«El enigma»: Walter de la Mare; relato y análisis.


«El enigma»: Walter de la Mare; relato y análisis.




«Estas cosas le trajeron a la memoria a su madre,
que con su resplandeciente vestido blanco solía leerle al anochecer.
Se metió al baúl; y la tapa se cerró suavemente sobre él.»



El enigma (The Riddle) es un relato de terror del escritor inglés Walter de la Mare (1873-1956), publicado originalmente en la edición de febrero de 1903 de la revista Monthly Review, y luego reeditado en la antología de 1947: Cuentos recopilados para niños (Collected Stories for Children).

El Enigma, uno de los mejores cuentos de Walter de la Mare, relata la historia de siete niños huérfanos que van a vivir con su abuela. Son libres de vivir sin reglas en la enorme mansión, siempre y cuando se mantengan alejados del cuarto de invitados, donde se encuentra un baúl con propiedades asombrosas.

El Enigma comienza como un cuento de hadas moderno, tal es así que uno espera encontrar el clásico «y vivieron felices para siempre al final»; sin embargo, pronto se hace evidente que la voz temblorosa de la abuela delata algo más que su avanzada edad: a medida que pasan los años, los niños desaparecen uno a uno en el baúl [ver: Los cuentos de hadas no son para chicos]

Aunque nunca se hace explícito, podemos deducir que los niños han ido a vivir con su abuela debido a la muerte de sus padres [la anciana dice que sus caritas le recuerdan a la de su hijo Harry]. Ella les informa que pueden ir a verla dos veces al día, por la mañana y por la noche. El resto del tiempo tienen libertad para recorrer la casa y los terrenos aledaños, con la excepción del gran dormitorio de invitados, donde hay un viejo baúl de roble [más viejo que la propia abuela de la anciana]. El Narrador no lo dice explícitamente, pero por su descripción podemos pensar que el baúl está decorado como un ataúd.

Cada niño tiene una personalidad definida, que se expresa en sus respectivos estilos de juego. Y es durante sus juegos que el baúl comienza a atraerlos uno a uno. Harry es el primero. Al abrir el cofre, encuentra algo extrañamente seductor que le recuerda a su madre, así que se mete dentro y la tapa se cierra sola. Cuando sus hermanos le cuentan a la abuela sobre la desaparición de Harry, ella responde:


«Entonces debe irse por un tiempo... Pero recuerden, todos ustedes, no se entrometan con el baúl de roble.»


Ann es la última niña que se ve atraída por el baúl, y camina hacia él como en un sueño, como si la llevaran de la mano.

Si El Enigma es un cuento de hadas [y creo que lo es a su manera], la Abuela evidentemente no es el Hada Madrina que dispensa obsequios y dones mágicos, sino la Bruja que seduce a los niños [ver: Mæra: la bruja de todos los cuentos de hadas]. De hecho, ésa parece ser la respuesta al enigma; pero las cosas nunca son tan simples con Walter de la Mare: la Abuela no rejuvenece mágicamente con cada desaparición [como ocurriría en un cuento mediocre], y al final, cuando todos los niños han desaparecido y ella vuelve a estar sola en la casa, entra en el cuarto de invitados, y parece olvidar todo lo sucedido, incluso a sus nietos:


«Apoyó la mano en el marco de la puerta y miró hacia el reluciente cuadrado de la ventana en la silenciosa penumbra. Pero no podía ver muy lejos, porque su vista estaba borrosa y la luz del día era débil. Tampoco podía percibir la leve fragancia, como de hojas otoñales. Pero en su mente había una maraña de recuerdos: risas y lágrimas, y niños pequeños que ahora no estaban.»


Estas son las pistas que tenemos para resolver el enigma que plantea Walter de la Mare. ¿Será que los niños están siendo «transferidos» a un plano de existencia diferente después de la muerte de sus padres? La gran casona parece un espacio intermedio, liminal, debido a la ausencia de reglas terrenales. Después de todo, los niños son libres, no tienen obligaciones; excepto saludar a la Abuela dos veces al día y no abrir el baúl.. Durante un tiempo viven en este espacio intermedio y, cuando están listos, son llamados por el baúl, y ascienden o se reincorporan a otro plano. La Abuela, que se queda atrás, no puede hacer su duelo por su hijo muerto, por lo que se queda eternamente donde está. Al final, ella ni siquiera puede ver el baúl.

