Urano: el día que el cielo fue castrado.


Urano: el día que el cielo fue castrado.




Algunos episodios de la mitología griega asombran por la fuerza con la que representan principios y conceptos díficiles de abordar.

Urano [Οὐρανός] significa literalmente «cielo». Se trata de un dios primordial bastante extraño. Fue hijo y esposo de Gea [Gaia], la Madre Tierra; según Hesíodo, concebido espontáneamente por la diosa, que por entonces estaba sola en la creación.

Urano y Gea engendraron la primera generación de Titanes, mucho antes de que nacieran los dioses olímpicos. La etimología de Urano ofrece un vínculo directo con los cultos orientales, especialmente el de Varuna en la India. El nombre Urano proviene del orsanόj, «lluvia», y este de la raíz indoeuropea ers, «mojar».

Urano se revela así como el «que hace llover», o bien «el que fertiliza», si preferimos una interpretación más poética. Recordemos que Gea, la Madre Tierra, recibía su simiente bajo la forma de un manto de humedad.

Contrariamente a lo que sugiere Hesíodo, Urano no nació del vientre de Gea, sino del Caos, una abstracción mitológica que representa la forma primordial del universo; una masa amorfa e inestable de la que eventualmente se conformaría toda la materia. No obstante, la versión más reconocida sobre el nacimiento de Urano proviene justamente de la Teogonía. Allí se dice que Gea lo alumbró con sus mismas proporciones. Este acto representa la separación del cielo y la tierra, es decir, la creación del orden natural del universo.

Urano y Gea tuvieron varios hijos antes de que los dioses aparecieran. Primero llegaron los Titanes, luego los Cíclopes y finalmente los Hecatónquiros, centípedos monstruosos de temperamento más bien volátil.

La crueldad de Urano no conocía límites. En su concepción, el universo era suyo y de su madre-esposa; de modo que obligó a Gea a conservar en su útero a todas estas generaciones de criaturas. A punto de explotar de dolor, Gea talló a escondidas una hoz y en sus propias entrañas clamó por ayuda a sus hijos no nacidos. Solo uno la escuchó, el menor de todos, llamado Cronos.

En una jugada arriesgada, que haría las delicias de Sigmund Freud, Cronos emboscó a su padre mientras yacía sobre Gea, y con un movimiento certero lo castró con la hoz y arrojó sus genitales a las regiones líquidas de la geografía de su madre. De la sangre derramada nacieron los Gigantes, las Melias y las Erinias, y de la espuma seminal que cayó en el mar emergió Afrodita

Ya vencido, Urano profetizó que su venganza llegaría pronto, y que los Titanes, gobernados por Cronos, encontrarían un final súbito y atroz a manos de una nueva raza de seres. Con esta profecía Urano anticipó la victoria de Zeus sobre su padre Cronos. Este mito, tal vez uno de los más antiguos de Grecia, procede a detallar la sucesión de eventos que dan comienzo al universo, y que tal vez la ciencia moderna se vea en la obligación de confirmar. Del Caos amorfo, es decir, la materia en desorden, procede el Cielo (Urano) y la Tierra (Gea); cuando estos se separan, es decir, cuando nace el espacio, aparece el Tiempo (Cronos); y recién allí, cuando el Cielo y la Tierra y el Tiempo finalmente se asientan, emerge Zeus, destinado a gobernar el universo.

En este detalle los mitos griegos son únicos. Dios no precede a la creación, sino que nace a partir de ella. La idea de que Zeus nace del Tiempo es de una sutileza filosófica. El desorden del Caos no tiene gobierno, tampoco la oscuridad, es decir, cuando el Cielo y la Tierra estaban fundidos en un abrazo colosal. Solo cuando emerge el Tiempo podemos hablar de un espacio y de un lugar. Cuando se contabilizó el primer instante Zeus se manifestó para reclamar su gobierno sobre todo lo que fue y será.




Mitología. I Mitología griega.


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2 comentarios:

Unknown dijo...

