«Asesinato en la Cuarta Dimensión»: Clark Ashton Smith; relato y análisis


«Asesinato en la Cuarta Dimensión»: Clark Ashton Smith; relato y análisis.




Asesinato en la Cuarta Dimensión (Murder in the Fourth Dimension) es un relato de terror del escritor norteamericano Clark Ashton Smith (1893-1961), publicado originalmente en la edición de octubre de 1930 de la revista Amazing Detective Tales, y luego reeditado por Arkham House en la antología de 1964: Cuentos de ciencia y hechicería (Tales of Science and Sorcery).

Asesinato en la Cuarta Dimensión, probablemente uno de los cuentos de Clark Ashton Smith menos logrados, relata la historia de un hombre que, habiendo perdido al amor de su vida a manos de un rival, decide deshacerse de él a través de un crimen perfecto, en este caso, apuñalándolo en el Plano Astral, más precisamente cuando ambos se encuentren dentro de la Cuarta Dimensión.

El cuento combina algunos elementos típicos del relato de detectives con la ciencia ficción, dando como resultado una pieza sumamente interesante, aunque alejada de las verdaderas posibilidades de Clark Ashton Smith, quien se inscribe entre los grandes maestros de la era del Pulp.

Quizás lo más interesante de Asesinato en la Cuarta Dimensión es la atmósfera que Clark Ashton Smith logra establecer en aquel reino, donde la única ocupación posible para el asesino es la observación cíclica, eterna, del crimen que ha cometido. Por otro lado, el dispositivo que le permite al narrador y a la víctima atravesar el portal interdimensional hacia la Cuarta Dimensón es comparable, en cierto modo, al que describe H.P. Lovecraft en Desde el más allá (From Beyond).

A pesar de que Clark Ashton Smith colaboró enormemente con el Círculo de Lovecraft, escribiendo algunos de los más importantes cuentos de los Mitos de Cthulhu, no podríamos afirmar que Asesinato en la Cuarta Dimensión pertenece a este ciclo; sin embargo, vale la pena insistir en que ambos relatos —el que a continuación compartimos y Desde el más allá— son protagonizados por dos científicos locos, cuyas presas, y ellos mismos, son transportados hacia otro plano de existencia a través de un dispositivo tecnológico, y donde todos terminan atrapados en aquella realidad, transformando al perpetrador en una víctima de su propia invención.




Asesinato en la Cuarta Dimensión.
Murder in the Fourth Dimension, Clark Ashton Smith (1893-1961)

Las siguientes páginas proceden de un cuaderno de notas descubierto al pie de un roble, en la Avenida Lincoln, entre Bowman y Auburn. Hubiesen sido desechadas como el trabajo de una mente desordenada si no hubiese sido por la inexplicable desaparición, ocho días antes, de James Buckingham y Edgar Halpin. Los expertos aseguran que la letra de mano era indudablemente la de Buckingham. Un dólar de plata y un pañuelo marcado con las iníciales de Buckingham fueron también encontrados en los alrededores, no muy lejos del cuaderno.



No todos creerán que mi odio de diez años hacia Edgar Halpin era la fuerza que me condujo al perfeccionamiento de una invención peculiar. Sólo aquellos que han detestado a otro hombre comprenderán la paciencia con la cual desarrollé mi venganza. La maldad que él me produjo debía ser expiada, tarde o temprano; y nada menos que su muerte sería suficiente.

Sin embargo, no me importaba efectuar un simple crimen, sino más bien la ejecución de la justicia; y, como abogado, sabía cuán difícil, cuán prácticamente imposible, era el encargo de un crimen que no dejara evidencias. Por consiguiente, medité larga e infructuosamente sobre la manera en la cual Halpin debía morir.

