«Rapsodia húngara»: Robert Bloch; relato y análisis.


«Rapsodia húngara»: Robert Bloch; relato y análisis.




Rapsodia húngara (Hungarian Rhapsody) es un relato de vampiros del escritor Robert Bloch (1911-1994), publicado originalmente en la edición de junio de 1958 de la revista Fantastic [con el seudónimo Wilson Kane], y luego reeditado por Arkham House en la antología de 1960: Agradables sueños y pesadillas (Pleasant Dreams—Nightmares).

Rapsodia húngara, uno de los cuentos de Robert Bloch menos conocidos, relata la historia de Solly Vincent, un mafioso retirado en una casa de campo, quien se entera de que su nueva vecina, una voluptuosa refugiada húngara, es propensa a retorcerse desnuda sobre un lecho de monedas de oro [ver: El cuerpo de la mujer en el Horror]

Cuando ella rechaza fríamente sus avances, Solly decide que la situación requiere acciones drásticas: robo, violación y asesinato. Sin embargo, el gángster descubrirá que el oro sobre el que duerme la mujer es un remanente de su tierra natal; y que ella es un Vampiro. No estoy seguro sobre este punto, pero creo Robert Bloch podría estar sugiriendo que esta «condesa húngara» es en realidad Elizabeth Bathory.

Aunque Robert Bloch se caracteriza por encontrar nuevos ángulos desde los cuales abordar el tema de los Vampiros, varias de sus historias presentan chupasangres relativamente tradicionales. Rapsodia húngara es evidentemente un relato de vampiros tradicional, pero sus personajes no lo son. Es cierto, Helene Esterhazy parece la típica Vampiresa, exhuberante y seductora, sin embargo, realmente no quiere problemas. De hecho, rechaza el primer avance de Solly, quizás porque es cautelosa y no quiere despertar sospechas sobre su verdadera identidad; sin embargo, cuando el Solly se revela como un criminal, forzando su entrada en la casa [en cierto modo, entrando sin ser invitado], Helene despliega su verdadera naturaleza vampírica:


[«Viniste de todos modos, ¿eh? —susurró ella—. Tenías que venir, ¿es eso? Bueno, aquí estás. Y aquí te quedarás. Te tendré como mascota. Eres grande y gordo. Durarás mucho, mucho tiempo.»]


Solly Vincent, en cambio, no es la típica víctima del Vampiro. Es un sujeto cruel, insensible, que está dispuesto a robar, violar y asesinar a una mujer solo porque ella lo rechazó. Si bien las monedas de oro son una tentación, Robert Bloch establace claramente que el dinero no es la motivación principal de Solly. Si Jonathan Harker es el paradigma de la víctima masculina retenida por una Vampiresa, Solly Vincent se encuentra en el otro extremo [ver: La verdad sobre las tres Vampiresas de Drácula]. Su destino no es ingrato.

Rapsodia húngara logra su objetivo a través de la austeridad. Si bien no es una historia «profunda», es oportuno recordar que Robert Bloch no estaba interesado en la ficción como herramienta de reflexión, sino en contar historias. Casi siempre cuenta historias interesantes, y casi siempre las cuenta bien. Creo que eso es todo lo que podemos pedirle a un escritor: que no decepcione dentro de sus propios términos.

Ahora bien, debajo de la aparente sencillez de Rapsodia húngara se agitan aguas profundas, como este impulso encarnado en Solly Vincent, estas ansias de violencia que brotan de sus instintos más bajos. Este sujeto pasa de cortejar a su vecina a intentar vejarla y torturarla hasta la muerte por haberlo rechazado [ver: El Machismo en el Horror]. Con un estilo minimalista y una voz directa, Robert Bloch consigue que esta transición psicológica sea eficaz, e incluso nos permite sentir cierta gratificación cuando Helene captura al protagonista para tenerlo como «mascota». Ambos [Solly y Helene] actúan de acuerdo a su naturaleza: los dos son asesinos implacables, ambos intentan ocultar esa naturaleza bajo una fachada, y ambos eventualmente terminan liberándola.

Rapsodia húngara de Robert Bloch es un relato de vampiros, no hay dudas de ello, pero el aspecto más interesante de la historia es cómo un relato de vampiros puede convertirse en un salto en picada hacia las motivaciones humanas más oscuras, como la codicia y violencia, terminando en una especie de parábola de castigo. Es cierto, Helene Esterhazy tiene a Solly Vincent atado como un cerdo listo para ser desangrado durante sucesivas noches hasta que su cuerpo ya no lo soporte [suponemos que un Vampiro debe saber cómo conservar una «mascota» durante un buen tiempo]. Ese es el castigo; pero, ¿es un castigo a la altura del crimen que el mafioso estaba a punto de cometer? No lo sé, y tampoco importa demasiado.

