«Vuelto a nacer»: Sharon N. Farber; relato y análisis


«Vuelto a nacer»: Sharon N. Farber; relato y análisis.




Vuelto a nacer (Born Again) es un relato de vampiros de la escritora norteamericana Sharon N. Farber, publicado originalmente en la edición de mayo de 1978 de la revista Isaac Asimov's Science Fiction Magazine, y luego reeditado en la antología de 1994: El mañana apesta (Tomorrow Sucks).

Vuelvo a nacer, probablemente el cuento de Sharon N. Farber más conocido —por cierto, una autora sumamente misteriosa— nos introduce en el tema de los vampiros, o mejor dicho, del vampirismo, desde una perspectiva científica sumamente interesante.

El cuento narra la historia de una investigadora médica y un par de microbiólogos que unen esfuerzos para estudiar un microorganismo que parece generar las propiedades clásicas del vampiro en cualquier huésped mamífero. En este sentido, Vuelto a nacer es uno de los pocos cuentos de vampiros que aspira a encontrar una explicación científica para la existencia de los no muertos.




Vuelto a nacer.
Born Again, Sharon N. Farber.

La condición histórica del vampirismo está provocada por un microorganismo que vampiriza la fisiología y el metabolismo del ser mediante procesos negentrópicos. Se conjetura la evolución del organismo y se sugieren los usos potenciales de este descubrimiento. (Adaptación hematofágica del Homo Nosferatus, con notas sobre la distribución geográfica de los morfos que imitan los supergenes moderados del Homo Licantropus)



Había olvidado la negrura absoluta de un camino vecinal por la noche. Arriba, entre los árboles se divisan las estrellas. Por lo demás, es como estar ciego. Totalmente diferente del hospital donde acababa de terminar mi residencia, que era un oasis de luz fluorescente en una jungla urbana. Allí no es posible caminar con seguridad por las calles mejor iluminadas. Era agradable volver a casa, aunque fuese por unas cortas vacaciones.

Caminaba sintiendo el asfalto bajo mis pies. En el buzón situado al pie del sendero particular de la granja familiar, dónde la curva, había un resplandor casi sublime de luz estelar. El halo de un coche que se acercaba rodeó la curva, iluminando la carretera. Descubrí que me hallaba en el centro del camino y me aparté a un lado. Unos faros me bañaron en su luz. Cerré los ojos para no perder mi visión nocturna.

El coche giró hacia el sendero de la casa del viejo Riggen y se detuvo. Los nervios acondicionados por la ciudad hicieron que mi corazón acelerase sus latidos. Se abrió la portezuela del auto y vi a un joven de unos veintiocho años sentado en él. Tenía cabello negro y un poblado bigote.

—¿Se ha extraviado, acaso? —me preguntó.

—No. Estoy lo bastante cerca de casa como para llamar al perro.

Se rió y su sonrisa le hizo guapo.

—No sea tan paranoica. Hum... Usted debe ser la famosa hija de Sanger, la que se marchó a la gran ciudad para ser médica.

—Acusación contra la culpable. Y usted debe ser el científico loco que alquiló la casa de Riggen.

—No, sólo soy un humilde microbiólogo: Kevin Marlowe. El científico loco es mi jefe Auger.

—¿Ese Auger?

Me dedicó otra sonrisa.

—Ah. ¿por qué no viene mañana a tomar el té y conocerá al Auger ese, doctora?



AUTORES DEL INFORME: Alastair Auger, Doctor en Fisiología. Kevin Marlowe, doctor en Medicina. Mae Sanger doctora en Medicina. Asterisco. Estudio subvencionado por la Fundación para el Estudio de lo Esotérico.

INTRODUCCION: Los recientes adelantos en Medicina han hecho necesario diferenciar entre la muerte clínica, o cese de los latidos cardíacos, y la muerte biológica o cerebral. Esta distinción se ha visto complicada por el creciente uso de metodologías que soportan de forma heroica la vida. La Historia aporta casos raros en los que la muerte clínica no fue seguida por la muerte biológica, sino que fue mantenida en un estado intermedio. Los individuos no-muertos fueron llamados Nosferatus o vampiros. La investigación de los autores sobre este fenómeno ha conducido al descubrimiento de un microorganismo causante, la Pseudobacteria augeria.



—El doctor Auger, la doctora Sanger.

—Encantado.

El gran profesor Alistair Auger me sonrió. Era alto, con el pelo grisáceo y cejas curvas, unos veinte años mayor que Marlowe y yo. Recortaba las palabras, con los ojos muy fijos, y también irradiaba el intelecto de un conferenciante perfecto.

—Al menos —continuó—, encontramos en este mundo semicivilizado intelectualmente a alguien que aspire al nivel de la pseudociencia.