No tenía razón suficiente para odiar a Edgar Halpin. Habíamos sido amigos cercanos durante nuestros días escolares y a través de los primeros años de nuestra vida profesional, como colegas en la ley. Pero cuando Halpin desposó la mujer que yo amaba con completa devoción, toda la amistad cesó de mi parte y fue sustituida por una inexorable enemistad. Incluso la muerte de Alicia, cinco años después del matrimonio, no hizo ninguna diferencia. No podía olvidar la felicidad de la cual había sido privado; la felicidad que ellos habían compartido en esos años, como ladrones que eran.

No debe suponerse que yo era lo bastante indiscreto como para traicionar mis sentimientos. Halpin era mi socio en la firma de abogados de Auburn; y yo continué siendo un frecuente invitado en su hogar. Dudo que él alguna vez se haya dado cuenta de mis sentimientos por Alicia. Soy de temperamento discreto, moderado; y también soy orgulloso. Nadie, excepto la misma Alicia, percibió jamás mi sufrimiento; pero incluso ella no sabía nada de mi resentimiento.

Halpin confiaba en mí; y alimentando como lo hice la idea de una represalia, cuidé mucho de que continuara confiando en mí. Me convertí en una necesidad para él en todos los sentidos, lo ayudé cuando mi corazón era un caldero de veneno; proferí palabras de fraternal afecto y di palmadas en su espalda cuando más bien le hubiese enterrado una daga. Conocía todas las torturas y náuseas de un hipócrita. Y día tras día, año tras año, elaboré mis planes para la venganza final.

Aparte de mis deberes legales, durante esos años me dediqué a todo lo que estuviera disponible sobre métodos de asesinato. Los crímenes pasionales me atraían, y leí incansablemente los registros de casos. Llevé a cabo un estudio de armas y venenos; y mientras los estudiaba me imaginaba la muerte de Halpin en todas las formas posibles. Imaginé el acto, la ejecución, en todas las horas del día y de la noche, y en una multitud de lugares. El único defecto en estos sueños era mi incapacidad para pensar en algún lugar que asegurara la perfecta imposibilidad de un descubrimiento posterior.

Fue mi inclinación hacia las especulaciones científicas y la experimentación lo que finalmente me proporcionó la pista que buscaba.

Estaba familiarizado con la teoría de que otras dimensiones podían coexistir en el mismo espacio con la nuestra, por razón de una diferente estructura molecular y ritmo vibracional, haciéndolas intangibles para nosotros. Un día, mientras estaba enfrascado en mis fantasías, se me ocurrió que alguna dimensión invisible, si uno pudiera tan solo acceder a ella, sería el lugar perfecto la perpetración de un homicidio. Todas las evidencias circunstanciales, así el mismo cuerpo, no existirían. En otras palabras, no existiría el corpus delicti.

El problema de cómo acceder a esta dimensión era, por el momento, insoluble. Inmediatamente me dediqué a la tarea de considerar los problemas que tenían que superarse, y las posibles formas y medios.

Existen motivos por los cuales no me molesto en exponer en esta narración los detalles de los muchos experimentos en los cuales me vi involucrado en los siguientes tres años. La teoría que subyacía mis pruebas e investigaciones era muy simple; pero los procesos involucrados eran altamente complejos. La premisa era que el ritmo vibracional de los objetos en la cuarta dimensión podía ser artificialmente reproducido por medio de algún mecanismo, y que las cosas o personas expuestas a esa influencia podrían ser transportadas hacia ese reino.

Por mucho tiempo todos mis experimentos estuvieron condenados al fracaso. Estaba caminando a tientas entre misteriosos poderes y recónditas leyes cuyo principio motriz era totalmente incomprendido. Ni siquiera insinuaré la naturaleza básica del artefacto que hizo realidad mi éxito, pues no quiero que otros me sigan a donde yo he ido y se encuentren en el mismo espanto. No obstante, diré que la deseada vibración fue lograda gracias a la condensación de rayos ultravioletas en un aparato refractario fabricado con ciertos materiales muy sensibles, los cuales no nombraré aquí.

