«Eso camina de noche»: Henry Kuttner; relato y análisis.


«Eso camina de noche»: Henry Kuttner; relato y análisis.




Eso camina de noche (It Walks by Night) es un relato de vampiros del escritor norteamericano Henry Kuttner (1915-1958), publicado originalmente en la edición de diciembre de 1936 de la revista Weird Tales.


«Había historias de una cosa que caminaba de noche entre las tumbas; de modo que, a veces, cuando los hombres iban a buscar a plena luz del día, encontraban fosas abiertas, ataúdes destrozados sin piedad y cadáveres desaparecidos.»


Eso camina de noche, uno de los cuentos de Henry Kuttner menos conocidos, relata la historia de Johann, un aldeano del siglo XVIII de la región de Westfalia, Alemania [se menciona la localidad de Kruschen], quien recupera el conocimiento después de haber sufrido una fiebre terrible. Se nos informa que su esposa, Elsa, falleció mientras Johann estaba inconsciente, y que los aldeanos la enterraron en un cementerio alejado, con reputación de estar embrujado, por temor a la plaga.

Hay historias escalofriantes sobre este cementerio maldito. Se dice que «en el año de la gran peste», cuando los cuerpos eran quemados «por temor a que se propagara la pestilencia», algo, quizás un Vampiro, quizás un Ghoul, «había salido de entre las tumbas y había irrumpido en las casas de las afueras de la aldea». Se calcula que, al menos, doce personas desaparecieron sin dejar rastro.

A través de esta leyenda local, Henry Kuttner establece un trasfondo muy interesante: debido a que los entierros cesaron durante la epidemia, los Ghouls, seres necerófagos que viven en las criptas y catacumbas, dejaron de recibir regularmente nuevos cadáveres de los cuales alimentarse, de modo que debieron empezar a aventurarse en las aldeas para llevarse personas vivas. Sin embargo, esas desapariciones hicieron que los cuerpos infectados por la peste dejaran de ser incinerados, y comenzaran a ser enterrados en un cementerio en desuso. Desde entonces, la aldea durmió en paz, «aunque de vez en cuando desaparecía algún viajero solitario o vendedor ambulante». Aún así, los ancianos consideraban que «era una suerte que no sucedieran cosas peores».

En El Espejo Gótico hemos hablado muchas veces sobre el Ghoul, que se remonta al folclore árabe. Su origen, sin embargo, podría estar en la Mesopotamia, de donde lo habrían incorporado los nómadas árabes [ver: Ghouls: la historia secreta de los Necrófagos]. En la Antigua Mesopotamia existía un monstruo llamado Gallu, que podría considerarse como uno de los orígenes del Ghoul árabe. Gallu era un demonio acadio del inframundo. Al igual que Hades con Perséfone, Gallu secuestra al dios de la fertilidad, Tammuz. En cuanto al Ghoul, su raíz árabe es ghâl que significa «matar», y también «apoderarse». La historia de Gallu [que se apodera de Tammuz y lo lleva al inframundo] explica la conexión etimológica con Ghoul [seres que se apoderan de los vivos y los llevan a sus tumbas].

Volvamos a Eso camina de noche.

Todavía delirante por la fiebre, Johann parte hacia el cementerio, solo. No es un escéptico; de hecho, es un creyente en la leyenda local, pero la idea de que la tumba de Elsa pueda ser profanada le resulta insoportable.

Johann tampoco parece ser un aristócrata, pero su esposa, Elsa, es «hija del antiguo Clan Auber», el cual podía reclamar descendencia de «Thurn y Taxis»; es decir, de la Casa de Thurn y Taxis, una antigua familia aristócrata alemana que, en 1695, gracias al favor del emperador Leopoldo I, recibió el privilegio de usar el título de príncipes. Henry Kuttner no profundiza demasiado en esto, apenas nos deja un par de referencias para establecer que Elsa pertenece a una familia antigua y poderosa. Esto será importante más adelante en la historia.

