Los Huesos de la Luna (la verdad sobre el Memento Umbrarum)

El libro de los vampiros (segunda parte)

El estudio del libro ha sido una experiencia absorbente, obsesiva. No me atrevo a decir que sus secretos han sido definitivamente aclarados. No soy tan ingenuo ni vanidoso como para pensarlo. En este sentido, tanto Lesbia como yo sentimos una gran satisfacción al haber aclarado algunos puntos especialmente oscuros de las creencias, la tradición, y sobre todo de la historia secreta de los vampiros.

Debatimos acaloradamente sobre la publicación de este artículo, casi un preámbulo a las investigaciones más profundas y serias que lo sucederán. Para reafirmar nuestros hallazgos debíamos proveer al lector no sólo de citas, sino de referencias concretas de las sombrías historias que esconde el libro. Tras una detenida reflexión, seguida de largas meditaciones, contradicciones y contramarchas, resolvimos que la única forma de volver admisible lo inadmisible era, en definitiva, a través de un medio que nos permitiese cierta flexibilidad para solsayar los baches e incongruencias propias de un manuscrito de esta naturaleza.

Aún se nos plantea la duda sobre si debemos o no publicar los rituales completos del libro de los vampiros. En lo estrictamente personal, considero que no es aconsejable realizar estas invocaciones sin el debido conocimiento de las consecuencias a las que se expone el oficiante. Por otro lado, no hacerlo significaría omitir una porción considerable del texto, tal vez mutilando para siempre otras regiones adyacentes.

Desde luego que estos ritos son inofensivos para el practicante que desconoce las claves arcanas que los sostienen. La repetición fonética de las palabras de una invocación, y aún la reproducción de los pormenores del ritual, no son un peligro en sí mismos, ya que lo necesario para esta clase de ceremonias es la comprensión cabal de lo que se está realizando. No obstante, la responsabilidad es demasiado grande como para tomarla a la ligera. Fue Lesbia, con su notable capacidad para desnudar signos insospechados, sugirió que todos estos ritos debían incluirse en nuestro informe, pero de forma velada y accesible únicamente para el iniciado en los áridos misterios de la noche.

Hago esta advertencia porque en este artículo nos reservaremos algunos detalles, a riesgo que se nos califique de infames, con el propósito de evitar que la imprudencia de algunos tenga consecuencias irreversibles para él mismo y sus allegados. Quien conozca de antemano los símbolos portentosos del libro, y, sobre todo, quien esté familiarizado con las feroces resistencias psíquicas que se oponen a la voluntad del oficiante, sabrá eludir las encrucijadas que hemos insertado intencionalmente en el texto.

Una biblioteca no sólo es un sitio encontrar el conocimiento, sino un excelente lugar donde esconderlo

La frase no es mía, pero expresa cabalmente lo que sentí frente a los cientos y cientos de libros polvorientos de la biblioteca de Franco.

Mi primer encuentro con el libro fue, como algunos de ustedes recordarán, a través del diario personal de Franco. Tras su desaparición, que desencadenó mis primeros contactos con Lesbia a propósito de esta investigación, realizamos juntos una expedición a la biblioteca. Nos demoramos, como todo lector apasionado, en algunos volúmenes formidables, en sabidurías tan antiguas que su sola mención prefigura la locura, hasta que dimos con extraño libro, sin nombre, que nos llamó poderosamente la atención, sobre cuyos márgenes Franco había anotado las siguientes palabras: Memento Umbrarum.

Confieso que, inicialmente, lo descarté como otro grimorio indescifrable, como el Manustrito Voynich. Fue Lesbia quien le asignó el interés que realmente merecía. Ninguno de los dos lo había oído mencionar ni leído esas palabras extrañas (Memento Umbrarum) en ningún catálogo; algo que estimuló nuestra curiosidad, que a menudo se dispara inconteniblemente frente a una curiosidad bibliográfica.

Descubrimos que el manuscrito perteneció a un tal Arturo Abelardo Lacroix; nombre apócrifo que, creemos, encripta un poderoso nombre arcano: Arabella (ARturo ABELardo Lacroix). Algunas fechas insertadas en el libro señalan que su redacción comenzó en 1934; y que tras la muerte de su dueño el manuscrito pasó por las manos de un coleccionista de Caracas, Venezuela, de apellido Aramburu; quien ordenó enviar una copia a la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. La donación estuvo a cargo del abogado de la familia Aramburu, un tal doctor Chiatti. Para agregar un dato curioso, la cifra de libros raros donados por los Aramburu a distintas bibliotecas de Latinoamérica asciende a 666. Logramos rastrear, sin mayores problemas, 665 volúmenes. El libro faltante, el Memento Umbrarum, desapareció misteriosamente de todos los catálogos hasta 1955. En marzo de ese año, durante una subasta privada realizada en la ciudad de Montevideo, Uruguay, el libro volvió a aparecer en escena, esta vez bajo el nombre: Mmnt Umbrm.