La energía resultante era almacenada en una especie de batería, y podía ser emitida desde un disco suspendido sobre una ordinaria silla de oficina, exponiendo todo lo que se encontrase debajo del disco a la influencia de la nueva vibración. El alcance podía ser regulado a corta distancia por medio de un accesorio aislante. Con el uso del aparato finalmente tuve éxito en transportar varios artículos a la cuarta dimensión: un recipiente para comida, un busto de Dante, una biblia, una novela francesa y una casa de gatos, todos desaparecieron de la vista y el tacto en pocos segundos cuando el poder ultravioleta fue proyectado sobre ellos.

Sabía que, desde ese momento, los objetos estaban funcionando como entidades atómicas en un mundo donde las cosas poseen el mismo ritmo que había sido inducido artificialmente por medio de mi mecanismo.

Antes de aventurarme en el dominio de lo invisible, era necesario tener algún medio de retorno. Así que inventé una segunda batería y un segundo disco, a través del cual, por medio de ciertos rayos infrarrojos, las vibraciones de nuestro propio mundo podían ser reproducidas. Al proyectar la fuerza desde el disco sobre el mismo lugar donde el recipiente de comida y los otros artículos habían desaparecido, tuve éxito en traerlos nuevamente. Todos estaban intactos, y si bien varios meses habían pasado, el gato no había sufrido en su visita tetradimensional. El artefacto era portable; y tenía pensado llevarlo conmigo en mi visita al nuevo reino en compañía de Edgar Halpin.

Yo —pero no Halpin— retornaría nuevamente para disfrutar de los afanes de la vida mundana.

Todos mis experimentos habían sido llevados a cabo en total secreto. Para enmascarar su verdadera naturaleza, así como también lograr cierta privacidad, construí un pequeño laboratorio en el bosque, más precisamente en un rancho sin cultivar de mi propiedad, ubicado a mitad de camino entre Auburn y Bowman. A él me retiraba a intervalos variables cuando tenía tiempo libre, sobre todo para llevar cabo algunos experimentos químicos de una naturaleza educativa pero muy lejos de ser inusuales. Nunca admití a nadie en el laboratorio; y no poca curiosidad fue manifestada entre amigos y conocidos en relación a su contenido y a los experimentos que yo estaba realizando.

Nunca proferí una sílaba a ninguna persona que pudiera indicar el verdadero objetivo de mis investigaciones.

Tampoco olvidaré el júbilo que sentí cuando el artefacto infrarrojo había demostrado su funcionabilidad recuperando el recipiente de comida, el busto, los dos volúmenes y el gato. Estaba tan ansioso por la consumación de mi retrasada venganza que ni siquiera consideré un viaje preliminar a la cuarta dimensión. Había determinado que Edgar Halpin debía precederme. Sin embargo, sentía que no sería aconsejable comunicarle cualquier cosa relacionada con la verdadera naturaleza de mi aparato, o de la planificada excursión.

Halpin, en ese entonces, estaba sufriendo de ataques recurrentes de una terrible neuralgia. Un día, cuando se había quejado más de lo usual, le dije, bajo la promesa de una absoluta confidencia, que yo había estado trabajando en un invento para el alivio de semejantes malestares y que finalmente lo había perfeccionado.

—Te llevaré al laboratorio esta noche, y podrás probarlo —le dije—. Te mejorará en un instante: lo único que tendrás que hacer será sentarte en una silla y dejar que proyecte sobre ti la corriente. Pero no le digas nada a nadie.

—Gracias, viejo amigo —contestó—. Ciertamente estaré agradecido si puedes hacer algo para aliviar este condenado dolor. Se siente como si fueran taladros eléctricos penetrando a través de mi cabeza todo el tiempo.

Yo había elegido el momento cuidadosamente, porque todas las cosas debían favorecer el mantenimiento del secreto. Halpin vivía en las afueras; y estaba solo para la ocasión, habiendo su ama de llaves salido para una breve visita a un familiar enfermo. La noche estaba oscura y neblinosa; y me puse en marcha hacia la casa de Halpin, recogiéndolo poco después de la hora de la cena, cuando pocas personas estaban fuera de sus casas. No creo que nadie nos haya visto cuando abandonamos la ciudad.