Al llegar al cementerio, Johann es interceptado por su primo, Karl, que trata de convencerlo de regresar. En ese momento descubre que la tumba de su esposa ha sido profanada:


«La luz de su lámpara cayó sobre la lápida cubierta de líquenes y la superficie carcomida y desgastada de las losas y cruces de madera. Tropezó con una lápida caída, medio enterrada, y se habría caído si Karl no lo hubiera atrapado. Este inició una frenética protesta que su primo no escuchó. Johann miraba fijamente hacia la oscuridad. Dio algunos pasos apresurados y a sus pies se alzó el negro abismo de una tumba abierta. Envió el haz de la linterna hacia allí y vio que la tapa del ataúd estaba destrozada, y que el sarcófago estaba vacío. Incluso antes de que la luz buscara la inscripción en la losa de la tumba profanada, supo lo que leería allí.»


Armado con una pistola y una linterna, Johann decide investigar un «mausoleo que se alza sobre el montículo, pálido y siniestro a la luz de las estrellas». Evidentemente es la construcción más antigua del cementerio. El mausoleo está «cubierto por una gruesa capa de musgo», pero hay una extraña inscripción en la puerta de metal oxidado, ilegible excepto por una palabra: «maranatha». Johann no presta demasiada atención a esto y sigue su camino, quizás porque la referencia es demasiado sutil. Maranatha es la transcripción griega de un término arameo que significa «el Señor viene». Pablo la utiliza en la primera Epístola a los Corintios en relación a la Segunda Venida de Cristo, a su vez, presagiada por la resurrección de los muertos.

Johann irrumpe en el mausoleo. Aparentemente está vacío, pero al final de «las paredes desnudas de granito» encuentra otra puerta, que está abierta.


«Se encontraba en un pasillo vacío, pavimentado con grandes losas de piedra, que descendía hacia la ladera de la pequeña colina. Se oyó un leve susurro, como el del agua deslizándose sobre rocas irregulares, y Johann avanzó con cautela. El pasaje giraba y serpenteaba en la roca, pero continuaba descendiendo abruptamente y Johann pasó dos veces por las bocas negras de los túneles laterales. Ahora el débil susurro era más fuerte. Reconoció el sonido de voces, pero hubo un curioso chirrido y gruñido que lo desconcertó: un sonido como el que podría originarse en un nido de ratas.»


Desde ese murmullo demoníaco se alza una voz «distinta», una voz «áspera y chirriante» que posee un tono grave, profundo, «como si viniera de muy lejos bajo tierra». Johann distingue las palabras: «hace mucho que se fue». Se oye entonces un crujido, cada vez más fuerte, que pasa junto a Johann. Un «hedor abrumador» satura sus fosas nasales. El murmullo estalla de nuevo, «esta vez con una inquietante nota de decepción».


«—¡Debes cumplir! Cada uno de nosotros alimentó a nuestros antepasados cuando no podían hacerlo por sí mismos. Es tu deber encontrarnos comida. Cuando, con el tiempo, también te vuelvas como nosotros, incapaz de salir a buscar nuevas tumbas, esperarás que el próximo heredero cumpla con su deber.»


Todo sucede muy rápido a partir de aquí: Johann advierte que la gran puerta de la tumba ya no está abierta. Aquella presencia que había pasado junto a él en la oscuridad la cerró para impedirle escapar. Johann forcejea, pero en vano, la puerta es simplemente «una placa de metal oxidado, desnuda y tachonada de remaches». La única opción es seguir avanzando en esa «cueva cimmeria» [ver: Lo Subterráneo en la ficción]

Eventualmente, Johann se encuentra con lo que parece ser «un conjunto de momias, marchitas y secas». Los cuerpos están tumbados contra los muros «en posturas grotescas». Hay por lo menos una docena. Algunos están tan desmejorados que son apenas «esqueletos con la piel oscura estirada sobre los huesos». El suelo es como un osario. Los huesos desmenuzados tienen «evidentes marcas de dientes».

