Análisis de Claudia [Entrevista con el vampiro]


Análisis de Claudia [Entrevista con el vampiro]




Entrevista con el vampiro, esencialmente, es el fruto del duelo y el desamparo que Anne Rice debió atravesar tras la muerte de su pequeña hija, Michelle, a causa de leucemia [una enfermedad de la sangre]. Después de tres años de alcoholismo, Anne Rice comenzó a escribir este clásico de la novela de vampiros. Con su publicación [al igual que Mary Shelley] consiguió el éxito necesario para dedicarse a lamentar plenamente su pérdida.


[Claudia, mi amada niña vampira, fue inspirada por mi propia hija, Michelle. que murió de leucemia antes de que escribiera el libro, pero al principio no quería reconocerlo. Nunca pensé de forma consciente en ello mientras escribía. No era consciente de la conexión, aunque sabía que estaba utilizando la belleza de Michelle como modelo. El personaje de Claudia, su voz y las cosas que dice no tienen nada que ver con mi hija. Pero no hay duda de que es la simbología que surge de un terrible dolor. Si entonces alguien me hubiera dicho que estaba escribiendo sobre mi hija, mi marido y mi vida, me hubiera bloqueado. Tuve que refugiarme en un mundo de fantasía para escribir sobre el dolor y la pérdida.]


En otro comentario, Anne Rice añade:


[El concepto de lo inmortal es realmente aburrido. Por lo general, los vampiros buscan un amor perdido. Creo que si estas criaturas realmente pudieran vivir para siempre, o incluso por un par de siglos, tendrían que tener algo más en sus mentes que un amor perdido.]


¿A qué se refiere Anne Rice con «amor perdido»? No ciertamente a un amor romántico, sino más bien a cierta nostalgia, cierta melancolía, cierto anhelo o duelo que, en última instancia, acompaña al vampiro a lo largo de toda su existencia. La única excepción en la obra de Anne Rice a este paradigma es Claudia [ver: Diccionario de Vampiresas]

Louis de Pointe du Lac, en Entrevista con el vampiro, reflexiona sobre el estado de no-muerto de la pequeña Claudia:


[Iba a decir «mientras ella viva». Pero me di cuenta de que era un cliché mortal, vacío. Ella viviría para siempre, como yo viviría para siempre. ¿Pero no es así también para los padres mortales? Sus hijas viven para siempre porque estos padres mueren primero.]


Claudia [nunca sabemos su apellido] era una niña de cinco años que vivía en los barrios pobres de la Nueva Orleans del siglo XVIII, devastados por la plaga. Perdió a sus padres a causa de la plaga, y la conocemos por primera vez en una casa abandonada, junto al cuerpo de su madre muerta. Anne Rice la describe como muy pequeña en tamaño, y de formas delicadas, con largos rizos dorados y una piel de porcelana [«como una muñeca»]. Louis de Pointe du Lac, el protagonista de Entrevista con el vampiro, la encuentra. Ella le ruega que «despierte» a su madre. Louis, en cambio, ataca a Claudia pero siente un arrepentimiento inmediato, y la abandona allí para morir [ver: ¿Cuál es el problema de Louis de Pointe du Lac?]

Sin embargo, Claudia es «salvada» por Lestat de Lioncourt, el vampiro creador de Louis; y la niña eventualmente es llevada a la rica casa de de Louis en el corazón de Nueva Orleans. Allí, Lestat la convierte en vampiro [ver: Mitos y leyendas de vampiros]

Más aún, Lestat le dice a la niña que ahora es su «hija» [es decir, de él y de Louis], y que está en familia. Aunque Louis al principio se horroriza ante la idea de un niño-vampiro [de hecho acusa a Lestat de condenar a Claudia al infierno], él y Claudia se apegan mucho, y los tres forman una relación cercana y llevan un estilo de vida familiar durante las siguientes décadas.

Aunque los tres vampiros pasan muchos años en esta aparente estabilidad y lujo, Claudia, poco a poco, comienza a distanciarse cada vez más, insistiendo en su autosuficiencia, e incluso obteniendo su propio ataúd en miniatura para no tener que acostarse ni con Lestat ni con Louis durante las horas del día. Claudia se vuelve autodidacta y filosófica bajo la tutela de Louis. También se convierte en una asesina feroz bajo la dirección de Lestat, apareciendo ante sus víctimas como un ángel inocente para atraerlas a la muerte.