El estilo de Robert Bloch es tan directo y sencillo que el efecto final a menudo se percibe como algo humorístico. Quiero decir, en el curso de la historia el autor nos lleva a visitar los abismos de la decadencia, algún lugar entre lo cotidiano y lo imposible, pero el final es un poco agridulce, inexpresivo. En cualquier caso, uno de los principales placeres de los relatos de Robert Bloch es la facilidad con la que sus argumentos y personajes, aparentemente simplificados, en realidad desafían la caracterización exagerada de la literatura «seria».




Rapsodia húngara.
Hungarian Rhapsody, Robert Bloch (1911-1994)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)


Inmediatamente después del Día del Trabajo, el clima se volvió frío y toda la gente de las cabañas de verano se fue a casa. Cuando comenzó a formarse hielo en Lost Lake, no había nadie más que Solly Vincent.

Vincent era un hombre grande y gordo que había alquilado una casa para todo el año a principios de esa primavera. Llevaba camisetas deportivas llamativas durante todo el verano, y aunque nadie lo vio cazando o pescando, los fines de semana entretenía a muchos invitados de la ciudad en su casa. Lo primero que hizo cuando alquiló la casa fue poner un gran cartel que decía SONOVA BEACH. La gente que iba se lo pasó bomba.

Pero no fue hasta el otoño que empezó a venir al pueblo y darse a conocer. Luego empezó a pasar por Doc's Bar una o dos noches a la semana, jugando a las cartas con los clientes habituales en la trastienda.

Incluso entonces, Vincent no se abrió exactamente. Jugaba bien al póquer y fumaba buenos puros, pero nunca decía nada de sí mismo. Una vez, cuando Specs Hennessey le hizo una pregunta directa, dijo que venía de Chicago y que era un hombre de negocios jubilado. Pero nunca mencionó de qué negocio se había retirado.

La única vez que abrió la boca fue para hacer preguntas, y en realidad no lo hizo hasta la noche en que Specs Hennessey sacó la moneda de oro y la dejó sobre la mesa.

—¿Alguna vez han visto algo así antes? —le preguntó a la pandilla.

Nadie dijo nada, pero Vincent se acercó y la recogió.

—Alemana, ¿no? —murmuró—. ¿Quién es el tipo de la barba, el káiser?

Hennessey se rió entre dientes.

—Cerca —dijo—. Ese es el viejo Francisco José. Fue jefe del Imperio austrohúngaro. Eso es lo que me dijeron en el banco.

—¿Dónde la conseguiste, en una máquina tragamonedas? —preguntó Vincent.

Specs negó con la cabeza.

—Vino en una bolsa, junto con unas mil más.

Fue entonces cuando Vincent realmente comenzó a parecer interesado. Recogió la moneda de nuevo y la giró entre sus dedos rechonchos.

—¿Vas a contar lo que pasó? —preguntó.

Specs no necesitaba más estímulo.

—Algo divertido —dijo—. Estaba sentado en la oficina el miércoles pasado cuando apareció esta dama y me preguntó si yo era el hombre de bienes raíces y si tenía a la venta alguna propiedad en el lago. Así que dije que sí, la casa de campo de Schultz en Lost Lake, amueblada y todo, aunque con un costo elevado. Estaba listo para darle un discurso real, pero ella dijo que no importaba. ¿Podría mostrársela? Por supuesto, ¿qué tal mañana? Ella dijo: ¿por qué no ahora, esta noche?

»Así que le mostré el lugar y ella dijo que lo tomaría, así como así. Debería ver al abogado y preparar los papeles y ella regresaría el lunes por la noche y cerraría el trato. Efectivamente, apareció, cargando una gran bolsa de monedas. Tuve que llamar a Hank Felch desde el banco para averiguar qué eran y si eran buenas. Resulta que sí. Buenas como el oro — Specs sonrió—. Por eso sé lo de Francisco José.

Tomó la moneda de Vincent y se la guardó en el bolsillo.

—De todos modos, parece que vas a tener un nuevo vecino por ahí. La casa de Schultz está a solo media milla más abajo de la tuya. Y si yo fuera tú, iría corriendo y pediría prestada una taza de azúcar.

Vincent parpadeó.

—Crees que está cargada de dinero, ¿eh?

Specs negó con la cabeza.

—Tal vez sí, tal vez no —sonrió de nuevo—. Se llama Helene Esterhazy. Helene, con una e al final. Lo vi cuando firmó. Habla como uno de esos refugiados húngaros, imagino que eso es lo que es. Una condesa, tal vez, algún tipo de nobleza. Probablemente de detrás de la Cortina de Hierro y decidió esconderse en algún lugar donde los comunistas no pudieran encontrarla. Por supuesto, solo estoy suponiendo, porque ella no tenía mucho que decir por sí misma.