Un simbolismo especial en el trasfondo de la historia de los titanes, algo que me ha encantado siempre, esa sucesión destructiva generación tras generación, desde Uran hasta Zeus... escribí un poema más bien dedicado a la caída de Saturno, en este poema mencionó el episodio de la enmasculación, se los comparto, esperando que les agrade...


Canto al alumbramiento de Saturno

En el profundo abismo de un submundo,
vacío, heredó un astro el vago rumbo
de conducir las penas al presente,
dirigiendo el vano delirio ausente
hacia el plomizo azul de oculto párpado.
En su vista mezquina, y desde el Tártaro,
nos observa el que emasculó a su padre;
de aquél estruendo es la Tierra su madre
y fue su mujer la que nació en Frigia.

Adorando los besos del Estigia,
en nuestro corazón siembra, Saturno,
el frío y seco dolor taciturno.
Es el dador de la melancolía,
el que embriaga a la pasión de agonía
dibujando el rostro de la tristeza,
de aquella oscura y sombría rareza
tan familiar a la sombra titánica,
carente de la claridad vesánica
del doncel ocaso de sus anillos,
y de su vicio, orado por los grillos
en el sepulcral coro de las tumbas
—penitente senda en las catacumbas
que desborda un lacrimoso anatema,
distante del lunático y la flema,
lejano también del hogar sanguíneo—.

El pródigo pesar del fulgor ígneo
arrebató el trono al que pintó el Cielo.
Y así, pasó que el Tiempo se hizo viejo,
y como a Urano Saturno venciera,
el Miedo, un día, Saturno temiera,
y que a su vista cegase la hoz.
Mas fue su penitencia aquella voz
que surgió de la silente caverna,
clavando en el cristal la joya eterna
nacida en el vigor de la natura,
cuando, persistente, la muerte augura
la miserable traición de su Rea.
Derramando el amargo llanto, Gea,
condena a la propia entraña lunar,
y exiliado al éter, celestial mar,
Saturno, en melancolía indiscreta,
maquilla el rostro de un fiero planeta.

Unknown dijo...

Les comparto un pequeño poema que escribí en el cual se rememora el episodio de la enmasculación de Urano, esperando sea de su agrado...


Canto al alumbramiento de Saturno

En el profundo abismo de un submundo,
vacío, heredó un astro el vago rumbo
de conducir las penas al presente,
dirigiendo el vano delirio ausente
hacia el plomizo azul de oculto párpado.
En su vista mezquina, y desde el Tártaro,
nos observa el que emasculó a su padre;
de aquél estruendo es la Tierra su madre
y fue su mujer la que nació en Frigia.

Adorando los besos del Estigia,
en nuestro corazón siembra, Saturno,
el frío y seco dolor taciturno.
Es el dador de la melancolía,
el que embriaga a la pasión de agonía
dibujando el rostro de la tristeza,
de aquella oscura y sombría rareza
tan familiar a la sombra titánica,
carente de la claridad vesánica
del doncel ocaso de sus anillos,
y de su vicio, orado por los grillos
en el sepulcral coro de las tumbas
—penitente senda en las catacumbas
que desborda un lacrimoso anatema,
distante del lunático y la flema,
lejano también del hogar sanguíneo—.

El pródigo pesar del fulgor ígneo
arrebató el trono al que pintó el Cielo.
Y así, pasó que el Tiempo se hizo viejo,
y como a Urano Saturno venciera,
el Miedo, un día, Saturno temiera,
y que a su vista cegase la hoz.
Mas fue su penitencia aquella voz
que surgió de la silente caverna,
clavando en el cristal la joya eterna
nacida en el vigor de la natura,
cuando, persistente, la muerte augura
la miserable traición de su Rea.
Derramando el amargo llanto, Gea,
condena a la propia entraña lunar,
y exiliado al éter, celestial mar,
Saturno, en melancolía indiscreta,
maquilla el rostro de un fiero planeta.



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