«La Enfermera Psicofónica»: David H. Keller; relato y análisis


«La Enfermera Psicofónica»: David H. Keller; relato y análisis.




La Enfermera Psicofónica (The Psychophonic Nurse) es un relato fantástico del escritor norteamericano David H. Keller (1880-1966), publicado originalmente en la edición de noviembre de 1928 de la revista Amazing Stories, y luego reeditado en la antología de 1952: Cuentos de Underwood (Tales from Underwood).

La Enfermera Psicofónica, uno de los cuentos de David H. Keller más controversiales, relata la historia de un matrimonio que adquiere una niñera mecánica, liberándose de las agobiantes tareas de la crianza de su pequeña bebé. Sin embargo, la presencia de esta Enfermera Psicofónica saca a relucir algunas contradicciones en la relación de los humanos con la tecnología (ver: Las nuevas tecnologías en la mecánica del Horror)

SPOILERS.

La Enfermera Psicofónica es probablemente uno de los mejores relatos de David H. Keller en términos de la profundidad de las ideas que explora, principalmente los efectos de la robótica en las relaciones humanas fundamentales, como la maternidad, la paternidad, y la pareja. En ese contexto, la historia también posee algunos condimentos amargos para el lector moderno, como su racismo casual, completamente integrado en el modo de pensar del autor, y su machismo indisimulable (ver: El Machismo en el Horror)

Los lectores sensibles —y no me refiero aquí a personas impresionables, sino a aquellas que prefieren permanecer en espacios seguros, a resguardo de ideas e ideologías que actualmente constituyen una clara ofensa—, querrán evitar una lectura como esta. No es habitual que hagamos este tipo de advertencias en El Espejo Gótico, pero me parece importante hacerlo en este caso, y no porque estas opiniones arcaicas, como el racismo y el machismo, deban ser omitidas de la ficción que aquí revisamos periódicamente. Después de todo, La Enfermera Psicofónica de David H. Keller es un brillante recordatorio de cómo algunas actitudes que hoy consideramos aborrecibles eran completamente aceptables por personas inteligentes y civilizadas hace menos de cien años.

Aparte de su vago interés como ciencia ficción temprana, La Enfermera Psicofónica de David H. Keller puede considerarse como una pequeña crónica del estado de las relaciones entre blancos y afroamericanos, entre hombres y mujeres, a principios del siglo XX en los Estados Unidos. Sin dudas es un relato que invita a ser examinado y reflexionado cuidadosamente, más allá de sus defectos y virtudes narrativas.

Aquí, David H. Keller propone que la mujer, cuando es liberada de sus tareas en la crianza de sus hijos, y que además se dedica exclusivamente a su trabajo, constituye un factor de riesgo social. De eso se trata la La Enfermera Psicofónica, de una madre que no rechaza la maternidad, sino más bien la crianza, dedicándose a su trabajo como escritora, mientras su pequeña hija es criada por una niñera robótica extremadamente eficiente (ver: Historia de las computadoras en la ciencia ficción). Siendo psiquiatra, David H. Keller se centra en cómo sería el resultado de una crianza dedicada pero sin contacto humano. En el proceso, además de expresar su racismo y machismo de manera casual, le arroja algunas migajas pseudo-científicas a los lectores de ciencia ficción de Amazing Stories (ver: Clichés de la ciencia ficción que nos encantan), pero fundamentalmente La Enfermera Psicofónica se trata de un análisis sociológico.

Alguien podría decir que al publicar La enfermera psicofónica de algún modo alentamos este tipo de ideologías. Ciertamente no, pero en El Espejo Gótico, hay que admitirlo, tenemos un problema con la corrección política aplicada cosméticamente, porque solo oculta los aspectos más siniestros de nuestra sociedad bajo una capa de fingida cortesía, imparcialidad y respeto. Una obra de ficción puede omitirse, debido al carácter ofensivo de su argumento, o bien utilizarse para examinar y aprender más sobre el contexto en el cual esos pensamientos e ideologías florecieron.

Omitir de plano este tipo de historias a causa de su carácter ofensivo, es un enfoque ingenuo del problema. Los males como el racismo y el machismo están alojados profundamente en nuestra sociedad, y no desaparecerán simplemente por mirar hacia el otro lado. No hay beneficio alguno en este tipo de represión de la memoria colectiva. En todo caso, la mejor opción es abordar la ficción incómoda desde una perspectiva crítica.

Resulta mucho más sencillo condenar a un autor por sus aspectos racistas y misóginos que rescatar sus virtudes. David H. Keller las tenía. Fue contemporáneo de H.P. Lovecraft, publicó principalmente en Amazing Stories, aunque ocasionalmente también en Weird Tales. Podemos pensar en él como un psiquiatra que se dedicó a escribir ficción más adelante en su vida. Sus historias reflejan su trasfondo ocupacional: está clínicamente atento a los patrones de pensamiento, traumas y dilemas de sus personajes.

En cierto modo, su único punto en común con Lovecraft es el racismo (ver: Feminismo y misoginia en Lovecraft). Las historias de David H. Keller están llenas de personas que hablan mucho y experimentan toda clase de emociones. La Enfermera Psicofónica contiene un matrimonio, un bebé, discordia marital, vecinos curiosos, problemas laborales y tareas domésticas. Una historia de Lovecraft típica carece de estos lugares comunes y acaso banales. Por otra parte, el racismo de Lovecraft es manifiesto. Su evidente misoginia, probablemente relacionada con sus sentimientos conflictivos hacia su madre, está implícita en la ausencia casi total de personajes femeninos en su ficción. En definitiva, el racismo y la misoginia de Lovecraft parecen impulsados ​​más por el miedo que por el odio, algo objetable según los estándares contemporáneos, desde luego, pero al menos son sentimientos honestos y meditados. David H. Keller, sin embargo, simplemente acepta roles de género raciales y estereotipados como parte de un status quo en el que participa y no cuestiona. Su actitud es mucho más insidiosa que la de Lovecraft porque es inconsciente. Su perspectiva se parece más a la nuestra.

El escenario de La Enfermera Psicofónica no es futurista, aunque tecnológicamente es más avanzado que la época del autor. La historia examina el impacto de la robótica aplicada al cuidado infantil. Aquí, un reflexivo marido, el señor Teeple, compra una enfermera psicofónica para que su ambiciosa esposa siga su carrera como escritora sin preocuparse por el cuidado de su hija. Los padres parecen sofisticados y están informados sobre la crianza moderna de los niños, habiendo leído libros contemporáneos sobre el tema. Se sienten bastante cómodos instalando el robot en su hogar como si fuera un aparato más que ahorra trabajo, como un lavarropas o una licuadora. Con la llegada del robot, la carrera de la señora Teeple como escritora pronto despega. Escribe libros con títulos grandilocuentes, paradójicamente, acerca de la maternidad.