Lesbia y yo mismo iniciamos una serie de investigaciones cuyos resultados resumiremos a continuación, aunque de forma preventiva, o profiláctica, como diría el profesor Lugano, hemos excluído los nombre de todas las familias involucradas, salvo la de Lacroix, claramente un anagrama, cifrándolas para evitar contraofensivas leguleyas.

A mediados de 1940, ya en una agonía irreversible, E.H. Aramburu comienza a desprenderse de su biblioteca maldita. Una copia del libro que nos ocupa fue a parar a los anaqueles de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

Francisco Chiatti, abogado de los Aramburu, es el encargado de organizar la logística de aquella donación masiva de volúmenes.

Secretamente, así lo afirma la última descendiente de los Aramburu, Chiatti aprovechó la enfermedad del anciano para sobrevaluar los libros y venderlos a distintos coleccionistas privados.

Se cree que la copia de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires se quemó en el incendio de 1941, probablemente intencional, aunque nuestras investigaciones señalan la posibilidad de que el libro haya sido adquirido de forma ilícita por Facundo Maidana, empresario náutico y dueño de varios botes pesqueros en Mar del Plata.

Ese mismo año, 1941, Chiatti muere en un extraño accidente automovilístico en Buenos Aires; algo bastante extraño si tenemos en cuenta que el abogado iba al volante a pesar de que no sabía conducir, tal como se pudimos corroborar en la ausencia de su nombre en el Registro Nacional de Automotores.

El libro descansa en perfecto silencio hasta 1955, fecha que coincide con el suicidio de Maidana en su quinta de Punta del Este.

A finales de aquel año casi toda su biblioteca fue subastada en Montevideo, previo reparto entre familiares y amigos de todos los volúmenes dejados en herencia. Allí aparece nuestro libro bajo el nombre: Mmnt Umbrm.

El libro es adquirido fraudulentamente por un allegado de Maidana, a quien llamaremos Ulises, que estudia el manuscrito durante años sin lograr progresos destacables. En 1959, ya conciente de su fracaso, solicita la asistencia de tres integrantes la cátedra de lingüística de la Universidad de Buenos Aires -cuyos nombres omitiremos- más la ayuda inestimable de traductor y medievalista venezolano.

En los siguientes meses avanzamos muy poco. Con Lesbia iniciamos una penosa correspondencia con la única sobreviviente de los Aramburu, que al principio se mostró reacia a declarar lo que sabía sobre el libro, y que finalmente terminó confesando una certeza que la estremecía durante las noches: el libro estaba maldito.

Resolvimos que la única forma de descifrar los misterios del libro era abordándolos directamente, dejando de lado, al menos por el momento, su historia.

Lo primero que nos sorprendió fueron las palabras de Franco: Memento Umbrarum, escritas en un latín vulgar que no conincide en absoluto con su manejo soberbio de aquel idioma exquisito. Otro detalle interesante puede leerse en la primera página, acaso una admonición cifrada:

NsphrsVmprs Incbs t Sccbs Cnvct.

El sistema de cifrado no nos era desconocido. Se trataba de un método de escritura bastante común; aplicado casi siempre al latín vulgar, y que consistía en escribir únicamente las consonantes, algo que encuentra precedentes en la escritura hebrea antigua. Lo único verdaderamente asombroso era la primera palabra, cuya séptima letra comenzaba con una desconcertante mayúscula.

El sentido de la frase se nos escapaba, ya que intentábamos traducir una frase coherente del latín vulgar. Con muchas dudas tradujimos la parte final:

Incs et Succbs Cnvct = Incubus et Succubus Convocat.
(Convoca a los Íncubos y Súcubos)

Luego veremos cuán equivocados estábamos.

Pero la palabra NsphrsVmprs nos era perfectamente desconocida. Apelamos al Cryptomenysis Patefacta, de John Falconer, en busca de algún sentido simbólico, con resultados verdaderamente decepcionantes. Desalentados por nuestra impericia, abandonamos momentáneamente el asunto.

