«El enigma»: Walter de la Mare; relato y análisis.
«Estas cosas le trajeron a la memoria a su madre,
que con su resplandeciente vestido blanco solía leerle al anochecer.
Se metió al baúl; y la tapa se cerró suavemente sobre él.»
que con su resplandeciente vestido blanco solía leerle al anochecer.
Se metió al baúl; y la tapa se cerró suavemente sobre él.»
El enigma (The Riddle) es un relato de terror del escritor inglés Walter de la Mare (1873-1956), publicado originalmente en la edición de febrero de 1903 de la revista Monthly Review, y luego reeditado en la antología de 1947: Cuentos recopilados para niños (Collected Stories for Children).
El Enigma, uno de los mejores cuentos de Walter de la Mare, relata la historia de siete niños huérfanos que van a vivir con su abuela. Son libres de vivir sin reglas en la enorme mansión, siempre y cuando se mantengan alejados del cuarto de invitados, donde se encuentra un baúl con propiedades asombrosas.
El Enigma comienza como un cuento de hadas moderno, tal es así que uno espera encontrar el clásico «y vivieron felices para siempre al final»; sin embargo, pronto se hace evidente que la voz temblorosa de la abuela delata algo más que su avanzada edad: a medida que pasan los años, los niños desaparecen uno a uno en el baúl [ver: Los cuentos de hadas no son para chicos]
Aunque nunca se hace explícito, podemos deducir que los niños han ido a vivir con su abuela debido a la muerte de sus padres [la anciana dice que sus caritas le recuerdan a la de su hijo Harry]. Ella les informa que pueden ir a verla dos veces al día, por la mañana y por la noche. El resto del tiempo tienen libertad para recorrer la casa y los terrenos aledaños, con la excepción del gran dormitorio de invitados, donde hay un viejo baúl de roble [más viejo que la propia abuela de la anciana]. El Narrador no lo dice explícitamente, pero por su descripción podemos pensar que el baúl está decorado como un ataúd.
Cada niño tiene una personalidad definida, que se expresa en sus respectivos estilos de juego. Y es durante sus juegos que el baúl comienza a atraerlos uno a uno. Harry es el primero. Al abrir el cofre, encuentra algo extrañamente seductor que le recuerda a su madre, así que se mete dentro y la tapa se cierra sola. Cuando sus hermanos le cuentan a la abuela sobre la desaparición de Harry, ella responde:
«Entonces debe irse por un tiempo... Pero recuerden, todos ustedes, no se entrometan con el baúl de roble.»
Ann es la última niña que se ve atraída por el baúl, y camina hacia él como en un sueño, como si la llevaran de la mano.
Si El Enigma es un cuento de hadas [y creo que lo es a su manera], la Abuela evidentemente no es el Hada Madrina que dispensa obsequios y dones mágicos, sino la Bruja que seduce a los niños [ver: Mæra: la bruja de todos los cuentos de hadas]. De hecho, ésa parece ser la respuesta al enigma; pero las cosas nunca son tan simples con Walter de la Mare: la Abuela no rejuvenece mágicamente con cada desaparición [como ocurriría en un cuento mediocre], y al final, cuando todos los niños han desaparecido y ella vuelve a estar sola en la casa, entra en el cuarto de invitados, y parece olvidar todo lo sucedido, incluso a sus nietos:
«Apoyó la mano en el marco de la puerta y miró hacia el reluciente cuadrado de la ventana en la silenciosa penumbra. Pero no podía ver muy lejos, porque su vista estaba borrosa y la luz del día era débil. Tampoco podía percibir la leve fragancia, como de hojas otoñales. Pero en su mente había una maraña de recuerdos: risas y lágrimas, y niños pequeños que ahora no estaban.»
Estas son las pistas que tenemos para resolver el enigma que plantea Walter de la Mare. ¿Será que los niños están siendo «transferidos» a un plano de existencia diferente después de la muerte de sus padres? La gran casona parece un espacio intermedio, liminal, debido a la ausencia de reglas terrenales. Después de todo, los niños son libres, no tienen obligaciones; excepto saludar a la Abuela dos veces al día y no abrir el baúl.. Durante un tiempo viven en este espacio intermedio y, cuando están listos, son llamados por el baúl, y ascienden o se reincorporan a otro plano. La Abuela, que se queda atrás, no puede hacer su duelo por su hijo muerto, por lo que se queda eternamente donde está. Al final, ella ni siquiera puede ver el baúl.
