillos caníbales que gobernaron Gran Bretaña en tiempos prehistóricos, así como un encantamiento que [se dice] el propio Eibon utilizó para obtener conocimientos.

Horror en Vecra de Henry Hasse no es un gran relato. Ni siquiera estoy seguro de que sea un buen relato. Cierta atmósfera derletheana sobrevuela la historia, y eso habitualmente entra en conflicto con el puro horror cósmico de Lovecraft. Sin embargo, posee algunos elementos interesantes, en especial para el lector aficionado a los Mitos de Cthulhu. Como rareza dentro de este ciclo literario posee algún valor, más afectivo que estético. Fuera de ese marco tiene muy poco para aportar.




Horror en Vecra.
Horror at Vecra, Henry Hasse (1913-1977)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


...un antiguo mal que no morirá, pero que atrae a los hombres en cuerpo y alma, las pálidas estrellas que miran temerosas recuerdan. La misma oscuridad donde Ellos esperan se estremece ante el Nombre...
Los monstruos y su especie.


Ahora, después de doce años, nuevamente se están emitiendo informes vagos desde las cercanías de Vecra. Hasta ahora son poco más que rumores, pero han servido para despertar el horror remoto en mi cerebro, horror, porque ahora me doy cuenta de que debo haber fallado, hace una docena de años, cuando estuve allí al borde de la locura.

Entonces usé dinamita, suficiente, pensé, y creí que ese era el final. Ahora solo puedo preguntarme si este es el mismo mal, o quizás alguno de sus engendros. Tal vez no sea demasiado tarde. He guardado silencio, pero ahora contaré mi historia, y si no puedo pedir ayuda, lo haré yo mismo... Espero no ser demasiado incoherente. Será mejor que empiece narrando ese día hace doce años.

Bruce Tarleton y yo regresamos a Boston de un viaje de campamento de dos semanas. Bruce conducía, y en poco tiempo comencé a sospechar que había tomado la bifurcación equivocada en North Eaton; aunque mantuvo un silencio impasible mientras el camino de tierra se hacía gradualmente más estrecho y lleno de baches. Tenía la inquietante sensación de que nos estaba atrayendo hacia este extraño país de Nueva Inglaterra.

Nuestro camino serpenteaba a través de lóbregos tramos de bosque donde las ramas colgaban bajas sobre el camino; parecían extrañamente retorcidas y deformadas. Extrañas parcelas de vegetación incolora se apresuraron sobre nosotros. Cruzamos estrechos puentes de madera cuyas tablas sueltas retumbaban debajo de nosotros mientras el coche rodaba lentamente. Nos sumergimos en valles poco profundos donde el sol de la tarde parecía extrañamente deprimente y no tan brillante como debería ser.

En su mayor parte, estos valles parecían áridos y sembrados de rocas, pero después de un tiempo nos encontramos con campos ocasionales mal labrados y caseríos desgarbados y sin pintar. Estos estaban colocados en pendientes muy alejadas de la carretera, y no me recordaban nada más que cosas muertas esparcidas allí bajo ese sol malsano.

Ninguno de los dos había hablado mucho desde que nos fuimos de North Eaton, pero de alguna manera tuve la impresión de que Bruce estaba disfrutando secretamente. Por fin cruzamos un desvencijado puente de madera, seguimos el desvío de la carretera a la derecha y, con sorprendente rapidez, nos encontramos en un pueblecito. Mi primera impresión fue de sorpresa. Sin saber exactamente por qué, supe que detestaba el lugar.

—Supongo que esto es Vecra —dijo Bruce, casi para sí mismo.

—¿Cómo sabes eso?

Se volvió y me miró con extrañeza.

—¿Eh? Vaya, el letrero, en el otro extremo del puente, allá atrás. ¿No lo viste?

Lo miré con sospecha. No, no lo había visto; y pensé que era extraño, porque durante las últimas veinte millas había estado buscando alguna señal de un pueblo. Pero no dije nada; en cambio, miré a mi alrededor.

Evidentemente, Vecra había sido una vez una ciudad más próspera de lo que mostraban los indicios actuales. Una veintena de casas de madera se alineaban a cada lado de la calle principal; pero ahora la mayoría estaban desoladas, vacías y curtidas por el clima. Solo en unas pocas dispersas vimos signos bastante lamentables de gente, ya que las lámparas de aceite brillaban escasamente en el crepúsculo que se acercaba. Esas lámparas no parecían más exiguas que nuestra propia triste situación. Aparentemente, la única forma de salir de este país abandonado era por el camino que habíamos recorrido, ¡y la perspectiva de volver por la noche no me atraía para nada!

Nos detuvimos en lo que parecía ser la tienda general para preguntar dónde podíamos pasar la noche. Un anciano pequeño, encorvado y curtido se acercó a nosotros cuando entramos. Sentí una aversión inmediata hacia él. Tal vez fueron sus sospechosos ojos negros los que asomaron por debajo de una maraña de pelo blanco sucio. Tal vez fuera su antiguo y pintoresco dialecto, y la forma en que parecía estar disfrutando secretamente de algo a costa nuestra.

—¿Perdieron su camino, eh, muchachos? No vienen muchos forasteros por aquí. Seguro tomaron el rumbo equivocado en North Eaton —nos miró más de cerca y se rio entre dientes—. Eso es común entre los que llegan a Vecra.

Miré nerviosamente a Bruce, pero vi que estaba escuchando con intenso interés las palabras del anciano.

Después de otra risa malvada, continuó:

—No, como digo, los forasteros que llegan aquí al anochecer, en su mayoría, no quieren dar la vuelta antes de la mañana —nos miró lascivamente con ojos amarillentos e inyectados en sangre—. ¿Ese es su caso, amigos?

—Supongo que nos quedaremos a pasar la noche —dije apresuradamente—, si hay alguien que sea lo suficientemente amable...

—¡Sí! Creo que Eb Corey los albergará por la noche. Su lugar es fácil de encontrar: la gran casa no se acaba nunca. Díganle a Eb que Lyle Wilson los envió.

Cuando salimos por la puerta miré hacia atrás y vi al anciano todavía mirándonos lascivamente. Aunque no pude escucharlo, me imaginé que se reía con maldad de nuevo.

—No me agrada —le dije a Bruce.

Bruce se rio entre dientes y no sonó mucho mejor que el del anciano.

—Ciertamente es un viejo pájaro raro. Creo que vendré aquí mañana y tendré una conversación más larga con él.

Encontramos el lugar de Corey sin ningún problema. Eb Corey, un hombre alto, demacrado y de habla lenta, nos recibió impasible. Sin embargo, imaginé que su esposa estaba vagamente perturbada. Había algo trágico en ella, especialmente en sus ojos, como si hubiera estado encantada hace mucho tiempo y nunca lo hubiera olvidado.