Es evidente que el baúl está enviando a los niños a otro lugar. No funciona exactamente como el ropero de C.S. Lewis, donde los niños son transportados físicamente a otro mundo, Narnia [especie de turismo de ultratumba], pero posee algunas propiedades singulares. Por ejemplo, los niños en El Enigma siempre son «llamados» por el baúl cuando están utilizando su imaginación: o bien interpretando un papel en sus juegos infantiles, o bien soñando. Más que una guardiana, la Abuela parece estar atrapada en este reino intermedio, perdiendo la memoria progresivamente hasta que sólo le queda el vago recuerdo de su hijo y un baúl peligroso; pero incluso esto se pierde al final.

Por otro lado, el baúl [con forma de ataúd] podría ser un símbolo de la muerte, y por lo tanto algo cuyo llamado es inevitable. La Abuela sabe que los niños morirán, pero no puede cambiar el momento o la naturaleza de su muerte.

Cuando se publicó esta historia, la mayoría de los críticos asumió que la Abuela está alimentando al baúl con los niños, y que probablemente también sacrificó a su propio hijo. Pero, ¿qué obtiene ella de este proceso? No se hace más joven, no pasa la «maldición» a alguien más, ni parece querer irse del lugar. ¿Seguir viviendo? Quizás, aunque en el transcurso de la historia la vemos deteriorarse. Entonces, ¿el baúl le otorga una vida antinaturalmente larga? Recibe recuerdos nuevos y coloridos de los niños, pero luego los olvida.

No estoy seguro de nada de todo esto. Todas las respuestas al «enigma» parecen demasiado simples, pero a veces las respuestas simples terminan siendo las correctas. Walter de la Mare podría estar hablando del enigma de la muerte, que todos deberíamos intentar evitar [como al baúl de la Abuela], pero que tarde o temprano nos terminará llamando, y responderemos, no importa qué tan inmersos estemos en nuestras fantasías, juegos e ilusiones mundanas.

Los relatos de Walter de la Mare son cuentos de hadas disfrrazados de preocupaciones modernas. En todas sus historias encontramos el mismo patrón: el mundo cotidiano en el que vivimos, nuestras experiencias terrenales, son un velo que nos separa del mundo real. Ahora bien, no es necesario atravesar un ropero mágico para acceder a esta realidad, más bien, el velo puede perforarse a través de los sueños y el cultivo de la imaginación. En este sentido, entre la realidad que conocemos y el mundo real [más allá de nuestros sentidos] no existe, según palabras de Walter de la Mare, «ningún abismo infranqueable». Sólo necesitamos dar un paso en la dirección correcta.

El Enigma es un cuento de hadas, insisto, porque desmiente una realidad subyacente. Esboza la textura de la experiencia humana normal con exquisito detalle, construye su estructura con tal lucidez que el lector se sorprende al encontrar el horror dentro de lo que es aparentemente mundano, «normal». En las historias de Walter de la Mare, el velo que nos separa del «otro lado» es sumamente delgado. Pensemos, por ejemplo, en Los oyentes (The Listeners), donde un viajero solitario se adentra en un bosque y siente que hay algo allí, algo opresivo. Pregunta en voz alta: «¿hay alguien ahí?», y sólo responde el silencio, que en este caso no significa ausencia, sino la presencia de los «oyentes», los mudos espíritus del bosque. En definitiva, el lector debe decidir cuál es el significado del baúl prohibido. Lo único que sabemos con certeza es que, en El Enigma, la infancia y la vejez no son extremos, sino los estados de la vida en los que más cerca nos encontramos del misterio de nuestro orígen y destino.




El enigma.
The Riddle, Walter de la Mare (1873-1956)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Así que estos siete niños, Ann y Matilda, James, William y Henry, Harriet y Dorothea, fueron a vivir con su abuela. La casa fue construida en la época georgiana. No era una casa bonita, pero sí espaciosa, sólida y cuadrada; y un olmo extendía sus ramas casi hasta las ventanas.

Cuando los niños salieron del coche (cinco atrás y dos al lado del conductor), fueron llevados ante su abuela. Se pararon en un pequeño grupo delante de la anciana, sentada en su ventana salediza. Y ella les preguntó a cada uno sus nombres, y repitió cada nombre con su voz amable y temblorosa. Luego a uno le dio una caja de herramientas, a William una navaja, a Dorothea una pelota pintada; a cada uno un regalo según la edad. Y besó a todos sus nietos, hasta al más pequeño.

