Drácula era menos inteligente de lo que creíamos


Drácula era menos inteligente de lo que creíamos.




Nadie se atreverá a negar que Drácula era un sujeto educado, culto y, por lo tanto, muy inteligente, al menos lo suficiente como para sobrevivir ileso durante varios siglos. Sin embargo, el propio Bram Stoker es ambiguo acerca de la inteligencia de Drácula, proporcionando información que asegura una cosa para luego ser refutada en capítulos posteriores (ver: ¡Este hombre me pertenece!)

Jonathan Harker es el único personaje que puede dar cuenta de conde Drácula en su ámbito natural: su castillo [ver: Una exploración literaria por el Castillo de Drácula]. Allí, en varias ocasiones, Harker lo encuentra leyendo en su biblioteca, verdaderamente enfrascado en sus estudios y mostrando amplios conocimientos sobre historia cuando se lo interroga a respecto. Por otro lado, el Conde aprendió a hablar inglés por su cuenta, y de manera muy fluida, algo que indudablemente prueba que estamos ante un vampiro muy inteligente (ver: El «Drácula» de Stoker NO está inspirado en Vlad Tepes)

Sin embargo, ya en el ocaso de la novela, Mina Harker (ver: Mina y Lucy: la ideología de género en «Drácula») hace la siguiente afirmación:


El conde es un criminal, y posee los atributos físicos del tipo criminal. Nordau y Lombroso lo clasificarían así y, como criminal, tiene un cerebro imperfectamente formado.


Aquí, Mina Harker se refiere a Max Nordau y Césare Lombroso, y particularmente al libro: Hombre criminal (Crimina Man), de 1876, el cual esencialmente aventura la teoría peregrina de que determinados rasgos físicos condicionan la personalidad de un sujeto. En otras palabras, un criminal no adquiere determinados rasgos como consecuencia de sus actividades deshonestas, sino que esos mismos rasgos lo condicionan para llevar a cabo sus tropelías (ver: El Drácula de Coppola y las cloacas de Stoker).

Lo mismo aseguran Nordau y Lombroso acerca de la estupidez, la lujuria, la avaricia, la degeneración. Cada desviación del ideal de comportamiento, entonces, se debe a la presencia de ciertos rasgos físicos de los que el sujeto no puede escapar, y que en gran medida condicionan su destino (ver: «Drácula» habría sido la novela favorita de Nietzsche).

La idea es absurda, desde luego, pero a finales del siglo XIX tenía gran popularidad, y Drácula explora esos conceptos en la figura del Conde (ver: Strigoi: los vampiros que inspiraron la leyenda de Drácula).

Ahora bien, ¿cuál era exactamente el aspecto de Drácula? (ver: Drácula visita Salem's Lot)

El primero en describir al conde es Jonathan Harker, y lo hace en términos bastante elogiosos:


La inmensa puerta se abrió hacia adentro. En ella apareció un hombre alto, ya viejo, nítidamente afeitado, a excepción de un largo bigote blanco, y vestido de negro de la cabeza a los pies, sin ninguna mancha de color en ninguna parte.


Pero luego añade:


Su cara era fuerte, muy fuerte, aguileña, con un puente muy marcado sobre la fina nariz y sus ventanas peculiarmente arqueadas; con una frente alta y despejada, y el pelo gris que le crecía escasamente alrededor de las sienes, pero profusamente en otras partes. Sus cejas eran muy espesas, casi se encontraban en el entrecejo, y con un pelo tan abundante que parecía encresparse por su misma profusión.


Aquí la descripción que hace Harker del conde Drácula va adquiriendo matices más inquietantes, y también asociados al tipo de personalidad que Nordau y Lombroso clasifican como degenerado (ver: Las fantasías privadas de Bram Stoker)


La boca, por lo que podía ver de ella bajo el tupido bigote, era fina y tenía una apariencia más bien cruel, con unos dientes blancos peculiarmente agudos; éstos sobresalían sobre los labios, cuya notable rudeza mostraba una singular vitalidad en un hombre de su edad. En cuanto a lo demás, sus orejas eran pálidas y extremadamente puntiagudas en la parte superior; el mentón era amplio y fuerte, y las mejillas firmes, aunque delgadas. La tez era de una palidez extraordinaria.


Más adelante, en el mismo capítulo, Harker añade algunos rasgos que ponen en evidencia la naturaleza degenerada, y por lo tanto inferior, de Drácula [ver: El «cerebro infantil» de Drácula]:


Entre tanto, había notado los dorsos de sus manos mientras descansaban sobre sus rodillas a la luz del fuego, y me habían parecido bastante blancas y finas; pero viéndolas más de cerca, no pude evitar notar que eran toscas, anchas y con dedos rechonchos. Cosa rara, tenían pelos en el centro de la palma. Las uñas eran largas y finas, y recortadas en aguda punta. Cuando el conde se inclinó hacia mí y una de sus manos me tocó, no pude reprimir un escalofrío. Pudo haber sido su aliento, que era fétido, pero lo cierto es que una terrible sensación de náusea se apoderó de mí.