Nos sirvió una comida sencilla pero sustanciosa, y comimos agradecidos. La habitación era grande y me pareció definitivamente del siglo XIX, incluido el olor; estaba iluminada por sólo dos o tres lámparas de aceite, y las sombras se aferraban a los rincones más alejados. El lugar parecía estar lleno de niños de todos los tamaños, aunque más tarde supimos que solo había cinco. Cuando su madre los envió arriba nos miraron con curiosidad a través de la barandilla de la escalera.

—¿Vienen muchos forasteros por aquí? —Bruce preguntó por fin, cuando terminamos de comer.

—El último fue hace unos meses —respondió Corey.

Parecía reacio a hablar. Bruce encendió su pipa y lanzó una corona de humo hacia el techo. Sus siguientes palabras fueron tan bruscas e inventivas que incluso a mí me sorprendieron.

—Escuché que tienen una tierra extraña y poderosa por aquí. Soy un inspector de suelos del gobierno, enviado desde Boston.

Me quedé boquiabierto ante la mentira, sabiendo que no era nada de eso; pero Bruce me lanzó una mirada de silencio.

Sobre la tierra, especialmente sobre su tierra, y más particularmente sobre lo que estaba mal con su tierra, Eb Corey estaba más que dispuesto a hablar. Hablaron durante una hora o más, mientras yo fumaba en silencio y escuchaba asombrado el conocimiento técnico del suelo que mostraba Bruce. Era profesor de idiomas en el Boston College, muy lejos de ser un experto en condiciones del suelo; pero claro, había aprendido a esperar siempre lo inesperado de Bruce Tarleton.

Antes de retirarnos salimos a mover el coche. Regresamos a tiempo para escuchar a la señora Corey protestar a su esposo; parecía tener algo que ver con nuestro dormitorio. Corey estaba negando con la cabeza obstinadamente, y la señora Corey se retiró de la discusión cuando entramos.

—Es esa habitación en el ala trasera del piso de arriba —explicó Eb mientras subía las gastadas escaleras de madera, lámpara en mano—. Ha habido una historia al respecto durante más de cincuenta años; Martha me hizo mantenerla cerrada últimamente. Mi abuelo construyó este lugar, agregó el ala más tarde.

—No está embrujado, ¿verdad? —preguntó Bruce con un tono jocoso.

Noté la falsedad de su tono, la emoción reprimida, pero Eb Corey no lo hizo.

—¡No! —dijo—. La historia tiene algo que ver con un tipo de sueño que la gente a veces tiene cuando duerme en esa habitación. No sé qué es. Martha dice que sí lo sabe, pero no habla de eso. Dormí allí un par de veces, pero nunca tuve ningún sueño.

—Está bien —dijo Bruce—. Yo tampoco sueño.

—Sabía que un científico como usted no toleraría semejante superstición. Solo hay un catre pequeño que uno de ustedes puede usar, y luego hay otra pequeña habitación al otro lado del pasillo. Lo siento, no puedo ofrecerles algo mejor.

Miré a mi alrededor con recelo mientras pasábamos por un pasillo estrecho hacia la parte trasera de la vieja casa. La luz de la lámpara dibujaba un patrón pálido en el empapelado gastado, liso por el contacto de generaciones. Me detuve en mi puerta y Bruce se acercó a la suya, que daba directamente a lo largo del pasillo. Eb abrió la puerta y dijo:

—Mañana estaré en el campo sur, señor Tarleton. Espero que salgas y le eche un vistazo al suelo.

Vi a Bruce asentir y esperé hasta que Eb Corey bajó las escaleras de manera experta en la oscuridad. Luego crucé rápidamente el pasillo hasta donde estaba Bruce con la lámpara en la mano.

—No me gusta esto en absoluto —comencé—. ¿Qué es eso de que eres...

—Ven aquí y te lo diré.

En todas partes de esta casa había sido consciente de ese olor húmedo, antiguo y peculiar. Lo había olido en otras casas antiguas. Pero en el momento en que entramos en esa habitación del piso de arriba, pareció magnificado, se volvió casi tangible. El lugar parecía mitad dormitorio y mitad trastero. Un lado estaba amontonado al azar con baúles, cajas, mesas y sillas rotas. Bruce sostuvo la lámpara en alto, miró a su alrededor y sonrió encantado. Ya había visto una estantería alta y torpe en el rincón más alejado. Se acercó y examinó los tomos descoloridos. Rápidamente sacó uno, luego otro y otro. Gruñí. Podría haber sabido esto. Bruce había planeado este desvío todo el tiempo; había venido aquí deliberadamente.

Me senté en una silla destartalada y lo miré. Finalmente dije:

—Está bien, ¿qué es esta vez? Y no me digas que es el Necronomicón porque sé que es un mito.

Bruce era una autoridad en ciertos lores terribles y libros prohibidos que trataban de tales lores, y me había dicho cosas del Necronomicón que literalmente me pusieron la carne de gallina.

—¿Qué? —dijo en respuesta a mi pregunta—. No es el Necronomicón. ¡Es más interesante!

Dejó en mis manos un par de volúmenes gastados y encuadernados en piel. Eché un vistazo a los títulos. Uno era Misterios horribles del marqués de Grosse; el otro, Crónicas nemedianas. Miré a Bruce y vi que estaba realmente emocionado.

—¿Quieres decir —dije— que realmente no esperabas encontrar estos libros?

—¡Por supuesto no! Debo admitir que vine aquí deliberadamente porque escuché ciertos rumores.

—¿Algo que ver con un sueño?

—No, nada que ver con un sueño. Y estoy tan sorprendido como tú de ver estos libros. Estos dos los he visto antes. Pero este nunca lo había visto antes, aunque había oído hablar vagamente de él.

Miró con cariño el tercer libro que sostenía y pude ver que sus ojos brillaban con una especie de salvaje anticipación.

Me lo entregó casi a regañadientes. Era enorme, pesado y las páginas estaban quebradizas y marrones. No había título en el lomo ni en la portada, pero en la primera página leí en un guión delicado y descolorido: MONSTRUOS Y SU ESPECIE. Cada palabra estaba escrita en mayúsculas. No se mencionaba ningún autor.

Dejé el libro sobre mis rodillas y vi que los bordes de la encuadernación de cuero estaban muy gastados, deshilachados en algunos lugares. Mientras pasaba unas cuantas páginas al azar, un polvo marrón salió volando y se alojó en mi nariz. Estornudé.

—¡Oye, ten cuidado con cómo manejas eso! —Bruce retomó el volumen solícitamente, como una madre con su hijo. Eché un vistazo más a la habitación, olí el aire con disgusto y dije:

—Tengo sueño. Buenas noches.

No creo que ni siquiera me haya escuchado. Cuando lo dejé allí para cruzar el pasillo hacia mi propia habitación, estaba sentado sobre la mesa junto a la lámpara de aceite, abriendo con ternura Monstruos y su especie.

