Los nombres más populares de perros y gatos en la Edad Media


Los nombres más populares de perros y gatos en la Edad Media.




Aún hoy existe una idea equivocada acerca de las mascotas en la Edad Media. Muchos, incluso, sugieren no emplear este término cuando hablamos de animales domésticos en este período; sin embargo, estudios más recientes confirman exactamente lo contrario.

Para nosotros, una mascota no debe cumplir necesariamente un rol utilitario en el hogar, es decir, no debe trabajar para ganarse el alimento, así como nuestro cariño y reconocimiento; pero para las personas de la Edad Media esto era sencillamente inconcebible.

Cualquier animal doméstico cumplía una o varias funciones en la casa, ya sea eliminando a los roedores, vigilando al ganado o a la propiedad, razón por la cual su participación en la dinámica social y familiar era mucho más activa que en nuestros días. Y si bien la gente del medioevo no concebía la noción de que un animal pudiese ser simplemente una compañía, lo cierto es que el vínculo era, quizá, mucho más profundo que el actual; ya que ambos, humano y animal, cooperaban juntos para sobrevivir.

Una de las mayores evidencias al respecto tiene que ver con la individualización del animal, es decir, con la necesidad de darles un nombre propio, con cualidades y características que van más allá de lo genérico. Lo cierto es que en casi todas las casas de la Edad Media, ya sean de la nobleza, la aristocracia, o de la gente común, tenían sus mascotas, sobre todo perros y gatos.



Nombres de perros en la Edad Media.

En Inglaterra, dentro de las clases bajas, los nombres más populares para perros en la Edad Media eran Jakke, Bo y Terry; seguidos de cerca por Hardy, Sturdy y Whitefoot. En Los cuentos de Canterbury (The Canterbury Tales), Geoffrey Chaucer añade otros: Gerland, Talbot y Colle.

La nobleza se permitía otros refinamientos a la hora de bautizar a sus mascotas. Por ejemplo, la perra preferida de Ana Bolena, una de las esposas del rey Enrique VIII, se llamaba Purkoy. Según se cree, se le dio ese nombre a partir de la palabra francesa pourquoi, que significa «por qué», ya que al parecer se trataba de un animal extremadamente curioso.

A comienzos del siglo XV, el duque de York, llamado Edward, escribió un extenso tratado titulado: El amo del juego (The Master of Game), donde detalla la crianza de perros de caza, comparativamente hablando, mucho más afectuosa que la que se realiza en los criaderos de nuestros tiempos. Allí el autor anota una lista con más de 1000 nombres para perros; entre los cuales vale la pena destacar a los más populares: Amiable, Bragge, Clenche, Troy, Ringwood, Holdfast y Nosewise.

Los pueblos del norte, generosamente reconocidos por su aspereza, también cuidaban con especial afecto a sus perros. De hecho, cuando el propietario de una casa debía dar cuenta de sus bienes a las autoridades, además de colocar la cantidad de mascotas que poseía también añadía sus nombres propios. Los más populares eran: Turg, Furst y Hemmer; esto entre las clases bajas. Las familias acaudaladas utilizaban nombres más elegantes, como Venus, Fortuna y Dyamant.

Muchos nombres de perros en la Edad Media sobrevivieron, y algunos incluso alcanzaron la misma fama y celebridad que sus amos. Repasemos algunos casos:

Jean de Seure, caballero francés del siglo XIV, jamás partía sin la compañía de su sabueso, Perceval. Más cerca en el tiempo, el filósofo renacentista León Battista Alberti contaba con la fiel compañía de Megastomo, cuyo nombre significa «bocón».

Ludovico III, gobernador de Mantua en el siglo XV, tenía dos perros: Bellina y Rubino. Cuando Rubino murió, Ludovico ordenó que fuese enterrado en un ataúd fabricado especialmente, e incluso consiguió una tumba en el cementerio local.

Otra dama de la misma región, Isabella d’Este, se caracterizaba por adoptar cuanto perro pequeño y desprotegido se cruzara en su camino. Su creatividad para bautizarlos no era precisamente frondosa, ya que en su casona había al menos una docena de perros llamados Mamia y Aura.

Es importante mencionar que algunos perros medievales incluso eran considerados como santos, o al menos como capaces de propiciar milagros.

Una de esas historias refiere a Guinefort, un perro lebrel del siglo XIII que vivió en la entrada a Lyon. La mayoría de los viajeros que llegaban a la ciudad le presentaban sus respetos, dejándole toda clase de obsequios; en general, huesos. Caso contrario, el animal los seguía día y noche ladrando como un poseso.

Cuando el viejo Guinefort por fin murió, su tumba se convirtió en un sitio de peregrinación. Sus milagros han sido extensamente registrados. Al parecer, bastaba con depositar una tibia roida o un trozo de carne en su tumba para que el espíritu del buen Guinefort se encargara de curar a los enfermos, especialmente a los niños.



Nombres de gatos en la Edad Media.

Los gatos medievales eran extensamente reconocidos por sus virtudes de cazadores, manteniendo alejados a los roedores y alimañas, siempre y cuando no fuesen gatos negros, en cuyo caso no la pasaban precisamente bien.

Por lejos, el nombre más popular de gatos en la Edad Media, al menos en Inglaterra, era Gyb; diminutivo de Gilbert. Muy lejos, en el segundo y tercer lugar, se encontraban Mite y Belaud; este último, específicamente para los gatos grises.

Por otro lado, en Francia se utilizaba el nombre de Tibert para los gatos, y con tanta asiduidad que lentamente se fue convirtiendo en sinónimo de gato. De hecho, en muchos libros medievales de Francia se utiliza indistintamente la palabra Chat, «gato», y Tibert, para referirse a los felinos domésticos.

En Irlanda, el amor por los gatos se llevó a extremos que complicaron profundamente la vida de los burócratas.

En el siglo XIV existía un minucioso registro de gatos. Debido al carácter legal de estos documentos, muchos se han preservado hasta nuestros días. Gracias a ellos sabemos que los nombres más comunes para los gatos eran Cruibne, «garritas»; Breone, «llama» (únicamente para gatos naranja); y Meone, «maullido».

Tal vez la mejor evidencia de que mucha gente realmente quería a los gatos en la Edad Media se encuentra en un poema anónimo del siglo IX, el cual cuenta la historia de un monje escriba y su gato, llamado Pangur Ban, que significa «pelaje blanco».

Lo curioso es que el monje se refiere al animal como su gato; es decir, lo considera como algo más que una simple mascota del lugar. Es, en la solitaria quietud del monasterio, un amigo.

Citamos un breve fragmento que da inicio al poema:



Yo y Pangur Ban, mi gato,
compartimos la misma profesión:
cazar ratones es su oficio,
cazar palabras es mi obsesión.




Libros medievales. I Poemas medievales.


Más literatura gótica:
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1 comentarios:

Gatira Alesteir Curiel dijo...

Me gusto mucho esta entrada, muy interesante ya que me gustan mucho los gatos.



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