Conduje a través de una rústica y poca transitada ruta la mayor parte del trayecto. No nos topamos con nadie.

Halpin profirió una exclamación de sorpresa cuando encendí las luces del laboratorio.

—Ni siquiera había soñado que tenías tantas cosas aquí —comentó, observando con respetuosa curiosidad.

Señalé la silla sobre la cual estaba suspendido el dispositivo ultravioleta.

—Toma asiento, Ed —dije—. Pronto curaremos todo lo que te aqueja.

—¿Seguro que no vas a electrocutarme? —bromeó.

Un estremecimiento de violento triunfo corrió a través de mí cuando él se sentó. Todo estaba ahora en mi poder, y el momento de la recompensa por los diez años de humillación y sufrimiento estaba al alcance de mi mano. Halpin, no sospechaba nada: el pensamiento de cualquier daño a su persona, o alguna traición de mi parte, habría sido increíble para él. Colocando mi mano bajo mi abrigo, acaricié la empuñadora del cuchillo de caza que llevaba.

—¿Todo listo? —pregunté.

—Seguro, Mike. Adelante.

Había encontrado el ángulo exacto que envolvería todo el cuerpo de Halpin sin afectar la silla. Fijando mi vista sobre él, presioné el pequeño tirador que encendió la corriente de los rayos vibratorios. El resultado fue instantáneo. Su cuerpo se esfumó como una bocanada de humo. Por un momento aún podía ver sus contornos, y la mirada de fantasmal asombro en su rostro.

Quizás sería un motivo de asombro que, habiendo aniquilado a Halpin en lo que a toda existencia terrenal concernía, yo no estaba satisfecho simplemente dejándolo en el plano invisible hacia el cual él había sido transportado. Pero la maldad que yo había sufrido era una úlcera en mi interior, y no podía soportar la idea de que él aún vivía, en cualquier forma o sobre cualquier plano. Nada sino la muerte absoluta sería suficiente para extinguir mi resentimiento; y la muerte debía ser infligida por mis propias manos.

Ahora sólo restaba seguir a Halpin dentro de ese reino, cuyas características y condiciones no tenía idea. Estaba seguro, no obstante, de que podía entrar y retornar a salvo. El regreso del gato no dejaba ningún espacio para la duda en ese sentido.

Apagué las luces y, sentándome en la silla con el dispositivo infrarrojo portátil en mis brazos, encendí el poder ultravioleta.

La sensación era la de estar cayendo a una velocidad de pesadilla dentro de un gran abismo. Mis oídos estaban sordos por el intolerable trueno del descenso. Un espantoso malestar se apoderó de mí, y, por un momento, estuve cerca de perder la consciencia en el negro vórtice que parecía absorberme hacia la nada.

Entonces la velocidad de la caída fue reduciéndose poco a poco, y suavemente me posé sobre algo sólido. Había un tenue brillo que creció mientras mis ojos se acostumbraban a él, y por esta luz vi a Halpin parado a unos pocos pies de distancia. Detrás de él había oscuras y amorfas rocas, y los vagos contornos de un paisaje desolado de montañas bajas y llanuras primordiales. Si bien yo podría haber deducido qué esperar, estaba de alguna manera sorprendido por el carácter del medio ambiente en el cual me hallaba.

En una suposición, habría dicho que la cuarta dimensión sería una tierra más colorida, compleja y variada, de múltiples tonalidades y formas y ángulos. A pesar de ello, con su espantosa y primitiva desolación, el lugar era verdaderamente ideal para la realización del acto que me había propuesto.

Halpin se me acercó en la luz incierta. Había asombro y una mirada casi idiota en su rostro.

—¿Qué pasó? —al fin pudo articular.

—No importa lo que pasó. Eso es nada en comparación con lo que ocurrirá ahora.

Coloqué el dispositivo portátil en el suelo mientras hablaba.