A la mañana siguiente, bajé temprano solo para que la señora Corey me informara que Bruce me había precedido. Había comido apresuradamente y dijo que iba a ver a Lyle Wilson. Pronunció el nombre con disgusto y pude ver que no le gustaba el anciano. No la culpé.

Renuncié al desayuno. Mi única preocupación era salir de esta ciudad mórbida lo antes posible. Sin embargo, estaba condenado a la decepción. Al llegar a la tienda de Lyle Wilson, vi que Bruce y el anciano habían estado hablando con lo que parecía ser una seriedad mutua. Llegué a tiempo para escuchar a este último decir:

—Estoy muy contento de que tengas la intención de quedarte un tiempo. No hay muchos que lo deseen. He escuchado que el sol, la tierra, y todo lo que hay por aquí es algo insalubre como... —se detuvo un momento cuando me vio; luego continuó con renovado entusiasmo, como si no tuviera a menudo tal audiencia—. Y déjenme decirles, jóvenes señores, que eso puede ser verdad. Podría decirles muchas cosas, algunas que nunca creerían. Hay más en este mundo de lo que puede verse a simple vista.

Nos miró, sonriendo, y yo retrocedí un poco para evitar su desagradable aliento. Pero Bruce, para mi sorpresa, dijo:

—Te refieres a cosas como…

Y pronunció una palabra que ni siquiera intentaría balbucear. Los ojos de Lyle Wilson se abrieron de asombro. Miró a Bruce con una sospecha repentina y asustada.

—Lo leí —se apresuró a explicar Bruce—, en un libro llamado Monstruos y su especie.

Observó al anciano con atención para ver el efecto que tendrían sus palabras. El efecto fue de alivio.

—Oh, ese libro. No es mucho. Perteneció al viejo Hans Zickler, el abuelo de Eb Corey, quien construyó la casa. Pero sabes, tengo un libro mejor que ese.

Se rio entre dientes de una manera que me produjo un escalofrío. Hizo una pausa y miró a Bruce como si esperara algo de curiosidad, pero Bruce sabiamente no le dio lo que quería.

—Te lo diré de todos modos. ¡Conseguí el diario del viejo Zick! Eb Corey lo usó, pero un día, de repente, me lo dijo que iba a quemarlo. Creo que ha estado leyéndolo. Se lo pedí a Eb, y creo que a él le encantará dármelo como pago por algunas cosas que le pertenecen. Dijo que no le gustaba tenerlo en su casa.

Ahora podía ver cómo la curiosidad de Bruce aumentaba y su voz rozaba casi la emoción.

—¿Dices que todavía tienes este diario?

—Sí. Supongo que soy la única persona que lo ha leído —la voz de Wilson se volvió confidencial—. Me alegro un poco de que hayan pasado por aquí. La gente de aquí no me escuchará. Les da miedo, eso es lo que pasa; tienen miedo de lo que podría decirles sobre el viejo Zickler y... y cosas que creo que voy a hacer. Pero a veces, cuando termino de reflexionar, de recordar y leer en el diario, surge una especie de anhelo; y quiero intentarlo, así que también quiero saber esas cosas, como el viejo Zick. Y a veces el anhelo se vuelve demasiado fuerte, como...

Se detuvo de repente, como si temiera ir demasiado lejos, y una luz salvaje se apagó lentamente en sus ojos.

—Por supuesto —prosiguió con más calma—, entonces yo bromeaba con un jovencito, cuando espié al viejo Zick, pero lo recuerdo bastante bien. E incluso si el rocío de la tierra mejora cada año, y las cosas por aquí no están tan mal como solían estar, todavía se mantienen activas de vez en cuando. Mire al joven Munroe, él, como dicen, se perdió y se cayó en el barranco. Pero si se cayó por el barranco, ¿por qué nunca encontraron el cuerpo? —acercó su taburete a Bruce, lo miró lascivamente y repitió casi desafiante—: ¿Eh? ¿Por qué nunca encontraron el cuerpo?

El anciano se rio entre dientes encantado ante la sensación que había causado.

Me estaba molestando considerablemente con todo este loco galimatías. Le dije a Bruce que volvería a la casa. Asintió distraídamente. Cuando me fui, se inclinó hacia adelante, escuchando atentamente mientras Lyle Wilson comenzaba otro discurso salvaje.

Al mediodía Bruce se presentó a almorzar, aparentemente preocupado y desconcertado por algo. Me pregunté qué otras historias había logrado sacar de Lyle Wilson. De repente, también recordé algo que tenía la intención de preguntarle, pero que había olvidado. Entonces, medio en broma, le pregunté:

—Bueno, ¿soñaste anoche?

Eb Corey, que había llegado de los campos, me miró con curiosidad pero no con enojo. La señora Corey, sin embargo, me lanzó una mirada que me hizo desear no haber hecho la pregunta. Sin embargo, todos esperábamos la respuesta de Bruce, ella con mayor ansiedad.

—Sí —dijo—, lo hice. Y eso es peculiar, porque normalmente nunca sueño. Tal vez fue porque estuve despierto hasta muy tarde leyendo esos libros...

Ante la mención de los libros, la señora Corey miró a Bruce rápidamente, con curiosidad.

—Oh —dijo Bruce—. Lo siento si se suponía que no debía leerlos, pero ya ves que estoy interesado en ese tipo de historias.

—Todo está bien. Continúa por favor.

—Eso —le recordé—, ¿qué pasa con el sueño? Supongo que no lo recuerdas. La mayoría de la gente no...

—Pero lo recuerdo. En realidad, recuerdo solo un fragmento de un sueño, demasiado vívido para que lo olvidara. Parecía que caminaba por algún lugar en una especie de niebla, por un estrecho camino de tierra. Había una valla de alambre oxidado a mi derecha y llegué a un hueco en ella. Automáticamente di media vuelta y la atravesé. Caminé por un sendero detrás de una casa grande… —Bruce se volvió hacia mí y sonrió, como si estuviera recitando un cuento de hadas a un niño—. Todo este tiempo, fíjate, algo me atraía, no caminaba por mi propia voluntad. Sabía que debía hacer un esfuerzo para volver corriendo, pero, al mismo tiempo, paradójicamente, parecía muy ansioso por llegar a lo que fuera que me atraía. El camino estaba cubierto de malas hierbas, y de repente vi por dónde caminaba: era un cementerio. A mi alrededor había lápidas, no de piedra en realidad, ya que la mayoría eran antiguas placas de madera, inclinadas en todos los ángulos y cubiertas de maleza y zarzas. Entonces, justo delante de mí, vi una tumba de cemento. Estaba agrietada y cubierta de musgo, pero la puerta de madera seguía siendo sólida y las enormes bisagras de hierro, aunque oxidadas, seguían intactas. Me paré un momento ante esa puerta; ahora sentía una atracción muy fuerte, casi una afinidad hacia... hacia lo que fuera que estuviera más allá. No dudo que hubiera entrado, de hecho, estaba a punto de hacerlo, pero en ese momento me desperté. Estaba acostado en mi catre en el piso de arriba y una brisa fresca entraba por la ventana. La cerré y me volví a dormir, pero ya no soñé.