Es evidente que el baúl está enviando a los niños a otro lugar. No funciona exactamente como el ropero de C.S. Lewis, donde los niños son transportados físicamente a otro mundo, Narnia [especie de turismo de ultratumba], pero posee algunas propiedades singulares. Por ejemplo, los niños en El Enigma siempre son «llamados» por el baúl cuando están utilizando su imaginación: o bien interpretando un papel en sus juegos infantiles, o bien soñando. Más que una guardiana, la Abuela parece estar atrapada en este reino intermedio, perdiendo la memoria progresivamente hasta que sólo le queda el vago recuerdo de su hijo y un baúl peligroso; pero incluso esto se pierde al final.
Por otro lado, el baúl [con forma de ataúd] podría ser un símbolo de la muerte, y por lo tanto algo cuyo llamado es inevitable. La Abuela sabe que los niños morirán, pero no puede cambiar el momento o la naturaleza de su muerte.
Cuando se publicó esta historia, la mayoría de los críticos asumió que la Abuela está alimentando al baúl con los niños, y que probablemente también sacrificó a su propio hijo. Pero, ¿qué obtiene ella de este proceso? No se hace más joven, no pasa la «maldición» a alguien más, ni parece querer irse del lugar. ¿Seguir viviendo? Quizás, aunque en el transcurso de la historia la vemos deteriorarse. Entonces, ¿el baúl le otorga una vida antinaturalmente larga? Recibe recuerdos nuevos y coloridos de los niños, pero luego los olvida.
No estoy seguro de nada de todo esto. Todas las respuestas al «enigma» parecen demasiado simples, pero a veces las respuestas simples terminan siendo las correctas. Walter de la Mare podría estar hablando del enigma de la muerte, que todos deberíamos intentar evitar [como al baúl de la Abuela], pero que tarde o temprano nos terminará llamando, y responderemos, no importa qué tan inmersos estemos en nuestras fantasías, juegos e ilusiones mundanas.
Los relatos de Walter de la Mare son cuentos de hadas disfrrazados de preocupaciones modernas. En todas sus historias encontramos el mismo patrón: el mundo cotidiano en el que vivimos, nuestras experiencias terrenales, son un velo que nos separa del mundo real. Ahora bien, no es necesario atravesar un ropero mágico para acceder a esta realidad, más bien, el velo puede perforarse a través de los sueños y el cultivo de la imaginación. En este sentido, entre la realidad que conocemos y el mundo real [más allá de nuestros sentidos] no existe, según palabras de Walter de la Mare, «ningún abismo infranqueable». Sólo necesitamos dar un paso en la dirección correcta.
El Enigma es un cuento de hadas, insisto, porque desmiente una realidad subyacente. Esboza la textura de la experiencia humana normal con exquisito detalle, construye su estructura con tal lucidez que el lector se sorprende al encontrar el horror dentro de lo que es aparentemente mundano, «normal». En las historias de Walter de la Mare, el velo que nos separa del «otro lado» es sumamente delgado. Pensemos, por ejemplo, en Los oyentes (The Listeners), donde un viajero solitario se adentra en un bosque y siente que hay algo allí, algo opresivo. Pregunta en voz alta: «¿hay alguien ahí?», y sólo responde el silencio, que en este caso no significa ausencia, sino la presencia de los «oyentes», los mudos espíritus del bosque. En definitiva, el lector debe decidir cuál es el significado del baúl prohibido. Lo único que sabemos con certeza es que, en El Enigma, la infancia y la vejez no son extremos, sino los estados de la vida en los que más cerca nos encontramos del misterio de nuestro orígen y destino.
El enigma.
The Riddle, Walter de la Mare (1873-1956)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Así que estos siete niños, Ann y Matilda, James, William y Henry, Harriet y Dorothea, fueron a vivir con su abuela. La casa fue construida en la época georgiana. No era una casa bonita, pero sí espaciosa, sólida y cuadrada; y un olmo extendía sus ramas casi hasta las ventanas.