A medida que pasan las décadas, Claudia se siente cada vez más insatisfecha e irritada por ser constantemente «vestida como una muñeca» por sus dos padres. Su frustración la lleva a matar a una madre e hija y dejar que sus cadáveres se pudran en la cocina de la casa. Cuando su acto es descubierto por Lestat y Louis, ella se enfurece y les informa que ya no es una niña pequeña, sino que está atrapada en el cuerpo de una niña de cinco años e incapaz de desarrollarse [ver: Atrapado en el cuerpo equivocado: la identidad de género en el Horror]

Desesperada, Claudia quiere madurar físicamente y convertirse en una mujer adulta, pero nunca tendrá esa oportunidad. Después de todo, nunca tuvo opción, nunca pidió convertirse en vampiro en primer lugar, por lo que odia a sus dos padres más de lo que alguna vez pensó que fuera posible.

El ciclo de novelas de Anne Rice examina algunos de los problemas que encarna el vampirismo, no solo en términos individuales, sino arquetípicos; y uno de ellos es la melancolía. Claudia, por supuesto, protagoniza el fantasma melancólico del niño desaparecido que nos persigue y atormenta. Sin embargo, es desde la perspectiva de Louis que estos fantasmas melancólicos se enfocan. De hecho, la melancolía de Louis organiza toda la novela, y en cierto modo distorsiona sus observaciones. Él es, en esencia, el hombre moderno destinado al suicidio porque no puede sobrevivir a su inmortalidad, no puede renunciar al «amor perdido», no puede matar, sólo puede asesinar y llorar sin cesar. Su enfoque, desde luego, distorsiona al resto de los personajes, y Claudia no es la excepción [ver: Carmilla, Lucy y Helen: el monstruo femenino como figura de resiliencia]

Claudia, creada por Louis y Lestat, está del lado de matar. No hay apego en ella a algún «amor perdido»; sin embargo, a su modo también está atrapada en una especie de bucle en el cual revive constantemente la pérdida de su madre.

En cierto momento, Louis [atormentado por sueños de su hermano muerto] siente un impulso de muerte contra sí mismo, pero entonces escucha llorar a una niña:


[Deslicé mi mano por debajo de la pesada contraventana de madera y tiré de ella para que el cerrojo se deslizara. Allí estaba, sentada en la habitación oscura junto a una mujer muerta, una mujer que había estado muerta durante algunos días. La madre yacía a medias vestida, su cuerpo ya en descomposición, y no había nadie más que la niña. Empezó a decirme que debía hacer algo para ayudar a su madre. Me rogó que ayudara. Comenzó a sacudir a su madre y a llorar de la manera más patética y desesperada.]


Durante años, Lestat no ha salido a matar, pero ahora, de repente, se siente atraído por la niña que no puede abandonar a su madre muerta. Este aumento de su impulso asesino lo lleva a morder a la niña, pero no a matarla. Simplemente la deja allí para morir. Es Lestat quien completa el nacimiento de esta hija vampiro, Claudia. [ver: El enlace entre el Vampiro y su víctima]

En Entrevista con el vampiro, entonces, el vampirismo está reducido a la perspectiva de Louis, que sostiene una convergencia entre vampirismo y humanidad. En otras palabras, Louis es demasiado humano; en cambio, Claudia exterioriza un vínculo de desconexión con lo humano mucho más profundo. Es por eso que puede presionar por la destrucción de Lestat sin tener que ocupar su lugar.

Claudia, por supuesto, está alimentada por la energía de Michelle, la hija muerta que Anne Rice no puede llorar, no directamente, no abiertamente en la novela, sino al margen de ella. Esto queda establecido muy sutilmente en la figura de Madeline [especie de familiar de Claudia], quien también es incapaz de llorar a su hija muerta, convirtiéndose de este modo en la protectora eternamente maternal de Claudia [ver: La cuestión de género entre vampiros y vampiresas]

En el otro extremo está la escena donde la propia Claudia permanece junto al cadáver de su madre, cuya muerte no reconoce. Este triste escenario de desconexión entre madre e hija se recicla en Claudia a través de un culto a sus muñecos y reinos en miniatura. De hecho, Claudia descubre a Madeleine en una juguetería llena de muñecas [como réplicas de su hija muerta]. Cuando Louis entrevista a Madeline para el puesto de compañera de Claudia, presenciamos un momento muy extraño:


[Y con crueldad, seguramente, le dije:

—¿Amas a esta niña?

Nunca olvidaré su rostro, la violencia en él, el odio absoluto.

—Sí —ella casi siseó las palabras—. ¡Cómo te atreves!