Miré a la señora Corey. Se había sentado tensa y en silencio mientras Bruce hablaba. Ahora se mordía los labios como si quisiera evitar gritar, pero el grito se reflejaba en sus ojos. Se levantó con repentina agitación y salió de la habitación.

Su marido siguió comiendo en silencio durante un momento. Luego miró hacia arriba, imperturbable, y dijo:

—Martha se enoja fácilmente. Pero tal vez haya una buena razón. Verá, tenía una hermana que durmió en esa habitación una vez, y tuvo el mismo sueño. Luego, simplemente desapareció. Nunca se encontró rastro de ella. Antes de eso fue el chico Munroe, lo recuerdo como si fuera ayer.

—Sí, Lyle Wilson me estaba contando sobre la desaparición del niño Munroe —dijo Bruce—. ¿Sabes algo al respecto?

—Nada excepto que estaba jugando en los campos cerca del barranco y desapareció. Buscamos, pero no quedaba rastro de él. Luego, debió haber sido toda una semana después, su hermano menor llegó corriendo a casa y dijo que había visto la cara de Willie, junto con muchas otras personas.

—¡Su rostro! —Bruce se sentó muy erguido—. ¿Eso es lo que él dijo?

—Sí, eso es todo lo que pudo decir. Había visto la cara de su hermano, con muchas otras. Dijo que había estado jugando en el barranco, pero no sabía exactamente dónde.

Bruce me miró y no estaba sonriendo ahora. Corey pareció aceptar todo estoicamente.

—Por supuesto —continuó—, solían ser caballos y ganado los que desaparecían sin rastro. Todo esto sucedió hace algunos años. La tierra también estaba bastante mal, pero no ha estado tan mal desde entonces. No hasta hace poco.

—¿Qué piensas de todo esto, Eb?

Eb Corey miró a Bruce impasible.

—Señor Tarleton, es usted un científico. Solo estoy tratando de ganarme la vida aquí con una tierra que, de alguna manera, no está bien. Dijo que los libros como los de arriba son una especie de pasatiempo suyo. Entonces debería saber más sobre todo esto que yo. Miré uno de esos libros una vez, solo una vez. Puedo decir esto: no entendí mucho, pero sé que tal estudio no le traerá un buen final. Pero eso es asunto suyo. Yo solo trato de no pensar demasiado en eso.

Ese fue el discurso más largo que he escuchado pronunciar a Eb Corey. Bruce aparentemente también lo pensó así, porque dijo:

—Creo que saldré más tarde y echaré un vistazo a tu suelo.

—Ojalá lo hiciera, señor Tarleton. Me encontrará en el extremo sur.

Había escuchado todo esto en silencio, pero algo me molestaba, casi me atormentaba. No podía sacármelo de la cabeza. El sueño de Bruce.

Me levanté de la mesa y los dejé allí, todavía hablando; y subí las escaleras, preguntándome qué tenía ese sueño que me molestaba. El camino a través del antiguo cementerio... la antigua tumba... algo que lo atraía...

En un impulso repentino entré en la habitación donde Bruce había dormido. Una persiana verde y descolorida todavía estaba corrida sobre la única ventana. Levanté la persiana. Incluso antes de mirar, lo supe. La escena pasó por mi cerebro como un chorro de agua helada. Mientras permanecía paralizado momentáneamente, sentí el primer indicio del horror cósmico que pronto se apoderaría de Bruce y de mí, y que estuvo a punto de volar mi mente.

Allí estaba el estrecho camino de tierra, a la izquierda. Allí estaba la valla de alambre oxidada. Allí estaba el camino de hierba y las lápidas caídas en el antiguo cementerio justo detrás de esta casa. Y allí estaba la tumba de cemento agrietada tal como Bruce la había descrito en su sueño, solo a una breve distancia de esta ventana...

Unas horas más tarde, mientras atravesábamos los campos, le conté a Bruce lo que había descubierto: el cementerio detrás de la casa y el paralelo exacto de su sueño. No le sorprendió, dijo que él también lo había visto.

—Supongo que estás empezando a pensar que lo que experimenté no fue un sueño en absoluto, que en realidad caminé por ese camino hacia la tumba. Bueno, estás equivocado. No era más que un sueño. Sé que nunca salí de mi habitación.

Por un momento pareció a punto de contarme más, luego cambió de opinión. Ahora sentía mucha curiosidad; no con la avidez de un estudioso de las tradiciones antiguas como la que mostró Bruce, sino con cierto escepticismo.

—¿Lyle Wilson te contó más historias? ¿Qué hay de ese diario? Sé que te morías por verlo.

—Lo vi, pero no lo suficiente. Lo sacó y me leyó ciertas partes. ¿Recuerdas que dijo que a veces tenía cierto anhelo? Bueno, le dije que a menudo yo también tenía una especie de anhelo. Luego sacó el diario.

—¿Un anhelo de qué, en nombre del cielo?

—No lo sé, pero me temo que no está en el nombre del cielo. Eso es lo que quería averiguar.

—¿Lo averiguaste?

—Muy poco. Supongo que sentí demasiada curiosidad y Lyle sospechó. Aun así, me leyó bastantes pasajes del diario de Hans Zickler y estoy empezando a juntar las cosas. ¿Recuerdas a Corey diciendo que su abuelo construyó esta casa y agregó el ala trasera más tarde? Bueno, eso es correcto. ¿Quizás notó que el ala acerca esa habitación bastante al borde del cementerio?

—¿Qué pasa con el diario? —insistí.

—Bueno, aprendí todo esto. El viejo Zickler solía sentarse en la ventana de esa habitación trasera del piso de arriba, a última hora de la noche, y murmurar una especie de galimatías. Esa ventana es fácilmente visible desde la carretera. Los vecinos que pasaban pronto tuvieron la idea de que Zickler estaba loco. Lyle Wilson dice que entonces era solo un hombre joven, pero recuerda haber visto al viejo Zick sentado allí, también podía escucharlo, y ciertamente era un espectáculo salvaje. Bueno... parece que había algo en esa tumba, y Zickler sugirió que le había respondido, pero de una manera extraña. No de forma audible, sino mentalmente. Una especie de telepatía sobrenatural, supongo. El viejo Zick no pudo explicarlo del todo bien. Todo lo que puedo deducir es que le estaba enseñando algo a Zickler y que ocasionalmente le agradecía algo. Ciertamente me gustaría leer más en esa parte del diario, pero el viejo Lyle es demasiado astuto.

