Mark Twain y la razón por la que no podés sacarte esa canción de la cabeza


Mark Twain y la razón por la que no podés sacarte esa canción de la cabeza.




Hay melodías que estiran sus tentáculos y se aferran con tenacidad a nuestro cerebro, que se repiten una y otra vez, como un mantra insoportable, hasta que por fin agotan su energía y desaparecen misteriosamente.

La ciencia llama a este fenómeno: Earworm: la repetición mental e involuntaria de una melodía. En ciertos casos, esto se debe a la exposición prolongada a una canción en particular, que puede o no ser del agrado del sujeto, y que se repite en su cabeza durante un tiempo determinado.

Lo curioso es que no puede hacerse nada para romper ese ciclo de repeticiones, y tampoco para prevenirlo. La melodía puede aparecer luego de ser escuchada, recordada, pero también como parte de la memoria emocional del sujeto. Sin embargo, hay una tercera posibilidad para la aparición de los earworms: que alguien más empiece a cantar, silbar o tararear una melodía. Totalmente indefensos, nuestro cerebro empieza a repetirla sin que podamos hacer nada al respecto.

Más allá del ámbito científico, también existe otra explicación para esa canción que no podés sacarte de la cabeza.

Hay una antigua leyenda tibetana, recogida y posteriormente alterada por la teosofía, que el escritor norteamericano Mark Twain resumió de forma notable en el cuento de 1876: Una pesadilla literaria (A Literary Nightmare), donde narra la historia de un jingle diabólico que, una vez oído, resulta imposible sacárselo de encima... a menos que se lo transfiriera a otra persona.

La leyenda original sostiene que, entre las criaturas no humanas del Plano Astral, existen unos odiosos seres acústicos: sonidos, básicamente; algunos agradables, otros nefastos, capaces de introducirse fugazmente en nuestra realidad.

Si bien estas criaturas incorpóreas no poseen un nombre propio, tal vez debido a que cada una tiene sus propias características acústicas, la teosofía las identifica como parásitos del Bajo Astral, es decir, seres que se alimentan de nuestra energía, o, en este caso en particular, que se adhieren a nuestra mente y la llenan con sonidos análogos a los que constituyen su propia esencia.

Una vez que alguien es atacado por estos parásitos del Bajo Astral, a menudo empieza a cantar, silbar o tararear ciertas melodías que vibran en la frecuencia específica de la criatura. Los seres acústicos de menor envergadura tienen una duración bastante corta en nuestro plano, pero los de mayor densidad pueden llegar a obsesionar al sujeto durante horas, e incluso varios días, no ya con melodías sino con sonidos completamente inhumanos e inarticulados.

Al igual que en el cuento de Mark Twain, estas entidades del bajo astral son contagiosas; es decir, se transmiten de persona en persona a medida que el ciclo de repeticiones les permite instalarse en un nuevo cerebro.

En ciertos casos, el sujeto no solo repite la canción en su cabeza, o bien la canta en voz alta, sino que acompaña el ritmo con gorgoteos indescifrables del paladar, chasquidos con los dedos, e incluso articulando ensordecedoras batucadas con los nudillos.

Aquellos que tienen la mala fortuna de oír esas vibraciones descubrirán que se quedan grabadas en su memoria; casi siempre a través de una canción o de una melodía con la misma estructura rítmica que les dio vida en primer lugar. De este modo, casi exactamente igual que en el relato de Mark Twain, los seres acústicos del Plano Astral se transfieren de un individuo a otro.

En este punto, la leyenda va más allá de la ficción y la ciencia.

El objetivo final de los seres acústicos es formar, a fuerza de repeticiones, una ancestral canción que les permita existir eternamente: una abominación sonora, cíclica, balbuceada al unísono por todos sus anfitriones.

Un interesante paralelo se encuentra en el mito de Naglfare, aquel barco infernal hecho con las uñas de los muertos, y cuya construcción depende de la desidia de parientes y amigos que permitan el entierro de sus seres queridos sin antes haberles cortado las uñas de los pies. Así como ese barco inimaginable será terminado cuando se incorporen las uñas necesarias, la canción primordial de los seres acústicos estará finalizada cuando todos nosotros repitamos incesantemente el fragmento de la partitura que nos toque.

Del mismo modo —para reciclar un viejo cliché de la ciencia ficción— en que la humanidad se transforma en una batería colectiva para alimentar a las máquinas de Matrix, los seres acústicos del astral buscan transformar a la humanidad en simples parlantes.

Afortunadamente, ese mantra posee cualidades acústicas irreproducibles por nuestras cuerdas vocales. Por más que el anfitrión lo escuche una y otra vez en su cabeza, nunca podrá interpretarlo correctamente. No obstante, esto no impide que el proceso pueda realizarse en otras plataformas.

Al igual que los alquimistas experimentaron recetas odiosas para dar con la Piedra Filosofal, y de ese modo obtener la inmortalidad, quizá, en un futuro no tan lejano, músicos irresponsables compongan una melodía perfecta, definitiva, aún en su repugnante disonancia, que ya nunca podremos sacarnos de la cabeza.




Bestiario Astral. I Fenómenos paranormales.


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