«El Emisario»: Ray Bradbury; relato y análisis.


«El Emisario»: Ray Bradbury; relato y análisis.




El Emisario (The Emissary) es un relato de terror del escritor norteamericano Ray Bradbury (1920-2012), publicado por Arkham House en la antología de 1947: Carnaval oscuro (Dark Carnival), y luego en El País de Octubre (October Country). Más adelante aparecería en varias colecciones, entre otras, Los sabuesos del infierno (The Hounds Of Hell).

El Emisario, uno de los grandes cuentos de Ray Bradbury, tiene dos versiones muy diferentes, no tanto en el contenido de la historia, sino en su desarrollo. La segunda, publicada en El País de Octubre, es la versión final. Aquí en El Espejo Gótico hemos traducido la primera versión de El Emisario, publicada en Carnaval oscuro.

Desde que Martín [un niño de edad indeterminada] queda postrado a causa de una enfermedad [que tampoco conocemos], su único vínculo con el mundo exterior es su perro, llamado Perro. Esta mascota es «el emisario» de Martin, e informa al muchacho de lo que sucede en el mundo exterior [el clima, los lugares donde estuvo, etc] a través de las hojas, la tierra y el olor que se adhiere a su pelaje. Perro no tiene ninguna habilidad extraordinaria, simplemente sale de la casa y hace cosas de perros, pero Martin, quizás debido a su aislamiento, es extremadamente sensible y puede recrear en su mente todos los escenarios por donde anduvo Perro.

Hemos dicho que Perro no tiene ninguna habilidad extraordinaria, lo cual es cierto, pero también posee un par de cualidades que serán esenciales en esta historia: Perro es un cavador experto, obsesivo, se diría; y además no solo busca y trae fielmente las noticias del mundo exterior, sino que también lleva visitantes a la cama de Martin. En sus insoportables horas de ocio, el muchacho escribe una pequeña nota, y la pega al collar de Perro, en la que invita a sus vecinos a visitarlo. El visitante favorito de Martin es su maestra, la señorita Haight. Ella es «joven, risueña y bonita», y además le lleva libros de cuentos. Cuando se entera que la señorita Haight ha muerto en un accidente automovilístico, Martin empieza a considerar seriamente la muerte. Concluye que estar muerto debe ser bastante aburrido, ya que todo lo que hacen los muertos es tumbarse en sus ataúdes.

En los últimos días de octubre, Perro empieza a comportarse de manera extraña y, en Halloween, desaparece. Martin queda devastado. Su único enlace con el mundo exterior se ha roto. Sin embargo, después de algunas semanas, Perro regresa a casa trayendo consigo el olor rancio de la tierra del cementerio. Al parecer, Perro ha estado haciendo lo que sabe hacer mejor: cavar y traer visitantes a Martin.

Si bien Ray Bradbury no lo confirma al final de El Emisario, la sugerencia es que Perro se ha ausentado durante tanto tiempo porque se obsesionó con cavar en la tumba de la señorita Haight, a quien lleva a visitar a Martin, no a su cadáver sin vida, porque podemos oír sus pasos lentos y arrastrados subiendo la escalera hasta el cuarto del muchacho.

Ray Bradbury convierte esta historia triste de un niño que está enfermo, postrado en cama, cuyo perro es su único vínculo con el mundo exterior, en algo aterrador; y lo logra estableciendo el marco de una forma sutil y precisa. Uno casi se alegra de que Perro sea un explorador, una mascota que siempre vuelve a casa impregnado de olores, flores y hierbas para que Martin experimente ese mundo al su enfermedad le impide ingresar. Pero esto es una maniobra maquiavélica de Ray Bradbury, porque son los dos atributos de Perro [cavar y traer visitantes], esos que alivian el tormento de Martin, los que permiten la intrusión de un horror mucho más grande [ver: Cómo funciona el Horror, y por qué pocos autores saben utilizarlo]

Uno de los principales trucos del Horror es no dejar que el lector sepa lo que el autor está haciendo. En El Emisario, Ray Bradbury nos deja ciegos a sus maquinaciones a través de la triste situación de Martin. Y justo cuando pensamos que las cosas no pueden ir peor [Martin sigue enfermo, la señorita Haight ha muerto y Perro se ha ido], el autor desata todo el Horror construido sutilmente entre líneas. Y nos golpea directo en la nariz.