—Debe ver mi colección herbaria alguna vez —repliqué.

—Tengo entendido que ha oído hablar de mí —el doctor enarco una ceja.

—Claro. Todo el mundo conoce al profesor Auger, inteligente y...

—Loco —me atajó.

Se volvió a su ayudante.

—¿Lo ve, Kevin? Esta joven tiene aún el delicioso candor de los tontorrones locales, aunque atemperado por exponerse al ambiente hipócrita de una educación más elevada. Lo hará muy bien.

Ahora fui yo la que enarcó una ceja.

Sonó el timbre. Marlowe se asomó a la ventana y gruñó.

—Diablo, es Weems.

Seguí su mirada. Apoyado contra el timbre había un hombre de cara perruna, con un traje gris y corbata de lazo. Auger hizo una mueca de dolor y por unos segundos se agarro el abdomen. Luego, se recobró.

—Me desharé de él. Kevin, llévala a dar una vuelta por el laboratorio.



MATERIALES Y METODOS: Las Pseudobacterias augeria se hallaban guardadas en una solución salina isotónica a 37º centígrados, temperatura a la cual son inactivas. Grupos de pseudobacterias augeria inactivas eran inyectadas en animales que luego eran sacrificados. Tras un periodo critico que dependía del numero de pseudobacterias inyectado y de las Generaciones (Diagrama 1) necesarias para alcanzar el promedio especifico de especie del peso corporal de las pseudobacterias (Tabla A) el animal muerto se reanimaba. La vida latente duraba tres días. La línea de puntos indica el número primario de la infección por pseudobacterias para imitar una progenie suficiente, a fin de reanimar el cuerpo antes de que se produzca la corrupción final. En vivo, un número de ataques o "mordiscos" vampíricos asegurando la fundación de una gran colonia, aumentaría las posibilidades de la resurrección posmortem.



—¿Vampiros? —repetí, acariciando a un conejito blanco—. Vamos, nosotros hicimos uno en la Facultad de Medicina. Una broma divertida desde que Arlo dejó un pedazo de cadáver en el confesionario.

Paseé la vista por el laboratorio, sin creer lo que veía, como no creía tampoco en lo que contaba Marlowe. Habían transformado una vieja granja en un moderno Castillo de Frankenstein. Jaulas de animalitos estaban junto a pequeñas computadoras, como anidados entre las centrifugas, los contadores de partículas, el microscopio electrónico, y los espectrofotómetros. Unos sacudidores automáticos palpitaban al fondo.

Marlowe me entregó un estetoscopio.

—Primero asegúrese de que funciona.

Lo apliqué sobre mi quinta costilla y oí el tranquilizador zumbido.

—Estoy viva.

—Pruebe en el conejo.

Miré fijamente al animal, y lo palpé. Marlowe sacó un platito de algo que parecía sangre. El animal se liberó al momento de mis manos, se abalanzó hacia el plato y empezó a lamer el rojizo liquido.

—Está bien, te creo. Mas, ¿cómo? Me refiero a que obviamente su cerebro está oxigenado, de lo contrario el animal no saltaría. Pero ¿cómo circula la sangre si el corazón no bombea?

—No lo sabemos con seguridad.

Señaló un cubo de basura. Dentro había un conejo muerto.

—¿Lo diseccionaron o lo cortaron en pedazos?

—Auger es bioquímico y yo... Bueno, ninguno de los dos sabe trinchar un asado.

—Ya. Necesitan a alguien que sepa jugar con un escalpelo ¿verdad? Oiga, son mis primeras vacaciones en siete años, y he de empezar un trabajo dentro de un mes en el Este...

Weems y Auger entraron en el laboratorio.

—Estoy seguro, señor Weems, que incluso usted reconocerá que no habíamos recurrido a una tienda de empeños —decía Auger: con un amplio gesto de la mano.

Weems señaló una taza de café instalada sobre el espectrofotómetro infrarrojo.

—¿Es esta la forma de tratar el equipo de la Fundación? Eh ¿quién es ella?

—Nuestra nueva asociada —me presentó Auger.

Weems me contempló con desdén.

—¿Desea ver mis credenciales?

—Creo que ya las veo —rió.

—Muchachos —exclamé—, acaban de contratar a un cirujano.

El efecto progresivo del vampirismo sobre la fisiología del cuerpo que recibe la dosis de bacterias augeria fue estudiado en las ratas. A un grupo le inyectaron el número exacto de bacterias, fue sacrificado y colocado en una cámara de incubación mantenida a 15° centígrados para apresurar la replicación. El noventa y siete por ciento de las ratas infectadas se reanimaron entre las cincuenta y cuatro y las setenta y tres horas posmortem. Fueron sacrificados especímenes a intervalos de 0, 6, 12, 24... horas postresurrección, y fue estudiada su anatomía, su patología y su serología.

