La biología de los Monstruos


La biología de los Monstruos.




Existe un delicado equilibrio en la biología de un Monstruo. Demasiado de esto, o demasiado poco de aquello, pueden hacer de un Monstruo algo aterrador, pero también algo risible (ver: Monstruología: cuatro categorías para lo monstruoso en la ficción).

A veces un Monstruo funciona bastante bien en la ficción literaria, pero se revela como algo absurdo cuando lo vemos en el cine. En definitiva, ¿qué rasgos o atributos hacen que un Monstruo sea aterrador, o ridículo, desde una perspectiva biológica? (ver: Los Monstruos y lo Monstruoso: la equilibrada fórmula del Horror).

Aquí van algunas especulaciones.

Los Monstruos poseen dos atributos fundamentales: son más grandes que nosotros, y son rápidos; lo cual implica que son depredadores de nuestra especie. En cierto modo, el Monstruo literario, y el cinematográfico, son una evolución de los lobos, osos y tigres que originalmente mantuvieron un riguroso control sobre el número de nuestra población en la prehistoria.

Ahora bien, estos atributos son demasiado genéricos, y no llegan a explicar la profundidad del fenómeno. Quiero decir, uno puede idear, digamos, un hombre-león, y no asustar realmente a nadie. Porque es en la combinación de características biológicas lo que hace que un Monstruo sea efectivo, y sobre memorable.

La palabra Monstruo está relacionada etimológicamente con el verbo «mostrar», es decir, manifestarse. En este sentido, los Monstruos manifiestan un reflejo de la cultura que los forjó en primer lugar, es decir, aquello a lo que una sociedad determinada le tiene miedo, o intolerancia, en menor medida.

Naturalmente, y siendo que los Monstruos expresan abiertamente los miedos y ansiedades de una cultura, suelen ser criaturas excluidas de la sociedad, incluso desterradas hasta sus fronteras. De ahí que el hogar de los Monstruos siempre esté ubicado más allá del mundo civilizado.

En otros tiempos bastaba situarlos en las fronteras de los bosques circundantes, en el desierto, pero la expansión del ser humano sobre estos territorios obligó a los Monstruos a encontrar refugios más eficientes. Eventualmente, los imaginamos en el espacio exterior.

En teoría, esto funciona bastante bien incluso a nivel individual, no ya cultural. Un armario entrabierto, en la soledad de la noche, es un buen ejemplo de terra incognita para un niño (ver: Cuando lo que sale del closet es un Monstruo).

Las primeras historias de Monstruos parecen estar relacionadas en cierto modo con los cuentos arquetípicos de caza. No es del todo extraño realmente. Si el bosque era un territorio inexplorado para la mayoría de las personas en una época temprana de la civilización, seguramente era un terreno conocido para los cazadores, básicamente los únicos que podían dar cuenta de los misterios que se escondían allí.

En este contexto no es improbable que el tamaño y la ferocidad de los depredadores naturales, como los lobos, formaran la base del material de estas primeras historias de Monstruos.

Aquí es lícito hacerse la siguiente pregunta: ¿qué necesidad habría para los cazadores prehistóricos crear Monstruos cuando los depredadores reales ya eran lo suficientemente aterradores?

Bueno, en términos prácticos, ninguna. Pero nunca hay que subestimar el poder de la fantasía, la posibilidad de crear algo distinto, aun en sociedades primitivas. Después de todo, ¿cuántos relatos de leones estaríamos dispuestos a oír de nuestros audaces cazadores al regresar de alguna expedición? ¿No habría, en algún momento, la necesidad de algo más?

Quizás por esto, y a medida que el peligro real de ser atacado por un depredador retrocedía considerablemente para la mayoría de las personas, los Monstruos en estas culturas se volvieron más audaces en su construcción. Los mitos griegos son un buen ejemplo de esto, al realizar la fusión de varios animales conocidos en uno solo, como la Quimera.

Aquí uno se siente tentado a pensar que la única condición para descreer de los Monstruos es el ateísmo. De lo contrario, independientemente de la fe que uno tenga, necesariamente debe creer en Monstruos, ya que estas criaturas están presentes en todos los textos sagrados de todas las religiones (ver: Monstruos y seres extraños de la Biblia)

Lo cierto es que no hay una secuencia cronológica estricta que pueda explicar la biología de los Monstruos. Es probable que estos hayan surgido originalmente en los cuentos de cazadores prehistóricos, que hayan evolucionado, refinándose, hasta adquirir un formato más sofisticado, pero sus formas originales, casi elementales, pueden reaparecer con el tiempo cuando las condiciones son apropiadas.

En todo caso, los Monstruos se relacionan con lo Monstruoso, y lo Monstruoso siempre implica una violación de la forma física ideal de los mamíferos.

Como parte de ese grupo estamos acostumbrados a encontrarnos con seres con cuatro extremidades, razón por la cual un número incorrecto claramente resulta inquietante. Una serpiente, un pulpo, un insecto, o cualquier organismo con demasiados apéndices, o ninguno, ya de por sí generan rechazo.

Como mamíferos, y en términos más amplios, como vertebrados, disfrutamos de una forma física simétrica. Las criaturas asimétricas, especialmente aquellas que carecen de un contorno distintivo, son profundamente inquietantes, y tal vez allí resida el secreto de la biología de los Monstruos: a mayor diferencia con la forma humana ideal, más cerca se está de lo monstruoso.

Podemos concluir, entonces, que los Monstruos habitan en la periferia de la cultura, en sitios oscuros, recónditos, a veces subterráneos, y que rara vez salen de allí. Somos nosotros quienes inadvertidamente entramos en sus dominios. Ese avance, a tientas en una tierra desconocida, tiene algo de profanación, como lo sabe cualquier niño que se aventura a mirar debajo de la cama (ver: Esos monstruos debajo de la cama).




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