Algunos días después, Lesbia se puso en contacto conmigo. Había logrado formular una hipótesis razonable a través de otro libro maldito, el De Furtivis Literarum Notis, de Giovanni Battista Della Porta.

Allí, entre innumerables datos sobre la codificación de textos, aparece una breve alusión a nuestra abreviatura, indicando que no se trataba de una palabra, sino de dos; y que su significado era: Vampiros del Mal.

Hay que decir que ni Lesbia ni yo mismo estábamos realmente convencidos de esa conclusión; pero al menos nos ofrecía un campo razonable donde construir ulteriores hipótesis. Frente a la ausencia de alternativas, resolvimos operar sobre la premisa de que la mención de Della Porta era válida, siempre que nuestros estudios posteriores la confirmaran debidamente.

El primer paso era dividir la palabra en dos: Nsphrs y Vmprs. Evidentemente, la segunda provenía del latín vulgar Vampiris, derivación corrupta de la voz eslava Upir. Ahora bien, si la segunda palabra significaba vampiro, la primera debía significar mal, o del mal; pero lo cierto es que ninguna palabra latina posee esa fisionomía. Luego de varios días desperdiciados en teorías estériles, el azar quiso que encontremos la respuesta de la forma menos académica posible.

Entre los papeles de Franco encontramos, por casualidad, algunas copias digitales de viejas películas del expresionismo alemán, sus favoritas. Una de ellas era el clásico de Murnau, estrenado en 1922: Nosferatu, una sinfonía del horror (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens). En este punto, Lesbia debió soportar con enorme estoicismo una larga a improvisada disertación sobre mitología y esoterismo, apetitos intelectuales de los que solo emerjo bajo pena de excomunión; hasta que enuncié, de forma inacabada, una teoría que nos dejó plenamente satisfechos.

NsphrsVmprs no significaba Vampiros del Mal, sino: El Vampiro Maldito, el que porta una maldición, el enfermo. 

Veamos por qué.

Nsphrs es una abreviación de la palabra griega nosophòros, de la cual procede el nombre Nosferatu, muy común para denominar a los vampiros, pero que de hecho significa literalmente: portador del mal, de la enfermedad, de la infección, dueño o señor de la maldición. En algunos casos, esta "enfermedad" era una metáfora que buscaba expresar cierto conocimiento maldito, un saber que también es una condena para su portador.

Hasta ahora solo nos hemos detenido en una fracción minúscula del libro. Pero, ¿quién fué su autor?. La respuesta, velada por cierta oscuridad intencional, nos la brinda el mismo texto, ya que antes de describir minuciosamente la historia secreta de los vampiros, la autora nos habla un poco sobre sí misma.

Ella dice llamarse Parthènos Misos, aunque evidentemente se trata de un seudónimo o de un nombre iniciático. En griego significa: La Virgen del Odio. Especulaciones aparte, nuestra autora sostiene haber nacido en la ciudad de Bruselas, Bélgica, el 14 de mayo de 1880. A los siete años de edad sus padres murieron en una revuelta, acaso apedreados. La pequeña Parthènos es enviada a Buenos Aires, donde sus abuelos maternos habían adquirido terrenos fiscales a precio vil, y de allí a un convento en las afueras de Caracas.

A los 12 años sufrió una extraña enfermedad degenerativa, sobre la que no ofrece mayores precisiones. Lo único que sabemos es que su motricidad se vio gravemente afectada, y que permaneció la mayoría del tiempo confinada en sus habitaciones. Aquel mismo año, sus abuelos contrataron a una institutriz para llevar adelante sus estudios. Fue esta enigmática mujer quien la iniciaría en los extraños misterios que luego describiría con todo detalle.

A los 15 años de edad, Parthènos ya dominaba el latín, el griego, el hebreo, y, en menor medida, el escandinavo. Sus estudios fueron puramente intuitivos, ya que su tutora no seguía un método ortodoxo en su instrucción, pasando de los clásicos griegos a los pasajes más detestables de la mitología nórdica, y más aún, al estudio de los abominables ceremoniales prearios y rituales y cultos celtas y semíticos. En sus notas del capítulo IV, nos relata cómo su maestra la indujo en el estudio de la magia negra. Le reveló los Siete Arcanos de la Nigromancia, el Rito de las Nueve Noches, las lúbricas sesiones del Flamma Tenebrae, los estremecimientos blasfemos de la Summa Nocturna, lecturas ávidas del Palimpsestum Dementialis, el renacer sensual del Aestus Velum, las horribles maldiciones del Nuktos Nekrosis (la mortificación nocturna), escrito con sangre por Lucio el apóstata en 323 d.C.; y, finalmente, la lectura de un libro aberrante, cuya traducción culminaría su instrucción.