Cuando los niños salieron del coche (cinco atrás y dos al lado del conductor), fueron llevados ante su abuela. Se pararon en un pequeño grupo delante de la anciana, sentada en su ventana salediza. Y ella les preguntó a cada uno sus nombres, y repitió cada nombre con su voz amable y temblorosa. Luego a uno le dio una caja de herramientas, a William una navaja, a Dorothea una pelota pintada; a cada uno un regalo según la edad. Y besó a todos sus nietos, hasta al más pequeño.
—Queridos míos —dijo—, deseo verlos a todos alegres y brillantes en mi casa. Soy una mujer mayor, así que no puedo jugar con ustedes, pero Ann y la señora Fenn los cuidará. Y todas las mañanas y todas las tardes vendrán a verme y me traerán caras sonrientes que me recuerden a mi propio hijo Harry. Pero el resto del día, cuando termine la escuela, harán lo que les plazca, queridos míos. Hay una sola cosa, sólo una, que quiero que recuerden. En el gran dormitorio de invitados hay en un rincón un viejo baúl roble; sí, más viejo que yo, queridos, mucho más viejo; más viejo que mi abuela. Jueguen en cualquier otro lugar de la casa, pero no allí.
Les habló a todos con dulzura, sonriéndoles; pero era muy mayor y sus ojos parecían no ver nada de este mundo.
Y los siete niños, aunque al principio se sentían tristes y extraños, pronto empezaron a sentirse felices, como en casa. Había mucho que les interesaba y divertía allí; todo era nuevo para ellos. Dos veces al día, por la mañana y por la tarde, iban a ver a su abuela, que cada día parecía más débil, y ella les hablaba con cariño de su madre y de su infancia, pero nunca se olvidaba de visitar su almacén de confites. Y así pasaban las semanas.
Era el crepúsculo cuando Henry subió solo las escaleras desde el cuarto de los niños para mirar el baúl de roble. Presionó los dedos sobre las frutas y flores talladas y habló a las cabezas de sonrisa oscura que estaban en las esquinas; luego, mirando por encima del hombro, abrió la tapa y miró dentro. Pero el baúl no ocultaba ningún tesoro, ni oro ni baratijas, ni había nada que alarmara la vista. El baúl estaba vacío, forrado con seda de color rosa añejo, que parecía más oscura en la penumbra y olía dulcemente a popurrí.
Y mientras Henry miraba dentro, oyó las risas suaves y el tintineo de las tazas en el cuarto de los niños, y por la ventana vio que el día oscurecía. Estas cosas le trajeron a la memoria a su madre, que con su resplandeciente vestido blanco solía leerle al anochecer. Se metió al baúl; y la tapa se cerró suavemente sobre él.
Cuando los otros seis niños se cansaron de jugar, entraron en fila en la habitación de su abuela, como de costumbre, para darle las buenas noches. Ella los miró entre las velas como si no estuviera segura de algo en sus pensamientos. Al día siguiente, Ann le dijo a su abuela que Henry no estaba por ningún lado.
—Dios mío, niño. Entonces debe irse por un tiempo —dijo la anciana. Hizo una pausa—. Pero recuerden todos ustedes, no se entrometan con el baúl de roble.
Pero Matilda no podía olvidar a su hermano Henry, pues no encontraba placer en jugar sin él. Así que se quedaba en la casa pensando dónde podría estar. Llevaba su muñeca de madera en sus brazos desnudos, cantando en voz baja todo lo que podía inventar sobre él. Y cuando una mañana clara se asomó al baúl, no volvió a verse, tal como el propio Henry.
Así que Ann, James, William, Harriet y Dorothea se quedaron en casa para jugar juntos.
—Algún día tal vez regresen con ustedes, queridos míos —dijo su abuela—, o tal vez ustedes vayan con ellos. Hagan caso de mi advertencia lo mejor que puedan.
Harriet y William eran amigos y fingían ser novios, mientras que a James y Dorothea les gustaban los juegos salvajes de caza, pesca y batallas.
Una tarde silenciosa de octubre, Harriet y William conversaban en voz baja mientras contemplaban los verdes campos desde el tejado. Oyeron el chillido y los saltos de un ratón detrás de ellos en la habitación. Fueron juntos a buscar el pequeño agujero oscuro por donde había salido. Pero al no encontrar ningún agujero, empezaron a tocar la talla del baúl y a ponerle nombre a las cabezas de sonrisas oscuras, tal como lo había hecho Henry.
