Tánatos: la parca de la mitología griega.
Tánatos (Thánatos) significa literalmente «muerte», mejor dicho, un tipo particular de muerte, ya que para la concepción griega no todas las muertes son iguales, ni todas proceden de un mismo dios.
La muerte violenta, por ejemplo, en el campo de batalla, pertenecía a las Keres. La muerte de Tánatos, susurran tímidamente los cronistas, se parece más a un «toque», a un encantamiento, similar al de su hermano Hipnos, el sueño. El toque de Tánatos, gentil, casi delicado, contrasta con su imagen, francamente aterradora. Se lo describe como un hombre de altura prodigiosa, alado, de piel opaca, rodeado por oscuras nubes que ensombrecen aún más sus facciones.
Homero y Hesíodo coinciden en hacerlo hijo de Nix, la diosa de la noche, y hermano gemelo de Hipnos, el sueño, tal vez insinuando que la muerte y el sueño son estados análogos [ver: Si la vida es sueño, ¿la muerte es el despertar?]. Algunas historias comentan que Hipnos idolatraba a su hermano, a tal punto que, para imitarlo, ensayaba noche a noche su «toque de muerte», logrando apenas que los hombres conciliaran el sueño.
Esta segunda leyenda, al menos en lo personal, resulta mucho más escalofriante: el sueño como el ensayo de un dios que practica la muerte.
A pesar de su poder, Tánatos ocupa un rol secundario en los mitos clásicos, casi siempre a la sombra del siniestro Hades, el señor de los muertos. Zéus es uno de los pocos dioses que le encargó alguna comisión, por ejemplo, vestir a su hijo Sarpedón con las notas fragantes de la ambrosía. Esta aparente desidia de los dioses más poderosos del Olimpo respecto a Tánatos no debe sorprendernos. A menudo los dioses ignoran a las criaturas que no comprenden, y sobre todo a las que poseen un poder que no está bajo su jurisdicción.
Tal vez por eso Tánatos operaba bajo el mando de las Moiras, las diosas del destino, cuya labor estaba por encima incluso de Zéus y su corte de olímpicos. De hecho, Tánatos repudiaba vívamente las estratagemas de los dioses, que buscaban salvar a sus humanos favoritos a último momento, impidiendo que realice su trabajo en tiempo y forma.
Resulta curioso, y hasta insólito, que las promesas de algunos dioses impidan la tarea natural de otras deidades. Por ejemplo, cuando Apolo le prometió a Admeto que lo eximiría de la muerte siempre que alguien lo reemplazara voluntariamente, Tánatos no pudo intervenir para concretar su tarea. Algunos dicen que Heracles lo retuvo, y otros que Tánatos simplemente se cansó del capricho divino.
En medio de este hastío se casó con Macaria, hija de Perséfone y Hades, y señora de la Isla de los Bienaventurados; un reino de inagotable dicha.
Sigmund Freud utilizó el mito de Tánatos para representar la «pulsión de muerte», en oposición al Eros, o «pulsión de vida». Esta «pulsión de muerte» no es una búsqueda de la aniquilación, tal como aparece en el budismo y el hinduismo, sino como un «cansancio», el deseo de abandonar la lucha por la vida y retornar al estado del No-Ser. Los que hayan estado en compañía de una persona mayor en plena agonía pueden atestiguarlo: cierto abandono, cierto agotamiento, cierto mutismo que anuncia el corte definitivo con la vida, es decir, con la palabra.
Para otros, en especial para el profesor Lugano, cuya labor como exégeta no logra suavizar su inclinación por el misticismo, Tánatos e Hipnos se unen de tanto en tanto para trasladar a individuos especialmente caros a los dioses. En estos casos actúan juntos, «tocando» juntos, haciendo que la muerte arribe dulcemente en medio del sueño.
Mitología. I Mitología griega.
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