»En ese tiempo una gran cantidad de ganado estaba desapareciendo. Y algunos niños. Parece que Zickler los registró cuidadosamente, pero es difícil ubicar cualquiera de estas circunstancias de forma consecutiva. Mientras Lyle me leía, seguía saltando en el diario al azar, mirando hacia arriba de vez en cuando para ver qué impresión causaba.

»Hubo un lugar donde Zickler insinuó estar insatisfecho e inquieto y querer aprender más, pero para hacerlo tendría que buscar un pasaje en el Necronomicón. Mencionó haber ahorrado su dinero para hacer un viaje a Arkham y buscar en la copia del Necronomicón que, se rumorea, está escondida en la Universidad de Miskatonic. Pero evidentemente nunca hizo el viaje. Al menos, no se menciona, y Lyle me dice que Zick nunca dejó Vecra. Murió de muerte natural aquí, aunque murmuraba cosas extrañas en su lecho de muerte.

Caminamos hacia el campo sur, donde encontramos a Eb Corey arando afanosamente. Se detuvo un rato y observó a Bruce hurgando en el suelo en varios puntos.

—Apuesto a que nunca antes había visto un suelo así —dijo Eb con gravedad mientras Bruce se enderezaba con una muestra.

—Ganarías esa apuesta. Mira estas cosas, ¿quieres?

Y Bruce me entregó un terrón. Era el suelo de aspecto más peculiar que había visto en mi vida: un extraño color grisáceo, casi polvoriento, aunque no estaba seco. Parecía más como ceniza ligeramente húmeda, contaminado de alguna manera, y malvado, incluso se sentía contaminado al tacto, no como debería ser la tierra fresca y limpia. Lo dejé caer, reprimiendo un escalofrío y me limpié los dedos. Bruce miró a Eb con asombro.

—¿Quieres decir que las cosas crecen en esto?

—Oh, por supuesto. No está tan mal en este extremo, ya que está más cerca de la casa.

—¿Más cerca del viejo cementerio, quieres decir?

Eb miró a Bruce y luego se encogió de hombros.

—Bueno, lo mismo. Tampoco es tan malo como en la época de mi abuelo. Lo único es que las cosas no alcanzan el tamaño normal de alguna manera; y a menudo crecen algunas cosas que podrían ser, bueno, extrañas, distorsionadas. Pero todo parece bastante comestible.

—Me pregunto qué pensó tu abuelo sobre esta tierra. Debe haber tenido alguna idea al respecto.

Eb se encogió de hombros de nuevo.

—No se sabe lo que pensó el abuelo Zickler, especialmente en sus últimos años. Entonces estaba medio loco, todo el mundo lo sabía. Todo lo que puedo decir es que lo llevaron en automóvil. Recuerdo que dijo una vez que la tierra no nos pertenecía. Y por la forma en que lo dijo, no se refería solo a este pequeño pedazo de tierra; se refería a toda la tierra en todas partes, supongo. Me daba escalofríos la forma en que solía hablar. Dijo algo acerca de que estábamos aquí sólo temporalmente, y que algún día se despertarían y reclamarían la tierra que les pertenecía por derecho. Solía mencionar que son algo así como reverentes.

Hubo una luz despierta de interés en los ojos de Bruce mientras trataba de insistir en este punto.

—¿No dijo cómo o cuándo iba a suceder esto? No mencionó ciertos nombres. ¿Lloigor? ¿O B’Moth? ¿O Ftakhar?

Pero Eb no parecía recordar. El viejo Zickler había dicho demasiadas palabras extrañas. Bruce puso una muestra de esa tierra malvada en un sobre, y antes de irnos hizo una pregunta más:

—Eb, ¿recuerdas si Lyle Wilson hizo un viaje a Arkham recientemente? ¿Quizás dijo algo sobre visitar la biblioteca de la Universidad de Miskatonic?

—No —Eb negó con la cabeza.

Luego pareció recordar algo.

—Quizás te refieres a esa época, hace un poco más de un año. Wilson hizo un viaje entonces, estuvo fuera dos o tres días, pero nunca le dijo una palabra a nadie donde había estado.

—Gracias.

Bruce parecía profundamente inmerso en sus pensamientos. Corey reanudó su arado, y Bruce y yo cruzamos un campo hacia el barranco. Era bastante empinado donde lo alcanzamos, lleno de árboles pequeños y matorrales. Sin embargo, en dirección a la casa, a un cuarto de milla de distancia, desembocaba en el borde del viejo cementerio. Bruce miró fijamente hacia el barranco por un momento, luego se dio la vuelta.

—¿Qué quisiste decir con esos nombres que le preguntaste a Corey? —dije, mientras caminábamos de regreso a la casa—. ¿Y qué quieren decir? ¡Dios sabe que no intentaré pronunciarlos como tú! —y me reí.

Bruce no se rio.

—¿Qué quieren decir? —repitió. Su voz era diferente a la que jamás la había escuchado—. Casi había llegado a creer que no significaban nada, que eran solo nombres. Pero ahora, Dios mío, estoy empezando a creer de nuevo. ¿Existen realmente encarnaciones de esos nombres? Quizás el viejo Zickler lo sabía. Después de todo, esos nombres y los rumores y los libros persisten a través de los años, y donde hay leyenda hay una base de hecho, si tan solo pudiera rastrearse a través de los eones.

Eso fue todo lo que obtuve de Bruce. Pero no necesitaba decirme más. Durante mucho tiempo había sido consciente, desinteresadamente, de su estudio de las tradiciones antiguas. Sabía que tenía en su biblioteca un cierto estante de libros antiguos, además de decenas de piezas de ficción sobre el tema. Había leído algunas de las obras de ficción, pero en lo profundo de mi mente estaba seguro y cómodo en la idea de que eran ficción y nada más.

Pero ahora no estaba tan seguro. No me sentía tan seguro. Quizás toda esa ficción, después de todo, se había basado en... en algo en lo que no me gustaba pensar. Mi vaga perturbación se vio reforzada por la forma en que Bruce había dicho esas palabras: ¡Pero ahora, Dios mío, estoy empezando a creer de nuevo!

No sé cuánto creía Bruce, ni lo que estaba tratando de aprender, ni por qué salió de su habitación esa noche. Dudo ahora si podría haber actuado de alguna manera para detenerlo, incluso si lo hubiera sabido. El único hecho que veo claramente ahora es que ninguno de nosotros se dio cuenta de lo lenta e insidiosamente que todo se estaba acumulando hasta ese trágico clímax.

