El libro de la magia roja


El libro de la magia roja.




La búsqueda del Libro de la magia roja no recayó sobre un sesudo anticuario, sino sobre un hombre tenaz, menos bibliotecario que bibliófago.

En las páginas más oscuras del Malleus Maleficarum se lo menciona de pasada: cuero rojo (ahora bermellón por la acción del tiempo), lomo recubierto de cobre y bronce, páginas amarillentas, desteñidas, cosidas en finísimo hilo oriental. Jean Bodin, menos cauto que los herreros de la Inquisición, también habló sobre el libro de la magia roja en su sombrío De la démonomanie des sorciers, donde se lo asocia con la magia y los filtros de amor mediante la manipulación de componentes vivos: sangre, tejidos, huesos, fluidos, además de vincularlo con algunos cultos piamonteses y garibaldinos. El hematomante, señala Bodin, es capaz de realizar filtros amorosos perfectos, haciendo irresistible a la persona que se coloque una o dos gotas detrás de las orejas.

La pesquisa comenzó primero en Montevideo, y luego en el Rosario, donde Héctor Casaldi interrogó a los más avezados historiadores de lo oculto, sin hallar más que conjeturas alocadas y teorías que no pasaban del hecho anecdótico, casual, con el que los académicos intentan despistar a los curiosos, tal vez para no confesar sus incapacidades para el trabajo de campo.

En 1951, Casaldi se trasladó a Buenos Aires. Se instaló en una cómoda habitación sobre la calle Darwin, y desde allí comenzó a revisar las minúsculas pistas que había recogido en sus viajes. Se entrevistó con Ariel Ben Adar, rabino exiliado de Villa Crespo, que develaba los secretos de la Cábala y el Talmud a cambio de chirolas. Hombre de fuerte presencia, Ben Adar afirmó que el libro de la magia roja, el espeluznante Das Buch der Roten Zauberei, llegó a Buenos Aires en 1902, más precisamente en el mercantil Nachtgeist, gracias a la intervención del magnate Friedrich von Ghoülish, cuyo cuerpo fue hallado despedazado, masticado, parcialmente digerido y regurgitado en el barrio de Saavedra.

El buen rabí también mencionó los servicios de una gitana en el barrio de Pompeya.

Casaldi se trasladó hacia allí a mediados de febrero de 1951. Gracias a su fuerte entrenamiento mental fue capaz de trascribir verbatim todo lo que se dijo en aquella entrevista.

—Corte.

—No vengo a que me adivine el futuro. Vengo a hablar sobre el libro de la magia roja.

—¿Quiere saber sobre el libro?

—Si.

—Cincuenta pesos.

—Aquí tiene.

—Cincuenta más.

—Oiga.

—Es lo habitual en estos casos.

—Bien. Aquí tiene.

—El libro de la magia roja no existe. Existen sus lectores.

—¿Cómo dice?

—Que el libro es apócrifo, más sus recetas son bien conocidas.

—¿Cómo podría yo acceder a esas recetas?

—Primero debe confeccionar el libro. Yo puedo hacerlo por usted.


(Nota de Casaldi: extrañamente, la gitana sacó un grueso volumen de cubierta roja, con lomo de bronce y cobre. Lo hojee. Sus páginas estaban en blanco).


—Oiga, este libro está vacío.

—Precisamente. Usted debe llenarlo.

—¿Cómo?

—¿A quién desea poseer?

—Bueno, esa es información privada. Usted entiende.

—Entiendo, pero debe saber que el libro no sirve para enamorar, sino para desatar la pasión.

—Lo sé.

—Pues bien, ¿a quien desea poseer?

—A Clara Musachio.


(Nota de Casaldi: la gitana se realizó una pequeña incisión en el muslo derecho, y con una pluma embebida en sangre escribió el nombre de Clara en la primera página del libro).


—Esta noche coloque el libro debajo de la almohada. Mañana me cuenta.

Casaldi hizo lo que se le pidió. A la mañana siguiente, apenas conciente de un sueño extraño, abrió el libro y descubrió que aquellas letras trazadas con sangre habían mutado, dando como resultado una fórmula en caracteres indescifrables.

Esa misma tarde regresó al consultorio de la gitana.

—Mire, hice lo que me pidió, pero no logro entender una palabra de estos caracteres.

—Ya lo hará. Primero debe entender que no existe una magia que se aplique a todas las personas.

—Ya veo.

—Cada persona responde a una vibración particular, un matiz odorífero concreto. El de Clara es este —y señaló los extraños caracteres rojos.

—¿Usted podría interpretar esta fórmula?

—Ciertamente.

—¿Y cuándo podría terminarla?

—En una hora.

—Perfecto.

—Cincuenta pesos.

Casaldi le dio cien. Pasó la siguiente hora deambulando por el barrio de Pompeya.

—Aquí lo tiene. Con esto logrará desatar la pasión de Clara cada vez que lo desee —y le alcanzó un frasco cuyo contenido era rojo.

—¿Cómo debo utilizarlo?

—Colóquese dos gotas detrás de cada oreja, preséntese ante Clara y ella se abalanzará sobre usted.

—¿Sólo dos gotas?

—No más. De hacerlo, la pasión se desborda, excede la capacidad humana, y se transforma en algo más, algo terrible.

Cerca de las nueve de la noche, Casaldi se presentó en el domicilio particular de Clara Musachio. Golpeó dos veces. Al oír pasos que se acercaban se echó todo el contenido del frasco sobre la cabeza, los hombros y el pecho.

Me apresuro a terminar estas líneas antes de que el guardia apague las luces. Sólo recuerdo que la policía me encontró bañada en sangre masticando un diario que no escribí, y, antes de eso, que alguien llamaba a mi puerta.




Diario Éxtimo. I Egosofía.


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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusto mucho, tiene un aire a Dolina.



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