Schadenfreude: felicidad por la desgracia ajena.
No es raro afirmar que hay personas que se alegran con la desgracia ajena. ¿Qué personas?, se preguntará el lector inquisitivo. En mayor o menor medida: todas.
No faltará el indignado autorreferencial que afirme que jamás la desgracia ajena le provocó un regocijo secreto. Para refutarlo apelaremos a una palabra forjada en las tripas del romanticismo, época que se encargó de explorar el Ser aún en sus facetas menos confesables.
La palabra en cuestión es schadenfreude. Del alemán schaden [«daño»] y freude [«alegría»]. Es decir, la alegría povocada por el daño o sufrimiento de un tercero; desde luego, no necesariamente un sufrimiento atroz. Aún los tropiezos menos memorables pueden ser la causa del Schadenfreude.
Los que alguna vez hemos sentido este regocijo íntimo; todos, en realidad; podemos objetar que su naturaleza es intrínsecamente humana y acaso inevitable. No se trata aquí de alegrarse por una muerte o una enfermedad, sino de pequeños placeres macabros que tienden a lo miserable; por ejemplo, regocijarse en la mala suerte de alguien, en la derrota de un equipo al que no profesamos afecto alguno o en el fracaso sentimental de una mujer que nos ha sido indiferente. Las posibilidades del Schadenfreude son muchas.
Lo interesante de este asunto es que el romanticismo plantea una inevitabilidad del Schadenfreude. No importa cuán bondadosa y caritativa sea una persona, cuán sociable y amistosa sea en sus pensamientos y actos, el Schadenfreude siempre está al acecho para alimentarse de la mala fortuna de los demás; acaso porque su propia naturaleza prevee en los demás una sensación análoga.
El Schadenfreude nos habla de nuestras falencias, desde luego, pero también de la posibilidad de trascender nuestros instintos atávicos. Poco podemos hacer para suprimir las emociones que surgen de forma innata, así como poco podemos hacer para evitar una reacción muscular si ponemos una mano sobre el fuego; pero sí podemos sobreponernos a lo que nuestra mente atávica nos sugiere y transformar esa reacción de regocijo privado y clandestino en una comprensión inmediata de que todo aquello que le sucede a otros eventualmente podría sucedernos a nosotros.
La muerte nos empareja a todos. El ser humano, con todas sus deficiencias y maravillas, termina su jornada inevitable de la misma forma. El oriente budista, ingenuo como pocos, apunta a anular los instintos más que a tratar de comprenderlos y convivir con ellos de una forma más o menos saludable. El concepto de felicidad por la buena fortuna de otros (mudita) se halla presente en innumerables religiones, aunque con poco éxito en sus aplicaciones prácticas.
Lo mejor que podemos hacer es admitir nuestras imperfecciones y luchar contra ellas, aún cuando instintivamente pugnen por emerger a la superficie. Ignorarlas o pretender que no existen es propio de sermones obtusos que no contemplan al humano como es, sino como sería idílicamente.
El Schadenfreude no es exclusivo del romanticismo alemán. Su existencia es tan antigua como la raza humana. Por allí tenemos la palabra griega epichairekakia, «goce por la desdicha ajena». En Inglaterra, Lord Byron forjó una metáfora llamada «festividad romana» [Roman holiday] en su poema El peregrinaje del Childe Harold (Childe Harold's Pilgrimage), donde un gladiador fantasea con la delectación de su auditorio al observar los terribles tormentos que le inflingiría a su adversario. En la Antigua Roma también existía un concepto similar, llamado Delectatio Morosa, es decir, regodearse ante la desgracia ajena. Sin embargo, el único término que se acerca al Schadenfreude es la palabra inglesa Gloating, aunque en este caso el regocijo íntimo no siempre tiene su origen en la mala fortuna de otros.
Uno de los mayores enemigos del Schadenfreude fue un gigante que lo esgrimió acaso con peligrosa cotidianeidad. Hablamos de Schopenhauer, quien en cierta ocasión, sintiendose horrorizado a causa de ideas impropias en un caballero que se vé forzado a desearle toda la fortuna del mundo a una mujer que lo ha rechazado, escribió sin titubear:
«Sentir envidia es humano, sentir placer por la desgracia de otros, demoníaco.»
(Neid zu fühlen ist menschlich, Schadenfreude zu genießen teuflisch)
(Neid zu fühlen ist menschlich, Schadenfreude zu genießen teuflisch)
Psicología. I Egosofía.
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4 comentarios:
Las personas que se alegran y se ríen de los males ajenos son personas que no han pasado suficiente dolor. Las personas que saben lo que es el dolor respetan el dolor ajeno y ni siquiera se alegran de ver derrotado a un enemigo, me refiero a "personas", a pesar de que hay cierto momento de placer instantaneo e instintivo al ver la herida de un enemigo, pero es momentaneo hasta que resurge la conciencia. Las personas que disfrutan del mal ajeno tienen mucha carencia de bien y de si mismos. pero el mundo es como es y es perfecto, lo que si somos bien imperfectos somos nosotros los seres humanos. está interesante esto del schadenfreude...menuda palabrilla! no la podría pronunciar jamás! interesante tema.
Bien pero:
el Schadenfreude siempre está al acecho para alimentarse de la mala fortuna de los demás; acaso porque su propia naturaleza prevee en los demás una sensación análoga.
No es "prevee" sino prevé. Distinto es si fuese proveer.
Anónimo mira que eres simple.
Es sólo natural el alegrarme por la buena fortuna de mis seres queridos, incluidos mis amigos. Por el extraño podría sentir compasión y hasta cierta empatía pero por el sufrimiento de mis enemigos sinceramente siento el mayor de los placeres. Quien diga otra cosa es, o un verdadero santo o un redomado hipócrita.
Lo mismo digo
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