Esa noche, después de la cena, Bruce subió a su habitación con la intención, dijo, de mirar más detenidamente esos libros antiguos. Salí para fumar mi pipa; de alguna manera siempre lo disfruto más al aire libre y por la noche; me ayuda a pensar, y eso es lo que tenía que hacer. De una manera confusa, estaba tratando de decidir cuánto de este asunto de la tradición antigua me atrevía, y cuánto temía, a creer. Solo sabía que este lugar me gustaba cada vez menos, y si Bruce no quería irse por la mañana, tomaría el auto yo mismo.

Al descubrir que estaba casi sin tabaco, caminé hasta la tienda de Lyle Wilson. El lugar estaba oscuro. Salí al porche y estaba a punto de abrir la puerta, pensando que tal vez aún no había cerrado con llave; pero luego decidí que debía estar en la cama y que sería mejor que esperara hasta la mañana. Salí del porche y casi había salido a la carretera de nuevo cuando escuché que se abría la puerta de su casa. Me volví y estaba a punto de llamarlo... cuando algo me detuvo.

Puede haber sido en parte intuición, pero principalmente fueron las acciones de Lyle. Solo pude verlo vagamente, y aparentemente él no me vio en absoluto. Pero la forma en que cerró la puerta muy suavemente y se arrastró furtivamente a través del porche me interesó. Desapareció por la esquina de su tienda y lo seguí.

Pasó por una puerta en la parte trasera de su propiedad, cruzó un campo, trepó por una cerca baja a otro campo. Me mantuve a una distancia segura detrás de él, solo manteniéndolo a la vista. Apenas pude distinguir algo que llevaba bajo el brazo, aparentemente un libro grueso; sin duda, el diario en el que tanto él como Bruce parecían tan interesados.

Pronto vi que se dirigía al barranco. Sin duda, había recorrido esta ruta antes, porque parecía muy seguro de su dirección. Lo perdí en la oscuridad por un momento, me apresuré hacia adelante, choqué con las ramas bajas de un árbol y me lastimé la cara. Cuando llegué al barranco, había desaparecido por completo, pero pude escucharlo débilmente mientras bajaba por un sendero cercano. Busqué durante unos minutos; finalmente lo encontré.

Casi patiné, rodé y caí por ese camino empinado en la oscuridad. Me levanté y me sacudí la ropa. Para entonces, Lyle Wilson había desaparecido por completo. No podía oír ningún sonido, ni siquiera podía adivinar qué dirección había tomado. Y si la noche era oscura antes, era positivamente estigia en el fondo de este barranco. Tan descontento como desconcertado, traté de volver a subir por el sendero, pero no pude. Me quedé allí un minuto, maldiciéndome a mí mismo por ser un tonto. Entonces recordé que el barranco se hacía menos profundo hasta que desembocaba en el borde del cementerio a un cuarto de milla de distancia. Lo único que podía hacer era seguirlo en esa dirección. Después de todo, decidí, podría volver a encontrarme con Wilson.

Pero no lo vi. Una vez me detuve, pensando que había escuchado un sonido de metal contra metal, pero no lo volví a escuchar. Continué en la oscuridad, evitando pequeños grupos de arbustos y árboles lo mejor que pude. No fue hasta que estuve casi en el cementerio que recordé, de repente, de manera inquietante, algo que había dicho Eb Corey sobre el niño Munroe que había estado jugando en el barranco y había corrido a casa para decirle a su madre que había visto la cara de su hermano perdido, «con muchas otras».

Al pensarlo, apresuré mis pasos. Crucé una esquina del cementerio hacia la casa. Mirando hacia la ventana de la habitación trasera. No vi luz allí. Pensando que Bruce debía estar dormido, di la vuelta a la casa, entré por la puerta principal sin aliento y me apresuré a subir.

Tenía la intención de despertar a Bruce, si era necesario, para contarle de la excursión nocturna de Lyle Wilson, porque podría significar algo para él. Abrí la puerta de un empujón, entré a su habitación, y atravesé la oscuridad hasta la mesa y la lámpara de aceite apenas visible. Busqué en mi bolsillo una cerilla, mientras con la otra mano buscaba a tientas la lámpara.

—¡Maldita sea!

Mis dedos escrutadores habían encontrado bien la lámpara y los había quemado en el cristal todavía caliente. Bruce debió apagarla no más de unos minutos antes. Finalmente logré encenderla de nuevo, y mientras las sombras parpadeaban por la habitación, vi que Bruce no estaba allí en absoluto, ni había dormido en su cama. Quizás había salido a tomar una bocanada de aire.

Sobre la mesa estaba abierto uno de los pesados tomos, que reconocí como Monstruos y su especie. Junto a él había un lápiz. Entonces noté que Bruce aparentemente había estado revisando ciertos pasajes con el lápiz, muy ligeramente en las páginas amarillentas y nítidas.

Decidí esperarlo, así que acerqué una silla y comencé a leer esos pasajes que Bruce había marcado con tanto esmero. Ahora, después de doce años, no puedo recordar con precisión esos extractos; pero sé que estaban en una antigua y pintoresca ortografía en inglés, y el primer párrafo que me llamó la atención fue casi el siguiente:

«Estos no se manifiestan, pero esperan con paciencia un tiempo que aún no es. De una potencia hidrófila sea la negrura donde habitan, porque no siempre duermen. Están alejados unos de otros; No obstante, tienen una conversación tortuosa. Debajo de ese lejano norte, desde los antiguos tiempos de Hiperbórea, esperan. Lejos, en el este, bajo vastas mesetas, se rumorea. En nuevas tierras oscuras al otro lado de los mares seguramente estarán. Los hombres del mar han susurrado manifestaciones indescriptibles en islas extrañas. De hecho, hay un rumor espantoso sobre el destino de los hombres que se hunden en barcos condenados. Estas criaturas no tienen nombre, pero seguramente deben ser engendradas por los antiguos B’Moth y Ftakhar, Lloigor y Kathuln y otros. En silencio aguardan la llamada de esos Primigenios.»

Dejé de leer allí, consciente de que todo eso me sonaba vagamente familiar. Debí haber leído cosas similares en otros libros antiguos de Bruce. Pasé algunas páginas para ver si había revisado otros pasajes. Lo hizo.

«Hay algunos mortales que los reverencian, y algunos pocos también a quienes instruyen en un cierto conocimiento. Uno de ellos fuiste tú, Eybon, de la antigua Hiperbórea, y ha habido otros.»

De repente, sorprendido, recordé al viejo Zickler sentado en esa misma ventana hablando una especie de galimatías con algo en la tumba, que él insinuó que le había respondido. Seguí leyendo, repentinamente ansioso, buscando esos pasajes que Bruce había marcado:

«Hay diversas formas, la mayoría olvidadas, para inducir que despierten; y es entonces que se vuelven inquietos e impacientes. Una de las formas, según lo establecido por Eybon en su libro…»

Aquí comenzaba un largo encantamiento de palabras indistinguibles. La mayor parte se había desvanecido, como si se tratara de una referencia. Cuando volví a pensar en el viejo Zickler, sentado y murmurando en esta ventana, mi interés superó todos los límites. Retrocedí algunas páginas, hasta donde Bruce había comenzado a marcar.