La mirada de asombro aún estaba en el rostro de Halpin cuando saqué el cuchillo y lo apuñalé. En esa estocada, todo el odio reprimido, todo el ulceroso resentimiento de diez años insufribles fueron finalmente vindicados.

Cayó, se estremeció un poco y yació quieto. La sangre manaba muy lentamente y formó un charco. Recuerdo haberme preguntado acerca de su lentitud, aún entonces, pues el derrame parecía continuar a través de las horas y los días.

De alguna manera, permanecí allí. Estaba obsesionado por un sentimiento de irrealidad. Sin lugar a dudas, la tensión bajo la cual había estado, el estrés diario de intensas emociones y una década de esperanzas aplazadas, me habían dejado incapaz de comprender la consumación final de mi deseo, cuando éste al fin se cumplió.

Al final decidí que era tiempo de regresar; seguramente no ganaba nada permaneciendo al lado del cuerpo en medio del inenarrable espanto del paisaje de la cuarta dimensión. Coloqué el dispositivo en una posición donde sus rayos podían ser proyectados sobre mí, y presioné el interruptor.

Fui consciente de un vértigo repentino, y sentí que estaba a punto de iniciar otro descenso dentro de los insondables y vertiginosos abismos. Pero nada sucedió, y descubrí que aún estaba parado al lado del cuerpo en el mismo horroroso entorno.

El asombro y una creciente consternación me abatieron. Aparentemente, y por alguna desconocida razón, el dispositivo no trabajaría en la manera en la que confiadamente esperaba. Quizás, en estos novedosos alrededores existía alguna barrera que obstaculizaba el desarrollo del poder infrarrojo. No lo sé; pero de cualquier modo allí me encontraba, en un apuro verdaderamente singular y muy lejos de ser agradable.

No sé por cuánto tiempo me afané en un creciente frenesí con el mecanismo, esperando que algo se haya averiado temporalmente y que pudiese ser reparado, si la causa era descubierta. Sin embargo, todos mis intentos fueron en vano: la máquina se encontraba en perfecto estado, pero la fuerza necesaria no estaba disponible. Probé exponer pequeños artículos a la influencia de los rayos. Una moneda de plata y un pañuelo se disolvieron y desaparecieron muy lentamente, y sentí que debieron haber regresado a los niveles de la existencia mundana. Pero evidentemente la fuerza vibracional no era lo suficientemente poderosa como para transportar un ser humano.

Finalmente arrojé el dispositivo al suelo, bajo la sobrecarga de una violenta desesperación que se había apoderado de mí. Sentí la necesidad de acción muscular, de un movimiento prolongado; así que emprendí inmediatamente la exploración del extraño reino en el cual yo me había involuntariamente aprisionado.

No era un paisaje terrenal: sino una tierra como la que podría haber existido antes de la creación de la vida. Estaban los ondulantes espacios vacíos y desolados bajo el gris uniforme de un cielo sin luna o sol, estrellas o nubes, desde el cual un incierto y difuso brillo era arrojado sobre el mundo de abajo. No había sombras, pues la luz parecía emanar de todas direcciones. En algunos lugares el suelo era un polvo gris y en otros un viscoso lodo gris; y las montañas que ya he mencionado eran como las espaldas de monstruos prehistóricos surgiendo desde el limo primordial.

No había señal de insectos o vida animal, no había árboles ni hierbas, y ni siquiera una brizna de éstas, un parche de musgo o liquen, tampoco un rastro de algas. Muchas rocas estaban esparcidas caóticamente a través de la desolación; y sus formas eran semejantes a las que demonios idiotas podrían haber ideado en imitación de la obra de Dios. La luz era tan lúgubre que todas las cosas se desvanecían a corta distancia; y no podía decir si el horizonte estaba cerca o lejos.

Debí haber vagado por varias horas, manteniendo un curso progresivo tan directo como pude. Tenía una brújula: un objeto que siempre llevaba conmigo; pero se rehusó a funcional, y me vi forzado a concluir de que no habían polos magnéticos en este nuevo mundo.