A otro grupo de ratas controladas se le inyectó salina normal, fue sacrificado y colocado en una cámara de incubación a la misma temperatura. Sobrevino la corrupción clásica, y al sexto día fueron arrojadas todas a la basura.

—Hum... Huele como un osario se quejó Marlowe—. ¿Cómo lo resiste?

—Resulta claro que no ha trabajado nunca en una clínica urbana, Kevin. No ha vivido en una granja.

Señalé a la rata que había atado a la mesa y que estaba diseccionando bajo luz roja.

—¿Ve esto? Tal vez no use el corazón como una bomba, pero todavía es el cruce del sistema circulatorio. Seguramente es por lo que funciona aún la antigua rutina de la estaca en el corazón.

—Sólo como medida temporal —replicó Kevin—. Los microorganismos parecen capaces de reparar sus tejidos. Recuerde que el método clásico de matar a un vampiros consiste en clavarle una estaca, después de la decapitación o la incineración.

—Hum... la estaca bien untada con ajo, y colocando al vampiro en un horno al rojo vivo hasta asarlo por completo. Mire esas pequeñas chinches...

—Por favor, no llama chinches a las pseudobacterias augeria —refunfuñó Auger, viniendo hacia nosotros.

—Oh, vea esto, señor —le dijo Kevin entregándole un micrografía electrónica.

—¡Estupendo!

Me pasé de puntillas para verlo. El aparato micrográfico presentaba la chinche, con su cuerpo bacteriano falto de núcleo, sus pseudópodos estilo ameba y los rebordes celulares irregulares, así como sus agrupaciones ribosomiales y el retículo endoplásmico, más otras cositas que ni Kevin logró identificar. Había un disco liso y anucleado unido a la membrana exterior.

—Vaya. ¡Tiene enganchado un eritrocito!

—Los dejé juntarse en vez de centrifugarlos explicó Kevin con orgullo—. El giro debe desalojar las células rojas de la sangre en la superficie.

—Bien, esto explica cómo es transportada la sangre —comenté.

Auger levantó significativamente Las cejas demostrando una condescendencia intelectual. Oímos un coche en el senderito.

—¡Maldición! —gruñó Auger—. Debe ser Weems de nuevo.

Salió raudo del laboratorio.

—¿Podemos ir esta noche al cine, Mae? —sugirió Kevin.

—Ya hemos vista dos veces la película, a menos que se refiera al estreno de Disney en el Condado Sur.

—Dios mío, qué cosa tan tonta... ¿Cómo la soporta?

—Bueno, dentro de tres semanas... cuando esté en mi sala de urgencias de Manhattan, con sangre hasta Las orejas... me alegrará recordar todo esto. ¿Por qué no nos tomamos un día libre y bajamos a la ciudad?

—¡Idiota!

En el jardín, el profesor Auger estaba muy enojado. Oímos a Weems responderle en tono airado, y Kevin y yo nos apresuramos a salir.

—Queda revocada —gritaba Weems.

El hombrecito estaba detrás de su auto como protección. Auger parecía lo bastante loco como para estrangularlo. Tenia el rostro lívido y respiraba como si acabara de ganar una carrera de dos mil metros. No quise imaginarme cuál sería su presión arterial.

—Cálmese o le dará un ataque —le recomendé.

Weems se volvió triunfalmente hacia nosotros.

—La Fundación ha revocado la subvención. Y queremos las cuentas claras.

—¡Bastardo! —le apostrofó Auger, corriendo hacia el coche de Weems.

Se detuvo de repente, con expresión confusa en su semblante, se agarró el estómago y cayó al suelo. Corrí hacia él y le ausculte. Estaba pálido y respiraba entrecortadamente, con un pulso alocado y débil. Shock.

—¿Es un ataque cardiaco? —se interesó Weems.

El maldito roedor parecía dichoso. Kevin se arrodilló al otro lado.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó.

Desabroché la camisa de Auger y le palpé el abdomen. Estaba rosado, caliente y firme. Hemorragia interna.

—¡Dios mío! —exclamé. Metí la mano dentro de sus pantalones y busqué el pulso femoral. No palpitaba. Me eché a llorar—. Bueno, nada más.

Auger dejó de respirar, y Kevin inició la respiración boca a boca. Busqué el pulso de la carótida en el cuello del profesor. Pulsó débilmente y se paró.

—No sirve de nada, Kevin. Ha muerto.

