La mujer que los mitos no se atrevieron a mencionar


La mujer que los mitos no se atrevieron a mencionar.




Hay personas que para amortiguar sus desdichas buscan consuelo en la fatalidad ajena. Pero Eleonora estaba lejos de hospedar ese sentimiento que los teutones llaman sagazmente schadenfreude, o alegría por la desgracia ajena; porque los infortunios que la consolaban no eran los de sus amigas.

Peleas de pareja, discusiones familiares, inestabilidad laboral, incertidumbre vocacional, eran parte de la amplia variedad de disgustos que sus amigas le confiaban, sin lograr que Eleonora se sintiera mejor acerca de sus propios problemas.

Y el problema de Eleonora era grave: jodido, en una palabra; y tal es así que para encontrar a alguien que sufriera algo parecido debía recurrir a la mitología.

Es verdad que la mujer ocupa su lugarcito en mitos griegos —pensaba Eleonora, mientras hojeaba un libro de Robert Graves—, pero casi nunca realizando hazañas, sino más bien precipitando al héroe para que las realice. Salvo las diosas, que también tienen sus lindos quilombos, las mujeres en los mitos griegos no la pasan nada bien.

La mayoría, de hecho, están condenadas a llevar un destino ingrato sobre los hombros.

Como el mío —pensó Eleonora.

Por ahí anda Andrómeda, fijate, que de tan linda enfureció a Poseidón. El dios envió al Kraken para destruir al reino, pero Perseo —un hombre, cuando no— la rescató. O Antígona, la hija de Edipo, que fue condenada a ser enterrada viva por apiadarse del cadáver de su hermano.

Los ejemplos de mujeres condenadas abundan —pensó Eleonora—, pero ninguna condena se parece a la mía.

Se permitía pensar en voz alta porque sus amigas no estaban presentes. Para ellas, la condena de Eleonora era vista como una bendición. La idolatraban. Después de todo, ¿a quién no le gustaría ser deseada por todos los hombres como lo era ella?

Pero una condena, o una maldición divina, no se define por sus reglas generales, sino por una única e irreversible excepción. En otras palabras: toda condena es una bendición a la cual se le arranca una parte.

Siguió hojeando a Graves:

Ariadna, por ejemplo, fue rescatada por Teseo. Incluso lo ayudó a derrotar al Minotauro, pero después fue abandonada por el héroe en una playa de cuarta. Para colmo, Teseo se enamoró de la hermana de Ariadna: Fedra, y ésta a su vez se encaprichó con el hijo del héroe: Hipólito.

Condena fea la de Ariadna, es cierto, pero no tanto como la mía.

Eleonora entonces leyó la historia de Níobe, princesa de Tebas, que por tener seis hijos despertó la ira de la diosa Leto, que tenía solo dos.

Esto no le trajo demasiado consuelo.

Entonces reparó en Casandra, princesa de Troya, a quien Apolo le dio el don de pronosticar el futuro con absoluta precisión, y la condena de que nadie creyera en sus predicciones.

Otra vez la misma dinámica: bendición (predecir el futuro con total certeza), y maldición (que nadie crea tus predicciones). Eso es estar condenado.

Si habrá protestado Casandra. Se la imaginaba gritando a los cuatro vientos que el caballo de madera tenía la panza llena de aqueos. Ningún troyano la escuchó.

Eleonora cerró el libro.

Basta de mitologías.

Basta de comparaciones.

Su vida ya era una condena suficiente como para andar sintiendo lástima por los demás. Después de todo, quizás ella misma había sido olvidada por los mitos. Quizás esa era la parte que había sido arrancada.

Porque Eleonora estaba segura que los dioses la habían condenado a enamorar a todos los hombres, excepto al que ella amaba.




Mitología. I Egosofía.


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1 comentarios:

Elisabeth Carrasco dijo...

Ariadna fue abandonada por Teseo pero consiguió un tipo mejor: La encontró el dios Dionisio, se casó con ella y la hizo inmortal. Creo que es la única humana de la mitología griega cuya unión con un dios no le trajo sufrimiento o una metamorfosis horrible.



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