La señora Teeple tiene todo el tiempo del mundo para su trabajo literario, y rápidamente se hace un nombre en el campo de las letras, lo cual le demuestra a su esposo y amigos lo que una mujer puede hacer si tiene tiempo de hacerlo. Pero, además de la liberación de las mujeres de la monotonía de las tareas domésticas y el cuidado de los niños, David H. Keller continúa especulando sobre las aplicaciones de la robótica a otras áreas de la actividad humana: el trabajo industrial, la práctica religiosa e incluso la infidelidad. La Enfermera Psicofónica es un cuento reaccionario y antifeminista, pero no hay odio en él, a lo sumo, cierto tono satírico, condescendiente. Es difícil saber qué tan en serio los lectores de Amazing Stories se tomaban estas suposiciones.

Mientras la señora Teeple está ocupada trabajando, su esposo se las arregla para pasar tiempo con su bebé, y comienza a dudar de la decisión de haber reemplazado a su madre biológica con una máquina. Cuando se evita un desastre que amenaza al bebé cerca del final de la historia, los padres recuperan el sentido y regresan a una disposición más tradicional de los roles familiares. La Enfermera Psicofónica, leal, confiable y competente, es desconectada (ver: Toda materia es sensible: nosotros también somos IA)

El «final feliz» de La Enfermera Psicofónica es irritante. Revela el conservadurismo y la oposición de David H. Keller al progresismo. La moraleja de la historia, al menos una de ellas, parece ser que la gente debería conocer su lugar y permanecer allí. Si eres mujer, no trabajes y dedícate a tu familia. Punto. Desde nuestra perspectiva, y aunque está claro claro que las innovaciones tecnológicas continúan alterando los roles y expectativas sociales, causando mucha ansiedad, lo cierto es que esta moraleja tiene un tufo rancio. Por cómodo que sea, conocer el lugar de uno (y el del otro) no es más que una estrategia para controlar el miedo (ver: El Feminismo de hoy desde la ciencia ficción de ayer)




La enfermera psicofónica.
The Psychophonic Nurse, David H. Keller (1880-1966)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


—¡Estoy volviéndome loca! ¡Simplemente loca!

—Bueno, supongo que eso es normal —respondió el marido de la mujer.

—Lo siento tanto como tú, pero la bebé está aquí ahora y alguien tiene que cuidarla —dijo Susanna Teeple—. Quiero cuidarla bien, pero tengo trabajo que hacer y ahora tengo una oportunidad real de obtener buenos ingresos escribiendo regularmente para la Asesoría de Mujeres de Negocios. Puedo ganar fácilmente mil dólares al mes si solo encuentro el tiempo para hacer el trabajo. Simplemente no puedo hacer mi trabajo y cuidar a la bebé también. Fue un gran error tenerla ahora.

—Pero gano lo suficiente para contratar a una enfermera —insistió el marido.

—Ciertamente, ¿pero dónde puedo encontrar una? Las mujeres que necesitan el dinero trabajan las siete horas del día y todas las buenas enfermeras están en los hospitales. He buscado por toda la ciudad y se ríen de mí cuando empiezo a hablar con ellas.

—Cuídala tú misma. Sistematiza el trabajo. Haz un presupuesto de tu tiempo y un programa diario definido. ¿Te gustaría que empleara a un ingeniero de eficiencia? Acabo de tener a un hombre trabajando en ese sentido en mi fábrica. Apuesto a que podría ayudarte mucho. Escribe tus problemas y mi inventor empezará a trabajar en ellos.

—¡Hablas como un hombre! —respondió la mujer con fría ira—. Tus sugerencias muestran que no tienes ni idea del problema de cuidar a una bebé de tres semanas. He usado todo el cerebro que tengo y me lleva exactamente siete horas al día. Si las siete horas llegaran todas a la vez, podría prescindir de ellas, pero durante los últimos tres días, desde que llevo la cuenta, he sido interrumpida de mi escritura exactamente ciento diez veces cada veinticuatro horas y solo aproximadamente el cinco por ciento de esas interrupciones podría haberse evitado. Hay que alimentar a la bebé, cambiarla y lavarla, esterilizar los biberones, arreglar la cuna y limpiar la guardería, y justo cuando tengo todo hecho, regurgita y luego hay que volver a hacer todo. Ojalá tuvieras que cuidarla durante veinticuatro horas, entonces sabrías más de lo que sabes ahora. He probado algunas de esas máquinas eléctricas de cuidado, pero no eran satisfactorias. El evaporador de vacío se atascó con polvos de talco y el extractor funcionó bien mientras estuvo sobre la boca, pero una vez que la bebé giró la cabeza la máquina casi le arrancó la oreja. Sería maravilloso si un bebé pudiera ser atendido por una máquina, pero me temo que nunca será posible.

—Yo creo que sí —dijo el esposo—. Por supuesto, incluso si la máquina funcionara perfectamente no podría proporcionar el amor de una madre.

—Esa idea del amor materno pertenece a la Edad Media —se burló la mujer—. Ahora sabemos que un niño no sabe qué es el amor hasta que desarrolla la capacidad de pensar. Las mujeres se han estado engañando a sí mismas. Creían que sus bebés las amaban porque querían creerlo. Cuando mi hija tenga la edad suficiente para saber qué es el amor, seré debidamente demostrativa y no antes. He leído con mucha atención lo que Hug-Hellmuth ha escrito sobre la psicología del bebé y ningún hijo mío va a desarrollar complejos malsanos porque lo acosé con amor intempestivo y caricias innecesarias. Noto que lo has besado cuando pensabas que no te estaba mirando. ¿Cómo te sentirías si, por esos besos, tu hija desarrollara un Complejo Edipo cuando llegara a la madurez? Voy a diferir contigo con respecto a la máquina. ¡Nunca será posible cuidar a un bebé con maquinaria!

—¡Yo creo que sí! —insistió el hombre.

Esa noche tomó el expreso aéreo hacia la ciudad de Nueva York, y, cuando regresó, después de algunos días de ausencia, se mostró muy poco comunicativo con respecto al viaje y lo que había logrado. La señora Teeple continuó cuidando muy bien a su bebé y tampoco perdió la oportunidad de dejar que su esposo se diera cuenta del sacrificio que estaba haciendo por su familia. El marido continuó guardando un digno silencio. Luego, unas dos semanas después de su viaje a Nueva York, envió a su esposa a pasar la tarde afuera, solo para ver cómo le iba. Después de dar mil instrucciones detalladas, la cariñosa madre se fue.