El estilo de Ray Bradbury parece frenético, una combinación de emociones e imágenes que resulta bastante difícil de seguir cuando uno espera una historia de terror, pero al final termina teniendo un efecto auspicioso, sobre todo en El Emisario, donde se supone que el lector no sabe que está leyendo una historia de terror. Pero, aunque lo sepamos, la forma en que Ray Bradbury narra esta historia desde el punto de vista de Martin hace que lo olvidemos rápidamente. Estamos en esa habitación solitaria con Martin, sintiendo lo que siente, escuchando lo que escucha, anhelando los ladridos de Perro y recreando el mundo exterior en su mente como solo puede hacerlo la imaginación de un niño.

En cierto modo, El Emisario nos invita a imaginar como lo hacíamos en la infancia. La prosa económica de Ray Bradbury es perfecta para transmitir los procesos mentales de un niño, con los cuales el lector puede identificarse, si no a través de su memoria, a nivel subconsciente. Stephen King es un alumno aventajado en este sentido, un autor capaz de apagar progresivamente los interruptores de seguridad en nuestro cerebro adulto que nos impiden usar demasiado la imaginación [ver: Danny Glick y los niños-vampiro de Stephen King]. Para la mayoría de las personas adultas «usar demasiado la imaginación» es simplemente dejar que la imaginación fluya, que siga su curso, sus divagaciones y asociaciones, algo en lo que cualquier niño es experto. En definitiva, no siempre podemos relacionarnos con toda la gama de emociones humanas, pero todos podemos relacionarnos con lo que significa ser un niño [ver: Georgie vs. Pennywise: el sótano arquetípico]

No tenemos descripción del perro; incluso su nombre es Perro, lo cual hace que cualquier característica física sea irrelevante. Es un Perro, y eso es todo lo que debemos saber. «Y dondequiera que iba Perro, también podía ir Martín», dice Ray Bradbury:


«ÉL sabía que era otoño otra vez porque Perro entró corriendo en la casa trayendo consigo el olor frío y ventoso del otoño. En cada pelo negro de Perro llevaba el otoño: hojas atrapadas en sus orejas oscuras, cayendo de su pecho blanco y de su cola. ¡Perro olía como el otoño!»


Los personajes más importantes para la salud física y mental de Martin, su mamá y Perro, no reciben ningún rasgo físico distintivo. La descripción de la señorita Haight es sucinta pero es el único personaje que se describe, y sucede en dos ocasiones. Es la falta de descripción de los otros personajes [incluso el padre y los otros visitantes solo son nombrados y referenciados por su ocupación] lo que le da a la señorita Haight más peso e importancia en la historia. La bondadosa y dedicada mamá de Martin es significativamente menos detallada que la maestra de escuela y está relegada al diálogo. Además de resaltar la importancia de la señorita Haight, esto también muestra lo que un niño podría pensar de sus padres como personas que solo están ahí, es decir, personas cuya presencia y afecto son asumidos como normales. Un autor promedio podría haber hecho que sea la madre de Martin quien muere y regresa de la tumba, pero Ray Bradbury no es un autor promedio.

Ray Bradbury comentó que Perro [llamado Terry en versiones posteriores] está inspirado en su propio perro de la infancia. De hecho, en Bendígame, Padre, porque he pecado (Bless Me, Father, For I Have Sinned), el autor revive una paliza que, según él, le dio a su perro cuando tenía doce años, y que nunca se perdonó. Bendígame, Padre, porque he pecado examina a ese niño cruel y triste. Al parecer, este ejercicio de expiación no fue suficiente porque se trata del mismo perro que trae a Martin su compañía de ultratumba.




El Emisario.
The Emissary, Ray Bradbury (1920-2012)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


ÉL sabía que era otoño otra vez, porque Perro entró corriendo en la casa trayendo consigo el olor frío y ventoso del otoño. En cada pelo negro de Perro llevaba el otoño: hojas atrapadas en sus orejas oscuras, cayendo de su pecho blanco y de su cola. ¡Perro olía como el otoño!

Martin se sentó en la cama y extendió una mano pequeña. Perro ladró y mostró una larga lengua rosada y húmeda, que pasó por encima y por el dorso de la mano de Martin. Perro la lamió como un chupetín. —Por la sal en mi piel —declaró Martin, mientras Perro saltaba sobre la cama.