—¡Ya sé! Vamos a fingir que tú eres la Bella Durmiente, Harriet —dijo William—, y yo seré el Príncipe que se abre paso entre las espinas y entra.
Harriet miró a su hermano con dulzura y extrañeza, pero se metió en el baúl y se acostó, fingiendo estar profundamente dormida. William se puso en puntas de pie y, al ver lo grande que era el baúl, entró para besar a la Bella Durmiente y despertarla de su tranquilo sueño. Lentamente, la tapa tallada giró sobre sus silenciosas bisagras. Sólo el ruido de James y Dorothea llegaba a veces para hacer que Ann se distrajera de su libro.
Pero su abuela estaba muy débil, tenía la vista borrosa y el oído extremadamente malo.
La nieve caía en el aire quieto sobre el tejado. Dorothea era un pez en el baúl de roble, y James estaba de pie sobre el agujero en el hielo, blandiendo un bastón como arpón, fingiendo ser un esquimal. La cara de Dorothea estaba roja, y sus ojos salvajes brillaban a través de su pelo enmarañado. Y James tenía un rasguño torcido en la mejilla.
—Debes luchar, Dorothea, y luego nadaré de regreso y te sacaré. ¡Date prisa! —gritó entre risas mientras lo arrastraban hacia el baúl abierto.
Y la tapa se cerró suave y delicadamente como antes.
Ann, abandonada a sí misma, era demasiado mayor para preocuparse por las ciruelas confitadas, pero iría sola a darle las buenas noches a su abuela. La anciana la miró con nostalgia por encima de sus anteojos.
—Bueno, querida —dijo con la cabeza temblorosa, y tomó su mano entre las suyas—. ¡Qué viejas solitarias somos!
Ann besó la suave y relajada mejilla de su abuela. Dejó a la anciana sentada en su sillón, con las manos sobre las rodillas y la cabeza vuelta hacia ella.
Cuando Ann se iba a la cama, solía sentarse a leer su libro a la luz de las velas. Encogía las rodillas bajo las sábanas y apoyaba el libro sobre ellas. Su historia era sobre hadas y gnomos, y la suave luz de la luna que fluía del relato parecía iluminar las páginas blancas. Podía oír con su fantasía voces de hadas, tan silenciosa estaba la gran casa de muchas habitaciones y tan dulces eran las palabras de la historia. En ese momento apagó la vela y, con una confusa babel de voces cerca de su oído y tenues imágenes rápidas ante sus ojos, se quedó dormida.
En medio de la noche se levantó de la cama en sueños, con los ojos bien abiertos pero sin ver nada de la realidad. Avanzó en silencio por la casa vacía. Pasó junto a la habitación donde su abuela roncaba en un breve y profundo sueño, y caminó con paso ligero y seguro por la amplia escalera. La estrella Vega, que brillaba a lo lejos, estaba frente a la ventana, sobre el tejado. Ann entró en la extraña habitación como si la guiara una mano hacia el baúl de roble. Allí, como si soñara que era su cama, se acostó en la vieja seda rosa, en el lugar fragante. Pero estaba tan oscuro en la habitación que el movimiento de la tapa era indistinguible.
Durante todo el día, la abuela se sentó en su ventanal. Tenía los labios fruncidos y miraba con un escrutinio vago e inquisitivo la calle por donde pasaba la gente de un lado a otro. Al atardecer subió la escalera y se detuvo en la puerta del gran dormitorio de invitados. La subida le había dificultado la respiración. Se colocó las gafas sobre la nariz. Apoyó la mano en el marco de la puerta y miró hacia el reluciente cuadrado de la ventana en la silenciosa penumbra. Pero no podía ver muy lejos, porque su vista estaba borrosa y la luz del día era débil. Tampoco podía percibir la leve fragancia, como de hojas otoñales. Pero en su mente había una maraña de recuerdos: risas y lágrimas, y niños pequeños que ahora no estaban, y la llegada de amigos y largas despedidas. Y, chismorreando entre dientes, sin poder articular palabra, la anciana dama volvió a sentarse en su asiento junto a la ventana.
Walter de la Mare (1873-1956)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Relatos góticos. I Relatos de Walter de la Mare.
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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Walter de la Mare: El enigma (The Riddle), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com