Es decir que, por un lado, Drácula es capaz de aprender la gramática inglesa, y ejecutar un frondoso vocabulario, pero por el otro es incapaz de articular engaños más bien elementales (ver: Drácula y las mujeres)

Durante el primer encuentro, Harker se da cuenta que el cochero que lo llevó al castillo, cuyo rostro no pudo ver, era en realidad Drácula. Lo deduce porque el apretón de manos de ambos es idéntico. También descubre que no hay sirvientes en el castillo, con lo cual es el propio Conde quien prepara los alimentos y asea su habitación, actividades que no tienen nada de indigno, pero que parecen impropias de un vampiro.

Regresemos ahora a las impresiones de Mina Harker, por cierto, hechas cuando está bajo la influencia hipnótica de Drácula (ver: El enlace entre el Vampiro y su víctima); es decir, cuando no está en absoluta posesión de sus capacidades intelectuales:


El conde es un criminal, y como criminal tiene un cerebro imperfectamente formado. Así, cuando se encuentra en dificultades, debe refugiarse en los hábitos. Su pasado es un indicio, y la única página de él que conocemos, de sus propios labios, nos dice que en una ocasión, antes, cuando se encontraba en lo que el señor Morris llamaría una difícil situación, regresó a su propio país de la tierra que había ido a invadir y, entonces, sin perder de vista sus fines, se preparó para un nuevo esfuerzo. Volvió otra vez, mejor equipado para llevar a cabo aquel trabajo, y venció. Así, fue a Londres, a invadir una nueva tierra. Fue derrotado, y cuando perdió toda esperanza de triunfo y vio que su existencia estaba en peligro, regresó por el mar hacia su hogar; exactamente como antes había huido sobre el Danubio, procedente de tierras turcas.


Buena parte de las conclusiones de Mina se basan en las descripciones que Jonathan Harker había hecho anteriormente sobre los atributos fisionómicos del conde, las cuales conducen inevitablemente a una sola conclusión: Drácula es un ser degenerado, cuya criminalidad innata denota un intelecto inferior (ver: Por qué Drácula nunca pudo enamorarse de Mina).

La referencia de Mina a Max Nordau agrava todavía más la condición de degenerado del Conde al alinearlo con los preocupantes rasgos y síntomas típicos del aristócrata disoluto de fines del siglo XIX.

Este tipo de teorías dan forma al Drácula de Bram Stoker, y también proporcionan un contexto más amplio para conocer la psique del Conde en términos de un individuo capaz de algunas destrezas intelectuales notables, pero que finalmente no puede escapar de su naturaleza anormal, e inferior en última instancia.

Porque es la propia naturaleza inferior de Drácula la que eventualmente lo conduce a su fin. Las acciones pensadas por un ser que tiene varios siglos de experiencia son anticipadas fácilmente por un grupo de personas sin ninguna experiencia policial, pero que son capaces de poner en marcha un tipo de inteligencia superior.

En resumen: la supremacía intelectual de Drácula solo es tal en su región natal, Transilvania, principalmente debido al carácter supersticioso de sus habitantes —Bram Stoker insiste en varias ocasiones sobre este punto—. Tampoco vive precisamente en la opulencia, sino en un castillo decrépito, sin criados, aunque con la compañía de tres bellas vampiresas (ver: Las tres novias de Drácula: la verdadera identidad de las vampiresas más famosas) y con alguna fortuna considerable en sus arcas, la cual le permite comprar varias propiedades y planear su invasión de Londres.

Esas metódicas cavilaciones, producto de un cerebro que tiene siglos sobre la faz de la tierra, finalmente demuestran ser ineficaces ante el intelecto superior del constipado victoriano promedio. Lejos de su terruño, ya en Londres, Drácula se enfrenta con algunas mentes lúcidas, como la de Van Helsing, razón por la cual la estrategia del Conde se ve reducida a escapar y ocultarse, a tal punto que debe regresar prematuramente a Transilvania, donde es ultimado por sus perseguidores.




Taller gótico. I Vampiros.


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4 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Lo curioso es que es una novela epistolar, con el subjetivo punto de vista de diversos personajes. Se puede sospechar que las observaciones son subjectivas, no lo describen como es, sino como debería verse alguien con las cualidades que le atribuyen, según los criterios de Lombros.
Y es curiosa esa afirmación de que lo criminal implica una mente inferior. Algo en que no caería Holmes, quien ha hablado de Moriarty, como un criminal y como un gran intelecto.
y Lo de instalarse en otro país, revela estrategia, astucia.

Sebastian Beringheli dijo...

Van Helsing y los demás están preocupados por las habilidades de Drácula, no por su astucia o su inteligencia. De hecho, Drácula contrata a un agente de bienes raíces para comprar propiedades en Londres (Harker); acto seguido, ataca a la amiga y a la novia del agente, la única persona que sabe dónde están esas propiedades y, por lo tanto, la única que puede ubicarlas fácilmente. Para colmo, decide no matar al agente, sino encarcelarlo con tres vampiresas que solo puede custodiarlo durante la noche. Como plan maestro deja mucho que desear.

Sebastian Beringheli dijo...

Ese es el punto del artículo. Nadie dice que Drácula sea un imbécil, pero ciertamente no es una gran mente criminal.

Unknown dijo...

No le hace falta ser una gran mente criminal.



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