Weems se echó a reír gozosamente, saltó al interior de su coche y arrancó a toda velocidad. Kevin empezó un masaje externo del corazón, con ansiedad y apresuramiento. Le así por los hombros y lo aparté del cadáver.

—Ya basta, Kevin. No sirve de nada. ¿Recuerda esos dolores gástricos que sentía? Era una aneurisma, una flojedad en la pared de la aorta abdominal. Se ha roto, Kevin. Ha sangrado interiormente. Nada puede salvarle ya.

—Una ambulancia, llamaré a...

—Escuche. Aunque llegaran aquí dentro de media hora, no serviría de nada. Oh, Kevin, hace cinco minutos, si yo le hubiese tenido en la mesa con un buen instrumental y buenos ayudantes, habríamos intentado un injerto De Bakey. Pero las posibilidades de salvarle sólo habrían sido de un cinco por ciento.

Kevin se levantó y contempló el cadáver. Luego, dio media vuelta y corrió hacia la casa, dejándome con el muerto. Muerto, Auger carecía de carisma. Sus facciones estaban casi blancas, sin sangre, y parecía una espantosa figura de cera. Cerré su boca y le arreglé las ropas con más dignidad.

Kevin regresó con una gran jeringa cardíaca y un frasco lleno de un líquido blancuzco.

—¡Estás loco! —le recriminé tuteándole ya.

—Dará resultado, Mae. Podemos resucitarle. Los he centrifugado hasta la concentración. Aquí hay bastantes pseudobacterias para reparar el mal y reanimarle casi inmediatamente.

La implicación era aterradora. Los conejos vampiros ya eran muy raros, pero Kevin se disponía a fabricar un vampiro humano.

—¡Puedes salvarle la vida! Bien, hazlo.

Era típico de Kevin dejar que otro tomase las decisiones. Llené la jeringa y hundí los doce centímetros de aguja en el distendido abdomen. Kevin parecía enfermo y se volvió de espaldas. Era difícil apretar para hacer descender el líquido. Saqué la aguja y por la punta asomó una gotita de sangre fresca. Con dos jeringas más vacié el frasco. Trasladamos el cuerpo al laboratorio y lo envolvimos en hielo para rebajar cuanto antes la temperatura corporal. Kevin se apresuró a a vomitar. Yo hice café y le añadí una buena dosis de whisky medicinal.

—¡Por un futuro interno de la prisión de Sing Sing! —brindé frente a Kevin.

Media hora más tarde no sentíamos ningún pesar.

—Tenemos que comprarle una capa negra —decia yo—. Y darle lecciones de transilvánico.

Sonó el timbre de la puerta. Weems había vuelto con un comisario del sheriff.

—Hola, Fred.

—Hum... hola, Mae. Cuánto tiempo sin verte.

El comisario parecía cohibido.

—Fuimos juntos al instituto —anuncié en general.

—Lamento molestarles, pero ese tipo afirma que aquí hay un fiambre.

—Un cadáver? —rió Kevin desde el suelo—. Yo no veo ninguno. Lo único muerto aquí —añadió con voz grave—, es la vida nocturna de la población.

—Están borrachos —dijo Weems.

—Muy inteligente, Weems —aprobé—. Una brillante deducción.

—¡Han escondido el cadáver! Alastair Auger está muerto. Incluso ella lo dijo —señaló acusadoramente.

—Eh, aparte el dedo.

El comisario se interpuso entre los dos.

—Lo siento, Mae... lo siento, doctor, pero he de redactar un informe y...

—El profesor Auger no se encuentra bien, Fred, y no podemos molestarle. Créeme cuando afirmo que está vivo. Soy médico. Y me enseñaron esta clase de cosas.

—Es un engaño... Y no me marcharé hasta ver el cuerpo de Auger.

—Si, es algo aterrador. Pero temo que usted no es mi tipo, Weems.

El rostro de Weems se puso blanco a la vista de Auger, apoyado en el marco de la puerta del laboratorio y sonriendo malévolamente. Estaba reluciente por el hielo y llevaba una toalla.

—¡Ella le ha hecho algo! —tartamudeó Weems—. Estaba muerto...

El comisario cogió a Weems por el brazo y lo propulso hacia la puerta.

—Lo siento, Mae. Profesores...—se encaminó al coche-patrulla, diciendo—: Bien, amigo, existe algo como una declaración falsa...

Kevin se echó a reír histéricamente.

—De no haber despertado usted ahora —musitó , lo habría hecho en el depósito de cadáveres del condado.

—Si me perdonan—repuso Auger—, esta luz me pone nervioso y me muero... de hambre.

Me ofrecí para ir en busca de un litro de sangre.

—Si, gracias, doctora. Su garganta me atrae de manera muy incómoda.