Como Frodo en el cubil de Shelob, Johann utiliza la luz de su linterna. Una calavera le sonríe «en una sombría burla de alegría». Hay una agitación entre los Ghouls, que «se arrastran como gusanos alejándose ciegamente de la luz». Unos «ojos fríos y brillantes» lo observan fijamente. A lo lejos, al final del corredor, «una figura vaga» avanza hacia él, «lenta e implacablemente». Detrás se oye «un estallido de abominables chirridos y silbidos». La forma sigue avanzando. Más que caminar parece deslizarse silenciosamente, «salvo por el leve susurro de las prendas». Johann retrocede, pero algo se aferra a sus tobillos. Presa del pánico, se libera de una patada, pero la figura principal ya está sobre él. No tiene tiempo de sacar la pistola. La linterna es su única arma.

El final de Eso camina de noche es bastante previsible, lo cual no significa nada en sí mismo. A veces, lo previsible es lo más congruente con la historia. En este caso, Elsa se ha convertido en la última integrante de esta familia de Ghouls [ver: Bloofer Lady: la transformación de Lucy Westenra]. La sugerencia es que el Clan Auber ha degenerado tanto que sus miembros existen más allá de la muerte, o no encuentran descanso en ella. Tal es así que son incapaces de procurarse el sustento, de modo que utilizan a los muertos más jóvenes para proveer a los más decrépitos. El destino de Elsa es previsible, pero congruente.

Eso camina de noche es un buen relato, sobre todo si tenemos en cuenta que fue escrito cuando Henry Kuttner tenía apenas veintiún años. Las descripciones del mausoleo y las criaturas subterráneas que lo habitan son económicas y eficaces. Robert Bloch, al referise a esta historia, menciona que la influencia de Lovecraft es evidente. Supongo que esto es cierto, también que las diferencias con Lovecraft son más importantes. Eso camina de noche está escrito en un estilo sencillo y directo. No encontramos ninguna digresión académica sobre antiguas maldiciones familiares ni recursos esotéricos. Johann no es un erudito. Está impulsado por el amor, el dolor y la ira. Está buscando a su esposa [muerta], para evitar el oprobio de que su tumba sea profanada, una motivación muy poco lovecraftiana.

Henry Kuttner maneja a la excelencia el recurso de los cementerios, pero Eso camina de noche está a años luz de otro relato publicado algunos meses antes: Las ratas del cementerio (The Graveyard Rats), donde un macabro cuidador de un cementerio de Salem, Nueva Inglaterra, llamado Masson, se arrastra por interminables túneles infestados de ratas para recuperar un cuerpo recién enterrado. El desenlace es increíblemente físico, describe la amplia gama de repugnancia y asco que experimenta Masson. Eso camina de noche le presenta a Henry Kuttner una posibilidad análoga, sobre todo con esos dedos cadavéricos aferrándose a los tobillos de Johann y los cuerpos decrépitos en el mausoleo, pero, al contrario de lo que ocurre en Las ratas del cementerio, el autor se inclina por la economía y el decoro. No estoy seguro de que haya sido la decisión más acertada [ver: Masson, el profanador: análisis de «Las Ratas del Cementerio»]

Si uno se dispone a escribir sobre cementerios, mausoleos, túneles y cadáveres animados por la compulsión de roer viejos cuerpos, es esperable que se intente tocar una fibra sensible, física, donde predomine la repulsión por encima de todo. Sin embargo, Henry Kuttner es más sutil aquí, quizás porque Las ratas del cementerio despertó muchos elogios, pero también dudas y cuestionamientos de los lectores de Weird Tales. En resumen, nadie creía que tamaño relato hubiese sido escrito por un novato. De hecho, el editor de la revista, Farnsworth Wright, debió publicar una respuesta a un comentario publicado en la edición de mayo de 1936, donde se especulaba que Henry Kuttner seguramente era el seudónimo de un autor consagrado, quizás del propio H.P. Lovecraft. Farnsworth Wright lo desmintió tajantemente:


«No, Henry Kuttner no es un seudónimo. Es un escritor joven, para quien auguramos logros reales; porque posee mérito genuino.»