Ella alcanzó su relicario. Lo que la consumía era la culpa, no el amor. Era culpa —esa tienda de muñecas que Claudia me había descrito, estantes y estantes de la efigie de esa niña muerta—, pero una culpa que comprendía absolutamente la finalidad de la muerte. Había algo tan duro en ella como el mal en mí, algo tan poderoso.
]


Cuando Louis se adelanta y convierte a Madeleine en una de ellos, le confía a Claudia:


[Lo que ha muerto en esta habitación esta noche es el último vestigio de humano en mí.]


Madeleine es el monstruo del duelo total, el impulso de muerte que estuvo tanto tiempo dentro de Louis. Ella lleva puesto el relicario de su hija muerta, cuya muerte debe pasar desapercibida; por eso Louis le ordena que lo cierre; y este encerramiento [la necesidad de mantener encerrado al niño muerto], es lo que programa su relación con Claudia [ver: La maternidad fallida en «Drácula»]

Una vez convertida en vampiro, Madeleine construye un hábitat mortuorio del tamaño de una muñeca para Claudia, sustituta de su hija muerta. Todos los elementos del culto a la muerte que se intercambian en la novela de Anne Rice entre Claudia y su madre muerta [o entre Madeleine y Claudia], insinúan qué tan profundo e inconmensurable es el dolor y el duelo por la muerte de un hijo.

Louis y Lestat «juegan» con Claudia de manera similar a como un niño juega con muñecas, sin embargo, a diferencia de una muñeca, Claudia no es un objeto inanimado. Al principio, Claudia disfruta de las muñecas y juguetes que le regalan, pero, a medida que madura mentalmente, se hace evidente que sus juguetes y su apariencia de muñeca representan su encierro dentro de un físico infantil.

Hechas de porcelana, las muñecas proyectan la imagen de que las niñas son vulnerables [frágiles] e inocentes [inmaculadas], pero, como objetos inanimados, carecen de personalidad y rasgos físicos individualizados. El problema con esta imagen es que no otorga agencia ni autonomía. Claudia, atrapada para siempre en el cuerpo de una niña de cinco años, será percibida eternamente como una niña, y restringida a un estatus social más bajo [ver: Razas y clanes de vampiros]

De este modo, Claudia comienza a ver a las muñecas como un símbolo de su propia tergiversación social, creyendo que un cuerpo maduro le daría la agencia y la igualdad que anhela. El hecho de que Louis y Lestat no la respeten como adulta exacerba su frustración con su cuerpo infantil. Tal es así que Louis admite:


[La cara de muñeca de Claudia parecía poseer dos ojos adultos totalmente conscientes, y la inocencia parecía perdida en algún lugar entre juguetes descuidados y la pérdida de cierta paciencia.]


Louis también le dice a Lestat:


[Ella ya no es una niña. Se ve a sí misma como igual a nosotros.]


A pesar de saber que Claudia es una mujer, el comportamiento de Louis y Lestat hacia ella no cambia. En consecuencia, el resentimiento de Claudia hacia sus creadores [y hacia su propio cuerpo] continúa aumentando hasta que decide actuar. Por su parte, Louis y Lestat subestiman la confusión interna de Claudia, por lo que ninguno anticipa que ella podría dirigir sus habilidades depredadoras hacia ellos [ver: El cuerpo de la mujer en el Gótico]

Después de conocer la historia de sus orígenes, Claudia decide que ella y Louis deben deshacerse de Lestat. Ella le dice a Louis que Lestat los ha hecho esclavos, pero que pueden liberarse al matarlo. Como Lestat, en este contexto, es el padre patriarcal, el deseo asesino de Claudia simboliza su intento de escapar de su posición misógina [ver: El Machismo en el Horror]

Con el pretexto de ofrecer un regalo a Lestat, Claudia trae a casa a dos niños pequeños. Su comportamiento hacia Lestat cambia durante esta escena, pasando de la confrontación a la armonía. Cuando entra en la habitación para hablar con Lestat, se sienta al piano con las «manos cruzadas y el rostro apoyado sobre ellas», lo cual le da un aura infantil. Ella continúa diciéndole dulce y suavemente:


[Vine a hacer las paces contigo, incluso si eres el padre de la mentira. Eres mi padre.]


Distraído por su actuación infantil, Lestat acepta la ofrenda de paz; sin embargo, Claudia ha drogado a los niños, infectando su sangre. El partricidio de Claudia rechaza la narrativa social de la infancia a través de la reutilización de la imagen inocente y vulnerable de una niña para cometer un asesinato.