RESULTADOS Y DISCUSIÓN: El vampiro es considerado tradicionalmente como un cuerpo ocupado por un demonio. Ahora podemos modificar este retrato para decir que se trata de un mamífero muerto porque su corazón no late y es anormal la temperatura del cuerpo, pero que sin embargo éste sigue funcionando como un organismo debido a la presencia de una colonia de simbiontes. Las pseudobacterias funcionan como metabolizadoras y transportadoras del oxigeno, los nutrientes y los residuos, funciones asumidas en un organismo no infectado por los sistemas circulatorio y digestivo.

La bacteria augeria es un agente infectante débil, que requiere un ambiente especial después de la muerte, y es susceptible a las drogas antibacterianas más comunes. Documentación tradicional sobre la aversión del vampiro al ajo, un antibiótico blando.

El cuerpo fisiológico del infectado sufre unos cambios que parecen eliminar unos sistemas ya no necesarios y aumentar la eficacia de las adaptaciones vampíricas. Esos cambios aparecen progresivamente, y han de ser estudiados a largo plazo. El primero de los grandes cambios es la atrofia del tracto digestivo. Los nutrientes pasan directamente del estómago a la sangre, con la necesidad paralela de que sólo pueden ingerirse soluciones isotónicas para evitar la destrucción osmótica de las células sanguíneas.

Como la única solución isotónica corriente y natural es la sangre, el vampiro la toma tradicionalmente. También se necesita una fuente de sangre externa por otras razones. Por ejemplo, porque el transporte de sangre es pseudobacteriano y no hidrostático, o sea mucho más lento, y el cuerpo requiere más hematíes de los que puede producir la medula ósea de su cuerpo.



—Todos los grandes han muerto... Yo, por ejemplo.

—Tómelo —le aconsejé.

Kevin entró, nos vio y enrojeció. Cuanto más conocía a Kevin, más comprendía cuan retentivo anal podía ser.

—¿Interrumpo?

—Sí —contestó Auger.

Al hablar, yo veía sus agudos caninos.

—No. Dame eso, sí, el esfingomanómetro. Usted no comprende el placer de tener a un paciente que no se queja por la frialdad de un estetoscopio.

Bromeé mientras ataba el brazal de la presión arterial, para ocultar el repeluzno que me producía Auger. Intelectualmente, sabía que era el mismo hombre que había conocido una semana atrás, pero emocionalmente yo tenia problemas relativos a una paciente con una temperatura de 30° centígrados... o sea entre la normal y la ambiental. Y también a causa de las rarezas de su circulación, ya que incluso en la habitación más cálida las manos de Auger estaban como si hubiese salido de una tormenta de nieve.

—¿Lo hacemos otra vez?

Auger parpadeó cuando bombeé el tensómetro. Asentí y escuché por el estetoscopio. No me acostumbraba al hecho de que su corazón no latiese ni hubiera presión arterial.

—No hay diástole ni sístole —afirmé—. Señor, su tensión arterial es de cero la máxima y cero la mínima.

—Ah, normal exclamó Auger, tomando su camisa—. Bastante tiempo hemos perdido. ¿Volvemos al laboratorio?

No le gustaban los chequeos médicos (y estoy convencida de que eso les ocurre a todos los médicos). Discutí en vano sobre la conveniencia de llevarle a un hospital para que le sometiesen a unos análisis verdaderos: rayos X, estudios metabólicos, electroencefalogramas.

—Son las tres de la madrugada —se quejó Kevin—. Necesito un poco de café.

—¿No puedes acostumbrarte a trabajar en el turno del cementerio?

Recibió mi broma con una débil sonrisa. Era duro acostumbrarse a trabajar de noche. Auger odiaba la luz diurna como todos los vampiros.

Otra cosa que exigía más estudio: ¿se debía ello a la temperatura o a la radiación infrarroja? De todos modos, mis padres opinaban que mis nuevas horas de trabajo eran el resultado de un amorío con Kevin, lo cual me hacía estar incomoda en casa. Auger aceptó una taza de café y le echó una cucharada de sal para tornarla osmóticamente similar a la sangre.

—No hay bastantes metabolitos ni nutrientes en la sangre que usted bebe para sostenerse, profesor. ¿De dónde diablos saca las energías?

—Es un proceso negentrópico, parecido al que permite a mis Pseudobacterias augeria estar en estado latente a más de 35°C, en tanto que los procesos enzimáticos corrientes se aceleran —me explicó—. ¿Cuantos cálculos ha hecho usted, doctora Sanger?

—Dos semestres.

—Al menos necesitará cuatro para entenderlos. ¿No será mejor volver al trabajo?