—Queridos míos —dijo—, deseo verlos a todos alegres y brillantes en mi casa. Soy una mujer mayor, así que no puedo jugar con ustedes, pero Ann y la señora Fenn los cuidará. Y todas las mañanas y todas las tardes vendrán a verme y me traerán caras sonrientes que me recuerden a mi propio hijo Harry. Pero el resto del día, cuando termine la escuela, harán lo que les plazca, queridos míos. Hay una sola cosa, sólo una, que quiero que recuerden. En el gran dormitorio de invitados hay en un rincón un viejo baúl roble; sí, más viejo que yo, queridos, mucho más viejo; más viejo que mi abuela. Jueguen en cualquier otro lugar de la casa, pero no allí.

Les habló a todos con dulzura, sonriéndoles; pero era muy mayor y sus ojos parecían no ver nada de este mundo.

Y los siete niños, aunque al principio se sentían tristes y extraños, pronto empezaron a sentirse felices, como en casa. Había mucho que les interesaba y divertía allí; todo era nuevo para ellos. Dos veces al día, por la mañana y por la tarde, iban a ver a su abuela, que cada día parecía más débil, y ella les hablaba con cariño de su madre y de su infancia, pero nunca se olvidaba de visitar su almacén de confites. Y así pasaban las semanas.

Era el crepúsculo cuando Henry subió solo las escaleras desde el cuarto de los niños para mirar el baúl de roble. Presionó los dedos sobre las frutas y flores talladas y habló a las cabezas de sonrisa oscura que estaban en las esquinas; luego, mirando por encima del hombro, abrió la tapa y miró dentro. Pero el baúl no ocultaba ningún tesoro, ni oro ni baratijas, ni había nada que alarmara la vista. El baúl estaba vacío, forrado con seda de color rosa añejo, que parecía más oscura en la penumbra y olía dulcemente a popurrí.

Y mientras Henry miraba dentro, oyó las risas suaves y el tintineo de las tazas en el cuarto de los niños, y por la ventana vio que el día oscurecía. Estas cosas le trajeron a la memoria a su madre, que con su resplandeciente vestido blanco solía leerle al anochecer. Se metió al baúl; y la tapa se cerró suavemente sobre él.

Cuando los otros seis niños se cansaron de jugar, entraron en fila en la habitación de su abuela, como de costumbre, para darle las buenas noches. Ella los miró entre las velas como si no estuviera segura de algo en sus pensamientos. Al día siguiente, Ann le dijo a su abuela que Henry no estaba por ningún lado.

—Dios mío, niño. Entonces debe irse por un tiempo —dijo la anciana. Hizo una pausa—. Pero recuerden todos ustedes, no se entrometan con el baúl de roble.

Pero Matilda no podía olvidar a su hermano Henry, pues no encontraba placer en jugar sin él. Así que se quedaba en la casa pensando dónde podría estar. Llevaba su muñeca de madera en sus brazos desnudos, cantando en voz baja todo lo que podía inventar sobre él. Y cuando una mañana clara se asomó al baúl, no volvió a verse, tal como el propio Henry.

Así que Ann, James, William, Harriet y Dorothea se quedaron en casa para jugar juntos.

—Algún día tal vez regresen con ustedes, queridos míos —dijo su abuela—, o tal vez ustedes vayan con ellos. Hagan caso de mi advertencia lo mejor que puedan.

Harriet y William eran amigos y fingían ser novios, mientras que a James y Dorothea les gustaban los juegos salvajes de caza, pesca y batallas.

Una tarde silenciosa de octubre, Harriet y William conversaban en voz baja mientras contemplaban los verdes campos desde el tejado. Oyeron el chillido y los saltos de un ratón detrás de ellos en la habitación. Fueron juntos a buscar el pequeño agujero oscuro por donde había salido. Pero al no encontrar ningún agujero, empezaron a tocar la talla del baúl y a ponerle nombre a las cabezas de sonrisas oscuras, tal como lo había hecho Henry.

—¡Ya sé! Vamos a fingir que tú eres la Bella Durmiente, Harriet —dijo William—, y yo seré el Príncipe que se abre paso entre las espinas y entra.

Harriet miró a su hermano con dulzura y extrañeza, pero se metió en el baúl y se acostó, fingiendo estar profundamente dormida. William se puso en puntas de pie y, al ver lo grande que era el baúl, entró para besar a la Bella Durmiente y despertarla de su tranquilo sueño. Lentamente, la tapa tallada giró sobre sus silenciosas bisagras. Sólo el ruido de James y Dorothea llegaba a veces para hacer que Ann se distrajera de su libro.

Pero su abuela estaba muy débil, tenía la vista borrosa y el oído extremadamente malo.

La nieve caía en el aire quieto sobre el tejado. Dorothea era un pez en el baúl de roble, y James estaba de pie sobre el agujero en el hielo, blandiendo un bastón como arpón, fingiendo ser un esquimal. La cara de Dorothea estaba roja, y sus ojos salvajes brillaban a través de su pelo enmarañado. Y James tenía un rasguño torcido en la mejilla.

