Cómo escuchar a las mujeres.


Cómo escuchar a las mujeres.




—Estoy muy confundido, profesor Lugano.

—Yo también. Es parte de nuestra naturaleza. Yo reformularía el «solo sé que no sé nada» socrático por un más conveniente y pragmático: «solo sé que dudo de todo, incluso de esto».

—Me refería a algo menos abstracto, profesor. Estoy confundido por un asunto particular.

—¿Qué clase de asunto?

—Mujeres.

—Ya veo. ¿Y qué es lo que le preocupa de las mujeres?

—No me preocupan. Me confunden.

—Déjese de rectificaciones y vaya al grano.

—Quiero escucharlas.

—¿A quién?

—A las mujeres.

—¿A todas?

—Bueno, en realidad me conformo con escuchar a una sola.

—Para eso no necesita de mi consejo. Vaya y escúchela. ¿No ve que tengo otras cosas entre manos?

—Sí. Ya lo dejo con su almuerzo, profesor. Pero lo que usted me pide no es tan sencillo.

—¿Escuchar no es algo sencillo?

—No. Especialmente si se trata de escuchar a una mujer.

—Sospecho que esto de «escuchar a la mujer» es una interpretación suya sobre «entender a la mujer». ¿Me equivoco?

—En parte. Mire. Le voy a ser totalmente franco.

—Y breve, si es posible.

—Lo intentaré. Hace quince años que hablo con mi mujer y nunca he logrado descifrarla.

—Llamarla «mi mujer» es un pésimo comienzo, amigo.

—Lo que quiero decirle es que día tras día converso con ella. Hago un esfuerzo sobrehumano por escucharla atentamente. Sin embargo, siempre termino con la certeza de que no he entendido una sola palabra.

—¿Ni una?

—Absolutamente ninguna.

—Lo suyo es un caso típico.

—¿Le parece?

—Y no solo típico. Hasta me atrevería a decirle que es vulgarmente habitual.

—Pero le juro que no soy de esos sujetos que desprecian a la mujer. Realmente quiero escucharla.

—No lo dudo. Solo que hasta ahora ha utilizado un método erróneo.

—No tengo ningún método, profesor. Simplemente la escucho.

—Justamente ahi reside su error.

—No entiendo. ¿Para escucharla no debo escucharla?

—No. Para escucharla tiene que hacer algo más que escucharla.

—No estoy seguro de seguir su razonamiento.

—Si usted quiere escuchar a «su mujer». Es decir, si usted realmente quiere entender lo que ella dice, no se limite a agudizar los oídos. Mírela.

—¿Le parece?

—Haga la prueba. En definitiva, no arriesga nada. Por el contrario, si lo que le propongo resulta ser efectivo su relación se verá beneficiada.


En los días sucesivos nos llegaron dos reportes divergentes sobre aquel caso. En el primero se afirma que el hombre llegó a su casa, se sentó frente a su mujer y la miró mientras ella lo informaba sobre los acontecimientos del día. El segundo propone que el hombre vio algo hasta entonces inédito en sus ojos. No encontró a la mujer que amaba ni se vió reflejado en ellos. Lo que encontró fue costumbre, hastío y posiblemente un romance clandestino con un antiguo profesor.

Por lo que sabemos el hombre continuó escuchando a su mujer con la mirada prudentemente extraviada en los adornos de la casa.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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6 comentarios:

Anónimo dijo...

"Si usted quiere saber lo que una mujer dice realmente, mírela, no la escuche." ÓSCAR WILDE
Fuente: "Frases y filosofías para uso de la juventud", 1894.
WIKIQUOTE,de WIKIPEDIA. ;p

Anónimo dijo...

mejor finge q la escuchas y si t pregunta cambiale el temd

Jes-kun dijo...

Ellas hablan mucho, pero no dicen nada.

Freedom dijo...

El problema con algunos hombres es que sencillamente no valen la pena dedicarles un solo segundo. No es difícil detectarlos, son el típico modelo de sujeto fracasado. Si no sabe escuchar, efectivamente tampoco sabrá que hacer en la cama. Ambas cosas van ligadas.

Freedom dijo...

Resumido de manera sencilla, hombre que no sabe escuchar no es bueno en la cama (ya sea por traumas psicológicos o deficiencias físicas). Ambas cosas van ligadas. Jamás separadas.

@Elnonovalletano22 dijo...

ajjajjaja
Buenísimo el blog--- un genio el profesor Lugano, saludo desde el pais de las Manzanas



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