En años posteriores, Henry Kuttner llegó a odiar Las ratas del cementerio. Le molestaban las solicitudes de derechos de reimpresión y, sobre todo, el comentario unánime de que era lo mejor que había escrito. Su rechazo fue tan radical que eventualmente abandonó el horror por la ciencia ficción, sobre todo en colaboración con su esposa, Catherine L. Moore. Antes de eso hubo una etapa intermedia. El lector interesado en la faceta lovecraftiana de Henry Kuttner, donde incluso amplió el universo de los Mitos de Cthulhu, puede encontrar algunas piezas muy interesantes como El secreto de Kralitz (The Secret of Kralitz), El horror de Salem (The Salem Horror), La Rana (The Frog), Los Invasores (The Invaders) y Las Campanas del Horror (The Bells of Horror). El mismo tema de Eso camina de noche se encuentra [un poco mejorado] en El devorador de almas (The Eater of Souls), donde un hombre que descubre que su antepasado es un Ghoul.




Eso camina de noche.
It Walks by Night, Henry Kuttner (1915-1958)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Johann se apoyó pesadamente contra un alto obelisco de mármol descolorido. Su cuerpo, debilitado por la fiebre, temblaba de cansancio. El cementerio era un mar negro, con losas pálidas y monolitos colocados alrededor en filas irregulares. Buscó a tientas la corredera de su linterna y un rayo blanco surgió vívidamente, grabando la figura demacrada del hombre con gran detalle.

Sombras profundas yacían en los huecos de sus mejillas y debajo de sus ojos dilatados y ardientes. Su rostro tenía un tinte de ira que delataba la fiebre que ardía en su cerebro, una fiebre que había quemado las barreras del miedo de toda la vida y lo había conducido a este antiguo cementerio donde pocos se habrían aventurado después de la puesta del sol. Porque, como todos los hombres sabían, entre aquellas tumbas habitaba un horror antiguo que había llegado a través de generaciones.

Había historias de una cosa que caminaba de noche entre las tumbas; de modo que, a veces, cuando los hombres iban a buscar a plena luz del día, encontraban fosas abiertas, ataúdes destrozados sin piedad y cadáveres desaparecidos.

De vez en cuando, uno de los aldeanos enterraba a sus parientes en el cementerio de Kruschen, treinta kilómetros al norte. Pero esto rara vez se hacía, ya que el horror había habitado en el cementerio más tiempo que el anciano de barba gris, y una especie de desesperada apatía flotaba sobre el pueblo como un manto sombrío.

Además, se contaba que, hace mucho tiempo, en el año de la gran peste, cuando todos los cuerpos eran quemados por temor a que se propagara la pestilencia, algo había salido de entre las tumbas y había irrumpido en las casas de las afueras de la aldea. Una docena de personas habían desaparecido sin dejar rastro y, por fin, ante la desesperación, los cadáveres infectados por la peste habían sido enterrados en el antiguo cementerio. A partir de entonces el pueblo durmió en paz, aunque de vez en cuando algún viajero solitario o vendedor ambulante desaparecía y nunca más se le volvía a ver. Aun así, como los hombres mayores susurraban entre ellos, era una suerte que no sucedieran cosas peores.

Pero ahora Johann se sentía empujado por un impulso feroz que le hacía ignorar la antigua amenaza que acechaba entre las tumbas. Había venido por su esposa.

Elsa, su esposa desde hacía apenas un año, había sido enterrada mientras Johann yacía delirando con la misma fiebre que había resultado fatal para ella. Creyéndolo dormido, la esposa de su primo había hablado con demasiada libertad y Johann se enteró de que Elsa había sido enterrada en el cementerio embrujado más allá de las afueras del pueblo. Su amada Elsa, hija del antiguo clan Auber que podía rastrear a sus padres a través de Thurn y Taxis: ¡presa del demonio!

