Titono y Eos: el secreto de la inmortalidad.
En muchos casos la inmortalidad propicia el hastío, y en todos el deseo de morir. Sobre estos asuntos habla la triste historia de Titono, un hombre mortal, hijo del rey de Troya; que descubrió muy tarde cuál es el precio de la inmortalidad.
Tanto él como su hermano, Ganímedes, habían sido bendecidos por una belleza arrolladora. Eos, la diosa de la aurora, se enamoró perdidadmente de él, a tal punto que le solicitó a Zéus que le concediera el don de la inmortalidad.
El rey de los dioses, que sabía que la constitución humana lejos está de asimilar la tristeza y la melancolía de la eternidad, accedió al pedido de Eos acaso para salvar algunas deudas pendientes.
El propio Zeus se mostraba visiblemente perturbado cada vez que algún miembro de su corte buscaba ampliar la lista de inmortales del Olimpo. En estos casos nunca se negaba. Por el contrario, a menudo cumplía los deseos tal cual se los formulaban, lo cual podía ser devastador si éstos tenían algún error estructural.
Eos le rogó a Zeus que le conceda a Titono el don de la inmortalidad, pero se olvidó de pedir también la juventud eterna.
Titono y Eos se amaron y tuvieron dos hijos, Memnón y Ematión, pero los años pasaron y la vejez se fue acentuando en el cuerpo del muchacho. Fue así que Titono, el inmortal, fue envejeciendo más y más; encogiéndose, arrugándose, hasta convertirse en una criatura irreconocible. Sus músculos se deformaron, su piel perdió color y se deshizo en incontables fisuras, incluso sus huesos fueron reduciéndose hasta sostener a un ser amorfo que ni siquiera era capaz de alimentarse a sí mismo.
Eos lo amó hasta donde pudo; hasta donde vio en él un reflejo pálido e incierto de aquel muchacho hermoso. Fue Zeus quien finalmente intervino para sacar a Titono de su agonía. Las leyes del Olimpo son claras, y el don de la inmortalidad no puede sustraerse una vez otorgado; de modo que Zeus se apiadó de la forma abominable de Titono y le permitió transitar la eternidad bajo la figura de un grillo.
Desde entonces, cada vez que Eos, la de rosados dedos, aparece sobre el horizonte, llora sobre la tierra recordando a su amado Titono. Estas lágrimas se conocen vulgarmente como «rocío».
Algunos dicen que Titono se alimenta diariamente de las lágrimas de Eos, y que en cada gota la diosa deposita una parte de si misma, hecha de penas y remordimiento.
Otros sostienen que Titono, ya privado del habla, siempre busca comunicar su desdicha. Si uno toma en sus manos a un grillo y le formula una simple pregunta: «¿Qué deseas?», es posible que el sonido típico de estos insectos cambie su morfología, y que en cambio se escuche un murmullo lento y apagado que fue traducido así por Safo: «Mori, mori, mori...» Es decir, morir.
En este punto conviene recordar que la inmortalidad es un don únicamente para los dioses y una condena para los hombres. Para los segundos, la insistencia de la inmortalidad apaga paulatinamente todos los deseos, hasta dejar solo uno, el «deseo de morir».
Mitología. I Mitos griegos.
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