A medida que crecen las poblaciones humanas, tienden a eliminar las especies competitivas, creando un nicho para un ser de rapiña. Tal vez sea posible remutar la pseudobacteria augeria hacia su hipotético antepasado, la pseudobacteria licantrópica, que sobreviviría a la temperatura normal del cuerpo, cambiando a sus anfitriones en animales carnívoros. El cuerpo modelo probablemente quedó mediatizado por un complejo supergénico similar en principio a los que se hallan en las imitaciones de mariposas, resultando unos morfos discretos con una falta de tipos intermedios.

El examen de la literatura sugiere que el morfo adoptado fue el del mayor ser de rapiña natural de la zona geográfica donde estaban los hombres lobo del norte de Europa, los oso-lobos de Escandinavia y los tigre-lobos de la India. Se han notificado algunos casos de hombre-lobos que se convirtieron en vampiros después de muertos, sugiriendo una infección paralela o una evolución en progreso.



Volvía en mi auto de la ciudad cuando vi los coches de la policía alineados a lo largo de la carretera. Frené la marcha y grité por la ventanilla:

—¿Necesitan un médico?

Mi amigo, el comisario Fred me hizo señas para que me detuviese detrás de un coche patrulla.

—¿Te acuerdas del fulano que me aseguró que el profesor estaba muerto?

Me condujo a través de un grupo de polis, hacia un barranco poco hondo. Weems yacía con los brazos colgados del reborde. Le habían cortado la muñeca y había sangrado hasta morir.

—No hay mucha sangre —comenté al fin—. Suele haber un gran charco cuando alguien se desangra.

—Se escurrió hacia el regato de abajo —comentó el comisario del sheriff—. Siempre han de suicidarse en mi territorio. ¿Cuánto tiempo dirías que lleva fiambre?

El cadáver ya estaba frío. El rigor mortis se había completado, aunque aún no había cesado. Calculé unas veinte horas, tal vez algo menos.

—¡Condenados suicidas! —refunfuñó el sheriff, que se unió a nosotros—. Una verdadera molestia.

Me mostré de acuerdo y nos quedamos por allí unos minutos recordando suicidios. Luego, me marché a casa, aparqué el coche, y me dirigí al laboratorio. Anochecía cuando llegué. Kevin estaba muy excitado.

—Hemos empezado el último capítulo del artículo. Lo enviaremos simultáneamente a Science y a Nature. Bien Mae, empiece a coger buen apetito porque creo que dan buenos alimentos en el Premio Nóbel.

Casi corrí hacia el dormitorio de Auger. Estaba tendido en la cama, completamente recto, como un cadáver. Mientras estaba yo allí, apretando los puños, despertó y se incorporó.

—¡Ah, doctora Sanger. ¿A qué debo el honor de...

—¡Usted lo mató!

—¿A quién?

—Y logró que pareciese un suicidio. Los polis se lo han tragado.

Me dedicó su sonrisa más encantadora, sin darse cuenta de que sus agudos dientes estropeaban el efecto.

—No me quedaba otro remedio. Era nuestro enemigo. Convenció a la junta de la Fundación para que revocasen la subvención.

—Su muerte no conseguirá que vuelvan a subvencionarnos, Auger. Usted lo mató por despecho.

Paso una mano helada en mi brazo.

—Cálmese. La próxima semana seremos famosos. Usted no tendrá que aceptar ese trabajo en Nueva York. Será la más eminente bruja-doctora de Norteamérica.

—Me pone enferma —aparté mi brazo y salí del cuarto—. Adiós, Kevin. Todo fue bien mientras duró. Borra mi nombre del artículo. Deseo olvidar que haya ocurrido todo esto.

Kevin mostró una mueca de inquietud.

—Oh, no puedes dejarnos ahora...

—Pues fíjate —murmuré.

Ya era de noche, pero había recorrido aquel camino docenas de veces. Cuando mis pies sintieron el asfalto en lugar de la grava, torcí a la derecha y empecé a ascender la loma. Un coche iluminó la carretera y me hice a un lado. Las luces traseras se amortiguaron en la distancia, y a su débil resplandor vi una figure alta procedente del carril de coches de nuestra casa.

Era Auger.

Me seguía.

De pronto, volvió a reinar la negrura. Vi dos ojos que brillaban en rojo como los de un ciervo. Era lo único que podía ver; las estrellas arriba y dos ojos rojos. Me miraban fijamente, con la fijeza del ser de rapiña nocturno.

Auger habló con suavidad, rompiendo con su voz el silencio.

—No te haré daño. Sabes que lo deseas.

