Cómo hackear los ojos de una mujer


Cómo hackear los ojos de una mujer.




Diario Éxtimo; parte IV.


Hay semanas que se viven como a través de una cortina de lluvia. No sé cuál será la causa pero conozco los efectos: sofocación, nostalgia, la imposibilidad de liberarse de un círculo cuyo centro es el yo y su diámetro se extiende hasta las fronteras del infinito.

Porque no hay nada en el cosmos que no sea yo.


Lunes.

Sé que trabajé, o mejor dicho, que mi cuerpo y mi mente articularon ese simulacro que otros rebajan a la idea de trabajo. Nadie sospecha que durante estos episodios mi conciencia es desalojada. El organismo continúa sus funciones básicas como la digestión y la coordinación motriz más elemental, pero también ejecuta otras que demandan algún grado ínfimo de voluntad: cortesía, la convincente demostración de antipatías, el desinterés exagerado por la lluvia, por las causas, la indiferencia por los efectos.


Noche.

Caminé hacia el bar donde periódicamente se reúne el profesor Lugano con su grupo de acólitos. Afortunadamente no había nadie. La lluvia, quizás, también se les amontonaba en los ojos.

Siempre me agradó el impulso claustrofóbico que me producen los sitios familiares. Me senté en una mesa apartada, evitando prudentemente las que me traen buenos recuerdos. El mozo, un bosnio que se jacta de cierto aire criollo, recalcitrante en su modo de hurgarse la nariz hasta el hipotálamo con una uña ennegrecida, me alcanzó una ginebra. El vaso, habida cuenta de su grosor, hubiese servido bastante bien como lente de un telescopio.

En otra mesa, justo frente a mí, dos parejas muy alegres debatían sobre algo. Psicología, quizás, teniendo en cuenta las generalidades que se mencionaron. Estoy casi seguro de que mi cuerpo sintió náuseas cuando uno de los hombres ensayó un audaz comentario sobre la obra de Kafka.

Poco a poco el grupo se fue dispersando. Primero partió la pareja que me daba la espalda. Huyeron en dirección al arroyo, con ese andar precipitado de quien pagaría una pequeña fortuna por la aparición salvadora de un taxi. De la pareja restante permaneció únicamente la mujer. Su compañero, frunciendo el ceño, zigzagueó entre las mesas hasta dar con las dependencias sanitarias, básicamente un agujero en el suelo ornamentado con vetustas ofrendas fecales.

Durante unos instantes ella se entregó a una mirada enternecida del ambiente rústico que la rodeaba, pero la rusticidad genuina solo adquiere esa clasificación cuando se la experimenta en compañía. Sola, acaso se sintió en un lugar sórdido, peligroso, donde tipos sin alma beben ginebra y observan.

Supongo que, al verme a través de su lluvia, no pudo contener una sensación de irrealidad. Si los ojos son las ventanas del alma, los míos, tal vez, se abrían sobre un cuarto deshabitado.

Me miró y yo la miré, o mejor dicho, mis ojos la miraron. Bajó entonces la vista hacia una carpeta muy colorida, muy organizada; luego volteó la cabeza hacia el baño, pero seguramente debió imaginar que su hombre (ese ser comprensible, cariñoso, pusilánime) en esos momentos se reducía a un resorte de pulsos fisiológicos.

Entonces, después de vagar por un rato sobre la mugre circundante, sus ojos se clavaron en los míos.

No sé porqué lo hizo.

Supongo que para desafiarse.

Se revolvió en su asiento, incómoda. Instintivamente apretó las rodillas. Durante uno o dos segundos amagó a levantarse pero quizás imaginó que eso sería una muestra de debilidad. Eligió en cambio torcer la cabeza hacia la derecha, con los brazos cruzados, y permaneció inmóvil mirando hacia la ventana, hacia la noche, hacia la otra lluvia.

Entonces, cuando la puerta del baño crujió sobre las visagras oxidadas, sabiéndose segura y protegida por la presencia de su hombre, me lanzó una mirada cruda, firme, irreversible.

—¿Vamos? —preguntó él.

—Sí; es tardísimo.

Salieron del bar y se perdieron en la lluvia.

No recuerdo cómo terminó esa noche.