—Debes luchar, Dorothea, y luego nadaré de regreso y te sacaré. ¡Date prisa! —gritó entre risas mientras lo arrastraban hacia el baúl abierto.

Y la tapa se cerró suave y delicadamente como antes.

Ann, abandonada a sí misma, era demasiado mayor para preocuparse por las ciruelas confitadas, pero iría sola a darle las buenas noches a su abuela. La anciana la miró con nostalgia por encima de sus anteojos.

—Bueno, querida —dijo con la cabeza temblorosa, y tomó su mano entre las suyas—. ¡Qué viejas solitarias somos!

Ann besó la suave y relajada mejilla de su abuela. Dejó a la anciana sentada en su sillón, con las manos sobre las rodillas y la cabeza vuelta hacia ella.

Cuando Ann se iba a la cama, solía sentarse a leer su libro a la luz de las velas. Encogía las rodillas bajo las sábanas y apoyaba el libro sobre ellas. Su historia era sobre hadas y gnomos, y la suave luz de la luna que fluía del relato parecía iluminar las páginas blancas. Podía oír con su fantasía voces de hadas, tan silenciosa estaba la gran casa de muchas habitaciones y tan dulces eran las palabras de la historia. En ese momento apagó la vela y, con una confusa babel de voces cerca de su oído y tenues imágenes rápidas ante sus ojos, se quedó dormida.

En medio de la noche se levantó de la cama en sueños, con los ojos bien abiertos pero sin ver nada de la realidad. Avanzó en silencio por la casa vacía. Pasó junto a la habitación donde su abuela roncaba en un breve y profundo sueño, y caminó con paso ligero y seguro por la amplia escalera. La estrella Vega, que brillaba a lo lejos, estaba frente a la ventana, sobre el tejado. Ann entró en la extraña habitación como si la guiara una mano hacia el baúl de roble. Allí, como si soñara que era su cama, se acostó en la vieja seda rosa, en el lugar fragante. Pero estaba tan oscuro en la habitación que el movimiento de la tapa era indistinguible.

Durante todo el día, la abuela se sentó en su ventanal. Tenía los labios fruncidos y miraba con un escrutinio vago e inquisitivo la calle por donde pasaba la gente de un lado a otro. Al atardecer subió la escalera y se detuvo en la puerta del gran dormitorio de invitados. La subida le había dificultado la respiración. Se colocó las gafas sobre la nariz. Apoyó la mano en el marco de la puerta y miró hacia el reluciente cuadrado de la ventana en la silenciosa penumbra. Pero no podía ver muy lejos, porque su vista estaba borrosa y la luz del día era débil. Tampoco podía percibir la leve fragancia, como de hojas otoñales. Pero en su mente había una maraña de recuerdos: risas y lágrimas, y niños pequeños que ahora no estaban, y la llegada de amigos y largas despedidas. Y, chismorreando entre dientes, sin poder articular palabra, la anciana dama volvió a sentarse en su asiento junto a la ventana.

Walter de la Mare (1873-1956)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Walter de la Mare.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Walter de la Mare: El enigma (The Riddle), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

La teoría «Satanás NO fue un hermoso ángel llamado Lucifer».


La teoría «Satanás NO fue un hermoso ángel llamado Lucifer».




«El diablo está en los detalles.»



La creencia más popular sobre la caída de Satanás se basa en Isaías:


«¡Cómo has caído del cielo, oh Lucifer, hijo de la mañana! Derribado fuiste a tierra, tú que sometías a las naciones».


El pasaje continúa diciendo que Lucifer intentó elevar su trono por encima de las estrellas y ser como Dios, pero este lo arrojó a lo profundo del «abismo». La segunda fuente es Ezequiel, que compara al rey de Tiro con un poderoso ángel que se corrompió y fue arrojado a la tierra. En resumen: la teoría popular sostiene que Satanás fue un ángel llamado Lucifer, y que este «cayó» en algún momento al principio de la creación. Sin embargo, no hay nada en las Escrituras que justifique esta opinión.

El comentario de Ezequiel trata de denunciar a un hombre [el rey de Tiro] que actúa con excesivo orgullo, pero lateralmente apela a la idea de un ángel que se volvió malo y cayó de la gracia divina. Sin embargo, incluso si admitimos la posibilidad de que este pasaje hable de la caída de un ángel, en ninguna parte del Antiguo Testamento se dice que Satanás fue alguna vez un ángel llamado Lucifer.