A su regreso, encontró a su esposo leyendo tranquilamente en la biblioteca. Al ir a la guardería, encontró a la bebé dormida y al lado de la cuna vio a una mujer negra y gorda, vestida con el impecable vestido de una enfermera graduada. Parecía estar tan profundamente dormida como la niña. Sorprendida, la señora Teeple caminó hacia la silla de su esposo.

—Bueno, ¿qué significa esto? —exigió.

—Esa, querida, es nuestra nueva enfermera.

—¿Dónde la conseguiste?

—La compré en Nueva York. De hecho, la hice por encargo.

—¿Qué? —preguntó la mujer asombrada.

—Mandé a hacerla por encargo la Eastinghouse Electric Company. Verás, ella es solo una máquina, pero como no come nada, está de guardia las veinticuatro horas del día y no cobra salario, es barata al precio que pagué por ella.

—¿Estás loco?

—Ciertamente no. Déjame mostrarte cómo trabaja. Está formada por una combinación de resortes, palancas, instrumentos acústicos, y mediante tubos como los que se utilizan en la radio, es muy sensible a los sonidos. Está conectada a la corriente de iluminación de la casa mediante un cable largo y flexible que le proporciona la energía necesaria. Para simplificar las cosas, hice que las órdenes se pusieran en números en lugar de oraciones. Uno significa que el bebé debe ser alimentado; siete que necesita ser cambiada; doce que es hora de un baño. Tengo un mapa hecho que muestra la posición exacta del bebé, la pila de pañales limpios, los biberones llenos de leche, las sábanas limpias, de hecho, todo lo necesario para cuidar al bebé durante las veinticuatro horas. Por la mañana, todo lo que tienes que hacer es ver que todo lo necesario está en su lugar. A las seis de la mañana vas a la guardería y le ordenas en voz alta y clara. La enfermera se acercará a la hilera de biberones, tomará uno y pondrá la tetina en la boca de la bebé. Al cabo de diez minutos, tomará la botella vacía y la volverá a colocar en la fila. A las seis y media, la enfermera le quitará el pañal mojado, y lo cambiará. Al finalizar sus tareas se sienta.

—¡Creo que estás borracho! —dijo la mujer con frialdad.

—De ningún modo. Ella es solo un montón de varillas, cables y maquinaria. La hice acolchar y ponerle cara, porque pensé que se vería más natural de esa manera.

—Supongamos que todo lo que dice es verdad. ¿Cómo puede ayudarme eso? Tengo que ver qué necesita el bebé, luego tengo que mirar en el libro y ver qué número decir y luego supongo que tengo quedarme y ver cómo funciona la máquina. Quería tener la oportunidad de trabajar en mis libros. Esto es ridículo.

Su marido se rio de ella.

—Tú eres una pequeña mujer agradable, Susanna, pero ciertamente te falta imaginación. Cuando pedí esta máquina, pensé en todo eso y compré un fonógrafo con un reloj adjunto. Funcionará durante veinticuatro horas sin atención. Luego hice que un médico de bebés elaborara un programa de actividades de veinticuatro horas para diferentes edades. Nuestro bebé tiene aproximadamente dos meses de edad. Solo debes poner este fonógrafo en la guardería con el disco de los dos meses. A las seis de la mañana verás que todas las provisiones para ese día estén en el lugar adecuado y que la Enfermera Psicofónica está en el lugar que le corresponde; el bebé debe estar en su lugar apropiado, claro. Luego conectas la corriente eléctrica al fonógrafo y a la enfermera y comenzará el registro. En determinados periodos el fonógrafo marcará un número y luego la enfermera hará lo necesario para esa hora.

—Eso suena bien —dijo la esposa, sarcásticamente—, pero supongamos que se moja entre horas. Supongamos que empieza a llorar.

—Pensé en eso también. En cada pañal hay un fino alambre de cobre. Cuando se humedece, se envía una delicada corriente hacia un amplificador y se emite un cierto sonido. La enfermera reaccionará adecuadamente a ese sonido. También hemos previsto el llanto. Cuando el bebé hace eso, la enfermera lo levanta y lo mece para que se duerma.

—¡Pero los libros dicen que hacer eso malcría al bebé!

—Lo sé. Pensé en eso. Pero entonces la pobrecita tiene que tener algo de amor y afecto en su vida, así que pensé que no le haría ningún daño que la mecieran de vez en cuando. Esa fue una de las razones por las que hice el acolchado de la manera que lo hice. Apuesto a que será muy cómodo para la niña. Por otra parte, sabes que tuve una enfermera negra y quería que mi hijo también tuviera una.

—Bueno —dijo la mujer con bastante petulancia—, enséñame cómo funciona la cosa. Tengo mucho que escribir y, a menos que lo haga, contratarán a otra persona.

Después de dos horas de observación atenta, tuvo que admitir que la enfermera era tan capaz de atender mecánicamente las necesidades de un bebé como ella. De hecho, la astucia de la actuación la hizo jadear de asombro. Después de cada serie de actos complicados, la máquina volvió sentarse.

El marido estaba triunfante.

—Ella hace el trabajo muy bien —dijo—. Naturalmente, no hay inteligencia, pero no se necesita ninguna en los primeros meses del cuidado infantil.

La Enfermera Psicofónica desempeñó sus funciones de una manera que habría sido un crédito para cualquier mujer. Por supuesto, hubo momentos en que las cosas no salieron tan bien como debían, pero la falla siempre fue del lado humano, no del mecánico. Por lo general, la madre tenía la culpa porque no colocó el suministro de comida o ropa exactamente en el lugar correcto y, una vez, un nuevo sirviente causó estragos al limpiar la habitación y colocar a la enfermera y la silla en el lado equivocado de la cuna. Aun así, con un poco de supervisión y cuidados, las cosas salieron muy bien, y en muy poco tiempo el bebé se acostumbró a su mami negra y la madre se contentó con dedicar unos minutos cada mañana a arreglar los suministros y luego dejarlos a los dos solos durante el resto de las veinticuatro horas. Cada dos semanas se colocaba un nuevo disco en el fonógrafo, pues se determinaba que era necesario hacer un cambio en el programa al menos con esa frecuencia.

La señora Teeple, completamente feliz con su nueva libertad, ahora dedicó todo su tiempo a la literatura. Sus artículos, que aparecieron en la edición del sábado de The Business Woman's Advisor, fueron más que brillantes y despertaron los comentarios más favorables de todas partes del mundo. Una empresa inglesa le pidió que escribiera un libro sobre La mujer, la conquistadora, y se sintió tan aliviada de las preocupaciones domésticas que empezó de inmediato a tipear la introducción en su silenciosa máquina de escribir eléctrica. De vez en cuando sentía la necesidad de hacer ejercicio y paseaba por la casa y miraba la guardería. A veces levantaba a la pequeña, y a medida que la niña crecía, esto la hacía llorar, por lo que decidió que era mejor no interferir con la rutina diaria.

