«Stevie y la Oscuridad»: Zenna Henderson; relato y análisis


«Stevie y la Oscuridad»: Zenna Henderson; relato y análisis.




Stevie y la Oscuridad (Stevie and the Dark) es un relato de terror de la escritora norteamericana Zenna Henderson (1917-1983), publicado originalmente en la edición de mayo de 1952 de la revista Imagination con el título: La Oscuridad salió a jugar (The Dark Came Out to Play), y luego reeditado en la antología de 1965: La caja de todo (The Anything Box).

Stevie y la Oscuridad, uno de los mejores cuentos de Zenna Henderson, relata la historia de Stevie, un niño de cinco años con muchas carencias y privaciones, pero con una posesión sumamente preciada: la Oscuridad.

SPOILERS.

Stevie ha logrado encerrar a la Oscuridad en un agujero en la arena. Para mantenerla allí utiliza la magia, una magia especial, según el cree. Sin embargo, la Oscuridad es antigua, y sabia:


—¿Cuantos años tienes?

—Soy tan vieja como el mundo —dijo la Oscuridad.

Stevie se rió.

—Entonces debes conocer a la tía Phronie. Papá dice que tiene la edad de las colinas.

—Las colinas son jóvenes —dijo la Oscuridad—. Vamos, Stevie, déjame salir.


Stevie y la Oscuridad no es un relato de terror, más bien, es un cuento extraño que incorpora una amplia variedad de recursos, todos eficaces en manos de Zenna Henderson. Stevie, quien lucha contra las fuerzas del mal con las herramientas de un chico de cinco años, no está completamente indefenso ante la Oscuridad. Tiene sus piedras mágicas, y un dispositivo secreto que lleva escondido en el bolsillo. En el clímax de la historia se revela que este talismán es un crucifijo, hecho con palitos de helado, que lleva grabadas las letras mágicas: INRI.

Zenna Henderson deja abierta la puerta aquí a otras interpretaciones. Stevie también emplea piedras de colores con un efecto similar al de la cruz de madera, aunque menos potente, por lo que en última instancia no está claro si la magia está en los talismanes o en el propio Stevie. Teniendo en cuenta que Zenna Henderson solía escribir sobre niños con habilidades especiales y poderes psíquicos, esta opción parece la más probable.

No obstante, Stevie sigue siendo un niño ante una amenaza demasiado grande y astuta. Posee un gran poder, pero también carece de la experiencia para comprender e incluso utilizar ese poder. Tal es así que Stevie casi libera a la Oscuridad con la promesa de obtener una magia mejor. El tema de la tentación y la inocencia están fuertemente presentes en el relato.

Zenna Henderson es una autora injustamente olvidada, y prácticamente sin traducir al español. No solo fue una de las pocas mujeres que publicaron ficción extraña con su propio nombre en aquellos años, sino que además presenta un enfoque de género muy diferente al de la mayoría de sus contemporáneas. Stevie y la Oscuridad no es una excepción, sino más bien una muestra del extraordinario legado de Zenna Henderson.

Stevie y la Oscuridad es un relato para los marginados. Si alguna vez te has visto como un niño extraño, marginal, será fácil reconocerte en este exquisito cuento de Zenna Henderson. En cierto modo, el subtexto de la historia parece contener un mensaje importante: en algún lugar hay otros como tú. Y los encontrarás.

Stevie y la Oscuridad pone en evidencia un hecho que el lector aficionado al Horror seguramente intuye: las historias extrañas sobre niños son más eficaces cuando se cuentan desde la perspectiva de un niño. Zenna Henderson casi siempre escribía sobre niños, y desde su perspectiva. Más aun, la enseñanza era su profesión diaria, razón por la cual sabía de lo que escribía. De hecho, es imposible leer Stevie y la Oscuridad y no encontrar que la historia de este niño singular resuena en las obras de Stephen King, sobre todo en It (ver: Georgie vs. Pennywise: el sótano arquetípico e «IT»: el gran cuento de hadas moderno)

Aquellos que hayan disfrutado Stevie y la Oscuridad de Zenna Henderson pueden encontrar un par de relatos bastante similares en Brenda (Brenda), de Margaret St. Clair; y La cosa en el sótano (The Thing in the Cellar), de David H. Keller. En estos tres casos un niño se encuentra con un monstruo amorfo y peligroso en una zona rural. Sin embargo, el monstruo de Stevie y la Oscuridad supera al Hombre Sucio de St. Clair y la criatura ignota de Keller, y se sitúa a la altura de las monstruosidades más escalofriantes e indefinibles del relato de terror (ver: Black Goo y otras monstruosidades amorfas en la ficción).

