El cuento de fantasmas de M.R. James


El cuento de fantasmas de M.R. James.




Nadie, ni siquiera los ejemplos más notables del género, entendieron el cuento de fantasmas mejor que M.R. James (ver: El ABC de las historias de fantasmas).

Su éxito se debe, quizás, a una combinación de pasión y frecuencia. En efecto, el relato de fantasmas constituía un arte para M.R. James, una forma de alejarse de sus intereses como anticuario y erudito, una especie de alivio del intelecto de las pesadas tareas académicas que pendían sobre él (ver: M.R. James y el demonio de la catedral).

Su influencia más concreta es Sheridan Le Fanu, autor de Carmilla (Carmilla). De hecho, su admiración por el escritor irlandés llegó a tal punto que en el exordio de El fantasma de Madame Crowl (Madame Crowl's Ghost) afirmó que era superior a Edgar Allan Poe, aunque se abstuvo de aclarar en qué aspecto.

Si bien existía una profunda admmiración, los cuentos de fantasmas de M.R. James se alejan del ideal estético y conceptual de Sheridan Le Fanu. Sus espectros no tienen mucho que ver con los esperpentos del relato de fantasmas victoriano, casi siempre entidades desdichadas, lívidas, condenadas a una eternidad de miseria y repeticiones. Los fantasmas de M.R. James son criaturas abominables, extravagantes, amorfas, que caminan peligrosamente por la cornisa del absurdo, pero sin precipitarse jamás hacia el vacío.

H.P. Lovecraft, admirador de M.R. James, sostuvo lo siguiente:


El espectro habitual de M.R. James es delgado, enano y peludo: una abominación perezosa e informal de la noche, a medio camino entre la bestia y el hombre... este espectro tiene una constitución de lo más excéntrica: es un rollo de franela con ojos de araña, o una entidad invisible modelada con las ropas de una cama cuyo rostro está formado por telas arrugadas. (ver: M.R. James por H.P. Lovecraft)


La erudición de M.R. James lo inclinaba hacia cierto sarcasmo, una ironía de difícil resolución que nunca permite que la historia pierda fuerza o quede reducida a una simple sugestión enfermiza o alucinatoria de sus personajes. Esto es algo que nunca antes se había hecho en la literatura. Los fantasmas eran o no eran. La duda o la incertidumbre jamás se presentaban como un elemento narrativo válido.

El propio M.R. James mencionó algunos detalles de su receta del cuento de fantasmas en la introducción de Fantasma y Maravillas (Ghost and Marvels), de 1924:


Dos ingredientes de la máxima importancia para guisar un buen cuento de fantasmas son, a mi juicio, la atmósfera y un crescendo hábilmente logrado, más cierto grado de realismo.


La atmósfera que nos presenta M.R. James intenta mostrarnos inicialmente a sus personajes en un hábitat lógico y razonable, para luego sumergirlos en lo sobrenatural del modo más violento. Así lo comenta él mismo en el prefacio de la obra anteriormente citada:


Seánnos, pues, presentados los personajes con suma placidez; contemplémoslos mientras se dedican a sus quehaceres cotidianos, ajenos a todo mal presentimiento y en plena armonía con el mundo que les rodea.


Aquí podemos vislumbrar el gérmen del éxito de los cuentos de fantasmas de M.R. James: sus personajes son fáciles de interpretar para el lector de la época, pues no se diferencian en nada de él. En su obra no hay condes, ni princesas, ni castillos, ni nada que se aleje demasiado de la empatía directa del lector promedio. Antes de él, los fantasmas provenían de un remoto pasado aristocrático. M.R. James los instala definitivamente en la sociedad moderna, los vuelve familiares, coloquiales, casi indiscretos; algo que sin dudas debió ser muy atractivo para sentido de la ironía del lector británico.


En esta atmósfera tranquilizadora, hagamos que el elemento siniestro asome una oreja, al principio de modo discreto, luego con mayor insistencia, hasta que por fin se haga dueño de la escena.


El fantasma jamás es revelado por completo, sino que es liberado en la imaginación del lector para que éste complete lo que se le sugiere. M.R. James maneja exquisitamente los tiempos del relato, la ascensión del horror en movimientos paulatinos y detalles aparentemente sin importancia pero que cobran todo su significado macabro en el desenlace. La víctima nunca sospecha nada, no sufre la angustia del lector, que sí sabe los oscuros designios que le aguardan. Esta herramienta le permite a M. R. James mantener el suspenso hasta el último segundo, en el que sus engendros se abaten brutalmente sobre el protagonista.


Los fenómenos espectrales deben ser malévolos más que beneficiosos, ya que la emoción que hay que suscitar ante todo es el miedo. Debe evitarse escrupulosamente la jerga técnica del ocultismo o pseudociencia, con objeto de que la verosimilitud casual no se vea ahogada por una pedantería inconsistente.


En sintonía con su creencia, M.R. James juega constantemente con las pasiones de su vida académica, reduciéndolas a pasatiempos que se tornan fatales para el protagonista, a menudo análogos a su personalidad apacible y ajena a los sucesos paranormales. Por ejemplo, tenemos un arqueólogo en Advertencia a los curiosos (A Warning to the Curious); un anticuario en El diario del señor Poynter (The Diary of Mr. Poynter): un paleógrafo en El maleficio de las runas (Casting the Runes); un latinista en El tesoro del abad Thomas (The Treasure of Abbot Thomas); un erudito bíblico en El tratado Middoth (The Tractate Middoth); un historiador en Número trece (Number Thirteen), y muchos ejemplos más.

Quizás el viejo cuento de fantasmas haya caído en desuso. Sus formas han cambiado, y lo que una vez provocó el espanto de innumerables lectores hoy tal vez nos parezca candoroso, e incluso inocente; pero los cuentos de fantasmas de M.R. James están a salvo de cualquier erosión producto del tiempo.




Relatos de M.R. James. I Taller gótico.


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