Cómo reconocer el amor verdadero


Cómo reconocer el amor verdadero.




La sesión comenzó a la hora señalada.

La médium, una señora cándida pero inestable, nos invitó a hacer silencio y a esperar alguna señal del más allá.

En la quietud y la oscuridad de la habitación temimos que el profesor Lugano cayera en una de sus siestas oportunistas que no conocen el decoro y la decencia.

La médium ingresó en un estado de trance.

La temperatura del ambiente bajó, al menos, unos cinco grados. Un hedor nauseabundo, licuefacto, cuyo origen algunos atribuyeron a un flato ectoplásmico, saturó el aire.

—Es el frío del Otro Lado —dijo alguien.

—¡Silencio! —exclamó la médium, volviéndo momentáneamente a la realidad—. La comunicación está a punto de establecerse. Aguarden un momento por favor...

—¿Sí? ¿Quién habla? —preguntó una etérea voz masculina.

—Buenas noches —dijo un acólito—. ¿Es usted el señor Rochefoucauld?

—No. Equivocado. -respondió el espíritu—. Soy Edgardo Molina, o lo fui en una época.

—¿No fue usted amigo de Ana de Longueville, confidente de la reina Ana de Austria y enemigo del cardenal Richelieu?

—En absoluto. Pero conocí a una Ana de Longchamps.

—¿No murió usted en París?

—No. En Del Viso.

—Qué lástima. Tratábamos de invocar al señor François de la Rochefoucauld.

—No he tenido el placer de conocerlo. El Limbo es grande.

—Entonces discúlpenos, buen hombre. Y gracias por su tiempo.

—Aguarden. Pueden preguntarme lo que quieran. Después de todo, un espíritu es un espíritu.

—Es cierto —acordamos.

—¿Qué desean saber?

—Se nos ha dicho que François de la Rochefoucauld conocía un método para reconocer el amor verdadero. ¿Puede decirnos algo al respecto?

—...

—¿Hola?

—...

—¿Hola? ¿Me escucha?

—...

—¿Molina?

—Lo siento —dijo la médium—. Se cortó la comunicación. La señal con el más allá es pésima en estos días.

Despertamos al profesor Lugano y nos retiramos del establecimiento, no sin antes regatear los honorarios de la médium.

Nos dirigimos a los sótanos del Banchero de Talcahuano y Corrientes, donde ordenamos pizza y grappa. Después del festín, el profesor Lugano, en un gesto que pocos habían testimoniado, nos obsequió una ronda de café. En vano intentamos restablecer la comunicación con el más allá leyendo los restos de café en las tazas ya vacías.

Media hora después alguien volvió corriendo desde los baños inferiores. Con cierta prudencia se nos sugirió que el rostro de François de la Rochefoucauld había sido visto en las letrinas.

Determinados a resolver el misterio, seguimos de cerca al profesor Lugano. Fue él quien leyó en la borra del sorete las siguientes palabras: El verdadero amor es como los espíritus: todos hablan de ellos, pero pocos los han visto.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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1 comentarios:

Freedom dijo...

Otro tema jocoso, es agradable y ameno leer los temas del profesor Lugano. Me aseguraré de recomendar la web.



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