Stevie y la Oscuridad es un cuento que ha logrado volar debajo del radar editorial durante décadas, y ni hablar del limitadísimo catálogo de autores traducidos al español. De algún modo, una gran historia como esta se ha escabullido de todos los cánones de la ficción extraña. Ni siquiera podríamos decir que es un cuento olvidado. Para eso tuvo que haber sido recordado en algún momento. Esperamos sinceramente que este modesto aporte de El Espejo Gótico empiece a torcer ese destino.




Stevie y la Oscuridad.
Stevie and the Dark, Zenna Henderson (1917-1983)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


La Oscuridad vivía en un agujero en un banco de arena donde a Stevie le gustaba jugar. La Oscuridad quería salir, pero Stevie lo había arreglado todo para que no pudiera. Puso una hilera de pequeñas rocas mágicas, especiales, delante del agujero. Stevie sabía que eran mágicas porque las encontró él mismo y se sentían mágicas. Cuando tienes la edad de Stevie, cinco, toda una mano de años, sabes muchas cosas y sabes cómo se siente la magia.

Stevie tenía las piedras en el bolsillo cuando encontró por primera vez a la Oscuridad. Había estado cavando. Una piedra lo golpeó en la frente con tanta fuerza que casi lo hizo llorar, si solo hubiera tenido cuatro años. Pero Stevie tenía cinco, así que se limpió la sangre con el dorso de la mano y raspó la tierra para encontrar la cuchara grande que mamá le dejó tomar para cavar. Luego vio que el agujero era muy grande y que su cuchara estaba justo dentro. Así que la alcanzó y la Oscuridad salió un poco y tocó a Stevie. Le cubrió la mano hasta la muñeca y cuando Stevie se apartó de un tirón, su mano estaba fría y completamente despellejada. Por un minuto estuvo blanco y rígido, luego salió sangre y le dolió y Stevie se enojó. Así que sacó las rocas mágicas y puso la pequeña roja frente al agujero. La Oscuridad volvió a asomarse y tocó la roca, pero no le gustó la magia, así que empezó a empujarla. Stevie dejó las otras rocas pequeñas, las redondas y lisas blancas y las lisas amarillas.

La Oscuridad hizo muchos deditos que intentaban atravesar la magia. Solo quedaba un hueco, así que Stevie dejó la piedra negra transparente que había encontrado esa mañana. Entonces La Oscuridad retiró todos los dedos y comenzó a tantear la roca negra. Entonces, rápido como un conejo, Stevie dibujó un signo mágico en la arena y la Oscuridad volvió a meterse en el agujero.

Entonces Stevie marcó una X alrededor del agujero y corrió a buscar más rocas mágicas. Encontró una blanca con una banda azul alrededor del medio y otra amarilla. Regresó y puso las rocas frente al agujero y borró la X. La Oscuridad se enojó y se amontonó detrás de las rocas hasta que se hizo más alta que la cabeza de Stevie.

Stevie estaba asustado, pero se quedó quieto y se agarró con fuerza a su bolsillo.

Sabía que era la más mágica de todas. Juanito se lo había dicho y Juanito lo sabía. Tenía diez años y fue el quien le contó a Stevie sobre la magia en primer lugar. Había ayudado a Stevie a hacer la magia. Él fue quien hizo el símbolo por primera vez. Por supuesto, Stevie sabría escribir después de ir a la escuela, pero faltaba mucho para eso.

La Oscuridad nunca podría hacerle daño mientras sostenía la magia, pero daba un poco de miedo verla de pie bajo la brillante luz del sol. La Oscuridad no tenía cabeza, brazos, piernas ni cuerpo. Tampoco tenía ojos, pero estaba mirando a Stevie. No tenía boca, pero le estaba murmurando a Stevie. Podía oírla dentro de su cabeza y los murmullos eran de odio, por lo que Stevie se puso en cuclillas en la arena y dibujó una magia de nuevo —una gran magia— y La Oscuridad volvió a meterse en el agujero.

