Por qué es peligroso escribirle a una mujer.
Su desaparición nos conmovió profundamente. La conocíamos desde la adolescencia, y todos la deseábamos, a tal punto que levantamos verdaderas cosmogonías sobre sus piernas, sus ojos, su culo soberbio, pero ninguno la quiso tanto como él.
Ella desapareció, así de simple; sin dejar una nota, un mensaje, un cadáver.
La policía inició una investigación que duró varios meses. Se tomaron testimonios, se recogieron evidencias miserables en el departamento que compartía con él: facturas de luz, una bombacha desteñida, la mirada desconcertada de un perro, pero no se encontró nada que pudiese echar luz sobre su desaparición.
Como era de esperar, él también resolvió desaparecer después de un tiempo, solo que de una forma menos dramática: se pegó un tiro en la boca.
Tiempo después, un notario nos informó que él nos había dejado todo cuanto poseía. Sin muchas esperanzas, nos dirigimos al departamento. No encontramos nada de valor, solo papeles, miles y miles de papeles, torres y empalizadas de manuscritos, pergaminos, rollos, anotaciones, cuadernos, memorias digitalizadas. Todo ese revoltijo de palabras estaba dedicado a ella.
Esa noche decidimos quemarlo todo, para que ella descanse en paz.
Nadie lo dijo en voz alta. Hay hechos tan asombrosos que solo se comparten en un silencio viril, cómplice, pirómano: él le dedicó tantos poemas, tantos argumentos inconclusos, tantas historias y tramas, y todo con un colorido y devastador énfasis, que una noche, al tantear las sábanas buscando su culo soberbio, no encontró más que papeles.
Egosofía: filosofía del Yo. I Diario Éxtimo.
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