—Abajo —advirtió Martin—. A mamá no le gusta que estés aquí arriba.

Perro bajó las orejas.

—Bueno… —Martin se suavizó—, sólo por un rato.

Perro calentó el pequeño cuerpo de Martín con su calor de perro. A Martin le encantaba el olor a perro limpio y el montón de hojas de colores sobre su pelaje. ¡Realmente no le importaba si mamá estaba enojada!

—¿Cómo está afuera, Perro? Dime.

Tumbado allí, Perro se lo diría. Acostado allí, Martin sabría cómo era el otoño; como en los viejos tiempos, antes de que la enfermedad lo dejara en cama. Su único contacto con el otoño ahora era su perro, su pelaje frondoso; el único indicio del verano pasado: su emisario del otoño.

—¿Adónde fuiste hoy, Perro?

Pero Perro no tenía que decírselo. Él sabía. Sobre una colina alta, dejando huellas en los altos montones de hojas, hasta donde los niños corrían gritando en bicicletas y patines en el Parque, allí es donde Perro anduvo, ladrando con alegría perruna. Y abajo, en el pueblo, donde la lluvia había caído, dejando barro en las ruedas de los automóviles, entre los pies de los compradores de fin de semana. Ahí es donde anduvo Perro.

Y dondequiera que fuera Perro, también podría ir Martín; porque Perro siempre se lo diría por el tacto, el olor húmedo, seco , la temperatura de su pelaje. Y, tendido allí con Perro, Martin enviaba su mente para correr con él, para volver a caminar cada paso del camino de Perro a través de los campos, sobre el arroyo, a través de las lápidas blancas del cementerio, hacia el bosque, sobre los prados. Martin podía pasear a través de su emisario.

La voz de la madre sonó abajo.

Su andar rápido y enojado subió los escalones.

Martín dijo: ¡Baja de la cama, Perro!

Perro desapareció debajo de la cama justo antes de que se abriera la puerta del dormitorio y mamá mirara adentro con sus ojos azules. Llevaba una bandeja de sándwiches y jugo de frutas.

—¿Está Perro aquí? —preguntó.

Perro respondió con unos golpes de cola contra el suelo.

Mamá dejó la bandeja.

—Ese perro es un problema. Siempre yendo y viniendo y cavando. Estaba en el jardín de la señorita Tarkins esta mañana y cavó un gran hoyo. La señorita Tarkins está realmente enfadada.

—Oh... —Martin contuvo la respiración.

Se hizo un silencio debajo de la cama. Perro sabía cuándo quedarse callado.

—Y no es la primera vez —dijo mamá—. ¡Este es el tercer hoyo que hace esta semana!

—Quizá esté buscando algo.

—¿Algo? Es demasiado curioso. No puede mantener su nariz negra fuera de nada. ¡Siempre husmeando!

Hubo un movimiento peludo de la cola debajo de la cama. Mamá no podía dejar de sonreír.

—Bueno —terminó—, si no deja de cavar en los patios tendré que atarlo.

Martín abrió mucho la boca.

—¡Ay, no, mamá! ¡No hagas eso! Entonces no sabría... nada. Él me dice.

La voz de mamá se suavizó.

—¿Él te lo dice, hijo?

—Seguro. Da vueltas y vuelve y me cuenta lo que pasa, ¡me lo cuenta todo!

La mano de mamá estaba tocando suavemente su cabeza ahora.

—Me alegro de que te lo cuente. Me alegro de que lo tengas...

Ambos se sentaron un momento, pensando en lo aburrido que hubiera sido el último año sin Perro. Sólo dos meses más, pensó Martin, de estar en cama, como dijo el médico, y me levantaré de nuevo.

—¡Aquí, Perro!

Martin colocó el collar especial alrededor del cuello de Perro, y ató una nota pintada en un cartoncito:


MI NOMBRE ES PERRO. ¿VISITARÁS A MI DUEÑO, QUE ESTÁ ENFERMO? ¡POR FAVOR, SÍGUEME!


¡Y el letrero funcionó! Perro lo llevaba al mundo todos los días.

—¿Lo dejarás salir, mamá?

—¡Sí, si es bueno y deja de cavar!

—Él se portará bien. ¿No es así, Perro?

