¿Por qué nos asustan los payasos?
Desde las viejas cortes griegas y aún más atrás los payasos han estado entre nosotros. De hecho, su naturaleza esencial no ha cambiado en absoluto. Son intérpretes de lo intangible, de lo que no puede verbalizarse sino a través de lo absurdo.
En realidad, la historia de los payasos es menos grotesca de lo que podríamos pensar. Si bien el arquetipo del Payaso Maligno [Evil Clown] hunde sus raíces en un pasado antiquísimo, su forma externa es relativamente moderna.
Uno de los primeros payasos siniestros de la literatura de hecho estuvo basado en un bufón real que causó alrededor de cien muertes. En la ficción se lo llamó Hop-Frog (Hop-Frog), y el encargado de darle forma narrativa fue nada menos que Edgar Allan Poe. Al parecer, su relato se basó en un incidente real durante una fiesta de disfraces del siglo XIV, en la cual el rey distribuyó disfraces confeccionados con un material peligrosamente inflamable, asunto que no pasó desapercibido por el bufón de la corte, quien aprovechó la ocasión de cobrar algunas deudas incendiando a prácticamente todos los asistentes a la fiesta [ver: Antick Hey: el antiguo rito de los payasos]
Otros payasos conocidos, y anónimos, aparecen en las obras: La mujer de Tabarin (La Femme de Tabarin, 1874) del escritor francés Catulle Mendès, y en la famosa tragedia Pagliacci («payaso», en español] de Ruggero Leoncavallo. En ambos casos estamos en presencia de dos payasos asesinos.
Pero difícilmente podamos hablar de un arquetipo en personajes de tan reciente manufacturación. Para que algo provoque un horror universal se necesitan otros ingredientes, algo esencial e indefinible que nos perturbe a todos en mayor o menor medida.
Supongamos que se nos permite jugar un poco con alguien que sufra de coulrofobia, es decir, miedo o fobia a los payasos; y le preguntemos exáctamente qué es lo que le asusta de los payasos. En general, los estudios que se han hecho sobre el tema resultan poco concluyentes. Algunos sostienen que lo que asusta de los payasos es el maquillaje excesivo, la sonrisa roja y exagerada, la nariz redonda, el cutis blanco, la forma y el color del pelo; y finalmente están los que sienten un fuerte rechazo por la actitud ambigua de los payasos en general.
Con estos datos ya podemos trazar una idea general de por qué los payasos nos dan miedo.
En primer lugar, los niños son especialmente temerosos de un cuerpo familiar con un rostro defigurado o sin rostro en absoluto. El maquillaje de los payasos no solo sirve para resaltar una hipotética actitud alegre, sino para ocultar su verdadero rostro. Cuando un niño ve un payaso repara poco y nada sobre los rasgos alegres enfatizados, y mucho en lo que esos rasgos ocultan. Esto mismo ocurre con todos los elementos que conforman al payaso: su cabello, ropa, y sobre todo su actitud. El aire juguetón de los payasos se advierte como un ingrediente de distracción que oculta sus verdaderas intenciones. Este miedo es perfectamente racional si observamos que todos los movimientos, la ropa y la forma de hablar de los payasos son completamente desproporcionadas.
Pero el miedo a los payasos no surge espontáneamente. No es en modo alguno un condicionamiento social [aunque lo social siempre juega su parte] sino psicológico. El propio Carl Jung realizó un magnífico estudio acerca de la imagen del Tonto (Fool), es decir, del bufón, el arlequín y el payaso, dentro de la estructura arquetípica de los temores humanos. En él propone que la imagen de los payasos se acerca peligrosamente a la idea de demonio en casi todas las culturas.
Ahora bien, profundicemos un poco más sobre los aspectos psicológicos que convierten a los payasos en un objeto amenazante.
En primer lugar, los payasos son «algo» integrado a partir de una desintegración. Ninguna de sus partes en sí mismas son completamente anómalas. Nada en él es irreconocible, ni fuera de lugar, ni esencialmente malévolo. Sin embargo, algo indefinible parece sugerir lo contrario. El problema radica en que nunca encontraremos nada en el payaso que explique el rechazo visceral que algunos sienten por él. La única forma de hallar el rastro de su aura macabra es profundizando en nosotros mismos, en nuestra propia psiquis.
Sin intenciones de alarmar innecesariamente a las personas influenciables, lamento decir que el payaso que nos asusta somos nosotros mismos, o al menos una parte de nosotros, a menudo oculta e inaccesible.
