La conspiración mundial de los niños


La conspiración mundial de los niños.




Mi nombre es Isabel y tengo ocho años.

Les cuento algo: las clases se suspendieron, así que voy a aprovechar lo que queda de mi cuaderno de lengua para escribir un poco. A la señorita Graciela le hubiese encantado eso. «¡No se olviden de escribir!», nos dijo en la última clase.

Desde hace días que no funciona la tele. Lo sé porque todas las mañanas lo primero que hace mi hermanito es encender la tele y mirar sus dibujos. El botón rojo está gastado de tanto apretarlo. Nunca cambiamos de canal. Nunca. Si no mira sus dibujos se pone insoportable.

Tampoco hay internet. Lo sé porque mi tío me regaló un teléfono para mi cumpleaños. No era el que yo quería pero no dije nada. Nuestros padres nos enseñaron a no decir nada cuando alguien nos hace un regalo que no nos gusta. Igual, el tío se dio cuenta.

Los primeros días fueron muy divertidos porque nos dejaron quedarnos levantados hasta muy tarde. Lo que no fue tan divertido es que mamá y papá discutieran tanto. Los adultos se ponen muy nerviosos cuando no hay electricidad, como si no supieran qué hacer. Papá se enojó tanto que tiró la radio contra la pared. Igual no funcionaba. Hacía un ruido muy molesto.

Por suerte mi casa está enfrente del parque. ¡Menos mal! La verdad es que no voy muy seguido, pero cuando no hay tele ni internet ni luz no hay mucho para hacer en casa.

No vayan a creer que a mi hermano y a mí nos dejan ir solos al parque, sobre todo a él, que es muy chiquito y se asusta de todo. Mamá se reúne con las otras mamás y hablan y fuman y se ríen de cualquier cosa. Mientras tanto, nosotros jugamos. Desde que no hay electricidad no se ríen tanto.

Al principio fue genial porque me hizo acordar cuando nos juntábamos con las otras chicas en el parque, hace mucho, cuando teníamos cinco o seis años. Pero enseguida nos aburrimos. Había tantos chicos que era imposible subirse a una hamaca. Algunos eran conocidos, pero la mayoría eran chicos que no conocíamos, de otras escuelas.

Supongo que en esas otras escuelas tampoco había clases.

Pasaron varios días así. No sé cuántos, pero creo que por lo menos una semana. Todos los días nos llevaban al parque. Siempre a la misma hora, bien temprano. Los adultos se turnaban para cuidarnos. ¡Qué nerviosos estaban! Sobre todo papá, que cuando no nos cuidaba en el parque nos observaba desde la ventana alta de casa.

No sé de donde habrá sacado el arma. Julián dice que es un rifle, y que su papá también tiene uno. Yo nunca lo había visto en casa, seguro que lo tenía escondido. Desde que no hay luz papá lo lleva a todas partes con él.

Después de un tiempo hasta el parque se cerró. Al menos eso dijo mamá. Yo no entiendo porqué alguien querría cerrar un parque, salvo que haya un loco suelto o algo así. Desde ese día no nos dejaron juntarnos con los otros chicos, ni siquiera entre nosotros. Papá vació sus cosas del cuarto que usa para trabajar y llevó mi cama para que duerma ahí.

Mi hermanito se quedó en nuestra habitación. Pobre. A veces lo escucho llorar, sobre todo cuando quiere encender la tele. Lo hace todos los días, apenas se despierta.

No quiero que suene feo pero la verdad es que soy muy inteligente. Todos lo dicen. Papá, mamá, la señorita Graciela; hasta el tío lo dice, que no habla casi nunca. Y como soy muy inteligente me acordé que, cuando era chiquita, subía a la terraza y desde ahí nos mandábamos avioncitos de papel con la chica de al lado. Antes nos mandábamos dibujos, claro, pero ahora sabíamos escribir.

Lo difícil no fue subir a la terraza. Lo difícil fue que la chica de al lado (Emilia, se llama) se diera cuenta de lo que yo trataba de hacer. ¡La de avioncitos que gasté hasta que la muy tonta entendió que tenía que abrirlos!

Cuando por fin se dio cuenta nos mandamos muchas cartas. Algunas cayeron en el jardín pero no nos importó. Casi nadie salía.

Ella estaba muy fastidiosa porque su hermano más grande, que estudia en la ciudad, se estaba quedando en su casa desde que se cortó la electricidad. Dijo que él le contó porqué los adultos estaban tan preocupados. Algo estaba pasando, le dijo.

Lo que contó daba miedo, pero miedo de verdad.

Al principio ella no le creyó; y tampoco yo, hasta que una noche, sin saber bien porqué, nosotras también empezamos a matar a nuestros padres.




Relatos góticos. I Relatos de terror.


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El artículo: La conspiración mundial de los niños fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen cuento, cortito, con misterio y un final escalofriante.

Unknown dijo...

Cautivador



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