El horror le había dado fuerzas a Johann para levantarse de la cama y salir desapercibido de la casa de su prima, deteniéndose sólo para tomar su pistola y una linterna. Sacó el arma de su camisa cuando de repente se oyeron pasos cerca.

Un hombre apareció a la luz de las estrellas, abriéndose camino con cautela entre las tumbas. Cuando Johann reconoció a Karl, su primo, se guardó la pistola y dejó que la luz de su linterna se encendiera. El recién llegado lanzó un grito de sorpresa, rápidamente ahogado.

***


Karl entró en el charco de luz y el alivio se reflejó en su pálido rostro.

—¡Johann! Pensé… ¿qué estás haciendo aquí? No puedes ayudar a Elsa ahora.

Johann apartó la mirada bruscamente y movió la boca. Karl puso una mano en el hombro de su primo, pero Johann la apartó con impaciencia.

—Es tu culpa, Karl —acusó, con los ojos oscuros por la ira —. Dejaste que enterraran a Elsa aquí, en este lugar plagado de demonios.

Karl hizo un gesto apaciguador.

—¿Qué querías que hiciera? Les dije que no...

—Lo sé —el resentimiento desapareció de la voz de Johann. Estaba muy amargado ahora—. Nuestras cabezas han estado inclinadas bajo el yugo durante mucho tiempo. Demasiado, Karl. Elsa no...

—Ya hace una semana que la enterraron. Y tú... no tienes pala.

Eso era cierto. Johann no había tenido tiempo de conseguir una durante su escape. Dijo lentamente:

—Pero puedo hacer guardia en su tumba. Y tú puedes volver al pueblo y conseguir dos palas.

Karl guardó silencio. Al cabo de un momento, Johann rió sin alegría.

—Entonces tráelas mañana —se burló—. No tendrás miedo de venir aquí durante el día.

Molesto, Karl respondió:

—Vuelve a casa, Johann. Podemos venir mañana. Una noche más no es tanto. ¡Es peligroso, Johann! Dicen que... dicen que ha estado caminando de nuevo.

Johann se encogió de hombros con una indiferencia que no sentía. Estaba temblando por el viento helado que soplaba sobre las tumbas abandonadas. Sus miedos, olvidados en el delirio, regresaban lentamente para atormentarlo; pero él los apartó resueltamente.

—No tengo miedo —gruñó, y avanzó entre las tumbas.

Su linterna enviaba un rayo de luz amarilla que descansaba sobre la piedra manchada de líquenes y la superficie carcomida y desgastada de las losas y cruces de madera. Una vez tropezó con una lápida caída, medio enterrada en el suelo, y se habría caído si Karl no lo hubiera atrapado.

Karl inició una frenética protesta que su primo no escuchó. Johann miraba fijamente la oscuridad; Dio algunos pasos apresurados y a sus pies se alzó el negro abismo de una tumba abierta.

Envió el haz de la linterna hacia allí y vio que la tapa del ataúd estaba destrozada, y que el sarcófago estaba vacío. Incluso antes de que la luz buscara la inscripción en la losa de la tumba profanada, supo lo que leería allí.

A su lado, Karl contuvo el aliento con un grito de miedo. Pero Johann simplemente permaneció en silencio. El viento húmedo soplaba fríamente sobre su rostro mojado, y sus pensamientos eran un remolino caótico en el que se mezclaban el horror, el dolor y la ira. Debido a su conmovedor pena y su espanto, una ira feroz atormentó su cerebro febril con oleadas de rabia roja que lo sacudieron con su intensidad. Debajo de la camisa sintió el peso de la pistola y la agarró con fuerza. ¡Elsa! ¡Su delgado cuerpo blanco es presa del ghoul!

De repente, todo el miedo de Johann quedó olvidado en su ira cegadora.