Me aterré y eché a correr, escuchando el sonido de mis pasos sobre el terreno, y con las manos al frente como una ciega. El corazón palpitaba de miedo, y mi cuerpo estaba ya empapado por un sudor frío, pero la supercarga de adrenalina me impulsaba a seguir corriendo. Vislumbré el débil resplandor de la luz en el buzón del camino. Podía correr por el sendero, correr los trescientos metros que faltaban hasta mi casa. El hogar, la luz, la seguridad.

Algo ocultó el resplandor del buzón. Comprendí que era Auger que estaba ante mí, bloqueando el sendero. A metro setenta sobre el suelo, dos ojos rojos. Di media vuelta y me hundí en el bosque. Las ramas me azotaron el rostro, enganchándose a mi pelo y a mis ropas. Tropecé y caí en el regato, me incorporé y continué mi loca carrera. Unas manos me aferraron por detrás y me empujaron contra un cuerpo invisible en la oscuridad. Tuve consciencia de una fuerza inhumana y de una chaqueta que olía a lana y a productos quimicos.

Forcejeé, pateé, pero él ignoró mis golpes. Me asió de las manos y las sostuvo entre la suyas, heladas.

—No luches —susurró—. Disfrutarás.

Sentí su aliento en mi cuello y traté de gritar. pero no pude. Estaba demasiado asustada.

—Esto no puede ocurrirme a mi —musité—. ¡No a mí!

El mordisco fue agudo y doloroso, seguido por una sensación cálida cuando mi sangre surgió por los orificios. Empecé a forcejear, pero Auger sólo estaba atento a la sangre que bebía con avidez.

Mi mente se tornó clínica. Medio litro igual a una décima parte de la sangre total del cuerpo humano. Sufriría un shock moderado. Ya experimentaba los primeros síntomas.

Auger me estaba matando.

Mis rodillas cedieron y me hundí en tierra. Auger seguía bebiendo en mi yugular izquierda. Por encima del clamor de mis oídos, escuchaba los jadeos del vampiro. Yo estaba ya demasiado débil para seguir luchando. Las constelaciones de verano nos contemplaban impávidas, formando parte de un resplandor al que la falta de oxígeno ponía alucinaciones y una extraña sensación de euforia. La agonía empezaba a serme grata.



CONCLUSIONES: En la historia del vampirismo, se ha motejado al vampiro de malvado y demonio. Ahora, que se ha comprendido la etiología de esta condición, no existe razón alguna para que el vampiro no pueda ocupar su lugar y funcione como un miembro de la sociedad. Con la debida prescripción de sangre, la enfermedad quedaría limitada a las víctimas actuales. Y en estas condiciones no necesitaría ser clasificada como contagiosa.



Me desperté bajo un roble. Una araña había utilizado mi brazo izquierdo para tender su tela, y en mi cabello había un ciempiés.

—Ooohhh... debo de haber dormido largo tiempo—mascullé sentándome y apoyándome en el roble.

Me sentía muy mal. Débil, helada, con dolor de cabeza y hambrienta. No había estado tan hambrienta en toda mi vida. La sensación de hambre llenaba todo mi cuerpo. Distraídamente, lleve dos dedos a mi muñeca para tomarme el pulso.

No había ninguno.

Comprobé la carótida. Me dolía al menor movimiento. Mi corazón no latía.

Retire la mano y me miré los dedos. Estaban lívidos, completamente exangües. Estaba muerta. Yo era un vampiro.

Me palpé los caninos con la lengua y sentí su agudeza. Todo era culpa de Auger Lo recordé todo y experimenté unas tremendas nauseas. Auger estaría en el laboratorio. Y habría sangre. Sí siempre había sangre allí. Refrigeradores repletos. Sangre de conejo, de rata.

Sangre humana.

La luna nueva todavía es una rajita en el cielo, pero ya veo en la oscuridad. Un ciervo se cruza a mi paso y queda aterrado hasta que me alejo. Al acercarme a la casa, oigo como Kevin pasa a máquina el artículo. Maldito artículo. Incluso será posible, mediante una infección controlada de pseudobacterias augeria, conquistar a la muerte, permitiéndonos revivir y conservar indefinidamente nuestras mentes y...

—Kevin, dame sangre. De prisa, antes de que te muerda.

Me así a una silla para dominarme. Al mirar hacia abajo, vi que mi nueva fuerza vampírica había aplastado el resistente plástico. Kevin, tembloroso, me entregó un poco de 0 negativo. Me la tragué. Estaba helada y me revolvió el estómago.

—Más.

Tomé seis cuencos antes de poder mirar a Kevin sin experimentar el deseo de atacarle. Luego, me alisé el vestido, me peiné, tapé mis prendas sucias con una bata de laboratorio, y me metí una jeringa en el bolsillo.

—¿Dónde está, Kevin?

