La ceguera en la literatura y el mito.
La ceguera ha tenido diferentes interpretaciones a lo largo de la historia. Para los griegos se trataba de un castigo divino, aunque a menudo era compensado con dones insólitos, como la sabiduría y el don de la profecía y la épica. Un ejemplo importante en este sentido es el propio Homero, cuyo nombre (Hómēros) significa literalmente «rehén», es decir, prisionero de guerra, pero también puede leerse como Ho Me Horón, «el que no ve».
Otro ciego ineludible de los mitos griegos es el desdichado Edipo, quien en un rapto de desesperación se arrancó los ojos por haber sido el vehículo de trasmisión de un deseo incestuoso [ver: ]
Resulta curioso que este rey mítico de Tebas no haya preferido mutilar otras regiones de su geografía corporal, acaso más vinculadas al acto pecaminoso que buscaba castigar; no obstante, eligió pagar su falta involuntaria con sus ojos, un precio que condenaba a cualquiera al exilio social.
Dentro de los mitos griegos se halla otro ciego fabuloso: Tiresias [el mismo que le anunció a Edipo que Yocasta era en realidad su madre], adivino de la ciudad de Tebas. Según cuenta la historia, Tiresias se volvió ciego a causa de una disputa en la que arbitró tendenciosamente: Zeus y Hera discutían sobre quién obtenía mayor placer sexual, si el hombre o la mujer. Incapaces de ponerse de acuerdo se presentaron ante el sabio para que resolviera el debate. Tiresias dictaminó que el hombre obtiene mayor placer que la mujer [ver: ¿De quién es el placer?]. Acto seguido, recibió el agradecimiento de Zeus y la condena pública de Hera, que lo transformó en ciego.
Ya en el terreno de la literatura, la ceguera continuó teniendo distintas interpretaciones. Los personajes ciegos a menudo manifiestan un carácter marcado, definido, ya sea bueno o malévolo, pero siempre en proporción directa con el destino de oscuridad y sombras ambiguas que ha caído sobre sus ojos.
En líneas generales podemos pensar a los ciegos en la literatura como un símbolo de visión superdotada. Muchas veces los ciegos no son aquellos que padecen algún tipo de afección ocular, sino los que pueden «ver» cosas ocultas para la mayoría [ver: Análisis de «Informe sobre ciegos» de E. Sábato]
Un ejemplo interesante de esta posibilidad es el relato de H.G. Wells: El país de los ciegos (The Country of the Blind), donde se nos lleva a recorrer una región aislada del mundo durante milenios, cuyos habitantes son todos ciegos, así como lo fueron sus predecesores. En ese alejamiento han desarrollado otros sentidos de percepción; sin embargo, H.G. Wells revela que, frente a cuestiones como el racismo y la discriminación, los ciegos de este país mítico padecen las mismas deficiencias cognitivas que nosotros.
Nuevamente en el ámbito del mito debemos señalar otra ceguera voluntaria, aunque parcial. El propio Odín pagó con un ojo el derecho a beber el néctar de la sabiduría. Según dicen los sabios, desde entonces habla únicamente en verso. Además del detalle hermoso de este mito nórdico, que asocia la sabiduría con la poesía; es decir, a la poesía como único lenguaje de la sabiduría, también nos ha legado la frase: «un ojo de la cara», que indica el pago de precio demasiado alto.
Siendo la visión el sentido social predominante, su pérdida supone también una degradación de las capacidades de interactuar con el mundo que nos rodea. No obstante, está pérdida solo es aparente. El mito y la literatura a veces intentan abordar esta cuestión, presentándonos personajes ciegos capaces de ver mucho más allá de lo evidente. En este sentido, la visión aparece como una limitación.
Un caso paradigmático de esta idea se produce en la novela de Wilkie Collins, Pobre señorita Finch (Poor Miss Finch), donde una ciega recupera la visión solo para descubrir que el mundo que la rodea es una ilusión.
Otro ejemplo en el mismo sentido ocurre en la novela de José Saramago: Ensayo sobre la ceguera (Ensaio sobre a cegueira), donde se elabora una fuerte crítica a la sociedad.
Citar uno por uno los ejemplos de ciegos en la literatura es una labor que nos supera ampliamente. No obstante, conviene destacar algunos: El hombre ciego (The Blind Man), de D.H. Lawrence; La catedral (Cathedral), de Raymond Carver; Amor ciego (Blind Love), de V.S. Pritchett; Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato [donde se especula sobre la existencia de una orden o sociedad secreta conformada por ciegos de nacimiento]; Por qué el amor es ciego (Why Love is Blind), de Katherine Mansfield; El nombre de la rosa (Il nome della rosa), de Umberto Eco; El bisara del Pooree (The Bisara of Pooree) de Rudyard Kipling; El jardín de sombras (The Garden of Shadows) de Ernest Dowson; entre otros.
Para finalizar este breve repaso de la ceguera en el mito y la literatura es imprescindible cederle la palabra al ciego más extraordinario de estas tierras, Jorge Luis Borges. En su Poema de los Dones filosofa irónicamente acerca de la ceguera y su amor por los libros:
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
Egosofía. I Mitología.
El artículo: La ceguera en la literatura y el mito fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
1 comentarios:
hermoso poema...mucho mas que hermoso.
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