A pesar de sus esfuerzos por ocultar la actividad de su nuevo asistente, la noticia se difundió por la pequeña ciudad. Los vecinos llamaron, y aunque tenían todo tipo de excusas, no había duda de qué era lo que realmente querían ver. Por supuesto, las opiniones diferían, y eran bastante marcadas. Algunas de las mujeres mayores denunciaron sin miedo tal conducta como incondicionalmente mala, pero la mayoría estaba secretamente celosas y exigieron que sus maridos también compraran una niñera mecánica.

La noticia se extendió más allá de los confines de la ciudad.

En los periódicos comenzaron a aparecer descripciones de una naturaleza sumamente interesante y errónea. Finalmente, para evitar críticas poco científicas, la señora Teeple escribió un relato completo de la forma en que estaba criando a su hijo y se lo vendió al New York Comet, completamente ilustrado, por cinco mil dólares. De inmediato, la Eastinghouse Electric Company se vio inundada de pedidos que simplemente archivaron para su entrega futura. Toda la máquina estaba cubierta con patentes y todas eran propiedad de Teeple, quien, por el momento, simplemente dijo que quería hacer más estudios antes de considerar la venta de sus derechos.

Durante varios meses pareció que la discusión nunca terminaría. Equipos de debate universitarios seleccionaban temas como: ¿El niño del futuro será criado por la madre o por una enfermera psicofónica? Los líderes del mundo industrializado pasaban noches ansiosas preguntándose si tal invención no simplificaría el problema laboral. Muy temprano en el furor social que se despertó, Henry Cecil, que había tomado el lugar de Wells como autor de la cientificidad, escribió una serie de artículos brillantes en los que mostraba un mundo donde todo el trabajo lo realizaban máquinas similares. No sólo el trabajo de las enfermeras, sino también de los mecánicos, los jornaleros y los agricultores se podía realizar con maquinaria. Habló de una época en la que la humanidad, liberada de la necesidad de trabajar, podría entrar en una edad de oro de la comodidad. La jornada laboral sería de una hora. Cada mecánico iba a la fábrica, engrasaba y ajustaba una docena de autómatas, se encargaba de que tuvieran el material para veinticuatro horas de trabajo y luego encendía la corriente eléctrica y los dejaba trabajando hasta el día siguiente.

La vida, dijo Henry Cecil, no solo sería más fácil, sino también mejor en todos los sentidos. La sociedad, liberada de la necesidad de un trabajo remunerado, podría proporcionar lujos a todos. Las mujeres ya no trabajarían más en la cocina y los hombres en la granja. La civilización más elevada podría lograrse porque la humanidad ahora tendría tiempo libre para jugar.

Y en su argumento mostró que, si bien los trabajadores de las grandes plantas de ensamblaje se habían convertido en gran medida en máquinas en sus actividades automáticas, aún tenían accidentes, enfermedades y descontentos que terminaban en huelgas problemáticas. Todo esto sería evitado por trabajadores mecánicos; por supuesto, durante un tiempo tendría que haber supervisión humana, pero si fuera posible hacer una máquina que funcionara, ¿por qué no hacer una que supervisara el trabajo de otras máquinas? Si una máquina puede usar materia prima, ¿por qué no se puede capacitar a otras máquinas para distribuir los suministros y llevarse el producto terminado?

Cecil previó que la fábrica del futuro funcionaría las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, proporcionando todo lo necesario para la comodidad de la raza humana. De inmediato, los ministros del Evangelio exigieron una semana de seis días para las máquinas, y una adecuada observancia del sábado.

Por extraño que pueda parecer, toda esta discusión le pareció natural al público en general. Durante años se les había enseñado a utilizar aparatos eléctricos en sus hogares. El fregado y pulido de pisos, el lavado de platos, el lavado y planchado de ropa, la costura de ropa, el corte de césped, la limpieza de los muebles, todo se hizo con electricidad durante muchos años.

En todos los departamentos de la actividad mundial se utilizaba el sirviente blanco, la electricidad. En una pequeña ciudad de Westtern, una Enfermera Psicofónica cuidaba a un bebé. ¿Por qué no todos los bebés? Si una máquina podía hacer ese trabajo, ¿por qué no se podía hacer que las máquinas hicieran otro tipo de trabajo?

La ficción más ligera comenzó a utilizar la idea. Un artículo realmente inteligente apareció en The London Spode, la revista de sociedad en Inglaterra. Comentaba el alto costo de la compañía humana y cuánto exigía la joven promedio, no solo en lo que respecta al gasto en efectivo real, sino también en tiempo. Cuando él debería estar descansando y ganando fuerzas para sus labores en la oficina, ella exigía largas noches en el teatro o salón de baile o fiestas y caricias en automóviles solitarios. Se propuso la idea de que todo hombre debería tener una afinidad psicofónica. Podría llevarla al restaurante, pero ella no comería, en el teatro la podrían ver con su capa de ópera y su sombrero de copa. Si él quería bailar, ella bailaría con él y se detendría justo cuando él quisiera; y luego en su apartamento él podría acariciarla y ella lo acariciaría y no habría escándalo.

Podía comprarla en una tienda, rubia o morena, y cuando se cansara de ella podía cambiarla por el último modelo, con las últimas incorporaciones y la última línea de discos fonográficos. Toda mujer podría tener un amante mecánico. Él podía hacer las tareas del hogar durante el día mientras ella está en la oficina, y por la noche podía actuar como acompañante en público o acariciarla en privado. El fonógrafo declararía un millón de veces: Te amo, y un millón de veces sus brazos demostrarían la verdad de la declaración. Durante algunas décadas, los dos sexos se habían sentido cada vez más descontentos entre sí. Los amantes psicofónicos resolverían todas las dificultades de la vida social moderna.

Naturalmente, a este número de la Spode se le negó la admisión a los Estados Unidos por ser literatura inmoral. Inmediatamente fue ampliamente pirateado y fue leído por millones de personas, que de otra manera nunca habrían oído hablar de él. Se agregó una nueva frase a la jerga. Los hombres que antes se llamaban tontos, ahora se conocen como afinidades psicofónicas. Si un hombre era más aburrido de lo habitual, su novia diría: Consigue un mejor apego eléctrico. Ya es hora de que te cambie por un modelo más nuevo.

