Liebestod: el amor por lo MÓRBIDO


Liebestod: el amor por lo MÓRBIDO.




Alguna vez Edgar Allan Poe escribió lo siguiente:


«La muerte de una mujer hermosa es el tópico más poético del mundo»
(The death of a beautiful woman is the most poetical topic in the world)


Esta sentencia, en principio, es una síntesis del Liebestod, o amor por lo mórbido, en especial si tomamos en consideración que Virginia Clemm, esposa del poeta, murió a los veinticinco años de edad.

Algunos acusan a E.A. Poe misógino, cómo mínimo, por ensayar una opinión semejante. No obstante, el Liebestod, la atracción por lo mórbido, no pasa por una elección del todo consciente. En todo caso, se trata de un instinto sumamente culposo.

El Liebestod no objetiva a la muerte, y mucho menos reduce al muerto a un simple objeto de contemplación estética. En todo caso, el Liebestod es una especie de umbral, de frontera, hacia un los sustratos más perturbadores de la psique.

No hay una palabra en nuestro idioma para definir esta fascinación por lo mórbido. El término que más se acerca a su esencia es Liebestod, forjado en el romanticismo y cuyo significado podría traducirse literalmente como «amor muerte».

El Liebestod reconcilia dos aspectos aparentemente opuestos: el amor y la muerte; pero el concepto va un poco más allá, y sostiene que el verdadero amor, el amor romántico, solo puede ocurrir cuando una persona viva ama a otra que está muerta, es decir, cuando la vida se enamora de la muerte.

En este contexto, las historias de amor que concluyen trágicamente con la muerte de uno de los amantes serían en realidad el inicio de un romance más fuerte. Este tipo de vínculo que trasciende a la muerte es visto desde afuera como algo sumamente mórbido.

Pero el sentimiento mórbido, al menos desde el concepto del Liebestod, propone que únicamente después del fallecimiento de una persona uno puede alcanzar el más puro grado de amor y devoción por ella; un sentimiento imperecedero y, sobre todo, inalterable,

Este es uno de los grandes temas de la filosofía del romanticismo: el Liebestod ocurre debido a que la muerte de una persona impide que el amor que se siente por ella se degrade, convirtiendo al ser amado en una especie de tótem, de estatua de mármol: fría, lejana e imperturbable, a la que puede amarse sin riesgo de que ese sentimiento se deteriore.

Si bien es cierto que este concepto puede resultar un tanto inquietante para algunas personas, lo cierto es que el Liebestod simplemente expresa la noción de que el amor siempre es más intenso cuando la persona amada es inaccesible.

Esta es una de las características del romanticismo más interesantes: uno puede enfrentarse contra cualquier adversidad por amor, pero el único espacio realmente inaccesible es la muerte. Aquellos que cruzan ese umbral, por mucho que sean amados desde nuestro plano, están fuera de nuestro alcance.

Y de eso se trata justamente el Liebestod: el amor por alguien que trasciende las fronteras de la muerte, pero que visto desde la perspectiva de otros puede parecer sumamente mórbido.

Cuando alguien amado atraviesa el umbral de la muerte, el fuego de la pasión, del deseo, e incluso del amor fraternal, ya no cuenta con factores externos que faciliten su combustión. El otro simplemente ya no está: su rostro, su perfume, su voz, han desaparecido. Pero el amor, en cambio, sigue vivo, y en especial hambriento.

Es en este punto en donde aparece el Liebestod; un sentimiento natural, puro en esencia, pero que puede ser interpretado como algo mórbido por los demás.

Los límites entre el Liebestod y otros sentimientos más inquietantes son difusos. Solo sabemos que puede aparecer frente a esa separación definitiva, irrevocable, que es la muerte, pero al mismo tiempo incapaz de fatigar la memoria de quien sigue vivo; precisamente porque el otro, el que ha fallecido, permanece presente en su ausencia.

De este modo definió al Liebestod el poeta John Keats:


Audaz amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances; pero no desesperes:
marchitarse no puede aunque tu ansia no calmes,
¡serás por siempre su amante, y ella por siempre bella!


De eso se trata, al menos para John Keats, el Liebestod: un beso que no puede darse, unos labios que nunca pueden alcanzarse.

Pero el poeta también nos advierte sobre el peligro del Liebestod: la idea de que el ser amado «no pueda marchitarse» es menos romántica que perturbadora: el otro deja de ser un objeto amado para convertirse en un objeto de culto, de adoración.

Observado desde un cierta distancia, el Liebestod puede parecer una cuestión mórbida, o directamente siniestra, pero en realidad no lo es. De hecho, el término se anticipa a lo que Sigmund Freud estableció en su obra: Más allá del instinto del placer (Jenseits des Lustprinzips); donde describe los dos impulsos preponderantes en nuestra psique.

La llamada pulsión de muerte, o Thanatos, no tiene nada que ver con el deseo de morir, sino más bien con un impulso que ansía llegar a ese incierto estado anterior a la vida. Después de todo, si la vida es sueño, la muerte acaso sea un despertar.

Contrariamente a lo que ocurre detrás del concepto de Pothos, el Liebestod es un impulso dirigido hacia un espacio sin tiempo, que se sostiene en la creencia, consciente o no, de que existe un estado previo a la vida, al cual se regresa después de la muerte.

El Liebestod propone que, frente a la ausencia del ser amado, uno puede continuar amando de forma más idealista, precisamente porque ya no existen factores que puedan alterar ese sentimiento. Por otro lado, lo mórbido del asunto radica en que esa misma ausencia permite al amante retroceder hacia un estado más embrionario del deseo.

En otras palabras: en ausencia del ser amado el Liebestod nos permite continuar amándonos a nosotros mismos, y sustituir al otro por una relación de la que ni siquiera la muerte puede liberarnos.

Quizá por eso lo mórbido siempre termine desarrollándose en la soledad, en el aislamiento, en el sentirse rechazado e incomprendido por los demás. Las anatomías ausentes, tal vez, son simplemente una excusa.

El Liebestod no necesariamente emerge frente a alguien que ha muerto. También puede aparecer en presencia, o en ausencia, mejor dicho, de alguien que nos ha abandonado, que nos obliga a tratarlo como a un cadáver, como alguien «que está muerto para nosotros». Frente a esto solo se puede atravesar un «duelo», similar, en términos formales, al duelo por una persona fallecida.

Durante este proceso, el Liebestod nos permite advertir esa horrorosa distancia con el otro, la soledad opresiva, y la sensación, casi la certeza, de que nunca dejaremos de estar enamorados.




El lado oscuro del amor. I El lado oscuro del amor.


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