«Tan malvados son que todo lo contaminan extrañamente, el mismo suelo por el que te arrastras. Alhazred en su crónica ha confesado: que quien sea atraído a ellos (por la nefasto Influencia qué proyectan cuando se les invoca), permanece para siempre como una parte suya, como no muertos. También ha dicho Alhazred…»

Por el momento dejé de leer y mis ojos pasaron a la página siguiente, donde Bruce parecía haber subrayado varias de las declaraciones como si fueran de suma importancia. Leí ese pasaje con atención.

«Se dice que unos pocos heredamos el Poder de los Primigenios para atraer a los animales pequeños; luego el ganado y los niños pequeños. Sobre ti proyectan una especie de Sueño. También se dice que quien sea atraído de esta manera se convierte en Parte de Ellos (es decir, todos en Uno por qué los Mayores aguardan). Cuando llegue el momento disfrutarán de la consumación final. Por lo tanto, heredarán la tierra de nuevo, por qué una vez fue Suya.»

Eso fue todo lo que leí. Recordé la declaración del viejo Zickler acerca de que la tierra no nos pertenecía. Recordé las vagas historias de la señora Corey sobre las personas que habían dormido en esta habitación, que habían soñado y luego habían desaparecido. Recordé el sueño de Bruce la noche anterior, el cementerio y la tumba detrás de esta casa. Tal vez durante cinco minutos me quedé sentado a la luz parpadeante de la lámpara recordando estas y otras cosas.

De repente me puse de pie de un salto, temblando, una ola gélida de horror me invadió. ¡Aquí estaba yo esperando a que volviera Bruce! En ese momento supe lo que debía hacer. Bajé la escalera de un salto hacia la noche oscura y di la vuelta al lado de la casa donde habíamos dejado el coche. La automática calibre .45 que Bruce solía llevar en la guantera había desaparecido. También la linterna. No importaba. Encontré otra linterna en mi equipo; las baterías estaban muy bajas, pero estaba agradecido de que todavía funcionara.

Atravesé la brecha en la cerca y bajé por ese camino detrás de la casa hacia la tumba. Recordé la descripción de Bruce de su sueño, en el que algo lo había atraído aquí contra de su voluntad. Nada me atraía, de eso estaba seguro.

No fue hasta que estuve de pie justo delante de la tumba que vi que Bruce había estado allí. La puerta de tablones pesados se entreabrió ligeramente, formando un pequeño arco en la tierra. La cadena de hierro que la había sostenido ahora estaba rota. Finalmente logré entrar. Encendiendo mi luz vi algunos ataúdes de madera enmohecidos. Apenas los miré. En cambio, examiné las paredes de cemento que estaban húmedas y mohosas.

Entonces tuve un sobresalto. Sin saber muy bien lo que estaba buscando, ¡lo había encontrado! En la parte trasera de la tumba vi un agujero aproximadamente rectangular en el cemento. Rápidamente me acerqué. Dirigí mi luz hacia un pasaje que descendía ligeramente unos tres metros y luego parecía nivelarse. Decidido ahora a ir a donde Bruce había ido, me agaché y me apreté en el pasillo.

En la parte inferior de la ligera pendiente volví a encender mi luz. Entonces mi corazón latió con entusiasmo y asombro. El pasadizo era estrecho, pero lo bastante alto para que un hombre se mantuviera erguido, ¡y se extendía mucho más allá del débil haz de luz de mi linterna! Avancé lentamente. Pronto comencé a distinguir lo que parecían ser otros pasajes más pequeños que se bifurcaban, pero lo que me sorprendió fue que este pasaje principal parecía extenderse directamente hacia el barranco.

Había un hedor estancado y repugnante que parecía rodar sobre mí en oleadas tangibles. Toqué las paredes de tierra y retrocedí. Era el mismo tipo de suelo húmedo y grisáceo que Bruce había examinado, pero mucho peor. Estaba viscoso; parecía arrastrarse bajo mi tacto como si estuviera vivo. Estuve cerca entonces de rendirme y regresar; pero, apretando los dientes, continué.

Mi pie golpeó algo duro. Me incliné, busqué a tientas y lo recogí. Era la automática de Bruce. Todavía se sentía un poco cálida. La habían disparado. Ahora no había más dudas, sólo un vago miedo y un presentimiento. Me quedé allí en ese pasaje ruidoso, sosteniendo el arma que había sido disparada, preguntándome qué debería hacer a continuación.

En ese momento escuché el sonido. Rápidamente apagué la linterna y me quedé allí en la oscuridad, tenso y escuchando. Mi corazón latía con sangre en mis oídos de modo que apenas podía escuchar el sonido cuando llegó de nuevo. Lo escuché débil y lejos, no cerca como había pensado al principio.

El sonido era una voz. Una voz borrosa y murmurada que parecía cantar, y el canto era algo obsceno y extraño a pesar de toda su vaguedad. Me quedé quieto y escuché, y el sonido seguía llegando débilmente por ese pasaje hacia el barranco. Parecía jubiloso, alegre; ahora pronunciando himnos de alabanza, ahora descendiendo de nuevo a un trasfondo confuso de implicaciones obscenas que hicieron que se me erizara la piel a pesar de que no pude distinguir ninguna de las palabras.

Supe, mientras escuchaba ese repugnante ritual, que había cosas que debía reconstruir, algo que ver con Lyle Wilson, pero de alguna manera no podía recordar más; mis pensamientos se estaban volviendo confusos e inciertos. Sin atreverme a usar la linterna, avancé con cautela unos pasos más.

—¡Bruce! —llamé en voz baja y escuché. Luego, un poco más alto—: ¡Bruce! ¿Puedes oírme?

Entonces, ¡oh Dios! Entonces escuché un sonido que no era el cántico, un sonido mucho más cercano, justo delante de mí. Me detuve y escuché, sin respirar. Algo a unos metros de distancia se movía hacia mí en la oscuridad.

—Bruce, ¿eres tú? —llamé de nuevo.

Y de repente supe que no eran pisadas ni nada parecido a pisadas, nada que hubiera escuchado antes.

Nunca solía tener pesadillas, nunca solía sentir un miedo terrible a una habitación cerrada. Nunca solía despertarme en medio de la noche con el temor de que una cosa monstruosa e inmunda viniera hacia mí desde la oscuridad. Ojalá nunca hubiera accionado mi linterna en ese pasaje detrás de la tumba. Algo se detuvo allí, medio revelado al final de mi pálido rayo de luz. Solo sé que no era humano. Disparé el arma y no fallé.

