Por qué los vampiros no se reflejan en los espejos.
Ninguna leyenda, aún aquellas que parecen caprichosas y ausentes de toda lógica, posee elementos que no tengan una función clara y necesaria. Los vampiros y los espejos comparten una leyenda confusa, de fundamentos frágiles que se disuelven en cientos de conjeturas audaces. A pesar de ellas, la pregunta permanece inalterable: ¿Por qué los vampiros no se reflejan en los espejos?
No proyecta sombra, ni reflejo en los espejos. Esta frase ominosa pertenece al profesor Van Helsing, y podemos hallarla en la novela de vampiros de Bram Stoker: Drácula (Dracula). El expresionismo alemán la ignoró convenientemente. En la película: Nosferatu, una sinfonía del horror (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens), estrenada en 1922 y dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau, el protagonista, un horrible vampiro llamado Conde Orlock, no tiene reparos en diseminar reflejos y sombras; y hasta el Drácula de Francis Ford Coppola no manifiesta ningún escrúpulo al dispersar sus sombras autónomas por el castillo (ver: El Drácula de Coppola y las cloacas de Stoker)
Bram Stoker sostiene que los vampiros no proyectan sombra ni se reflejan en los espejos. Más aún, sostiene que tampoco pueden ser fotografiados y filmados. ¿Por qué? ¿En qué se basa esta leyenda? ¿Están los vampiros incapacitados para reflejarse o son ellos los que rehúyen de su reflejo?
Antes de la invención de la cámara fotográfica, las leyendas aseguraban que la luz, en cualquiera de sus formas, perfora la consistencia etérea de los vampiros. Incluso antes de que los espejos fueran de uso popular, la manera más efectiva de saber si alguien era un vampiro era exponerlo a la luz de una vela. Si gracias a un curioso efecto óptico la luz no se reflejaba en su piel, entonces el sujeto era considerado un vampiro.
En el folklore medieval los vampiros eran traslúcidos. Su silueta no resistía el brillo más modesto. Esta naturaleza fotofóbica luego fue trasladada a los espejos y las cámaras fotográficas, cuya habilidad es justamente capturar la luz.
Literariamente hablando, el primer vampiro en rechazar los espejos es Drácula. Después de él se convirtió en un lugar común adoptado por muchos vampiros narrativos. Drácula huye infantilmente al ver a Johnatan Harker afeitándose frente a un pequeño espejo; un detalle patético que no es el único de la novela. Recordemos que es el propio Drácula, que carece de sirvientes domésticos, quien prepara la comida de su huésped en las últimas horas de la noche.
Desde la Edad Media, e incluso antes, existe un tabú con respecto a los muertos y los espejos. El reflejo de un cuerpo sin alma trae consecuencias nefastas. Durante las vigilias junto al cadáver se tomaba la precaución de quitar todos los espejos de la habitación, ya que si el cuerpo era reflejado se produciría una nueva e inevitable muerte en la familia.
Ahora bien, los vampiros, en la concepción medieval, son criaturas sin alma, es decir, cadáveres ambulantes. En este sentido, es difícil descifrar si el mito narrativo efectivamente modificó el mito cultural. El postulado correcto sería: los cadáveres no deben reflejarse en los espejos, o más concretamente, si un cadáver se refleja en un espejo se convertirá en un vampiro.
La literatura invirtió los términos aprovechando un temor atávico por los muertos y los espejos; cambiando la admonicion de que si un muerto se reflejaba se convertiría en vampiro por una imposibilidad de los vampiros en reflejarse en los espejos. El cine se encargó de solidificar este cambio de paradigma.
Si retrocedemos en el tiempo, más allá de la Edad Media, encontraremos el mismo tabú sobre los muertos y sus reflejos.
En Roma, donde se usaba bronce pulido como espejos, se retiraban todos los utensillos de superficie reflectiva cuando había un muerto en la casa. En Grecia, los espejos —de nuevo: superficies metálicas que cumplían esta función— eran ocultados en los rincones de la casa, y bajo ningún motivo eran expuestos ante los cadáveres.
Ya con los espejos definitivamente instalados en la cultura, se pensó que éstos reproducían —o capturaban— el alma de los objetos, que esos dobles especulares eran, en realidad, la esencia misma de las cosas. Naturalmente, los vampiros carecen de todo rasgo espiritual, de modo que su reflejo era algo inconcebible.
Narrativamente, el hecho de que los vampiros no puedan verse en los espejos brinda un efecto de verosimilitud muy fuerte, aunque a simple vista no sepamos explicarlo. El éxito no está en el detalle en sí mismo, sino justamente en la imposibilidad de explicarlo, ya sea por medio de la razón o del pensamiento mágico. Los buenos relatos de vampiros, aquellos que de un modo u otro nos arrancan un pequeño fragmento de horror ancestral, no necesitan justificar sus artificios y ardides, ya que somos nosotros quienes le asignamos inconscientemente un valor paradigmático.
Ante la pregunta que encabeza este artículo: ¿Por qué los vampiros no se reflejan en los espejos?, deberíamos responder: Porque los vampiros no tienen alma (ver: El alma de los vampiros)
Para ilustrar esta idea podríamos recurrir a una portentosa herramienta nórdica: las kenningar. Una de las maneras poéticas para decir «alma» era: skóg hugar, es decir, «bosque de la mente». En el caso de los vampiros deberíamos pensar en un páramo desolado.
Leyendas de vampiros. I Razas de vampiros.
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El artículo: Por qué los vampiros no se reflejan en los espejos fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
2 comentarios:
Un paradigma más acertado es, la virtud que adquirió la plata por el mal uso que se le dio, al ser monedas de plata con las que se pago a Judas por haber entregado a Jesús, por ello es un material santificado y preferente para erradicar y repeler el mal.
Aunque Drácula contenga explicaciones rocambolescas, no me atrevería a tildarlo de pueril o patético; se trata de una novela muy metafórica, concebida como un relato más largo. Luego los herederos de Bram Stoker, al hacerse con el manuscrito, lo convirtieron en trilogía, pero siempre partiendo de ideas que habían sido censuradas en su época; siendo el Conde un iniciador oscuro más que un personaje malvado
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