Mientras tanto, la vida en la casa de los Teeple progresaba como de costumbre. La señora Teeple tenía todo el tiempo que podía usar para su trabajo y se estaba haciendo un nombre en el campo de las letras. Les estaba mostrando a su esposo y amigos lo que una mujer podía hacer si tenía tiempo para hacerlo. Ella sintió que de ninguna manera estaba descuidando a su hijo. Se dedicó una hora cada mañana a preparar los suministros y la leche modificada para las siguientes veinticuatro horas. Después de eso, se sentía perfectamente segura al dejar a la niña con la enfermera mecánica; de hecho, dijo que se sentía más cómoda que si el bebé estuviera siendo cuidado por una niña ignorante y desinteresada.

La bebé pronto supo que la mujer negra era quien hacía todo por ella y todo su amor estaba centrado en su niñera. Durante algunos meses no pareció darse cuenta de mucho más que de que estaba siendo atendida de manera muy competente. Más tarde se enteró de que este cuidado no vendría a menos que estuviera en una posición muy definida sobre la cama. Esto fue después de que comenzó a rodar alrededor de la cama. Vagamente debió descubrir que la enfermera tenía ciertas limitaciones, pues empezó a aprender a volver siempre a su posición correcta en medio de la cuna. Naturalmente, surgieron dificultades mientras estaba aprendiendo a hacer esto. Una vez que estuvo boca abajo y la enfermera fue absolutamente incapaz de sujetar el pañal, pero la bebé, asustada, comenzó a llorar y la máquina la recogió y, mediante un funcionamiento inteligente del mecanismo la colocó en la posición correcta. Cuando la bebé cumplió un año, se había formado una muy buena asociación de trabajo entre las dos y, en ocasiones, la enfermera incluso le enseñaba a la niña a comer con una cuchara y beber de una taza. Por supuesto, hubo que realizar varios ajustes de vez en cuando, pero esto no supuso una gran dificultad.

Cansada del trabajo del día, la señora Teeple siempre dormía profundamente. Su esposo, por otro lado, a menudo deambulaba por la casa durante la noche, y en tales ocasiones desarrolló el hábito de visitar la guardería. Se sentaba en silencio durante horas, mirando a la bebé dormida y a la enfermera insomne.

Esto no lo satisfizo, por lo que su siguiente paso fue desconectar la corriente eléctrica que le permitía a la enfermera moverse y cuidar a la bebé. Ahora, con el fonógrafo en silencio y la enfermera incapaz de responder a los estímulos de la niña y el fonógrafo, el Padre se hizo cargo de su hija.

Por supuesto, no había mucho que hacer, pero le emocionaba la tarea. Durante casi medio año los tres llevaron una especie de doble vida. La máquina permanecía inmóvil toda la noche hasta la mañana, hasta que Teeple la conectaba a un enchufe eléctrico.

La bebé pronto aprendió la diferencia entre la criatura viviente que tan a menudo la cuidaba por la noche y la Mamita Negra, y aunque amaba a la mujer-máquina, todavía sentía un tipo diferente de afecto por el gran hombre cálido que lo hacía con tanta ternura y torpeza en las horas oscuras de la noche. Tenía sonidos especiales que hacía solo para él, y para su deleite él le respondió y de alguna manera, los sonidos que hizo sacaron recuerdos de otros similares del pozo profundo de su memoria heredada. Al año sabía muchas palabras, que ella solo usaba en la oscuridad, hablando con el hombre, y lo llamaba Padre.

Se emocionó cuando sostuvo su pequeño cuerpo suave cerca del suyo y sintió su pequeña mano cerrarse alrededor de su pulgar. Esperaría hasta que ella se durmiera y luego la besaría en silencio en la coronilla, bien cubierta con un suave cabello nuevo, teñido como la luz del sol. Él le dijo una y otra vez que la amaba, y gradualmente ella aprendió lo que significaban las palabras. Desarrollaron pequeños juegos para jugar en la oscuridad, y muy silenciosamente, porque no importa cuán felices fueran, nunca, nunca despertarían a mamá, porque si alguna vez supiera lo que sucedía en la noche, nunca podrían volver a jugar.

El hombre estaba feliz en su nueva compañía con su bebé.

Se dijo a sí mismo que esas horas hacían que la vida valiera la pena.

Después de algunos meses de tal actividad nocturna, la señora Teeple observó que su esposo llegaba a la mesa del desayuno bastante somnoliento. Como no tenía ningún conocimiento real de cómo pasaba sus noches, le resultó fácil imaginarlo. Al ser autora, la imaginación era una de sus facultades mentales más fuertes. Siendo mujer, era necesario que ella expresara estas sospechas.

—Pareces bastante somnoliento por las mañanas. ¿Estás viendo a otra mujer?

Teeple la miró con los párpados entrecerrados.

—¿Y qué si lo hago? —dijo el demando—. Eso era parte de nuestro contrato de boda de acompañante: que podíamos hacer ese tipo de cosas si quisiéramos.

Como esta era la verdad, Susanna Teeple sabía que no tenía palanca para una discusión, pero no estaba dispuesta a dejar de hablar.

—Creo que el mero hecho de que seas padre de una niña inocente debería mantener limpia tu moral. Piensa en ella y en tu influencia sobre ella.

—Pienso en eso. De hecho, ayer mismo dispuse que se hicieran unos discos fonográficos que, además de todo lo demás, le enseñarían a hablar a la bebé. Le he pedido a un viejo amigo que enseña inglés en Harvard que haga esa parte del disco, para que desde el principio su pronunciación sea perfecta. También estoy considerando hacer otra Enfermera Psicofónica con ropa de hombre. Mami Negra necesita algunas reparaciones y ya es hora de que nuestra hija se beneficie del amor de un padre. Necesita la influencia masculina. Lo haré de mi talla y podemos vestirlo con algo de mi ropa y hacer que un artista pinte una cara que se parezca a la mía. De esta manera, la niña crecerá gradualmente para conocerme y para cuando tenga tres años podré jugar con ella y no se asustará. En el crepúsculo, los vecinos pensarán que voy a sacar a la niña en el cochecito y me darán crédito por ser un verdadero padre.

La esposa lo miró. A veces ella no lo entendía.

Solo unos días después de esta conversación, la señora Teeple llamó a su esposo a la fábrica.

—Desearía que volvieras a casa tan pronto como puedas.

—¿Cuál es el problema?

—Creo que la bebé tiene nefritis.

—¿Qué es eso?

—Es una enfermedad sobre la que acabo de leer. Entré en la guardería y Mami Negra ha tenido que cambiar al bebé veintisiete veces desde esta mañana.

Teeple le aseguró a su esposa que estaría en casa y que ella debería dejar todo como estaba. No perdió tiempo en el viaje. Desde que había estado cuidando a la bebé por la noche, se había vuelto muy valiosa para él.

