Evidencias de una mujer que se siente sola


Evidencias de una mujer que se siente sola.




Eugenia tenía problemas para dormir; o mejor dicho, le costaba irse a la cama durante la noche. Podía dormir, y de hecho lo hacía en prácticamente cualquier sitio. Ninguno era lo suficientemente incómodo, duro, húmedo o blando como para impedirle caer en el más profundo de los sueños, salvo su propia cama.

Esto le trajo aparejado un sinnúmero de preocupaciones: se dormía en el trabajo, en la fila del supermercado, del banco, en la sala de espera del médico; incluso se dormía en las escasas refriegas trimestrales que programaba con su marido.

Naturalmente, Eugenia no se quedó de brazos cruzados. Si la cama era el problema, perfecto, compraría otra. Y así lo hizo, varias veces, sin que ninguna pudiera asegurarle una mísera hora de descanso.

Consultó con toda clase de especialistas: psicólogos, psiquiatras, hipnotistas, tipos que leen e interpretan prácticamente cualquier cosa, desde las manos a un espolón en el pie, pasando por la borra del café al rastro de saliva dejado en una rodaja de sandía, y todo fue inútil; peor que inútil: un fracaso rotundo que ponía en riesgo todos los aspectos de su vida.

Con el tiempo este problema se agravó: no sólo Eugenia no podía dormir en la cama sino que le costaba frecuentar el dormitorio. Al principio esto reavivó los bríos de la pareja, obligándolos a la comisión de encuentros en otras dependencias del hogar; sin embargo, cuando lo inusual se vuelve una rutina rápidamente pierde actualidad.

Finalmente, ya desesperada, Eugenia recurrió al profesor Lugano.

La cita fue programada para un día viernes. Asistieron Eugenia, su marido, el profesor y quien escribe estas líneas, en aquella ocasión, bajo el pretexto de amanuense.

—No puedo dormir en la cama, profesor —dijo Eugenia.

—Ya veo. ¿Puede hacer otras cosas en la cama además de dormir?

—Antes sí; con mi marido mirábamos películas acostados, series, los partidos de la B Nacional, pero ahora ya ni eso. Apenas entro al dormitorio y veo la cama siento una tristeza que no puedo controlar.

—Entiendo —dijo el profesor—. Es decir que, para resumir el caso, usted se duerme en todos lados menos en la cama. ¿Estamos en lo correcto?

—Sí —dijo Eugenia—. Por favor, ayúdeme, profesor; estoy horriblemente sola durante todo el día. La cama matrimonial es el único espacio en donde estoy acompañada.

—Y esa es la causa del problema. Usted se resiste a irse a la cama con su marido porque ahí, acompañada, su soledad se hace más evidente.




Filosofía del profesor Lugano. I Feminología: filosofía de la mujer.


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