—Estás viva, Mae, y eso es lo que cuenta. No...

—Me chupó hasta secarme. ¿Dónde está?

—No quiso hacerte daño. Dijo que no...

Le tomé del brazo y parpadeó a mi contacto.

—Mira, Kevin, carne muerta. ¿Va el premio Nóbel a calentarnos por la noche?

—Añade esto a la conclusión del articulo, Kevin: Cuando no hayan muertes, habrá que definir de nuevo el asesinato.

—Bienvenida, doctora Sanger.

Auger está en la puerta del laboratorio. Estoy temblando. Ya no puede hacerme daño, me repito una y otra vez. Pero ansío huir. O llorar.

—La sangre refrigerada no sirve. Aguarde hasta que se emborrache con sangre palpitante, caliente, viva.

—¡Cállese!

—Y el poder. Y la fuerza, Usted siempre admiró la fuerza. Le gustará ser un vampiro, doctora Sanger.

—No, no... No quiero ese poder idiota... ¡No quiero matar! Estudié para salvar vidas, para curar. ¡No quiero ser como usted.

Se ríe.

—¡La biología no es mi destino! —chillé.

Vuelve a reír. Apenas se lo censuro.

—Pensé concederle una oportunidad. Está bien, Kevin, clávale una estaca.

Giro en redondo. Kevin tiene ya una estaca y un mazo, pero como de costumbre vacila. Lo agarra y lo arroja al suelo, delante de Auger.

Auger maldice y recoge la estaca.

—¿Debo suponer que esto tampoco me dolerá?

—Siempre he admirado el sentido del humor en las personas —responde.

Saco la jeringa de mi bolsillo, me deslizo a un lado, se la clavo en el costado y empujo el émbolo.

—Admire esto... veinte centímetros de tetraciclina.

Gime roncamente y me arroja una mesa. La esquivo y se aplasta contra el estante de los productos químicos.

—Ya está curado, Auger. He matado sus pequeñas chinches las que le mantenían vivo.

Toma un espectrofotómetro de cien kilos y me lo tira con toda su fuerza. Caigo entre las jaulas, liberando a media docena de ratas. Los conejos vampíricos se escurren también por todas partes. Me levanto y me limpio el polvo.

—Calma, calma... este es el equipo de la Fundación.

Kevin contempla atónito cómo Auger me arroja el cromatógrafo de gas. Se rompe en el suelo, y las chispas inflaman los líquidos químicos derramados par tierra. Se inicia un buen incendio puntuado por las explosiones de reactivos embotellados. Auger se acerca y me agarra, pero esta vez lo empujo hacia atrás, cojo la estaca de madera y se la hundo en el corazón.

Parece sorprendido.

—¿Por qué a mí? —exclama.

Muere otra vez.

—Vamos, Kevin. Esto va a derrumbarse.

—¡Apártate de mí! —chilla—. ¡No me toques, vampiro!

Se desabrocha la camisa y me enseña la cadena con una cruz.

—No seas estúpido, Kevin.

El fuego ha llegado al almacén de los productos químicos. Corro a la ventana y me arrojo por entre un estrépito de cristales. A mis espaldas explota el laboratorio. Los chillidos de Kevin se han apagado. Los papeles chamuscados vuelan cuando el aire recalentado surge por las ventanas destruidas. El plástico de la máquina de escribir se funde, dejando desnudos los cables de su interior. Los caracteres de metal se retuercen, se comban entre si, y se funden también en una masa irreconocible.

Me marcho a casa y me aseo y regreso a tiempo de contemplar la labor de los bomberos. Apenas queda nada de la vieja granja.

—Soy médica. ¿Puedo ayudar en algo?

—Ya no hay ayuda posible, Mae —El jefe de los bomberos me recuerda del cuarto curso—. Tal vez podrías identificar los cadáveres.

Están tapados con mantas de plástico amarillo. dos masas en forma de cuerpo humano, de carne achicharrada. El jefe de Los bomberos me mira con simpatía.

—No los conocería ni su propia madre. Oh. estás pálida, Mae. Johnny será mejor que la acompañes a su casa.

Un bombero guapo y joven me toma del brazo y me conduce sendero arriba. lejos del fuego y el humo.

—¿Eran científicos? —me pregunta—. ¿Qué estaban haciendo aquí?

—Trabajaban en cosas que el hombre no debe conocer —respondo.

El joven no reconoce la cita.

Contemplo de reojo a mi acompañante. Es joven, fuerte, sano.

No echará de menos medio litro de sangre.

Sharon N. Farber




Relatos góticos. I Relatos de ciencia ficción.


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El análisis y resumen del cuento de Sharon N. Farber: Vuelto a nacer (Born Again), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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