Cada vez que nos encontramos con la palabra Lucifer en la Biblia [introducida por los Padres de la Iglesia a partir del siglo I d.C.] estamos ante la traducción latina de la palabra hebrea hêlêl, que significa «brillante», y, poéticamente, «estrella de la mañana».

El célebre pasaje de Isaías es una crítica al rey de Babilonia Nabucodonosor II, conquistador de Jerusalén, alguien que, como hêlêl [la estrella de la mañana], intenta alcanzar las alturas; sin embargo, en lugar de llegar a ser como el Altísimo, el rey es arrojado a los abismos como un simple mortal. Isaías indudablemente está hablando del rey de Babilonia, no de Satanás, porque añade que aquel «sometía» (pasado) a las naciones. Es difícil ver cómo Satanás pudo someter a naciones enteras en su caída cuando todavía no existía ninguna.

También debemos notar que hêlêl fue arrojado al «abismo», que en el Antiguo Testamento con frecuencia denota un lugar de sepultura o una prisión. Si el pasaje de Isaías describe la caída original de Satanás y su posterior encarcelamiento, ¿cómo es posible que más tarde lo encontremos acusando a Job delante de Dios en el cielo?

Si leemos estos pasajes sin estar condicionados a pensar que Satanás es Lucifer, probablemente no llegaríamos a la conclusión de que Isaías alude a la caída original de Satanás. ¿Cómo llegamos entonces a la afirmación dogmática de que Satanás fue una vez un ángel bueno llamado Lucifer?

No hay ninguna afirmación en el Nuevo Testamento, ni en los escritos de los Padres Apostólicos, de que Satanás fuera una vez un hermoso ángel, y menos aún un ángel llamado Lucifer. Las tradiciones hebreas ni siquiera hacen una conexión directa entre Satanás e Isaías; y, como ya hemos visto en El Espejo Gótico, los hebreos no tenían ninguna restricción en este sentido y especulaban libremente sobre la naturaleza y funciones de ángeles y demonios [ver: La verdadera historia de los Serafines y otros no-ángeles]

Recién en el siglo II d.C., Orígenes [De Principiis] promovió la idea de que Lucifer era Satanás; sin embargo, esta noción no se arraigó de inmediato. Incluso en el siglo IV d.C. tenemos a un popular obispo cristiano llamado San Lucifer, cuyos seguidores eran conocidos como luciferinos. En siglos posteriores, algunos Padres de la Iglesia popularizaron la noción de que Satanás fue alguna vez un ángel llamado Lucifer; entre ellos, Tomás de Aquino y Agustín. El que puso un sello definitivo a esta nueva opinión en la cultura popular fue John Milton en El Paraíso perdido (Paradise Lost, 1667), quien conecta claramente a Satanás con la caída de Lucifer [ver: El «Efecto Milton» y la simpatía por el diablo]

En resumen, la teoría de que Satanás es Lucifer se ha convertido en un hecho sin una pizca de evidencia bíblica convincente. Esto no significa negar que Satanás pueda haber sido un ángel caído, pero de ninguna manera fue una entidad llamada Lucifer [ver: De las Guerras Celestiales]

Los propulsores de la teoría Satanás es Lucifer suelen apoyarse en un pasaje de Corintios (11:14), donde se refiere a Satanás como un «ángel de luz» debido a su astucia y habilidad para engañar. El pasaje no dice nada acerca sobre cómo «cayó», o si originalmente era un ángel «portador de luz», poderoso y bello llamado Lucifer. Otro argumento se encuentra en Lucas (10:18), que habla de Satanás cayendo como un «relámpago», no literalmente en términos de fenómeno climático, sino refiriéndose a lo repentino de su descenso.

El motivo de la «caída» es clásico en casi todas las mitologías; ciertamente es frecuente tanto en los mitos griegos como en los del Cercano Oriente. En el mito griego, Faetón es el hijo de Eos, la estrella Venus [«estrella de la mañana», metafóricamente «amanecer» o «alba»]. Eos da a luz a eosphoros [«portador de la estrella de la mañana»], quien intentó cruzar el cielo en el carro de su padre, el sol, pero Zeus lo derribó a tierra con uno de sus rayos. Esta es la estructura de la historia de Lucifer, incluso como «estrella de la mañana». De hecho, en la Septuaginta [traducción griega del Antiguo Testamento], la palabra hêlêl se traduce como eosphoros.