A pesar de asesinar a Lestat, Claudia no logra ser admitida en la edad adulta. Al ser percibida como una niña por su aspecto, sigue frustrada. Después de visitar a Madeleine, una madre afligida que hace muñecas a la imagen de su hija fallecida, Claudia le pregunta a Louis:


[¿Sabes por qué (Madeleine) hizo una muñeca para mí?]


Louis responde diciéndole que es una niña hermosa, por lo que Madeleine hizo la figura para hacerla feliz. Enfurecida por la continua insistencia de Louis en que ella es una niña, Claudia destroza brutalmente la muñeca:


[Una niña hermosa —dijo—. ¿Es eso lo que todavía crees que soy?

Y su rostro se oscureció cuando volvió a jugar con la muñeca, sus dedos empujaron el diminuto escote de ganchillo hacia los pechos de porcelana.

—Sí, me parezco a las muñecas
[de Madeleine], soy sus muñecas. Deberías verla trabajando en esa tienda; inclinada sobre sus muñecas, cada una con la misma cara, los mismos labios.

Su dedo se tocó los labios. Y entonces vi lo que hacía su figura todavía infantil: en una mano sostenía la muñeca, la otra en sus labios; y la mano que sostenía la muñeca la aplastaba, de modo que se balanceaba y se rompía en un montón de porcelana que ahora caía de su mano abierta y ensangrentada, sobre la alfombra.
]


El aplastamiento de la muñeca representa la ira de Claudia por su encarcelamiento perpetuo en el cuerpo de una niña. Ella aplasta el modelo de la «niña ideal» en un intento por liberarse una vez más de este estado de sumisión [ver: El cuerpo de la mujer en el Horror]

Desafortunadamente, Claudia es asesinada gráficamente dentro de la novela. Su creencia de que su cuerpo físico le impide tener autonomía la lleva a buscar una solución. Sus dos primeros intentos de obtener la libertad [matar a Lestat y romper su muñeca], no logran producir un cambio en su situación, y cuando Lestat reaparece, Claudia se da cuenta de que ganar autonomía es imposible mientras ella resida en el cuerpo de una niña. En respuesta, Claudia concluye que la única forma de liberarse [de la narrativa social de la infancia] es tener una forma adulta [ver: La verdad sobre las tres Vampiresas de Drácula]

Con la ayuda de Armand, un vampiro que anhela tener a Louis para él solo, Claudia orquesta un último esfuerzo para lograr un cuerpo que coincida con su estado mental. Armand desmonta el cuerpo de Claudia, decapitandola y volviendo a unir su cabeza al cuerpo de una vampira adulta. La transformación no es sostenible, pero Armand no puede revertir ese daño, y deja esta versión mutilada de Claudia a la luz del sol para ser destruida.

El plan de Claudia no funciona, revelando la inutilidad de alterar sus circunstancias. Para Claudia, el vampirismo no es una liberación del patriarcado, sino una perpetuación del mismo hasta el fin de los tiempos. Aunque puede actuar de manera subversiva, finalmente está bajo el control del patriarcado, lo que revela la impotencia de los niños y las mujeres ante este sistema [ver: Mina y Lucy: la ideología de género en «Drácula»]

A pesar de la inferioridad de Claudia, ella es un vampiro, lo que significa que tiene una profunda disposición a la violencia. Ella es una «asesina feroz», y la violencia en sí misma es suficiente para que Claudia desafíe su imagen de niña:


[Cuando caza, Claudia se sienta sola en una plaza oscura, esperando que un bondadoso caballero o una mujer piadosa la encuentre. Como una niña entumecida por el miedo, susurra su súplica de ayuda y, mientras la sacan de la plaza, sus brazos se fijan alrededor de sus cuellos, su lengua entre sus dientes, su visión vidriada por un hambre insaciable.]


Imitando la vulnerabilidad e inocencia esperadas de una niña, Claudia atrae a sus presas. Además, al igual que Danny Glick en Salem's Lot, Claudia tiene suficiente inteligencia para manipular a quienes la subestiman, incluyéndola por su aspecto en el ámbito no amenazante de la infancia [ver: Danny Glick y los niños-vampiro de Stephen King]

La apariencia de niña [de muñeca] de Claudia le da el poder de manipular fácilmente a los adultos, convirtiéndola en la vampira más peligrosa. Sin embargo, a diferencia de Danny Glick, Claudia tiene la mente de un adulto. Es decir que su comportamiento está destinado a ser inquietante porque se yuxtapone con su apariencia de cinco años [ver: Drácula visita Salem's Lot]

Incluso Louis está perturbado por la falta de armonía entre el estado mental y el cuerpo físico de Claudia. Describe cómo ella está atrapada para siempre en el cuerpo de una niña, pero que comienza a comportarse de formas tradicionalmente consideradas maduras. Louis se da cuenta que, a medida que madura mentalmente, comienza a verse sensual cuando «descansa en el sofá con su diminuto camisón de encaje»; e incluso comenta que su voz tiene la resonancia de una mujer. Louis está «horrorizado en esos momentos», pero luego ella cambia radicalmente su actitud, se sienta en su regazo y dormita allí, contra su corazón, como una niña inocente.

