El día que Perseo aprendió a usar Tinder.
La foto de perfil no presagiaba demasiado.
La mujer usaba unas gafas enormes.
A Perseo no le importó, y eso que le daba mucha importancia a los ojos de una mujer.
—Dale, estamos cerca —leyó Perseo en la pantalla del celular—, ¿por qué no venís a casa?
—¿A tu casa? ¿Te parece? —escribió.
—¿Por qué no? Estoy sola. Mis hermanas salieron.
Después de un breve intercambio de datos geográficos, Perseo llegó hasta la casa.
Tocó el timbre.
Nada. Sin respuesta.
Golpeó.
La puerta estaba abierta.
Perseo entró.
Pronunció su nombre.
Desde el dormitorio le llegó la voz de una mujer.
—Dale, vení.
—¿Enciendo la luz? —preguntó Perseo.
—No. Así es mejor.
Perseo atravesó el comedor a oscuras. Dobló por un pasillo, siguiendo la voz.
Entró en el dormitorio.
No había espejos.
Detrás del vestidor ella volvió a hablar.
—Tapate los ojos.
—¿Para qué? Si no se ve nada.
—Dale, no seas malo.
Perseo se cubrió el rostro con la palma de la mano.
—No —dijo ella, con un tono más enérgico— Ahí, sobre la cómoda, hay un pañuelo.
Perseo se cubrió los ojos con el pañuelo.
Ella se acercó.
Se besaron.
Se desnudaron.
Una mano lo condujo hasta la cama.
Perseo se acostó.
Ella se acostó sobre él.
Perseo acarició su espalda arqueada y la atrajo hacia él.
Ella se dejó llevar, mientras sus caderas se acomodaban para recibirlo.
Las serpientes de su cabello silbaron extraños encantamientos en la oscuridad.
Egosofía: filosofía del Yo. I Mitos griegos.
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1 comentarios:
Y sí fue mejor para Medusa. Y tal vez para Perseo también.
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