Stevie se volvió y corrió lo más rápido que pudo hasta que los murmullos en sus oídos se convirtieron en viento y el sonido de las rocas traqueteando en la carretera.

Al día siguiente, Arnold vino con su madre a visitar la casa de Stevie. A Stevie no le agradaba Arnold. Era un chismoso y un llorón, incluso si tenía una mano entera y dos dedos más. Stevie lo llevó a la arena para jugar. No bajaron donde estaba la Oscuridad, pero mientras cavaban túneles alrededor de las raíces del álamo, Stevie podía sentirla como un trueno largo y profundo que solo tus huesos podían escuchar, no tus oídos. Sabía que la gran magia que escribió en la arena se había borrado y que la Oscuridad estaba tratando de pasar las rocas mágicas.

Muy pronto Arnold comenzó a presumir.

—Tengo una pistola espacial.

Stevie arrojó un poco más de arena hacia atrás.

—Yo también —dijo.

—Y tengo una bicicleta de dos ruedas.

Stevie se sentó sobre sus talones.

—¿En serio?

—¡Por supuesto! —Arnold habló con mucha inteligencia—. Tu eres demasiado pequeño para tener una bicicleta de dos ruedas. No podrías montarla si tuvieras una.

—También podría —Stevie volvió a excavar, sintiéndose mal por dentro.

Se había caído de la bicicleta de Rusty cuando intentó montarla. Sin embargo, Arnold no lo sabía.

—No, no podrías —dijo Arnold desde su túnel—. Tengo una pistola de aire comprimido y una sierra de verdad y un gato con tres patas y media.

Stevie se sentó en la arena.

¿Qué podrías conseguir mejor que un gato con tres patas y media?

Trazó una magia en la arena.

—Tengo algo que tú no tienes.

—¿Qué? —Arnold se metió en el túnel de Stevie.

—Una Oscuridad.

—¿Una qué?

—Una Oscuridad. La tengo en un agujero ahí abajo.

—Estás loco. No hay oscuridad. Solo estás hablando de cosas de bebés.

Stevie sintió que su rostro se calentaba.

—No soy un bebé. Ven y verás.

Arrastró a Arnold de la mano sobre la arena que crujía bajo los pies como azúcar derramada, entrando y saliendo de sus sandalias. Se pusieron en cuclillas frente al agujero. La Oscuridad se había retirado para que no pudieran verla.

—No veo nada —Arnold se inclinó hacia adelante para mirar dentro del agujero—. No hay oscuridad. Eres un tonto.

—¡No lo soy! Solo que la Oscuridad está tan metida en ese agujero…

—Seguro que está oscuro en el agujero, pero eso no es nada.

Stevie agarró con fuerza su bolsillo.

—Será mejor que cruces los dedos. Voy a dejarla salir un poco.

Arnold no le creyó, pero cruzó los dedos de todos modos.

Stevie tomó dos de las rocas mágicas de enfrente del agujero y retrocedió. La Oscuridad se esparció como un líquido. Se vertió en una fina corriente a través del lugar abierto en la magia y se disparó como una torre de humo. Arnold estaba tan sorprendido que descruzó los dedos y la Oscuridad se envolvió alrededor de su cabeza y él comenzó a gritar y gritar.

La Oscuridad estiró un brazo largo hacia Stevie, pero Stevie usó su magia y golpeó a la Oscuridad. Stevie podía escucharla gritar dentro de su cabeza, así que la golpeó de nuevo y la Oscuridad se hizo más pequeña, por lo que Stevie la empujó de nuevo al agujero con su bolsillo. Volvió a poner las rocas mágicas y escribió dos grandes magias en la arena para que la Oscuridad volviera a llorar y se escondiera en el agujero.

Arnold estaba tendido en la arena con la cara blanca y rígida, así que Stevie lo sacudió y lo llamó.

Arnold abrió los ojos y su rostro se puso rojo y comenzó a sangrar.

—¡Mamá! ¡Mamá! —gritó, y corrió hacia la casa lo más rápido que pudo a través de la arena.

Stevie lo siguió gritando:

—¡Descruzaste los dedos! ¡Es tu culpa! ¡Descruzaste los dedos!