Karl le tiraba del brazo. Se giró para encontrarse con la mirada asustada de su primo.

—¡Johann! ¿Que estas esperando? No podemos quedarnos aquí. Él… ¡Ha vuelto a caminar!

—¡No! —Johann gritó la palabra con fiereza y sus ojos ardían—. Elsa…

—¡Es demasiado tarde, Johann! Elsa se ha ido.

—¿Es demasiado tarde para la venganza? —preguntó Johann en voz baja y, ante sus palabras, Karl retrocedió con una mirada de asombro.

—¿Venganza? —susurró la palabra con miedo y un escalofrío lo recorrió. Lanzó una mirada aprensiva a la penumbra que los rodeaba. Luego dijo, todavía susurrando—: Estás loco, Johann.

Deliberadamente, Johann sacó su pistola.

—Muy bien, estoy enojado. Pero… Karl, si fuera tu esposa... —se interrumpió, sus labios temblaron y, cuando continuó, su voz era fría, con un propósito inflexible—. Escúchame, Karl, voy a hacer pagare a alguien (dios, hombre o diablo) por este crimen.

Miró el negro abismo de la tumba profanada.

—Así que vete a casa, Karl. No puedes ayudarme ahora.

Karl abrió la boca, pero las palabras se le ahogaron en la garganta. Sus ojos pasaron rápidamente por el hombro de Johann, y en ellos surgió una mirada de pánico y miedo. Con un grito ahogado, se dio la vuelta y salió corriendo. Sus pasos resonaron inquietantemente en el frío silencio.

***


Johann se volvió rápidamente. Al principio no vio nada a la tenue luz de las estrellas. Luego, a lo lejos, notó un leve movimiento entre las tumbas. Hubo un destello de agitación en la distancia, donde un antiguo mausoleo se alzaba, solo, en la ladera de un pequeño montículo. Esperó un rato, apenas respirando, pero no hubo más movimiento en la lejana tumba.

Los pasos de Karl se habían apagado y no se oía ningún sonido. Johann tocó la pistola con vacilación. Luego se la guardó dentro de la camisa y se apresuró a caminar entre las tumbas hasta el mausoleo que se alzaba sobre el montículo, pálido y siniestro a la luz de las estrellas. La tumba era increíblemente antigua y erosionada, cubierta por una gruesa capa de musgo como telarañas grises. Había una inscripción encima de la puerta, pero salvo la palabra maranatha era ilegible. Johann no se detuvo a examinarla cuando vio que el gran portal de piedra estaba abierto. Con una fría ira surgiendo dentro de él, cruzó el umbral y envió la luz a toda velocidad alrededor de la tumba.

Estaba vacía. Las paredes desnudas de granito encontraron su mirada, pero había una puerta de metal oxidado en la pared más alejada, y ésta estaba entreabierta. Johann se coló por el hueco y sostuvo la linterna en alto.

Se encontraba en un pasillo vacío, pavimentado con grandes losas de piedra, que descendía hacia la ladera de la pequeña colina. Se oyó un leve susurro, como el del agua deslizándose sobre rocas irregulares, y Johann avanzó con cautela. El pasaje giraba y serpenteaba en la roca, pero continuaba descendiendo abruptamente y Johann pasó dos veces por las bocas negras de los túneles laterales. Ahora el débil susurro era más fuerte. Reconoció el sonido de voces, pero hubo un curioso chirrido y gruñido que lo desconcertó: un sonido como el que podría originarse en un nido de ratas.

La fría marea de cordura estaba aumentando lentamente en el cerebro de Johann, y los recelos comenzaban a asaltarlo; pero el pensamiento de la tumba saqueada de Elsa le permitió sacarlos de su mente. Volvió a colocar la corredera en la linterna y avanzó en completa oscuridad, tanteando el camino y esforzándose por distinguir una palabra inteligible del murmullo de charlas y susurros que escuchaba. Avanzó lentamente, deslizando su mano por la pared. Y de repente una voz sonó distinta y clara por encima de los murmullos.

