Los 5 miedos atávicos que utilizan todas las películas de terror


Los 5 miedos atávicos que utilizan todas las películas de terror.




La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido.

(The oldest and strongest emotion of mankind is fear, and the oldest and strongest kind of fear is fear of the unknown)


Esta elegante sentencia de H.P. Lovecraft probablemente sea cierta, aunque también es incompleta. Hay otros miedos, además del miedo a lo desconocido, que forman parte de nuestro inconsciente colectivo.

Estos miedos están fuertemente arraigados en nuestra psique, y si bien se han ido adaptando a los tiempos que corren, en esencia son los mismos que hacían temblar a nuestros ancestros al borde del fuego. El cine de terror los ha explotado con diferentes formas y matices, con más o menos eficacia, y pueden resumirse en los siguientes 5 miedos atávicos que se repiten, invariablemente, en todas las películas del género.


1- Aniquilación: no es exactamente el miedo a la muerte, sino más bien a la aniquilación del ser.

La muerte, después de todo, puede ser aceptada como un umbral hacia otras formas de existencia, pero el Miedo a la Aniquilación va mucho más allá, y expresa una ansiedad existencial presente en todos los seres humanos: dejar de existir completamente.


2- Mutilación: el miedo a perder una parte del cuerpo no parece ser una de nuestras principales preocupaciones, sin embargo, lo es.

Dentro del concepto de Mutilación se encuentra la idea de que algo externo invada los límites de nuestro cuerpo físico, de perder la integridad de cualquier órgano, parte del cuerpo o función natural.

De hecho, el miedo a los animales, e incluso la ansiedad que los insectos, arañas, serpientes y otras criaturas generan en ciertas personas, surge del miedo a la Mutilación.

Este miedo atávico no solo tiene que ver con la pérdida de una parte o función de nuestro cuerpo, sino de adquirir otras que son ajenas, como ocurre en El ojo (Gin gwai), donde una mujer recibe un trasplante de ojos y comienza a ver fantasmas, naturalmente, debido a que sus nuevos ojos pertenecieron a una médium.


3- Pérdida de la Autonomía: el nombre de este miedo atávico no le hace justicia a su fuerza: se trata el miedo a quedar inmovilizado, paralizado, atrapado, encarcelado, asfixiado, sometido de una u otra forma por fuerzas o circunstancias exteriores, y sin posibilidad alguna de valernos por nosotros mismos.

Podemos pensar en la claustrofobia como una variante de la Pérdida de la Autonomía, pero que también puede extenderse hacia nuestras interacciones y relaciones sociales.

En el cine de terror, la Pérdida de la Autonomía puede darse de forma muy sutil, aunque la mayoría de las veces se expresa de manera grosera, por ejemplo, en aquellas historias en las que alguien se convierte en vampiro, hombre lobo o zombie.

El bebé de Rosemary (Rosemary's Baby), por otro lado, es un ejemplo de excelencia, y puede definirse como una película acerca de una mujer que pierde el control sobre su mundo, su embarazo y, posteriormente, de su bebé.


4- Separación: se trata de un miedo social: el miedo al abandono, al rechazo, a la pérdida de conexión con los demás, a convertirse en una persona no querida, no respetada o valorada, o peor aún, el miedo a convertirse en una no persona —La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers)—; es decir, alguien que no es considerado como un igual por los demás, y no debido a un rechazo social injustificado, sino porque realmente no lo es.

Para Sigmund Freud, el miedo a la oscuridad procede del miedo a la Separación. Aquí hay que aclarar que no es la oscuridad lo que origina este miedo, sino sus posibilidades, las amenazas latentes en ella, entre otras, la de mantenernos separados de nuestra madre en los primeros años de vida.


5- Integridad del Ego: consiste en el miedo a la humillación, a la vergüenza, o a cualquier mecanismo de desaprobación que amenace la integridad del ser; en este caso, en términos del personaje o máscara aceptable que hemos ido construyendo para funcionar socialmente.

Pensemos, por ejemplo, en algún secreto inconfesable, y en la posibilidad de que este le sea revelado a los demás, dejando nuestro verdadero ser fuera del resguardo del Ego. O en algún acto deshonroso que, para ser cubierto, debe alterar el tejido de nuestro Ego.

Un ejemplo interesante ocurre en Los Otros (The Others), donde una mujer percibe (o decide, a nivel inconsciente) que los vivos son, en realidad, fantasmas, porque su ego no le permite aceptar que ha asesinado a sus hijos y luego se ha suicidado.


Las mejores películas de terror son aquellas que utilizan más de un miedo atávico al mismo tiempo, como La Cosa (The Thing) y El exorcista (The Exorcist), por citar apenas un par, donde la Pérdida de la Autonomía, la Mutilación y la Integridad del Ego se yuxtaponen.

Es probable que Lovecraft haya estado en lo cierto, y el miedo a lo desconocido sea el miedo más antiguo que existe, sin embargo, ese carácter casi venerable es menos eficaz de lo que parece. Algo desconocido no necesariamente produce miedo.

De hecho, el miedo debe poseer algo familiar, y por lo tanto algo nuestro, como un espejo distorsionado, o excesivamente fiel, a través del cual se reflejan aquellas regiones de nuestro ser que no podemos, o no queremos, conocer. Incluso podemos pensar que el miedo absoluto consiste en conocerse absolutamente.




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