Perro ladró.


Se podía escuchar a Perro ladrando en la calle y lejos, yendo a buscar visitantes. Martin tenía fiebre y sus ojos se sentían calientes en su cabeza mientras estaba sentado, escuchando, enviando su mente junto con su perro, más y más rápido. Ayer Perro había traído a la señora Holloway de la Calle Elm, con un libro de cuentos como regalo; el día anterior había traído al señor Jacob, el joyero. Y, efectivamente, este había llegado para hacerle una pequeña visita a Martin.

Ahora, Martin escuchó a Perro regresar a través del cálido sol de la tarde, ladrando, corriendo, ladrando de nuevo.

Unos pasos llegaron siguiendo al perro. Alguien tocó el timbre de abajo, suavemente. Mamá abrió la puerta. Voces hablaron.

Perro corrió escaleras arriba, saltó sobre la cama. Martin levantó la vista emocionado, con la cara sonriente, para ver quién había venido a visitarlo esta vez. Tal vez la señorita Palmborg o el señor Ellis o la señorita Jendriss, o...

El visitante subió las escaleras, hablando con mamá. Era la voz de una mujer joven, hablando con una risa en ella.

La puerta se abrió.

Martín tenía compañía.


Pasaron cuatro días y Perro hizo su trabajo, informó a Martin cada mañana, tarde y noche sobre las temperaturas, los colores de las hojas, los niveles de lluvia y, lo más importante de todo, ¡trajo visitas!

La señorita Haight llegó el sábado. Ella era la joven maestra de escuela, risueña y bonita, con el cabello castaño suave y una forma agradable de caminar. Vivía en la casa grande de Park Street. Era su tercera visita en un mes, porque Martín no podía ir a la escuela.

El domingo fue el reverendo Vollmar, el lunes la señorita Clark y el señor Henricks.

A cada uno de ellos Martín les explicó acerca de Perro. Cómo en primavera olía a flores silvestres y tierra fresca; en verano se horneaba tibio, crujiente por el sol como el pan; en otoño, ahora, un tesoro de hojas de oro escondido en su pelaje para que Martín lo explore. Perro también demostró esto a los visitantes, volteándose boca arriba, esperando a ser explorado.

Entonces, una mañana, mamá le contó a Martin algo sobre la señorita Haight, la nueva maestra que era tan bonita y joven y se reía.

Ella estaba muerta.

Muerta en un accidente automovilístico en Glen Falls.

Martin se aferró a Perro, recordando a la señorita Haight, pensando en la forma en que sonreía, pensando en sus ojos brillantes, su suave cabello castaño, su andar rápido, sus lindas historias sobre castillos y personas.

Ahora estaba muerta. Ya no iba a reír ni a contar historias.

—¿Qué hacen en el cementerio, mamá, debajo de la tierra?

—Nada.

—¿Quiere decir que simplemente se quedan allí?

—Más que quedarse, se acuestan ahí —corrigió mamá.

—Entonces, ¿eso es todo lo que hacen?

—Sí —dijo mamá—, eso es todo lo que hacen.

—No parece muy divertido.

—Oh, Martin, no se supone que sea divertido.

—Pero, ¿por qué no se levantan y caminan de vez en cuando si se cansan de estar ahí acostados?

—Creo que ya dijiste suficiente —dijo mamá.

—Sólo quería saber.

—Bien, ahora lo sabes.

—A veces pienso que Dios es bastante tonto.

¡Martín!

Martín se quedó en silencio.

—Uno pensaría que Él trataría a la gente mejor que echarles tierra en la cara y decirles que se queden quietos para siempre. Uno pensaría que Él encontraría una mejor manera. ¿Qué pasa si le digo a Perro que juegue al perro muerto? Puede hacer eso por un rato, pero luego se aburre y mueve la cola o parpadea, o salta de la cama y camina. Apuesto a que esa gente del cementerio hace lo mismo, ¿eh, Perro?

Perro ladró.

—¡Suficiente! —dijo mamá, en voz alta—. ¡No me gusta hablar así!


EL OTOÑO CONTINUÓ. Perro corrió a través de los bosques, sobre el arroyo, explorando a través del cementerio como era su costumbre, y en la ciudad y dando vueltas y vueltas, sin perderse nada.