Nuestra mente se compone de círculos concéntricos de identidad sobre los que no tenemos ningún tipo de control. Una de esas identidades, tal vez la única completamente silenciosa, según Jung y Sigmund Freud, es lo que normalmente se denomina «Ello» (Id), un representación casi idéntica de las características del payaso en nuestra psique.
El Ello es una identidad esencialmente ambigua que plantea los mismos interrogantes que podríamos proyectar sobre los payasos. ¿Qué es lo que nos asusta de los payasos? ¿Qué es lo que nos parece fundamentalmente extraño? En principio, su personalidad. El payaso, y el Ello, son infantiles. Solo persiguen un objetivo: divertirse. Sin embargo, esa misma persecusión del placer revela que los payasos y el Ello están animados por una fuerza interna, una especie de mal primigenio, básico y no siempre estrictamente malévolo; un mal infantil, si se quiere [ver: Pennywise, el payaso de It]
Como decíamos, el Ello y los payasos tienen una sola motivación: divertirse. Para alcanzar ese estado de placer no prescinden del dolor ajeno. Por el contrario, a menudo la diversión es parte necesaria del sufrimiento del otro. Las actitudes estrambóticas de los payasos y su voz estridente proyectan cierta agresividad, cierto desdén por los demás en favor de su propia diversión. En cierta manera podemos pensar a los payasos como una combinación equilibrada entre maldad e inocencia. Esta misma combinación es la que subyace en los principios activos del Ello.
¿Dónde podemos encontrar al «payaso» que hay en nosotros? En realidad lo vemos más a menudo de lo que pensamos. Está presente en el humor negro, en la risa incontenible frente a la tragedia de alguien; ya sea ínfima, como la caída de un tercero en la vía pública, o en aquellas cosas que mueven a risa aún cuando sabemos que hay alguien que las está sufriendo.
Esa es la actitud del payaso. Esa es la actitud primordial de una parte nuestra. La única diferencia entre ambos es que el payaso no siente culpa. Actúa como un psicópata que no calcula la responsabilidad y el alcance de sus actos. Se burla sin ningún tipo de autocontrol. El payaso es, en definitiva, un reflejo de lo que podríamos hacer si no sintiéramos culpa. Tal vez por eso nos asustan [ver: ¿Qué es «IT» en realidad?]
Universo Pulp. I Psicología.
El artículo: ¿Por qué nos asustan los payasos? fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
8 comentarios:
Qué excelente nota, me encantó, la he leído ya 3 veces. Felicitaciones al redactor.
De manera timida sigo cada texto.. Este, entre otros me ha parecido genial!!!! Todo lo que oculta la psique humana Exitos.. :)
La conciencia es una proteccion. La seriedad es una cualidad noble. Y es por eso que los payasos asustan como bien menciona el articulo, el carecer de conciencia y el buacar solo la diversion hace pensar en que no hay limites para lo que un payaso puede hacer. Refleja falta de empatia su modo de actuar y es el principio del miedo.
Es una forma de psicopatia revestida de falsa inocencia infantil.
Un articulo increible. Mis felicitaciones.
Un tema fascinante el de los payasos, sin dudas. Uno de los que mejor se ocupó de ellos, en tanto "ocultadores de rostros", fue Claude Levi-Strauss y su teoría sobre las máscaras.
Saludos, gente!
Buen articulo. Solo que existe una confusión en torno a la teoría psicodinámica de Carl Jung. El psiquiatra suizo no compartía con Freud la Segunda Tópica, planteada por este en "Mas allá del principio del placer", esto es el ello, el yo y el superyo. Jung planteaba que gracias a las exigencias sociales y personales, muchos atributos propios de la personalidad son reprimidos para adaptarse mejor al entorno. Esas conductas reprimidas pasan a crear y poblar LA SOMBRA individual, esa parte desconocida de nosotros mismo que se torna infantil, persecutoria y atemorizante por el hecho de haberla escindido de la conciencia y que es proyectada constantemente en el otro (vemos eso malo y no querido de nosotros mismos en los otros). En cuanto a arquetipo y la proyección sobre "El payaso" esta muy bien descrita.
Excelente artículo, este es mi primer comentario en el Espejo Gótico, me estoy leyendo todos sus artículos por puro placer al conocimiento. Un gusto haberlos conocido hace 6 años.
Que buen análisis ! Genial!
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