Arnold y su madre se fueron a casa. Arnold todavía estaba llorando y su madre estaba muy roja alrededor de la nariz cuando le gritó a mami.

—¡Será mejor que aprendas a controlar a ese mocoso tuyo o crecerá como un asesino! ¡Mira lo que le hizo a mi pobre Arnold!

Y se alejó tan rápido que casi rompe la puerta al salir.

Mamá se sentó en el escalón del frente y tomó a Stevie entre sus rodillas. Stevie miró hacia abajo y trazó un poco de magia suave con su dedo en los pantalones de mamá.

—¿Qué pasó, Stevie?

Stevie se retorció.

—Nada, mami. Solo estábamos jugando en la arena.

—¿Por qué lastimaste a Arnold?

—No lo hice. Honestamente. Ni siquiera lo toqué.

—Pero todo el lado de su cara estaba desollado—. Mami adoptó su voz de «no voy a tolerar tonterías»—. Dime qué pasó, Stevie.

Stevie tragó saliva.

—Bueno, Arnold se jactaba de su bicicleta de dos ruedas y... —Stevie se emocionó y miró hacia arriba—. Mami, ¡tiene un gato con tres patas y media!

—Continúa.

Stevie se apoyó contra ella de nuevo.

—Bueno, tengo una Oscuridad en un agujero en la arena, así que yo...

—¿Una Oscuridad? ¿Qué es eso?

—Es… es solo una Oscuridad. No es muy agradable. La mantengo en su agujero con magia. La dejé salir un poco para mostrársela a Arnold y le dolió. Pero fue su culpa. Descruzó los dedos.

Mami suspiró.

—¿Qué pasó realmente, Stevie?

—¡Te lo dije, mami! Honestamente, eso es lo que pasó.

—¿De verdad, Stevie?

Ella lo miró directamente a los ojos.

Stevie miró hacia atrás.

—Sí, mami, de verdad.

Ella suspiró de nuevo.

—Bueno, hijo, supongo que este asunto de la Oscuridad es lo mismo que tu Señor Bop y Toody Troot.

Stevie negó con la cabeza.

—No. El Señor Bop y Toody Troot son agradables. La Oscuridad es mala.

—Bueno, entonces no juegues más con ella.

—No juego con ella —protestó Stevie—. Simplemente la mantengo en silencio con magia.

—Está bien, hijo —se puso de pie y se sacudió el polvo de la parte de atrás de sus pantalones—. Solo por el amor de Toody Troot, no dejes que Arnold se lastime de nuevo.

Ella le sonrió. Stevie le devolvió la sonrisa.

—Está bien, mami. Pero fue su culpa. Descruzó los dedos. Es un bebé.

La próxima vez que Stevie estuvo en la arena, jugando a los vaqueros a lomos de Burro Eddie, escuchó que la Oscuridad lo llamaba. Llamó tan dulce y suave que cualquiera pensaría que era algo agradable, pero Stevie podía sentir el mal debajo de lo bonito, así que se aseguró de que su bolsillo estuviera a mano, fue hasta el agujero y se puso en cuclillas frente a él.

La Oscuridad se puso de pie detrás de las rocas mágicas. Se había hecho parecer a Arnold, solo que sus ojos no coincidían y se había olvidado de una oreja y tenía pecas por todas partes como la cara de Arnold.

—Hola —dijo la Oscuridad con su boca de Arnold—. Vamos a jugar.

—No —dijo Stevie—. No puedes engañarme. Sigues siendo la Oscuridad.

—No te lastimaré —la cara de Arnold se estiró hacia los lados para formar una sonrisa, pero no fue muy buena—. Déjame salir y te mostraré cómo divertirte mucho.

—No —dijo Stevie—. Si no fueras mala, la magia no podría retenerte. No quiero jugar con cosas malas.

—¿Por qué no? —preguntó la Oscuridad—. Ser malo a veces es divertido, muy divertido.

—Supongo que lo es —dijo Stevie—, pero solo si es un poco malo. Un gran mal te revuelve el estómago y tienen que darte una paliza o sentarte en la esquina y luego un esperar a que todo mejore de nuevo con mamá y papá.

—Oh, vamos —dijo la Oscuridad—. Estoy sola. Nadie viene a jugar conmigo. Me gustas. Déjame salir y te daré una bici de dos ruedas.