La palabra lucifer proviene de la Vulgata, y es, como hemos visto, una traducción de la palabra hebrea hêlêl, que aparece sólo una vez en el Antiguo Testamento como hêlêl ben shachar, que significa «el brillante, hijo del amanecer», algo prácticamente idéntico al mito griego de eosphoros; aunque el texto en Isaías no brinda ninguna indicación de que hêlêl fuera una estrella o un planeta. Más tarde, la tradición cristiana, en la que confluyen muchísimas opiniones, utilizó la palabra lucifer [«portador de luz», epíteto de Venus, la estrella de la mañana] como un nombre propio para Satanás antes de su caída. Como resultado, Lucifer se ha convertido en un sinónimo de Satanás; sin embargo, la palabra latina original nunca llegó a utilizarse exclusivamente en relación al diablo; de hecho, también se aplicó a otros personajes bíblicos, entre ellos, el propio Jesús.

No está claro si la palabra hêlêl debe considerarse como un nombre. Probablemente no, habida cuenta que sólo aparece una vez en la Biblia. En este contexto, la famosa observación del profeta Isaías, dirigida al rey de Babilonia, debería leerse del siguiente modo:


«¡Cómo has caído del cielo, oh hêlêl, hijo de la mañana.»


Isaías y Ezequiel no están hablando de Satanás, y menos relacionándolo con una entidad llamada Lucifer. Más bien están lamentando la antigua grandeza de las ciudades de Babilonia y Tiro, que fueron corrompidas por gobernantes egoístas y orgullosos. Al parecer, los traductores griegos pensaron que este hêlêl era un nombre, nada menos que Venus, la estrella de la mañana, e insertaron un epíteto común en griego para referirse a esta estrella: eosphoros [de eos, «amanecer» —también el nombre propio de la deidad de la aurora—; y phoros, que significa «portar» pero también «dar»]. Ahora bien, la Vulgata [latina] no es una traducción del hebreo original, sino de la versión griega; y así como ocurre en la Septuaginta, la Vulgata traduce eosphoros con un epíteto común en latín para la estrella Venus: lucifer [de lux, «luz»; y fero, «llevar» o «traer»]. En los siglos que siguieron el nombre Lucifer llegó a aplicarse a Satanás, y así se comenzó a creer que Isaías estaba hablando del diablo.

En algunas versiones modernas de la Biblia se evita diligentemente esta asociación; y la palabra Lucifer aparece como «estrella de la mañana» o «estrella del día»; sin embargo, esto constituye una ínfima reparación que no ha erosionado una creencia bien establecida a lo largo de los siglos.

La palabra hêlêl posee algunos atributos adicionales interesantes. Proviene del verbo halal, que significa «brillar» pero también «alabar» [dependiendo del contexto]. Además, halal denota cierto exceso de la acción, en este caso, un brillo excesivo. Este exceso no es directamente algo malo o negativo, sino más bien demasiado de algo bueno. Hêlêl, entonces, no sólo es «brillante», sino excesivamente brillante. Uno puede entender que la relación entre esta palabra y la idea de una entidad luminosa que desea brillar tanto como el Altísimo no es descabellada. De hecho, la palabra hebrea holela, que deriva de hêlêl, significa «locura».

Si Satanás no fue un hermoso ángel llamado Lucifer, ciertamente es una fuerza maligna activa en el Edén bajo la forma de una serpiente, ¿verdad? Esta es otra creencia falsa. No existe evidencia bíblica para esa interpretación.

La palabra hebrea satan es un sustantivo genérico que significa «acusador». También puede entenderse como «adversario», en términos de alguien que obstruye o se opone a algo. La mayoría de las veces, cuando la Biblia habla de Satanás se refiere a adversarios humanos, y sólo en Job y Zacarías parece referirse a una entidad sobrenatural, aunque no necesariamente diabólica. En otras palabras, cuando se usa sin el artículo ha, es decir, simplemente en la forma satan, se refiere a cualquier tipo de acusador humano, pero cuando se usa con el artículo definido [ha-satan] se introduce el elemento celestial. Esta seguna opción [hassä†än] aparece en sólo dos libros de la Biblia.

En el Antiguo Testamento, el sustantivo satan aparece 27 veces, el verbo satan aparece 6 veces, y en casi todos los ejemplos se usan de manera general. Si yo actúo como satan de alguien, me opongo a él, lo acuso, y probablemente lo calumnio. En algunos casos, este sentido es obvio, como Salomón al decirle a Hiram que no tenía ningún satan [adversario] que se le opusiera. Por lo tanto, el sustantivo y el verbo pueden tener en hebreo tienen el significado de oponerse a alguien como adversario. En el caso de Balaam, por ejemplo, incluso el mensajero de Dios era para él un satan, es decir, un adversario enviado por Dios. Ése es otro punto que hay que tener en cuenta: a diferencia de la connotación moderna, donde Satanás siempre se refiere a un ser maligno, en hebreo tiene un significado genérico.