Su esposa lo recibió en la puerta.

—¿Cómo sabes que Mami tuvo que cambiarla tan a menudo?

—Conté los pañales, y lo peor fue que muchas de ellas no estaban húmedos, solo un poco revueltos.

Teeple fue a la guardería. Observó a la bebé durante unos minutos en silencio. Luego le tomó la mano y finalmente anunció su decisión:

—No creo que haya nada malo en ella.

—Por supuesto. Eres un experto enfermedades infantiles —su esposa fue bastante sarcástica en su tono.

—¡Oh! No soy médico, pero tengo mucho sentido común. Mañana es domingo. En lugar de jugar al golf, me quedaré en casa y la observaré. Puedes dejar la máquina de escribir por un día y quedarte conmigo, ¿no es así?

—Ojalá pudiera, pero estoy terminando mi libro sobre la armonía perfecta entre padres e hijos, y debo terminarlo antes del lunes por la mañana, así que tendrás que hacer tu observación solo. Sin embargo, creo que sería mejor que enviaras a un médico.

Teeple no tardó mucho en descubrir qué estaba mal.

La bebé estaba aprendiendo a hablar y había desarrollado el hábito de decir, muy a menudo, sonidos muy similares a siete. Este era el sonido al que la Enfermera Psicofónica había estado en sintonía para reaccionar con movimientos que resultaban en un cambio de pañales. La bebé había aprendido el sonido del fonógrafo y lo imitaba tan perfectamente que la máquina reaccionaba ante él, sin saber que no era la voz del fonógrafo o el estímulo eléctrico de la almohadilla húmeda.

Cuando Teeple descubrió cuál era el problema, tuvo que reír a pesar de sus pensamientos serios. Un cambio muy simple en el mecanismo borró el sonido y curó la nefritis del bebé.

Dos semanas más tarde, el inventor presentó a su esposa al nuevo enfermero que iba a ser un sustituto del padre. La maquinaria había sido puesta en una forma del tamaño de Teeple, la cara era bastante parecida a la suya y vestía un traje de sarga azul que se había convertido en el segundo mejor el año anterior.

—Esta es una máquina muy simple —le dijo Teeple a su esposa—. Por el momento sólo se utilizará para sacar al bebé en el nuevo cochecito. El carro tiene baterías de almacenamiento y un pequeño fonógrafo. Pondremos al bebé en el coche y sujetaremos a Jim Henry a las manijas. El camino, afortunadamente, es recto como una flecha y poco usado. Le conectaremos las baterías de almacenamiento a él y al fonógrafo, que de inmediato dará la orden de «Inicio». Luego, después de media hora, activará el comando de regreso. Entonces alguien tendrá que salir y guardar todo y volver a colocar a la bebé en la cuna bajo el cuidado de la enfermera mecánica. Esto le dará a la bebé un rato de aire fresco. Por supuesto, se le puede dar una hora extra. Si cenas temprano y enciendes a Jim Henry justo cuando se ponga el sol, los vecinos pensarán que en realidad es un padre vivo quien empuja el cochecito. Bastante inteligente, ¿no te parece?

—Creo que es una buena idea que la bebé salga al aire libre todos los días. El resto, que se parezca a ti, parece bastante idiota. ¿Estás seguro de que el camino es seguro?

—Ciertamente. Sabes que apenas lo utilizan excepto los peatones y todos tendrán cuidado cuando se encuentren con un bebé en un cochecito. No hay cunetas profundas, el camino es llano, no hay casas ni perros. Jim Henry la llevará durante una hora al aire y la traerá de regreso a salvo. ¿No creerás que haría algo que deliberadamente pudiera dañar a la niña, verdad?

—Oh, supongo que no, pero a veces eres tan raro.

—Puedo parecer raro, pero te aseguro que tengo una buena razón para todo lo que hago.

Cualquiera que lo hubiera observado de cerca ese verano habría visto que esta última afirmación era cierta. Insistía en cenar temprano, a las cinco a más tardar, y luego siempre salía de casa, dando una excusa u otra, generalmente un compromiso importante en la fábrica. Hizo que su esposa le prometiera que inmediatamente después de la cena sacaría a Jim Henry con el bebé. La señora Teeple se alegró de hacer esto, ya que le dio una hora de ocio ininterrumpido para trabajar en su estudio. El enfermero comenzaba rápidamente por el camino y en pocos minutos desaparecía entre un grupo de sauces. Aquí Teeple estaba sentado, esperando. También estaba vestido con un traje de sarga azul. Apagaría al enfermero, desconectándolo de las baterías de almacenamiento, y lo colocaría con cuidado entre los sauces, tomando su lugar y empujando felizmente el cochecito por el camino. Por las dudas, dejaría el fonógrafo unido a la batería.

Cuando decía «Regresar», daba la vuelta al cochecito y se dirigía a casa. Cuando llegaba a los sauces, sujetaba al enfermero al cochecito y dejaba que se llevara a la bebé a casa. A veces, cuando hacía calor, la bebé, el padre y Jim Henry descansaban sobre una manta, a la sombra de los sauces. Teeple le leería poesía a su hija y le enseñaría nuevas palabras, mientras Jim Henry yacía tranquilamente cerca de ellos, con una expresión de feliz inocencia en su rostro inmutable.

Los pocos vecinos que tenían la costumbre de transitar por ese camino después de la cena se acostumbraron a ver al hombrecillo del traje de sarga azul cuidando al bebé. Lo felicitaron en las conversaciones con sus esposas y las damas no perdieron tiempo en transmitir el cumplido a la señora Teeple, quien sonreía de manera cómplice y respondía:

—Ciertamente es maravilloso tener un marido mecánico. ¿Ha leído mi nuevo libro, La felicidad en el hogar? Está despertando un gran interés en las ciudades más grandes.

Ella le contó a su esposo lo que le dijeron y él también sonrió. Casi todos los hombres que había conocido durante la noche eran masones y sabía que se podía confiar en ellos.

Cuando el bebé cumplió un año, la señora Teeple decidió que era hora de hacer un esfuerzo serio para enseñarle a hablar. Ella le dijo a su esposo que quería hacerlo ella misma y que estaba dispuesta a dedicar quince minutos al día de su trabajo literario para esta tarea. Le preguntó a su esposo si tenía alguna sugerencia. Si no, estaba dispuesta y podía asumir toda la responsabilidad. Él respondió que había estado leyendo sobre este tema y que le escribiría una lista de veinte palabras que eran muy fáciles de aprender para un bebé.