Repentinamente, mientras giré una pila de las enormes rocas amorfas, me topé con un cuerpo humano que yacía en el suelo, y me dije incrédulamente que era Halpin. La sangre aún manaba desde su abrigo, y el pozo que había formado no era más grade que cuando yo inicié mi exploración.

Estaba seguro de que no había andado en círculos. ¿Cómo, entonces, pude yo haber retornado a la escena del crimen? El enigma casi me enloqueció mientras lo reflexioné; y me puse en marcha con frenético vigor en la dirección opuesta de aquella que había tomado anteriormente.

En todos los aspectos, la escena a través de la cual ahora caminaba era idéntica de la que se extendía al otro lado del cuerpo. Era difícil creer que las bajas montañas, los sombríos niveles del polvo, la luz, las monstruosas rocas, no eran las mismas. Saqué mi reloj con la intención de cronometrar mi progreso; pero las manecillas se habían detenido en el mismo instante en que me zambullí dentro del espacio desconocido desde mi laboratorio.

Luego de caminar una enorme distancia, durante la cual, y para mi sorpresa, no me sentía fatigado en lo absoluto, regresé una vez más al cuerpo. Por un momento, pensé que verdaderamente me había vuelto loco.

Ahora, luego de una duración de tiempo —o eternidad— que no puedo calcular, estoy escribiendo a lápiz este relato en las hojas de mi cuaderno de notas. Lo escribo al lado del cuerpo de Edgar Halpin, del cual no he podido escapar; pues una veintena de excursiones dentro de los penumbrosos reinos en todas direcciones han terminado trayéndome de regreso a él.

El cuerpo aún está fresco y la sangre no se ha secado.

Aparentemente, lo que conocemos como tiempo no existe en este mundo, o en cualquier caso está seriamente desordenado en su acción; y la mayoría de los normales efectos están igualmente ausentes. Incluso el espacio mismo tiene la propiedad de retornar al mismo punto. Los movimientos voluntarios que yo he ejecutado podrían ser considerados como una especie de secuencia temporal; pero en lo que respecta a las cosas involuntarias existe poco o ningún movimiento temporal. No experimento ni cansancio físico ni hambre; pero el horror de mi situación no puede ser expresado en un lenguaje humano.

Cuando haya finalizado de escribir esta relato precipitaré el cuaderno a los niveles de la vida mundana por medio del dispositivo infrarrojo. Alguna oscura necesidad de comunicarle a otros sobre mi situación, me ha llevado a un acto del cual nunca me creí capaz: confesar.

Aparte de eso, la redacción de mi relato es, al menos, un indulto temporal de la desesperada locura que muy pronto caerá sobre mí, y del gris y eterno horror del limbo en el cual me he condenado a mí mismo junto al cuerpo incorruptible de mi víctima.

Clark Ashton Smith (1893-1961)




Relatos góticos. I Relatos de Clark Ashton Smith.


Más literatura gótica:
El análisis y resumen del cuento de Clark Ashton Smith: Asesinato en la cuarta dimensión (Murder in the Fourth Dimension), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

3 comentarios:

Unknown dijo...

Buen relato, y aunque ciertamente pudo haber sido mucho mejor, no por ello deja de ser bastante interesante.

Anónimo dijo...

A mi me parece un excelente relato. Su virtud es el cuadro final que plantea.
Y no creo que haya que leer a C. Ashton Smith buscando rastros de Lovecraft o de los mitos de Cthulú. Es un error, ya que quizás desencante a algunos lectores.
Un saludo.

Anónimo dijo...

La traducción que plantean en este blog es pobre, por no decir mala.



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Análisis de «La pequeña habitación» de Madeline Yale Wynne.
Poema de Emily Dickinson.
Relatos de Edith Nesbit.


Paranormal.
Poema de Charlotte Mew.
Relato de Walter de la Mare.