A mediados de octubre, Perro comenzó a actuar de manera extraña. Parecía que no podía encontrar a nadie que fuera a visitar a Martin. Ya nadie parecía prestar atención a su cartel. Perro volvió a casa siete días sin traer un solo visitante. Martin estaba profundamente triste por eso.

Mamá le explicó. Todo el mundo está muy ocupado, la guerra y todo eso. La gente tiene muchas cosas de las que preocuparse además de los perros y los carteles.

—Sí —dijo Martin—, supongo que sí.

Pero había más que eso. Perro tenía una mirada extraña, como si realmente no estuviera tratando de encontrar visitantes, o no le importara, o algo así. Algo que Martin no podía entender. ¿Quizás Perro estaba enfermo? Bueno, ¡olvídate de los visitantes! Mientras tuvo a Perro, todo estuvo bien.

Y luego, un día, Perro no volvió.

Martin esperó en silencio al principio. Entonces... nerviosamente. Entonces... ansiosamente.

A la hora de la cena escuchó a mamá y papá gritar: «¡Perro! ¡ «Perro! » Pero no pasó nada. Perro no respondió. No se oía el sonido de sus suaves patas fuera de la casa. Sin ladridos fuertes en el aire frío de la noche. Nada. Perro había desaparecido, y no iba a volver a casa, nunca.

Las hojas de los árboles cayeron más allá de la ventana. Martin se acostó en su almohada lentamente, sintiendo un dolor profundo en su pecho.

El mundo parecía muerto ahora. No hubo más otoño porque no había perro que lo trajera a la casa. Y tampoco habría invierno, porque no había patas de perro para traer la nieve. No más temporadas. No más tiempo. El emisario se había perdido, probablemente atropellado por un coche, o perdido, o robado, y no había más tiempo.

Llorando, Martin volvió la cara hacia la almohada. No tenía contacto con el mundo. El mundo de Martin estaba muerto.


En tres días las calabazas de Halloween estaban puestas, rotas en botes de basura, las máscaras se quemaron en fogatas, los monstruos, los fantasmas y las brujas se guardaron hasta el próximo año. Halloween fue triste, infeliz, sin interés. Simplemente había sido otra noche aburrida. Eso fue todo.

Martin se quedó mirando el techo durante los primeros tres días de noviembre, viendo la luz del sol y la luz de la luna brillar a través de él. Los días se hicieron más cortos, más oscuros, podía verlo a través de su ventana. Los árboles estaban desnudos. El viento de otoño era más frío. Pero era solo un espectáculo vacío fuera de su ventana, nada más. Él no estaba interesado.

Durante el día, Martin leía libros sobre personas que estaban muertas y desaparecidas. Escuchó todos los días, pero no escuchó el único sonido que quería escuchar.


Llegó la noche del VIERNES. Sus padres iban al cine. Volverían a las once. La señora Tarkins vendría por un rato hasta que a Martin le entrara sueño, y luego se iría a casa.

Mamá y papá le dieron un beso de buenas noches y salieron de la casa al aire fresco del otoño. Oyó sus pasos alejarse por la calle.

La señora Tarkins subió las escaleras, se quedó unos minutos, luego apagó las luces y volvió a cruzar la calle.

Silencio. Martin simplemente se quedó allí y observó las estrellas moviéndose lentamente por el cielo. Era una tarde clara, como cuando él y Perro solían correr juntos por la ciudad, por el cementerio dormido, por el arroyo, por la hierba, por las calles verdes, persiguiendo sus sueños.

Ahora eran más de las nueve.

Ojalá Perro volviera a casa trayendo algo del mundo con él: una hoja o una flor, o simplemente el viento en su cabello. ¡Si Perro volviera a casa!

Y ENTONCES, muy lejos en alguna parte, hubo un sonido.

Martin se incorporó, temblando. La luz de las estrellas estaba en sus pequeños ojos. Se quitó las mantas, escuchando.

¡Allí, otra vez, estaba el sonido!

Era tan débil, como si estuviera a millas y millas de distancia.

Era el sonido soñador de un perro ladrando.

Era el sonido de un perro que venía rápido por los campos nocturnos, por calles oscuras, el sonido de un perro corriendo y dejando escapar el aliento en la noche. El sonido de un perro dando vueltas y corriendo. Iba y venía, el sonido, avanzó y se fue, como si alguien estuviera paseando al perro con una cadena. Como si el perro estuviera corriendo y alguien caminara a casa con él.