Él hizo esto, y esa noche ella lo recibió con un aire grandioso y dijo que le había enseñado a la bebé a decir las veinte palabras perfectamente en una lección.

Creía que escribiría un artículo sobre el tema. Fue muy interesante ver lo ansiosa que estaba la niño por aprender. Teeple simplemente sonrió. La lista que le había dado estaba compuesta por palabras con las que él y la bebé habían estado trabajando durante algunos meses, no solo por la noche, sino también durante la hora de la tarde bajo los sauces.

Para ese otoño, la señora Teeple estaba convencida de que Watson, en su libro titulado Atención psicológica de bebés y niños, tenía toda la razón cuando escribió que cada niño sería mejor si se criara sin la influencia dañina del amor materno. Ella le escribió una larga carta personal sobre su experiencia con la Enfermera Psicofónica. Él respondió diciendo que estaba encantado y le pidió que escribiera un capítulo para la segunda edición de su libro.

—Siempre supe —escribió al final de la carta—, que una enfermera mecánica era mejor que una madre sin formación. Tu experiencia prueba que esto es cierto. Me gustaría que pudiera persuadir a su esposo para que ponga la máquina en el mercado y la ponga a disposición de millones de madres que quieren hacer lo correcto, pero que no tienen la inteligencia necesaria. Todo niño es mejor sin una vida amorosa. Su hijo se convertirá en un adulto libre de complejos.

El señor Teeple sonrió cuando leyó esa carta.

Fue un día agradable a principios de noviembre. En todo caso, el día era demasiado cálido. No había viento y el cielo sobre el oeste de Kansas estaba apagado y cobrizo. Teeple pidió la cena antes de lo habitual e inmediatamente salió de la casa, diciéndole a su esposa que los masones estaban teniendo una reunión muy especial y que él había prometido asistir. Totalmente acostumbrada a tenerlo fuera de casa por la noche, la señora Teeple preparó a Jim Henry y lo guió por el camino, empujando el pequeño carruaje con la bebé feliz atada de manera segura. Luego volvió a su trabajo.

Jim Henry había salido de casa a las cinco y cuarto. A las cinco cuarenta y cinco se daría la vuelta y a las seis y cuarto estaría de vuelta con el bebé. Era un programa definido y había aprendido, por experiencia, que funcionaba de forma segura. A las cinco y media empezó a soplar un viento frío alrededor de la casa y ella fue y cerró todas las ventanas. Se hizo de noche y luego, sin previo aviso, empezó a nevar. A las cinco y cuarenta y cinco, la casa estaba envuelta en la ventisca que venía del norte. El viento derribó los postes de luz eléctrica y la casa quedó a oscuras.

Y Susanna Teeple pensó en su hija en un cochecito en medio de la tormenta al cuidado de una enfermero eléctrico. Su primer pensamiento fue telefonear a su esposo a la Logia, pero de inmediato descubrió que los cables telefónicos se habían roto al mismo tiempo que los cables de la luz. Encontró a la sirvienta llorando y asustada en la cocina y se dio cuenta de que no podía esperar ayuda de ella.

Envolviéndose en un chal, abrió la puerta principal y echó a andar por el camino para encontrar a su bebé. Cinco minutos después estaba de vuelta en la casa, sin aliento e histérica de miedo. Tardó otros cinco minutos en cerrar la puerta. Toda la casa estaba siendo sacudida por la fuerza del viento. Afuera, escuchó el crujir de los árboles. Un choque en la parte superior de la casa informó de la caída de una chimenea. Trató de encender una lámpara, pero incluso en la casa la llama no podía vivir. Al ir a su dormitorio, encontró una linterna eléctrica y, encendiéndola, la puso en la ventana y se puso a rezar. No había rezado durante años; desde su temprana adolescencia se enorgullecía del hecho de haber aprendido a vivir sin un Creador de cuya existencia dudaba. Ahora estaba de rodillas. Sollozando, se dejó caer al suelo y, aturdida por el dolor, se durmió.

Como era su costumbre nocturna, Teeple esperaba en los sauces a Jim Henry y el cochecito de bebé. Desconectó al mecánico y lo puso debajo de una manta al borde del camino; luego empezó a bajar por el camino, entonando canciones tontas a la bebé mientras se dirigían juntos hacia la puesta de sol. No había ido muy lejos cuando el viento le advirtió de la tormenta que se avecinaba y de inmediato hizo girar el cochecito y se dirigió a casa. En cinco minutos hizo todo lo que pudo para empujar el coche en los dientes del viento. Luego vino la nieve, y supo que solo mediante el ejercicio de toda su inteligencia adulta podría salvar la vida de su hijo.

No había más refugio que el grupo de sauces.

Había que hacer todo lo posible para llegar a esos árboles tupidos, Jim Henry y la manta que lo cubría. Había mil pies entre los sauces y la casa de los Teeple y el hombre sabía que si la tormenta continuaba, podrían morir fácilmente, tratando de cubrir los últimos mil pies. Estaba oscureciendo tan rápido que era una cuestión seria si podía encontrar el grupo de sauces. Se dio cuenta de que si una vez dejaba la carretera, estaban condenados.

Se detuvo unos segundos, se preparó contra el viento, se quitó el abrigo y envolvió a la niña que lloraba con él. Luego continuó, lo más rápido que pudo, respirando cuando podía y rezando continuamente. Dios le respondió enviando breves pausas ocasionales en el tornado. Finalmente llegó a los sauces, y el instinto lo ayudó a encontrar a Jim Henry, todavía cubierto por la manta, que ahora estaba sujeta al suelo por un pie de nieve.

El hombre envolvió al bebé lo mejor que pudo, puso la almohada junto a Jim Henry, ahora parcialmente descubierto, puso a la bebé sobre la almohada, se arrastró junto a ella, cubrió a los tres con la manta lo mejor que pudo y comenzó cantar. El cochecito, que ya no se sostenía, voló lejos sobre la pradera. En media hora, Teeple sintió el peso y el calor del manto de nieve. Creía que la bebé estaba dormido.

Incapaz de hacer nada más, también se quedó dormido. A pesar de todo, estaba feliz y se decía a sí mismo que era maravilloso ser Padre.

Durante la noche pasó la tormenta y la mañana se hizo clara. La señora Teeple se despertó, encendió un fuego, ayudó al sirviente a preparar el desayuno y luego fue a buscar ayuda. Caminar fue difícil, pero finalmente llegó a la siguiente casa. La mujer estaba sola, su esposo había ido a la Logia Masónica la noche anterior. Las dos pasaron a la siguiente casa, y a la siguiente y finalmente en la distancia encontraron a todos los hombres abriéndose paso entre la nieve. Se habían visto obligados a pasar toda la noche en la Logia. Para sorpresa de la señora Teeple, su esposo no estaba con ellos. Ella contó su historia y pidió ayuda. El Maestro de la Logia escuchó en compasivo silencio.

