Así supe que ya no despertaría


Así supe que ya no despertaría.




Nunca sufrí de insomnio. Quizás por eso no le temo a la muerte.

Fíjese qué curioso, ningún chico le tiene miedo a la muerte. ¿Por qué? Porque duermen doce horas al día. Basta nacer, vivir uno o dos minutos de vida y de llanto para que los bebés ya estén deseando la muerte. ¿Y qué hacen? Se duermen. De hecho, podríamos pensar que solo despiertan y lloran para alimentarse y de ese modo seguir estando muertos.

Por supuesto que, a medida que envejecemos y el sueño se vuelve menos un hábito que una responsabilidad, el miedo a morir se intensifica. Los ancianos duermen muy poco, si es que duermen en absoluto (a veces creo que simulan), y todos ellos, a pesar de lo que digan, están aterrorizados.

Con esto no quiero decir que dormir sea una especie entrenamiento para la muerte; digo que dormir es estar muerto.

Tal vez por eso adoro dormir, y también por eso odio esos súbitos instantes del despertar, donde me convierto en lo que no soy: un hombre que vive.

Usted se preguntará por qué no me echo a morir de una puta vez, a dormir un sueño del que no haya despertar posible, pero no puedo. A veces siento que lo consigo, pero entonces el otro me despierta.

Todas las mañanas, a la misma hora, el otro se asoma a la puerta de mi habitación y me grita:

—¡DESPIERTE!

Al principio me resistía, lo mandaba al carajo, me cubría el rostro con la almohada, pero el sueño ya no regresaba.

Hasta hoy.

Me apresuro a escribir estas líneas antes de que el sueño me reclame para siempre.

Hoy ocurrió la misma escena: yo dormía, el otro se asomó a mi cuarto y gritó:

—¡DESPIERTE!

Entonces le dije algo que nunca antes se me había ocurrido.

—¿POR QUÉ MIERDA NO SE DESPIERTA USTED?

Sé que esas últimas palabras lo devastaron. Por muy obstinado que sea, ya no volverá a soñarme.




Diario Éxtimo. I Egosofía: filosofía del Yo.


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