Solo quedaban tres balas, y recuerdo haber escuchado a cada una de ellas golpear con un sonido de succión empapado, como guijarros arrojados al lodo espeso. No pudieron haber sido más de diez segundos, pero fueron diez eternidades. De repente supe que no le temía a la luz, sino que solo estaba momentáneamente confundido.

Y entonces se acercó un poco más al haz de luz y quedó completamente revelado. No me escuché gritar, pero sé que debo haberlo hecho, porque mi garganta estaba en carne viva después. Sentí que mi mente se deslizaba lentamente hacia un caos de vertiginoso horror. Sabía que era yo quien se movía y debí haber vuelto a gritar. Sí, fui yo quien se acercó de manera constante, lenta; ¡y no pude evitarlo! Sabía que debía acercarme aún más, hasta que...

Hasta qué… nunca lo supe; porque en ese momento, extrañamente, parecía conmovido por una oleada de frialdad que derrotó mi creciente pánico. Ya no me parecía que me moviera; era otra parte de mí, una parte que había sido hace eones, que ahora estaba tratando de volver al calor suave y seguro de lo primordial.

Era el tipo de sentimiento de éxtasis que había tenido cuando era niño cuando apretaba lodo negro espeso entre mis manos, pero esto fue multiplicado por mil, acogedor, soñador y lógico.

Y, sin embargo, había algo que andaba mal, algo vagamente inquietante. Había otro yo, insignificante y lejano en alguna parte, pero implorando insistentemente… implorando que no sucumbiera, que no volviera… que no recordara. ¿Recordar que? Ese diminuto yo lejano estaba tratando de decirme algo… algo que tenía que ver con...

¿Un sueño? ¿Era eso? Aparentemente hace eones recordé un sueño que me había contado un amigo... de algo que atraía irresistiblemente... una afinidad...

¡Cuán rápidamente huyó la comprensión a través de un pánico creciente! Con qué rapidez volví a ese pasaje cuando la parte antigua de mí y la parte presente se fusionaron con una carrera frenética, y vi...

Entonces fue cuando grité, por tercera y última vez, un grito articulado:

—¡Bruce!

Ahora estaba muy cerca de esa cosa que me atraía, y la vi con bastante claridad, pero con ese último grito articulado algo en mí se estremeció abruptamente, vaciló y sentí una repentina oleada de poder. Podía sentir que algo intentaba ayudarme a apartar mi mente; algo que me ayudaba con suavidad, sutilidad y urgencia; algo susurrando:

—¡No vengas! ¡No te muevas! ¡Regresa! ¡Ahora! ¡Rápidamente!

Y esa urgencia fue el mayor horror de todos, porque sabía que Bruce estaba allí...

Con qué esfuerzo supremo aparté mis ojos y mi mente, nunca lo sabré. No lo recuerdo. Solo recuerdo el frenético escape por los últimos diez pies de pendiente y algo surgiendo silenciosamente detrás, algo que me tocó el tobillo cuando me apreté a través del rectángulo roto hacia la tumba... y el horrible sonido empapado de esto golpeando, segundos demasiado tarde, con una especie de aplastamiento, como una esponja pesada y húmeda contra una pared...

Quedaba una cosa más por hacer. Salí de la tumba, crucé el cementerio y me metí en el barranco. Ahora sabía lo que estaba buscando y lo encontré a pesar de la oscuridad. Estaba bien escondido en un pequeño barranco detrás de masas de arbustos y enredaderas, el otro extremo de ese pasaje.

Vi la puerta con barrotes de hierro al otro lado de la pequeña entrada, probablemente colocada allí por el propio Lyle Wilson. Ahora estaba abierta con un cierre a presión colgando de ella. Justo dentro de la puerta pude ver vagamente a Lyle Wilson, una figura agachada, absorta y escuchando. Había escuchado mis disparos, había escuchado mis gritos y luego el silencio. Ahora comenzó otro de esos cánticos bajos que gradualmente subieron de volumen hasta convertirse en un jubiloso himno de alabanza. No podría haber recordado las palabras incluso si hubiera querido. Apenas eran palabras articuladas. Lo vi acompañarlas con un pequeño ritual impío y una danza que de ordinario me habría enfermado hasta el alma; pero ya estaba más allá de eso.

No me escuchó ni me vio hasta que salté hacia adelante para abrir la puerta. La parte más horrible fue que su cántico ni siquiera se detuvo cuando se abalanzó sobre mí, arañándome, con una especie de espuma blanquecina alrededor de su boca. Chocó contra la puerta, tiró furiosamente de ella... y luego su cántico se convirtió en un enfermizo gorgoteo de terror cuando de repente se dio cuenta de lo que iba a suceder. Se hundió justo dentro del túnel, arrastrándose por el miedo. Creo que su mente se quebró, porque pronto sus gritos volvieron a ser un galimatías incoherente, como el recuerdo de un lenguaje horrible, muerto hace mucho tiempo.

Esperé allí, acercándome rápidamente por el túnel, ese creciente horror primordial.

He destruido, por supuesto, el libro que Bruce estaba leyendo esa última noche. Y yo mismo tal vez olvide algún día la mayoría de esos extractos: Pero nunca el que decía: «quien sea atraído de esta manera se convierte en Parte de Ellos».

He dicho que fueron diez segundos que fueron diez eternidades, allí en la oscuridad de ese pasaje, pero mi mente estaba entumecida entonces.

Si existen los dioses, les ruego que pongan mi cerebro en reposo. Y tan ciertamente como hay cosas malas, les ruego que me dejen olvidar. Pero ninguna de las oraciones es respondida, así que todavía debo recordar esa cosa retorciéndose y surgiendo del mal iridiscente, multiforme y, sin embargo, informe... esa cosa primordial, casi amorfa que se movía como se mueven los gusanos... esa masa ciega, no completa en sí misma, pero con el poder de atraer a los hombres hacia ella.

Eso lo podría olvidar. Eso no me haría soñar, ni despertarme gritando con un miedo espantoso a la oscuridad.

Pero esos rostros oscuros que se asomaban desde fuera; rostros que son eternamente parte de ella, todavía horriblemente vivos y con los ojos muy abiertos con la terrible angustia de saber... esos rostros humanos que no podían hablar, solo podían implorar en silenciosa agonía que se los destruyera… esta cosa que no debería ser... esos distorsionados rostros enredados y envueltos en las partes confluentes de esa cosa blasfema, esos rostros entre los que vi, vagamente, el de mi amigo Bruce Tarleton...

Henry Hasse (1913-1977)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Henry Hasse.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Henry Hasse: Horror en Vecra (Horror at Vecra), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Alexander Strauffon dijo...

Como todo lo de los Mitos de Cthulhu, excelente. Por cierto, me recordaste que tengo pendiente ir a comprarme libros de Ramsey Campbell, contribuyente de los Mitos y creador de Y'Golonac.



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