—¿De verdad? —Stevie se sintió caliente por dentro—. ¿De verdad?

—De verdad. Y un gato con tres patas y media.

—¡Oh! —Stevie se sintió como una mañana de Navidad—. ¿En serio?

—Honestamente. Todo lo que tienes que hacer es quitar las rocas y romper tu bolsillo y yo lo arreglaré todo.

—¿Mi pieza de bolsillo? —la calidez se iba—. No señor, tampoco la romperé. Es la cosa más mágica que tengo y fue difícil de hacer.

—Pero puedo darte algo de magia mejor.

—Nada puede ser más mágico —Stevie apretó su mano alrededor de su bolsillo—. De todos modos, papá dijo que podría comprarme una bicicleta de dos ruedas para mi cumpleaños. Tendré seis años. ¿Cuántos años tienes tú?

La Oscuridad se movía de un lado a otro.

—Soy tan vieja como el mundo.

Stevie se rió.

—Entonces debes conocer a la tía Phronie. Papá dice que es tan vieja como las colinas.

—Las colinas son jóvenes —dijo la Oscuridad—. Vamos, Stevie, déjame salir. Por favor, por favor.

—Bueno —Stevie alcanzó la bonita roca roja—. Prométeme que serás buena.

—Lo prometo.

Stevie vaciló. Podía sentir algo divertido en la voz de la Oscuridad. Sonaba como Lili-cat cuando ronroneaba a los ratones que atrapaba. Sonaba como un cachorro. Stevie se sintió raro por dentro y, mientras se sentaba en cuclillas preguntándose cuál sería esa la sensación, un relámpago brilló intensamente sobre las copas de los árboles y unas cuantas gotas de lluvia cayeron con el estrépito de un trueno.

—Bueno —dijo Stevie, levantándose, sintiéndose aliviado—. Va a llover. No puedo jugar contigo ahora. Tengo que irme. Tal vez pueda venir mañana.

—¡No, ahora! —dijo la Oscuridad—. ¡Déjame salir ahora mismo! —y su cara de Arnold estaba completamente retorcida y un ojo se deslizaba por una mejilla.

Stevie comenzó a retroceder.

—En otra ocasión. No puedo jugar en la arena cuando hay tormenta. Puede que haya una inundación.

—¡Déjame salir!

La Oscuridad se estaba volviendo más enojada. El rostro de Arnold se volvió púrpura y sus ojos recorrieron su rostro como un fuego enfermo.

—¡Déjame salir!

La Oscuridad golpeó la magia con tanta fuerza que sacudió la arena y una de las rocas comenzó a rodar. Rápido como un conejo, Stevie presionó la piedra con fuerza y arregló todas las demás también. Entonces la Oscuridad se retorció hasta convertirse en algo tan horrible que a Stevie se le revolvió el estómago y quiso vomitar. Sacó su pieza de bolsillo y dibujó tres magias duras en la arena y la Oscuridad gritó tan fuerte que Stevie también gritó, y corrió a casa con mamá sintiéndose enfermo.

Mamá lo acostó y le dio un medicamento para aliviar su estómago y le dijo a papá que sería mejor que le comprara un sombrero a Stevie. El sol estaba demasiado caliente para un chico rubio y con la cabeza descubierta a mediados de julio.

Stevie se mantuvo alejado de la arena por un tiempo después de eso, pero un día volvió para jugar a los vaqueros. Mamá le dijo:

—Será mejor que vayas a por Burro Eddie. La inundación vendrá esta tarde y si atrapa a tu caballo lo arrastrará al río.

—Ah, Eddie sabe nadar —dijo Stevie.

—Claro que sabe, pero no en una inundación repentina. Recuerda lo que le pasó al caballo de Durkin el año pasado.

—Sí —dijo Stevie, con los ojos muy abiertos—. Se ahogó. Incluso pasó por encima de la presa. Estaba muerto.

—Muy muerto —se rió mami—. Así que corre y trae a Eddie de vuelta. Pero recuerda, si hay algo de agua en la arena, no te metas. Y si comienza a caer agua mientras estás dentro, sal de prisa.

—Está bien, mami.

De modo que Stevie se puso las sandalias (había demasiadas piedras en la carretera para andar descalzo) y fue tras Eddie. Lo siguió con cuidado como papá le mostró —todo inclinado— y solo tuvo que mirar dos veces para asegurarse de seguir las huellas correctas. Finalmente lo rastreó hasta el banco de arena.