Parthènos jamás menciona directamente este extraño manuscrito, sólo utiliza un epíteto clarificador: Los Huesos de la Luna.

Los que han seguido de cerca esta serie de artículos seguramente una de las últimas frases de Franco:  

La voz de Sopdet nos sobrecoge en las noches frías, y los Huesos de la luna, poco a poco, empiezan a ser desenterrados.

Sólo algunos fragmentos de Los Huesos de la Luna fueron traducidos al español dentro del Memento Umbrarum, casi siempre en latín vulgar o en un griego insospechadamente rudimentario. El estilo, en general, es opresivo, denso, como las notas de una pesadilla de la que su autora nunca logra despertar del todo.

No podemos concluir esta introducción sin decir algo más sobre el título del manuscrito, el cual nos brindó la clave para la comprensión del resto de la obra

La única manera lógica de leerlo es aplicando las reglas del anagrama a toda la frase, de modo que surja un conjunto lógico de aquel caos aparente. En este caso, el título completo brindado por Parthènos es:

Memento Umbrarum NsphrsVmprs Incs et Succbs Cnvct.
(Memento Umbrarum Nosophoros Vampiris Inccubus et Succubus Convocat)

El problema es que esta frase no tiene ningún sentido, lo cual es un indicio de que no se pretendía que el manuscrito saliera de un círculo de iniciados; ya que para leerlo era necesario conocer las reglas con las que se lo había redactado. Con Lesbia suponemos que las abreviaturas Incs y Succbs no significan estrictamente: Íncubos y Súcubos, sino que debemos ver en ellas las raíces latinas de estas palabras: incubare y succubare; que significan: yacer sobre y yacer debajo, respectivamente. 

El resultado final del enigma sería el siguiente:

Si los convocas hacia abajo, recuerda a las Sombras; los Señores de la Maldición yacerán sobre tí.

Con esto hemos dado una noción general del libro, pero no quiero finalizar este artículo sin darles un anticipo de lo que vendrá. Trascribo a continuación un breve fragmento traducido conjuntamente con Lesbia; una parte del capítulo XVII, llamado Mnèsis Monas: Recuerda la Unidad:

"...y todo se resume a una casa, a un encuentro (ilegible) ...marcado por la pena de una tragedia infame. Tus ojos se abrirán a una noche sin lágrimas, fijos en el olvido que te ha conjurado. Altas eran las torres de Sopdet y profundos los abismos de los (¿almatinenses?), más allá de los mares insondables. Cuando de tu pasado quede apenas un eco impreciso, cuando no logres distinguir la noche negra de la oscuridad que oprime tu pecho, cuando los días se sucedan como pálidos jirones de niebla, y el tiempo que transcurre entre ellos te parezca una sustancia pegajosa, infectada con el hedor putrescente de la vida y la luz fugitiva; entonces podrás hundirte dulcemente en las tinieblas de tu mente, y allí encontrarás el (¿consuelo?) agrio de los Segadores de Almas."

La historia que propone el libro es tan formidable, tan inverosímil, que la única forma de abordarla es a través del sueño; es decir, de la ficción. Los que deseen descargar nuestra versión de Los Huesos de la Luna pueden hacerlo aquí; con la advertencia de que sus misterios no deben ser tomados a la ligera.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente investigación. Una formidable búsqueda de un misterio extraño e incomprendido, sin embargo, queda en mi una duda. El libro de los huesos de la Luna ¿Que conexión precisa tiene con el Memento umbrarum? Es decir, ¿Es este libro necesario para adentrarse a las tinieblas del memento umbrarum?

Anónimo dijo...

Yo si me quiero convertir en vampiresa yo siempre lo e deseado desde pequeña

Anónimo dijo...

Aún lo sigues deseando yo lo deseo pero no se que a pasado con los que lo desean si an podido solo quiero ser dos intentandolo



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Relato de Walter de la Mare.
Mitología.
Poema de Emily Dickinson.

Relato de Vincent O'Sullivan.
Taller gótico.
Poema de Robert Graves.