Era áspera y chirriante, poseía una curiosa cualidad de profundidad, como si viniera de muy lejos bajo tierra. Y decía claramente:

Hace mucho que se fue.

Una ola de miedo se apoderó de Johann. Se aferró desesperadamente al pensamiento de Elsa y su venganza. Luchando contra su horror, avanzó. Como ante una señal, se hizo un repentino silencio.

Johann captó un susurro.

… Volveré. Para traernos comida.

Detrás de él se escuchó un crujido que se hizo cada vez más fuerte. En la oscuridad no se veía nada, pero Johann se arrojó contra la pared. El crujido pasó a su lado y, por un momento, un hedor abrumador llenó sus fosas nasales. Era consciente de que algo había pasado cerca de él, algo que no podía ver por la oscuridad, aunque se sentía mareado por su proximidad. Se apoyó contra la pared, agradecido, y los susurros y chillidos estallaron de nuevo, esta vez con una inquietante nota de decepción.

Una nueva voz habló, una voz tranquila y sin emociones con un espantoso ronroneo felino.

—No pude encontrar comida, mis antepasados. Nada de comida ni bebida.

—¿Debemos pasar hambre? —gimió otra voz, y una serie de gritos quejumbrosos surgieron de la oscuridad que palpitaba con una vida invisible y horrible—. ¡Debes alimentarnos!

—¡Es tu deber!

—No podemos…

Habló una voz más profunda.

—¡Debes cumplir! Cada uno de nosotros alimentó a nuestros antepasados que no podían alimentarse por sí mismos. Es tu deber encontrarnos comida. Cuando, con el tiempo, vosotros también os volváis como nosotros, incapaces de salir a buscar nuevas tumbas, esperaréis que el próximo heredero cumpla con su deber.

—Encontré comida para ti hace dos noches —ronroneó la otra voz, y Johann contuvo el aliento y se estremeció en la oscuridad protectora.

—¡Es tu deber y tu privilegio! —interrumpió la voz profunda, quebradiza y áspera—. Esta es la maldición y la bendición de nuestra sangre, que no conoce otra vida después de la muerte.

—¡Pero hay tantos! —gritó el otro, y un aullido ahogado, de miedo, salió de los rígidos labios de Johann.

Se hizo un tenso silencio.

A su lado se escuchó un suave crujido, que casi rozó su cuerpo entumecido y se apagó rápidamente. Entonces no hubo ningún sonido, sólo la oscuridad sepulcral que lo envolvía. Y detrás de él escuchó un ruido sordo.

***


Johann volvió a la vida, se dio la vuelta y, presa del miedo, volvió corriendo por el retorcido corredor de regreso al aire libre y a la limpia luz de las estrellas.

Sintió un fuerte golpe en el pecho y se tambaleó hacia atrás, casi cayendo; la linterna se le resbaló de las manos y cayó al suelo con un ruido sordo. Mientras se tambaleaba en la oscuridad, oyó el abominable crujido pasar de nuevo a su lado y desvanecerse en el silencio. Jadeando, cayó sobre manos y rodillas y buscó frenéticamente la linterna.

Por un momento la linterna eludió sus dedos, y Johann sintió que se le erizaba la piel de la espalda ante la expectativa de un ataque. Luego, con un sollozo de alivio, encontró la linterna y arrancó la corredera, rezando para que no se hubiera apagado.

No fue así. Un rayo de luz amarilla iluminó despiadadamente lo que había detenido la huida de Johann: la gran puerta de la tumba, la puerta por la que había entrado en esta cueva cimmeria de noche y horror. Pero ahora ya no estaba entreabierta.

Se dio cuenta de lo que había sucedido. ¡El crujido que había pasado a su lado, el ruido sordo! La criatura (Johann no se atrevió a darle un nombre) pasó junto a él y cerró la puerta para impedirle escapar.