Burro Eddie estaba comiendo alubias de un arbusto al otro lado del río. Stevie le tendió la mano y movió los dedos hacia él.

—Vamos, Eddie. Vamos, amigo.

Eddie movió las orejas hacia Stevie y miró por el rabillo del ojo, pero siguió sacando los dientes para que las espinas no le rascaran lastimaran los labios. Stevie caminó despacio y con cuidado hacia Eddie, empleando un tono suave, persuasivo; y ya estaba a punto de alcanzar la vieja cuerda harapienta alrededor del cuello del animal cuando Eddie decidió asustarse. Se deslizó hacia el otro lado del banco, derribando a Stevie sobre la arena áspera.

—¡Maldición, Eddie! —gritó, levantándose—. Vuelve aquí. Tenemos que irnos. Mami se va a enojar con nosotros. ¡No seas tan malo!

Eddie agitó su cola fibrosa como si estuviera asustado. Trató de trepar por la orilla casi recta. Sus patas delanteras la arañaron, y sus patas traseras patearon la arena. Luego se deslizó en cuatro patas y se quedó allí, con la cabeza apoyada contra la orilla, sin moverse en absoluto.

Stevie se acercó a él muy despacio y comenzó a tomar la vieja cuerda. Luego vio dónde estaba parado Eddie:

—Ay, Eddie —dijo, agachándose en la arena—. Mira lo que hiciste. Pateaste toda mi magia. Dejaste salir a la Oscuridad. ¡Ahora no tengo nada que Arnold no tenga!

Se puso de pie y golpeó el costado de Eddie con una mano. Pero Eddie se quedó allí parado y su flanco se sintió raro, un poco rígido y frío.

—¡Eddie! —Stevie tiró de la cuerda y la cabeza de Eddie se volvió, temblorosa, como una puerta vieja.

Entonces los pies de Eddie se movieron, pero muy lento, hasta que Eddie se dio la vuelta.

—¿Qué te pasa, Eddie?

Stevie puso su mano sobre la nariz de Eddie y lo miró de cerca. Algo andaba mal con los ojos del burro. Todavía eran grandes y oscuros, pero ahora no parecían ver a Stevie ni a nada, parecían vacíos. Y mientras Stevie los miraba, apareció una negrura ondulante en ellos, como humo saliendo por una rendija, y de repente los ojos comenzaron a ver de nuevo. Stevie comenzó a retroceder, con las manos extendidas frente a él.

—Eddie —susurró—. Eddie, ¿qué te pasa?

Y Eddie lo siguió, pero no como Eddie, no con pies rápidos que pateaban la arena en pequeños chorros, sino lento y horrible, las dos piernas de un lado juntas, luego las dos piernas del otro lado, como un caballete o algo así, como algo que no estaba acostumbrado a andar en cuatro patas. El corazón de Stevie comenzó a latir con fuerza debajo de su camiseta y retrocedió más rápido.

—Eddie, Eddie —suplicó—. No lo hagas, Eddie. No actúes así. Sé bueno. Tenemos que volver a casa.

Pero Eddie siguió acercándose, cada vez más rápido, sus piernas se aflojaron para que funcionaran mejor y sus ojos miraban fijamente a Stevie.

Stevie retrocedió hasta que se topó con un gran y viejo tronco de álamo que el agua trajo después de la última tormenta. Se escondió detrás de él. Eddie siguió arrastrando los pies por la arena hasta que también corrió hacia el tronco, pero sus pies siguieron moviéndose, incluso cuando no pudo ir más lejos. Stevie extendió una mano temblorosa para acariciar la nariz de Eddie. Pero la retiró y miró fijamente al burro a través del tronco. Y Eddie le devolvió la mirada con los ojos muy abiertos y brillantes, como un relámpago silencioso.

Stevie tragó la sequedad en su garganta y luego lo supo.

—¡La Oscuridad! —susurró—. La Oscuridad. Se escapó. ¡Se metió en Eddie!

Se volvió y comenzó a correr, arrinconado como un gatito, por el banco de arena. Eddie emitió un grito espantoso. Stevie miró hacia atrás y vio a Eddie, el Oscuro, que venía detrás de él, solo que sus piernas funcionaban mejor ahora y su gran boca estaba muy abierta, con los grandes dientes amarillos todos húmedos y brillantes.