El problema aquí, de nuevo, radica en las traducciones. La versión griega traduce satan y hasatan como diabolos, y la mayoría de las versiones modernas sólo utilizan Satanás. Es decir que cuando leemos Satanás en la Biblia en realidad, salvo dos excepciones, estamos ante la palabra hasatán [de ha, artículo definido «el»; y satan, «adversario» o «acusador»], que es un título o un oficio humano, no un nombre propio. En hebreo, al igual que en español, los nombres propios no tienen el artículo adjunto «el».

En cualquier caso, la palabra no aparece en el Libro del Génesis, que sólo menciona una serpiente parlante y no la identifica con ninguna entidad sobrenatural. Al parecer, Satanás no sólo no era un ángel llamado Lucifer, sino tampoco una serpiente.

Las traducciones al español no reflejan esto. Todas ellas emplean la palabra Satanás como si fuera un nombre propio, cuando en realidad es un oficio. En Job, por ejemplo, el satan aparece entre los ángeles para acusar a Job de actuar con integridad sólo porque era el favorito de Dios. El Señor luego permite que el satan aflija a Job con llagas. En Zacarías, «el sumo sacerdote Josué estaba de pie delante del ángel del Señor» y el satan «estaba a su derecha para acusarlo». En Job y Zacarías, por lo tanto, el satan tiene un rol similar: acusa a las personas buenas de servir a Dios por interés propio [Job], de no ser apto para ejercer el oficio de sumo sacerdote [Josué], o los tienta a pecar (David). En los dos casos, casi como un fiscal, el satan [hassatan] está allí para acusar a alguien, para señalarlo, y para decir a Dios, de manera coloquial, «estás equivocado respecto de esta persona». Porqué una deidad todopoderosa necesitaría de tales intermediarios es tema para otro debate.




Demonología. I Mitología.


Más literatura gótica:
El artículo: La teoría «Satanás NO fue un hermoso ángel llamado Lucifer» fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

«El único fantasma que he visto»: Emily Dickinson; poema y análisis.


«El único fantasma que he visto»: Emily Dickinson; poema y análisis.




«El único fantasma que he visto
iba vestido de encaje,
su pie desprovisto de sandalias
y andaba como copos de nieve».



El único fantasma que he visto (The only Ghost I ever saw) es un poema gótico de la escritora norteamericana Emily Dickinson (1830-1886), escrito en algún momento de 1862 y publicado de manera póstuma en la colección de 1891: Poemas: segunda serie (Poems: Second Series).

El único fantasma que he visto, uno de los poemas de Emily Dickinson menos conocidos, presenta un encuentro singular con lo sobrenatural. El poema introduce a un fantasma que se caracteriza por su apariencia delicada y sus cualidades efímeras. No viste andrajos sino costosos ropajes, sus movimientos son casi élficos [sus pasos son como «copos de nieve»], y su risa se asemeja a una suave brisa.

Emily Dickinson no es ajena al género gótico, pero a menudo se acerca a lo sobrenatural de manera lúdica, juguetona, y ese parece ser el caso de El único fantasma que he visto.

Se trata de un poema sencillo, aunque con algunos detalles desconcertantes. La Narradora [presumiblemente la propia Emily Dickinson] dice que ha visto un fantasma una vez. Describe el encuentro de forma periférica, con detalles secundarios, y luego cierra con una línea abrupta. Dado que la descripción parcial del Fantasma ocupa la mayor parte del poema, conviene empezar el análisis por aquí:

Primero se nos informa que el Fantasma está vestido de mechlin, un tipo de encaje fino y transparente que se utilizaba en algunos vestidos y trajes de verano, de modo «que no llevaba sandalias» [este espíritu debe haber sido tremendamente rico en vida, si estaba vestido completamente de mechlin]. Estos detalles sugieren que no es un fantasma particularmente antiguo. Es silencioso [como un «pájaro»] pero rápido [como un «ciervo»]. Evidentemente, está lejos de ser el típico esperpento gótico.

El poema cierra con la Narradora diciendo que no quiere mirar atrás y llama appalling al día en que vio a su fantasma. Es una palabra que ha caído en desuso, pero en el siglo XIX aludía a algo que producía una fuerte impresión, un shock [de apall, «empalidecer»]. Con el tiempo, la palabra terminó siendo utilizada para algo aterrador o repugnante. Teniendo en cuenta que es un poema de Emily Dickinson, es lícito preguntarnos si todo esto no será una metáfora de algo más que la Narradora está observando.