Respirando pesadamente, Johann dejó la lámpara y examinó la puerta. No había manijas ni pomos; era una placa de metal oxidado, desnuda y tachonada de remaches. Apoyó el hombro contra ella y se esforzó hasta que la cabeza le dio vueltas, pero no pudo mover la puerta.

De nuevo la ira creció dentro de él, y el pensamiento de Elsa alimentó la chispa de su furia. Con la rabia y el miedo luchando en su interior, sacó su pistola, la examinó para ver si la humedad de la bóveda había amortiguado la carga y lentamente comenzó a desandar sus pasos. De vez en cuando se detenía para iluminar detrás de él, pero nada acechaba allí, sólo las bocas de túneles negros que parecían observarlo siniestramente. Y entonces vio que estaba en el umbral de un arco que conducía a una oscuridad silenciosa e inquietante.

Dos veces Johann avanzó y dos veces retrocedió, asustado. Por fin levantó la pistola y cruzó el umbral, iluminando rápidamente la gran bóveda en la que se encontraba.

Por un momento pensó que se enfrentaba a un conjunto de momias, marchitas y secas. Estaban tumbadas contra las paredes en posturas grotescas, una docena de cuerpos marrones y arrugados, algunos de ellos simplemente esqueletos con la piel oscura estirada sobre los huesos. El suelo estaba enterrado bajo una alfombra de huesos, de colores que variaban desde el negro desmenuzado hasta huesos blancos brillantes en los que las marcas de dientes eran terriblemente evidentes. A los pies de Johann, una calavera le sonrió en una sombría burla de alegría.

Cuando la luz brilló a través de la tumba, un espantoso crujido y una agitación recorrieron los cuerpos marchitos. Hubo un movimiento y un retorcimiento monstruosos, y Johann vio moverse lo que nunca debería moverse, lo que siempre debería permanecer silencioso, quieto y muerto bajo la tapa del ataúd. Las cosas se arrastraban como gusanos alejándose ciegamente de la luz, y Johann seguía allí, con la linterna en una mano y la pistola en la otra, sin mover un músculo ni apartar la vista del osario que tenía ante él. La luz brilló en unos ojos fríos y brillantes que lo miraban especulativamente.

Detrás de él se oyó un crujido y Johann se giró y su luz atravesó la oscuridad. A lo lejos, al final del pasillo, una figura vaga avanzaba hacia él, lenta e implacablemente. Detrás de él se oyó un estallido de abominables chirridos y silbidos.

Johann levantó su pistola, pensando en Elsa para estabilizar su mano. Esperaría hasta que la cosa estuviera casi encima de él, y entonces...

Pero su miedo lo traicionó. El estrépito de la explosión envió ecos agudos a través de la bóveda.

La espantosa forma no se detuvo. Se deslizó hacia adelante, silenciosamente salvo por el leve susurro de las prendas. Johann dio un paso atrás. Algo se aferró a su tobillo y, en un frenesí de miedo, se liberó de una patada. Por un segundo le había dado la espalda a la figura medio vista que inexorablemente se acercaba, y cuando se giró, ya casi estaba sobre él. No hubo tiempo para recargar la pistola; Johann levantó el brazo como si la linterna fuera un arma.

Dos cosas sucedieron casi simultáneamente. Una voz ronroneante salió de la forma oscura, y dijo triunfalmente:

¡No pasaremos hambre!

La luz reveló el rostro del horror que se acercaba. Johann dejó caer la linterna y comenzó a gritar una y otra vez:

—¡Elsa! ¡Elsa!

Henry Kuttner (1915-1958)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Henry Kuttner.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Henry Kuttner: Eso camina de noche (It Walks by Night), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

nito dijo...

Hola, Sebastián! Lindo relato, sin pretensiones y directo. Muy buena atmósfera!

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Comencé a presentir el final.
Para desgracia de Johan, Elsa no es unaa refinada mujer vampiro, ni una empusa, es una ghoul.
Gracias por la traducción.



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