La arena chupaba los pies de Stevie y lo hacía tropezar. Tropezó con algo y se cayó. Se levantó de nuevo y sus manos salpicaron mientras se revolvía. La zona más pantanosa se acercaba, pensó Stevie, hasta que advirtió que ya estaba en ella.

Podía oír a Eddie chapoteando detrás de él. Stevie miró hacia atrás, gritó y corrió hacia la orilla. El rostro de Eddie ya no era Eddie. La boca parecía llena de oscuridad retorcida y sus piernas habían aprendido cómo corre un burro, tal es así que ahora Eddie podía dejar atrás a Stevie cualquier día de la semana. El agua estaba subiendo y podía sentir cómo agarraba sus pies y succionaba la arena debajo de él a cada paso que daba.

En algún lugar lejano escuchó a mamá gritarle:

—¡Stevie! ¡Sal de ahí!

Entonces Stevie trepó por la empinada ladera, con barro en sus manos y la fina tierra limosa en sus ojos. Podía oír a Eddie venir mientras oía a mamá:

—¡Eddie!

Y allí estaba Eddie tratando de subir por la orilla detrás de él, con la boca ancha y babeando.

Entonces Stevie se enojó.

—¡Maldición, vieja Oscuridad! —gritó—. ¡Deja a Eddie en paz!

Estaba colgado de los arbustos con una mano, pero buscó en su bolsillo con la otra. Miró hacia abajo, su preciosa pieza de bolsillo: dos pedazos de palitos de helado atados entre sí para que parecieran un poco un avión, y en la parte superior, torcida y desaliñada, las letras mágicas INRI.

Stevie la apretó con fuerza, y luego gritó y se lo tiró directamente a la garganta de Eddie, directamente a la turbulenta y desagradable negrura del interior de Eddie.

Hubo un grito espantoso y un gran rugido. Stevie perdió el agarre del arbusto y cayó al agua rugiente. Entonces mamá llegó y logró recogerlo. Gritaba su nombre una y otra vez mientras caminaba hacia un lugar bajo en la orilla. El agua se enroscaba por encima de sus rodillas, haciéndola tambalear.

Stevie se agarró fuerte y gritó:

—¡Eddie! ¡Eddie! ¡Esa malvada Oscuridad! ¡Me hizo usar toda mi magia! ¡Oh, mami, mami! ¿Dónde está Eddie?

Y él y mamá lloraron juntos en la arena pegajosa de la orilla mientras las aguas de la inundación rugían y retumbaban hacia el río, llevándose a Eddie, barriendo el banco de arena de orilla a orilla.

Zenna Henderson (1917-1983)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Zenna Henderson.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Zenna Henderson: Stevie y la Oscuridad (Stevie and the Dark), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

5 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

La madre de Eddie se comporta muy distinto a personajes adultos, en historias de otros autores. No tiene la incredulidad. Y entiende a su hijo.

Mr. K dijo...

Les juro que éste es el mejor blog que existe en todo internet. Cada noche vengo a leer, llevo meses acá, es perfecto. Sé que jamás comento pero acá estoy, leyendo desde las sombras.
A quien hace este blog posible: por favor continúa así, hablemos much@s que apreciamos con todo el corazón el tiempo y el trabajo que realizas 🥰
Mucho amor y bendiciones para vos 🥰

luis dijo...

Exelente relato y muy acertada la foto de la portada,como bien explicas en los spoilers la historia en si al ser relatada desde el punto de vista infantil es muy ambivalente, yo diría quizás truculento, casi a la altura de otra vuelta de tuerca, espero con ansias el próximo relato, un saludo sebastian.

Cele dijo...

Ni hablar de los que disfrutamos de su selección de relatos hace años. No sería la primera vez (ni la quinta) que King toma un buen cuento y lo convierte en una novela adictiva y emocionante.

Andrea dijo...

Creo que la magia de los talismanes no radicaba en las piedras o en el propio niño, sino en los dibujos, esas X funcionaban como cruces, y las piedras debían formar también una forma de cruz. ¡Excelente relato, gracias por el trabajo de rescatarlo y compartirlo!



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