—El señor Teeple no estuvo en la Logia anoche —dijo finalmente—. Creo que estaba con su bebé.

—Eso es imposible —exclamó la mujer, histérica—. La bebé salió con el nuevo modelo Enfermero Psicofónico. El señor Teeple nunca sale con la niña. De hecho, no sabe nada sobre ella. Él nunca la nota de ninguna manera.

El Maestro miró a su Guardián Principal e intercambiaron palabras no dichas. Luego miró a los miembros de su Logia. Todos estaban ansiosos por regresar con sus familias, pero había varios allí que no estaban casados. Los llamó por su nombre, les pidió que fueran a su casa con él a tomar un café y luego se unieran en la búsqueda de la bebé. Mientras tanto, instó a la señora Teeple a que se fuera, calentara la casa y preparara el desayuno. No podía hacer ningún bien si se quedaba afuera en el frío.

El Maestro de la Logia Azul conocía a Teeple. A menudo lo había visto bajo los sauces hablando con la bebé. Instintivamente fue allí primero, seguido por los jóvenes. Abriéndose paso a través de los montículos, finalmente llegaron al grupo de árboles y allí encontraron lo que estaban buscando: un peculiar montículo de nieve que, cuando se rompió, reveló una manta, y, debajo de ella, un bebé llorando, un enfermo y un enfermero mecánico. La bebé, sobre la almohada, estaba envuelta en el abrigo de su padre, y protegida por un lado por su cuerpo y por el otro lado por el acolchado y vestido Jim Henry.

Teeple, por fuera, sin abrigo y apenas cubierto por el borde de la manta, se había enfriado por completo.

Pasaron días antes de que se recuperara de su neumonía y semanas antes de que tuviera mucha idea de lo que había sucedido o de sus conversaciones entre murmullos mientras estaba enfermo. Por una vez en su vida, habló a fondo de todo lo que había estado pensando durante los últimos quince meses, habló sin reservas ni consideración por los sentimientos de su esposa, y sobre todo habló de su gran amor por su hija y de cómo la había cuidado durante las horas oscuras de la noche.

Susanna Teeple lo escuchó.

En silencio junto a su cama, lo escuchó desnudar su alma y se dio cuenta, aunque el pensamiento la torturaba, que su ambición había sido el medio para alejar a su esposo y a su hija de ella, y que para ambos era prácticamente una extraña.

Durante los primeros días de la enfermedad de su marido había puesto todo el cuidado de la niña en manos de la Mami Negra. Más tarde fue necesario conseguir enfermeras para que cuidaran de su marido y, a medida que se hacía más fuerte, había cada vez menos trabajo para la esposa.

Inquieta, fue a la cocina, pero allí un criado competente estaba haciendo el trabajo: en la enfermería, enfermeras graduadas cuidaban a su esposo; en la guardería, su bebé estaba siendo amamantada por una máquina, y su pequeña lloraba cuando ella se acercaba, como si protestara por la presencia de una extraña. El único lugar donde tenía trabajo que hacer y la necesitaban era su estudio, y allí se acumulaban los pedidos de artículos de revistas.

Ella evaluó su alma. Como juez, testigo y prisionera, evaluó su alma y supo que había fallado.

Teeple finalmente se arrastró fuera de la cama y se sentó al sol. La casa estaba en silencio.

Un día, las enfermeras fueron dadas de alta y su esposa le llevó la comida en una bandeja. Pronto pudo caminar, y tan pronto como pudo hacerlo, sin que su esposa lo viera, visitó la guardería. Mami Negra se había ido. La bebé, sobre una manta, jugaba contenta en el suelo. Teeple no la molestó, sino que fue al estudio de su esposa.

Su escritorio estaba libre de papeles, la máquina de escribir estaba en su estuche y sobre la mesa había una copia del libro de Griffith sobre El cuidado del bebé. Estaba bastante desconcertado, por lo que llevó sus investigaciones a la cocina. Su esposa estaba allí con un delantal blanco, limpio, batiendo huevos para hacer un pastel.

Estaba cantando una canción de adiós, y a Teeple le llegó un recuerdo de cómo solía cantar esa canción antes de casarse. No la había oído cantar desde entonces. Pensando rápidamente, trató de razonar la ausencia de las enfermeras, la Mami Negra y la sirvienta, el escritorio vacío y la máquina de escribir cerrada, y entonces se le ocurrió qué significaba todo aquello; así que, con bastante timidez, llamó al otro lado de la cocina:

—¡Hola, mamá querida!

Ella lo miró brillantemente, a pesar de que las lágrimas brillaron en sus ojos, mientras respondía:

—Hola, papá querido.

Y ese fue el final de la Enfermera Psicofónica.

David H. Keller (1880-1966)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de David H. Keller.


Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del cuento de David H. Keller: La enfermera psicofónica (The Psychophonic Nurse), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

6 comentarios:

luis dijo...

Hola Sebastián, no paro de decirte gracias por estos relatos que compartía, un final exelente para una historia redonda,no he leído la parte de spoiler la voy a leer ahora, pero esta historia me dejó sin palabras, un par de anotaciones, el futuro bastante misógino, con expertos en cuidado infantil que piensan en madres sin inteligencia y en niños a los que se daña por darles cariño y claro la incapacidad de la ciencia ficción de predecir los verdaderos adelantos técnicos del futuro, por lo demás genial relato.

Sebastian Beringheli dijo...

Muchas gracias por el aporte, Luis. Ciertamente es un buen relato, y con algunos condimentos que lo vuelven una rareza dentro del género. Keller está bastante olvidado actualmente, pero es uno de esos autores que siempre sorprenden.

Rem dijo...

Durante años disfruté mucho de tus relatos y tus análisis. Una pena que te hayas convertido en un aliade y eso haya teñido tu obra, de verdad espero que te mejores.

Poky999 dijo...

Me ha encantado el relato. Creo que se debería volver al Gótico tradicional o incluir más relatos, considero que el Horror Cósmico es genial en cuanto al imaginativo, pero satura demasiado cuando es muy frecuente.
Excelente historia.
Una sugerencia que haría es que si podrías publicar los links de dónde traduces los o Drive en ain

Poky999 dijo...

Para leer de la fuente original de Inglés y de esa forma, poder practicar. De antemano, muchas gracias 😃

Sebastian Beringheli dijo...

Poky, en el primer párrafo están los datos de publicación de cada relato. No siempre los traduzco de material digitalizado, pero en la mayoría de los casos se consigue. Saludos.



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