Martin sintió calor de repente, estaba sudoroso y emocionado... ¡nervioso!

Los ladridos lejanos continuaron durante cinco minutos, haciéndose más y más fuertes.

¡Perro, ven a casa! ¡Perro, ven a casa! Perro, chico, está bien Perro, ¿dónde has estado? ¡Ay, perro, perro!

Otros cinco minutos. Más y más cerca, y Martin seguía diciendo el nombre de Perro una y otra vez. Perro malo, perro malo, huir y dejarlo solo todos estos días. Perro malo, Perro bueno, ven a casa, ¡ay, Perro, corre a casa y cuéntame sobre el mundo!

Las lágrimas cayeron sobre sus mantas.


Más cerca ahora. Muy cerca. Subiendo la calle, ladrando. ¡Perro!

Martín contuvo la respiración. El sonido de patas de Perro en las hojas secas, calle abajo. Y ahora, ¡justo afuera de su casa, ladrando, ladrando, ladrando! ¡Perro!

Ladrando a la puerta.

Martín lo llamó. ¿Debería correr y dejar entrar a Perro o esperar a que mamá y papá regresaran a casa? ¡Espera, no! Sí, debería esperar. Pero sería terrible que, mientras esperaba, Perro volviera a escapar. No, él bajaría y abriría la puerta, y su perro saltaría a sus brazos otra vez. ¡Buen perro!

Comenzó a moverse fuera de la cama, cuando escuchó un nuevo sonido. La puerta se abrió abajo. ¡Alguien tuvo la amabilidad de abrirle la puerta a Perro!

Perro tenía un visitante con él, por supuesto. El señor Buchanan, el señor Jacob, o tal vez la señora Tarkins.

La puerta se abrió y se cerró y Perro subió corriendo las escaleras, ladrando, hasta la cama.

—Perro, ¿dónde has estado, qué has hecho toda esta semana?

Martín reía y lloraba a la vez. Agarró a Perro y lo abrazó.


ENTONCES DEJÓ de reír y de llorar, se detuvo de golpe. Se limitó a mirar a Perro con los ojos muy abiertos y sorprendidos. El olor que provenía del pelaje de Perro era... diferente.

Era un olor a suciedad. Suciedad muerta. Tierra que olía a cosas insalubres y en descomposición bajo tierra. Apestosa, apestosa, apestosa tierra. Pedazos de esta horrible tierra cayeron de los pies de Perro. Y... algo más... ¿un pequeño trozo blanco de... piel?

¿Era piel? ¿Era? ¡ERA!

¿Qué tipo de mensaje era este de Perro? ¿Qué significaba? El olor, la horrible suciedad del cementerio.

Perro era un perro malo. Siempre cavando donde no debe cavar. Perro era un buen perro. Siempre haciendo amigos fácilmente. A Perro le gustaba todo el mundo. Los trajo a casa con él.


Y AHORA un nuevo visitante subía las escaleras. Despacio. Tirando de un pie tras otro, dolorosamente, lentamente, subiendo.

—¡Perro, Perro, dónde has estado! —gritó Martín.

Un trozo de tierra oscura cayó del pecho del perro.

La puerta del dormitorio se abrió.

Martín tenía compañía...

Ray Bradbury (1920-2012)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Ray Bradbury.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Ray Bradbury: El Emisario (The Emissary), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

3 comentarios:

nito dijo...

Muy bueno, excelente atmósfera!!! Y como siempre tus análisis ,a veces, son más interesantes que el propio cuento!

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Me parece un acierto ese final abierto.
¿Es siniestro ese final o es algo que deseaba el pequeño protagonista? Sospecho que lo segundo. Que la maestra, que fue rescatada de estar tendida, será tan agradable como lo fue cuando estaba viva. Quien hasta ha vuelto de la muerte para que Martin no esté sólo.
Y es algo que estaría dentro del estilo de Bradbury.

Sebastian Beringheli dijo...

Es probable, Demiurgo. Bradbury no solo deja finales abiertos, sino que todos son buenos.

Nito: no creo que un análisis pueda estar a la altura de la experiencia de la lectura, pero entiendo a qué te refieres. A veces es interesante meterse en el corazón de una historia.



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