Mi cuerpo, completamente ebrio, regresó a casa. Sé que me acosté sin quitarme la ropa, y que en la oscuridad de mi cuarto me sentí obligado a repasar una y otra vez aquel diálogo inarticulado.

La lluvia no se detuvo para mí; tampoco el atroz brillo de reconocimiento en esos ojos. Mi organismo, todavía privado de alma, se alegró de su soledad. Porque hay otros cuerpos, sabe, otros cuerpos desalojados como el mío que, al simulacro cotidiano de esfuerzo y dolor y nostalgia, deben agregarle la espantosa máscara de la felicidad.



Diario Éxtimo. I Feminología: psicología de la mujer.


Más literatura gótica:
El artículo: Cómo hackear los ojos de una mujer fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

9 comentarios:

Lilandra dijo...

Ya no sé que es sentir. Me han dado ganas de llorar sin saber la razón del porqué, después paso por una turbulencia de sentimientos sin sentido. Te envidio por amar, porque en realidad yo aun no sé si realmente amo.

Luxuria dijo...

Me gustan mucho los relatos que tenéis. Me han dado muchas ideas para una historia que estoy publicando en mi blog: http://dolce-inferno.blogspot.com/
Os agrego a mis afiliados

Anónimo dijo...

Querido Aelfwine:

Nunca pero nunca, podré entender el amor... amas con una gran intensidad y eso es envidiable.. En mi solitario corazón existe una persona que amo con todas mis fuerzas, amor no correspondido y eso duele y mucho.....Que me queda en mi vida.... olvidar. Pasarán los años, pero lo haré..
Un abrazo tu amiga....Lady Girl..

Luxuria dijo...

Hola.Cuando antes comenté, lo hice porque ya había visitado esta página hace tiempo y me gustaron mucho las historias y todo lo que escribís sobre textos esotéricos y me han servido de inspiración. Volví a encontrarme con este blog el otro día y decidí comentar y ahora q tengo blog, agregaros a afiliados. Escribí mi comentario en la última entrada que había por escribirlo en algún sitio.Ahora acabo de leer este diario y me he dado cuenta del fallo que he cometido. Envidio la forma en que escribes y también por la forma en que amas. Siempre que algún conocido rompe y me cuenta lo mal que está pasando no puedo evitar decirle q le envidio, porque aunque ahora mismo está sintiendo un inmenso dolor como tú bien has dicho, le quedan los recuerdos, ese maravilloso tiempo que ha vivido junto a su ser amado y aunque por mucho que lo extrañes,es mejor llorar por algo que has vivido a hacerlo por lo que no has vivido,como es mi caso. Soy incapaz de amar a pesar de que el concepto de amar que tengo es el mismo que el tuyo.Será porque me meto demasiado en el papel de mis personajes que acabo sintiendo su mismo dolor pero me gustaría tanto encontrar a alguien a quien amar tanto como tú. Mucho ánimo, lo que no hay que hacer en estos casos es huir de la vida,pensar en lo bueno de todo esto, quedarte con la bueno de la historia. La vida es bella si sabes vivirla a pesar de todo el dolor que te pueda causar.

Unknown dijo...

asi es la vida..... suma, compendio, recopilacion de pequeñas cosas, detalles, algunos pasan desapersibidos, otros, sin necesidad de ser trascentales dejan sensaciones... o sentimientos que nos los permitimos a nosotros mismos.

Russo dijo...

muy bueno e intrigante , me intriga saber que estara pensado la chica

Anónimo dijo...

"Las atracciones más interesantes son entre dos opuestos que nunca se encuentran. "(Andy Warhol)

Me encanta como escribes, es genial...yo creo que la chica no te olvidó, prefirió quizás no compartirlo, esas experiencias que nos sacan de la mera existencia terrenal es mejor guardeselas para uno, asi de manera egoista, no prestarselas a nadie y serán siempre nuestras.

Unknown dijo...

Me gustaba más la historia real de antes, se sentía lo que tal vez sentías en ese momento...

Marian dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.


Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Análisis de «La pequeña habitación» de Madeline Yale Wynne.
Poema de Emily Dickinson.
Relatos de Edith Nesbit.


Paranormal.
Poema de Charlotte Mew.
Relato de Walter de la Mare.