Poemas escalofriantes escritos por chicos.
Todo comenzó con una propuesta de Los Angeles Times, que en su cuenta oficial de Twitter instó a sus lectores a publicar breves poemas escritos por sus hijas, bajo el lema: ¿Es tu hija la próxima Sylvia Plath? (Is your child the next Sylvia Plath). Los poemas comenzaron a llegar, al principio, versos aparentemente tiernos:
Los periquitos son ruidosos. Los viernes los saco afuera. Son tan lindos. (Skylar, 8)
[Parakeets are loud. On Friday, I take them out. They are so pretty]
[Parakeets are loud. On Friday, I take them out. They are so pretty]
Más de uno interpretó aquel I take them out de forma más bien beligerante, y poco a poco las cosas se tornaron más y más siniestras:
«El fuego es rojo como la sangre. Veo las llamas crecer en el aire mientras saboreo la tristeza de las personas cuya casa se ha quemado. Miro hacia atrás, pero lo único que se oye es el crepitar y la explosión de las llamas» (Gabi, 8)
Mark, de siete años, le regaló el siguiente poema de cumpleaños a su hermana:
Nadie sabe dónde se oculta
pero él sólo anda detrás de la cumpleañera.
Él bebe sangre, es el rey de los vampiros.
pero él sólo anda detrás de la cumpleañera.
Él bebe sangre, es el rey de los vampiros.
La pequeña Labette añadió el siguiente poema para su abuelita:
La pequeña anciana se sienta sola,
necesita hablar con alguien y trata de alcanzar el teléfono,
su mano no se mueve, siente dolor en su interior.
Pocos minutos después la anciana muere.
necesita hablar con alguien y trata de alcanzar el teléfono,
su mano no se mueve, siente dolor en su interior.
Pocos minutos después la anciana muere.
Pero, sin dudas, el poema más escalofriante pertenece a Paul, de doce años; digno heredero de Edgar Allan Poe.
Miré hacia el rincón y vi algo blanco,
era un gato,
me di cuenta que estaba muerto.
No era un gato limpio,
pero igual sentí pena por él.
Estaba echado de costado,
como si hubiese querido estirarse.
Sus piernas estaban rígidas como atizadores
y sus apretados dientes enseñaban
la agonía de su sufrimiento.
era un gato,
me di cuenta que estaba muerto.
No era un gato limpio,
pero igual sentí pena por él.
Estaba echado de costado,
como si hubiese querido estirarse.
Sus piernas estaban rígidas como atizadores
y sus apretados dientes enseñaban
la agonía de su sufrimiento.
Poemas góticos. I Leyendas urbanas.
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