Rápido, etéreo, de aspecto delicado, todo induce a pensar que el Fantasma es una personificación. Pero, ¿de qué? ¿De la nieve? Demasiado obvio; después de todo, el Fantasma camina como «copos de nieve». ¿Del viento? Si bien las ráfagas invernales podrían ser percibidas como algo fantasmal, Emily Dickinson aclaera que la entidad se mueve como una «brisa». Nieve como nieve, viento como viento, no son metáforas, son tautologías [repetir lo que ya se ha dicho sin aportar nueva información]. Si es un acertijo, el Fantasma podría ser un árbol; en definitiva, la autora dice que no tiene sandalias en el pie [singular], no pies como en un fantasma humano. Además, lleva muérdago.

La pista principal es el muérdago, una planta parasitaria que sólo crece incrustando sus raíces en los árboles. Emily Dickinson sabía de botánica, y ha escrito otros acertijos versificados con plantas como respuestas. Así que no es descabellado que la Narradora estuviera mirando un árbol. Sin embargo, un árbol entre «árboles pensativos» es otra repetición innecesaria.

Un fantasma que viste volantes de encaje que se mueven en la brisa, que no lleva calzado, es perfectamente admisible, pero en ningún momento queda claro por qué este encuentreo es desagradable para la Narradora. Su descripción es la de un espíritu encantador y para nada amenazante; de hecho, el Fantasma es «tímido» con ella.

El único fantasma que he visto comienza en forma de balada, como muchos de los poemas de Dickinson, pero después de la sexta línea utiliza exclusivamente el trímetro, una métrica asociada con versos más bien desenfadados, y el final es un corte abrupto. En sus formas iniciales está contando una historia de fantasmas [por eso disfruta de los detalles] pero termina con una nota disonante, apalling, que no encaja con el tono alegre del poema. ¿Qué es lo que horroriza a la Narradora? Nada en el aspecto del Fantasma, eso es seguro. Quizás ese horror tenga que ver con el hecho de que el espectro se muestre tímido «con ella».

Mi primera impresión al leer este poema, que casi nunca es acertada, apunta a un árbol, mejor dicho, a una presencia que, como la brisa, deja impresiones al pasar suavemente entre los árboles, solo para desaparecer en un instante, dejando de nuevo sola a la Narradora. ¿Será que ella está en un bosque? ¿La mención del muérdago refiere a los druidas? ¿Acaso ella tiene miedo de mirar hacia atrás porque eso la obligaría a recordar algo que ocurrió en el bosque? El Fantasma, en ese caso, debería ser antiguo, incluso pagano, pero sus ropas no son las de un druida.

El único fantasma que he visto tiene el aire de un acertijo, pero nadie ha propuesto una solución convincente. Se ha sugerido un árbol cubierto de nieve en un bosque, un pájaro, el viento, pero Emily Dickinson nombra todo eso en el poema, algo extraño en un acertijo. En resumen, sólo podemos decir con cierto grado de certeza que estamos ante el retrato de un momento existencial.




El único fantasma que he visto.
The only Ghost I ever saw, Emily Dickinson (1830-1886)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


El único fantasma que he visto
iba vestido de encaje,
su pie desprovisto de sandalias
y andaba como copos de nieve.

Su semblante era silencioso, como el de un pájaro,
pero rápido, como el de un ciervo,
su porte, como un mosaico pintoresco,
tal vez de muérdago.

Su conversación, rara,
Su risa, como la brisa
que se desvanece en hoyuelos
entre los árboles pensativos

Nuestra entrevista fue fugaz,
se mostró tímido conmigo;
y Dios no permita que mire hacia atrás,
¡desde aquel día fatídico!


The only Ghost I ever saw
Was dressed in Mechlin—so—
He wore no sandal on his foot—
And stepped like flakes of snow—

His mien, was soundless, like the Bird—
But rapid—like the Roe—
His fashions, quaint, Mosaic—
Or haply, Mistletoe—

His conversation—seldom—
His laughter, like the Breeze—
That dies away in Dimples
Among the pensive Trees—

Our interview—was transient—
Of me, himself was shy—
And God forbid I look behind—
Since that appalling Day!


Emily Dickinson (1830-1886)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Poemas góticos. I Poemas de Emily Dickinson.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de Emily Dickinson: El único fantasma que he visto (The only Ghost I ever saw), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Relato de Walter de la Mare.
Mitología.
Poema de Emily Dickinson.

Relato de Vincent O'Sullivan.
Taller gótico.
Poema de Robert Graves.