El Oráculo: el oscuro ritual del rey Carlos IX de Francia.
Es necesario disolver barro sangriento de las supersticiones de antaño, y principalmente remover las crónicas de la demonología y los libros prohibidos del pasado para entender ciertos hechos que la imaginación no se atrevería a crear por sí misma.
El demonólogo Jean Bodin -autor de De la démonomanie des sorciers (Sobre la adoración demoníaca de las brujas)- intentó derrotar a la brujería, consiguiendo apenas herirla superficialmente. Sin embargo, éste cabalista por convicción y católico por conveniencia ha recogido muchas historias interesantes acerca de aquel enemigo paradigmático.
Tal vez se nos acuse, y no sin razón, de forzar el siguiente relato para ajustarlo a nuestra particular predilección por lo macabro. Se podrá argumentar que los escritos de aquel piadoso hombre tenían una intención moralizante y catequizadora. Pero es probable que aquellos que se apresuren al censurarnos no sepan que sus escritos, y los de tantos otros acólitos de la Inquisición. sirvieron como fundamento para quemar hombres, mujeres y niños.
Miles de creyentes de un credo inmemorial cayeron ante la inflexibilidad de los vicarios del catolicismo; seres siniestros que falsearon la doctrina fundamental de su fe en beneficio del poder material.
Todo era quemado, sin misericordia, por el delito de magia.
Los culpables de crímenes reales casi nunca tuvieron el mismo destino.
No obstante, en algunas ocasiones, por cierto, extraordinarias, la verdad se filtra a través de la trama de la historia.
Jean Bodin, sin desearlo, relata la curiosa y horrible historia del Oráculo sangriento; historia moralizante, sin dudas, aunque con efectos contrarios a las intenciones del autor.
Atacado por una enfermedad que ningún médico de la corte pudo diagnosticar, y mucho menos explicar sus espantosos síntomas, el rey Carlos IX de Francia se enfrentó a una muerte segura.
La reina madre, quien lo dominaba por completo y que, por lo tanto, temía perder su funesta influencia bajo otro reinado, decidió consultar el caso con distintos astrólogos.
Algunas crónicas sostienen que ella misma fue la causante de aquella enfermedad, aún en contra de sus propios intereses.
Magos, brujos, hechiceros y nigromantes fueron recibidos secretamente en la corte.
El estado del enfermo empeoraba con el correr de los días. La situación era desesperada. En vista de ésta circunstancia uno de los magos negros propuso realizar una ceremonia abominable: el Oráculo de la Cabeza Sangrienta.
La reina madre dio el visto bueno para proceder con esta infernal operación:
Se buscó a un joven de rostro hermoso e inocente de todo pecado. El mago negro, un jacobino apóstata, llevó a cabo el ritual en la alcoba del rey. El hecho fue atestiguado por Catalina de Médicis y un puñado de alcahuetes.
Se procedió a recitar lo que entonces se conocía cómo Misa de la mano izquierda.
Durante esta misa, celebrada ante la imagen del Satanás y unja cruz invertida, el hechicero consagró dos hostias: una negra y otra blanca.
La hostia blanca fue entregada al joven, a quien se le condujo vestido como para tomar la comunión. Luego se lo degolló sobre las gradas del improvisado altar, inmediatamente después de que hubo comulgado. Su cabeza fue separada del cuerpo de un sólo tajo, y fue colocada, aún palpitante, sobre la gran hostia negra.
Invocado con palabras que, por prudencia, omitiremos, Satanás fue obligado a pronunciar un oráculo.
El diablo respondió, por la boca de la cabeza cortada, una pregunta secreta que el rey no se atrevía a formular en voz alta, y que jamás le había confiado a nadie.
Entonces, una voz débil, que no tenía nada de humana, brotó de los sangrientos labios del mártir:
—Soy a ello forzado.
Esta respuesta, que sin dudas anunciaba que el infierno no protegía al monarca, produjo en él un tremendo estremecimiento.
—¡Alejad esa cabeza! ¡Alejadla! —aulló.
Dicho esto, el rey de Francia exhaló su último suspiro.
Aquellos de sus servidores que no habían sido testigos del macabro ritual creyeron que el rey era perseguido por el fantasma de Gaspar de Coligny, ilustre almirante y líder de los hugonotes, cuya cabeza cortada creía ver en todas partes, signo que pocos entendieron como un acto de remordimiento, y muchos como una visión anticipada de los tormentos del infierno.
Hace tiempo que las cenizas de las brujas quemadas se han dispersado en el olvido. Sus pecados, si es que cabe asignarles el término, son de una inocencia admirable. Incapaces de odiar, maestras de las astucias sutiles, amantes de la libertad, sus restos duermen un sueño inquieto en tumbas sin nombre.
Los monarcas y los príncipes, en cambio, atraviesan el frío sueño en sepulcros de mármol, cuyos nombres se cantan con honores aunque sus cadáveres fétidos yazgan sobre los cuerpos quemados de quienes afirmaban y defendían una fe distinta.
La historia ha sido escrita. Es imposible cambiarla. Aquel muchacho sacrificado para interpretar un oscuro oráculo para un pérfido rey moribundo seguirá en el anonimato. Las ignotas brujas quemadas seguirán sin nombre, y sin nombre las seguiremos recordando.
Más leyendas urbanas. I Libros malditos.
Más literatura gótica:
- Diario de una iniciada.
- La esposa del demonio: la mujer que se casó con el diablo.
- Diccionario de demonios femeninos.
- Las misas negras de LaVoisin.
- Madame Bathory: la condesa sangrienta.
2 comentarios:
esta algo confusa
Aplaudo este artículo de pie, Señor. Y lo comparto.
Publicar un comentario