Si bien la disposición femenina de Claudia no es impropia para su edad intelectual, sí lo es para una niña de cinco años. El lector se perturba aún más cuando Claudia realiza comportamientos adultos con modales infantiles. Por ejemplo, después de ser convertida por primera vez, muestra la codicia de un niño al beber la sangre de la muñeca de Lestat:


[(Lestat) ahora estaba tratando de empujarla, y ella no lo soltaba. Con los dedos entrelazados alrededor de su brazo, se llevó la muñeca a la boca.

—¡Detente, detente! —le dijo.

Él se apartó de ella y la sujetó por los hombros con ambas manos. Trató desesperadamente de alcanzar su muñeca con los dientes, pero no pudo.
]


La insaciabilidad de Claudia se asemeja a la de un niño que desea devorar su helado, más que comerlo. Sin embargo, su anhelo es la sangre [ver: Beverly Marsh: el mito de Blancanieves en «IT»]

Considerando la mente adulta de Claudia, su perversión del comportamiento infantil no subvierte por completo la narrativa social de la infancia; más bien, expone sus ansiedades. Hasta último momento, Claudia desdibuja la línea entre el adulto y el niño. Cuando Louis es testigo de las secuelas del asesinato de Claudia, se da cuenta de la similitud entre el abrazo mortal de Claudia y Madeleine y otros momentos de la vida de Claudia.

En la escena desgarradora en la que es encontrada por Louis junto al cuerpo de su madre, Claudia personifica la imagen del niño vulnerable e inocente que anhela el amor y el consuelo de una madre. De hecho, las primeras palabras de Claudia después de su transformación en vampiro son:


[¿Dónde está mamá?]


Esta inocencia luego se yuxtapone con la actitud de Claudia de asesinar a una madre y su hija, quienes trabajaban como sirvientas de Louis y Lestat. A pesar de la violencia de ese acto, Claudia las coloca juntas en un abrazo amoroso:


[Allí yacían, madre e hija, juntas, el brazo de la madre atado a la cintura de la hija, la cabeza de la hija inclinada contra el pecho de la madre.]


La posición en la que Claudia las deja, combinada con su tendencia a victimizar a madres e hijas, ilustra que incluso con una mente adulta y el poder de un vampiro, Claudia tiene la necesidad infantil de una madre. De hecho, intenta suplir esta necesidad a través de Madeleine y, al final, sus últimos momentos son en los brazos de esta madre simbólica.

A través de Claudia y sus muñecas, Anne Rice explora la conexión entre la infancia y la feminidad, exponiendo cómo la narrativa social de la infancia termina siendo perjudicial para los niños y las mujeres. Como mujer atrapada en el cuerpo de una niña, Claudia no tiene el mismo efecto que Danny Glick en Salem's Lot; sin embargo, todavía puede rechazar la definición de la niñez a través de su violencia vampírica, específicamente el partricidio.

Claudia nunca deja de luchar por la autonomía y hace múltiples intentos por cambiar su posición de sumisión. Al final, la yuxtaposición de su mente adulta y su cuerpo infantil expone el miedo social de que los niños utilicen las cualidades infantiles de inocencia y vulnerabilidad contra los adultos.

Anne Rice desbarata la definición occidental de infancia, la cual a menudo es utilizada para infantilizar a las mujeres adultas. De este modo, Anne Rice ilustra con éxito el estatus social bajo en el que la sociedad coloca perpetuamente a mujeres y niños, pero no da una respuesta satisfactoria a la redefinición de la niñez. Similar al destino ingrato de Danny Glick, la muerte de Claudia sugiere que tal redefinición no es posible.

Cuando Claudia muere, muere abrazada a su madre simbólica [Madeline], tal como habría muerto hecho hace mucho tiempo, junto a su madre real, de no ser por la inoportuna intervención melancólica de Louis. Eso nos dice mucho del genio de Anne Rice, aunque con los años se haya extraviado un poco. Al menos aquí, en El Espejo Gótico, nos parece justo honrar la muerte de Anne Rice recordando sus mejores páginas.




Vampiros. I Taller Gótico.


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