Vincent asintió.

—¿Cómo estaba vestida? —preguntó.

—Como un millón de dólares —Specs le sonrió—. ¿Estás pensando en casarte por dinero, o algo así? Te digo, una mirada a esta dama y te olvidarás de la pasta. Habla algo así como Zsa Zsa Gabor* [*actriz húngara-estadounidense]. Se parece un poco a ella también, solo que tiene el pelo rojo. Vaya, si no fuera un hombre casado, yo...

—¿Cuando dijo que se estaba mudando? —interrumpió Vincent.

—No lo dijo. Pero calculo que enseguida, en un día más o menos.

Vincent bostezó y se levantó.

—Oye, todavía no vas a renunciar, ¿verdad? La partida es joven…

—Estoy cansado —dijo Vincent—. Tengo que irme a la cama.

Y se fue a casa, y se acostó, pero no a dormir. No dejaba de pensar en su nueva vecina.

En realidad, Vincent no estaba muy complacido con la idea de tener a alguien como vecina, incluso si resultaba ser una hermosa refugiada pelirroja. Porque Vincent era algo así como un refugiado, y había venido al norte para alejarse de la gente; de todos excepto los pocos amigos especiales que invitaba durante los fines de semana de verano. Esas personas en las que podía confiar, porque eran antiguos socios comerciales. Pero siempre existía la posibilidad de toparse con antiguos rivales, y no quería ver a ninguno de ellos. Jamás. Algunos podrían albergar rencores, y en el negocio anterior de Vincent, un rencor podría generar problemas.

Por eso Vincent no dormía muy bien por las noches y por eso siempre guardaba un pequeño recuerdo de su antiguo negocio justo debajo de la almohada.

La historia de Specs sonaba legítima; la dama probablemente era una refugiada húngara. Aún así, todo el asunto podría ser complicado, una forma de acercarse a Vincent de la que nadie sospecharía. En cualquier caso, decidió que no perdería de vista la vieja cabaña de Schultz. Así que a la mañana siguiente volvió a la ciudad y se compró un par de binoculares, y al día siguiente los usó cuando el camión de mudanzas entró en el camino de la casa de Schultz a media milla de distancia.

La mayoría de las hojas se habían caído de los árboles y Vincent tenía una vista bastante clara desde la ventana de su cocina. El camión era pequeño, y solo estaban el conductor y un ayudante transportando un montón de cajas y cajones. Vincent no vio ningún mueble y eso lo desconcertó hasta que recordó que la cabaña de Schultz se había vendido amueblada. Aún así, se preguntó acerca de las cajas, que parecían ser bastante pesadas. ¿Podrían ser más monedas de oro? No podía decidirse. Siguió esperando a que la mujer llegara, pero ella no apareció, y después de un rato los hombres se subieron a su camión y se fueron.

Vincent observó la mayor parte de la tarde y no pasó nada. Luego se cocinó un bistec y se lo comió, mirando la puesta de sol sobre el lago. Fue entonces cuando notó la luz que brillaba desde la ventana de la cabaña. Debió haberse colado mientras él estaba ocupado en la cocina.

Sacó sus binoculares y los ajustó. Vincent era un hombre grande y tenía un temple poderoso, pero lo que vio casi hizo que los binoculares se le cayeran de los dedos. La cortina estaba levantada en su dormitorio y la mujer estaba acostada en la cama. Estaba desnuda, excepto por una cubierta de monedas de oro.

Vincent se estabilizó y apoyó ambas manos en el alféizar mientras entrecerraba los ojos a través de los binoculares.

No había error al respecto: vio a una mujer desnuda, revolcándose en una cama cubierta de oro. La luz reflejada en las monedas bailaba y deslumbraba a través de su cuerpo desnudo, irradiando un tono rojizo desde su largo cabello castaño. Estaba pálida, con los ojos muy abiertos y voluptuosamente hermosa, y su rostro ovalado con pómulos agudos y labios carnosos parecía transformado en una máscara de éxtasis lascivo mientras acariciaba su desnudez con puñados de oro reluciente.

Entonces Vincent supo que ella no era una farsante. Era una auténtica refugiada, de acuerdo, pero eso no era importante. Lo que era importante era la forma en que la sangre latía en sus sienes, la forma en que su garganta se tensaba hasta que casi se atragantó mientras la miraba toda esa belleza larga y esbelta, y el blanco, el rojo y el dorado.

Entonces se obligó a dejar los binoculares. Se obligó a tirar de la persiana y esperar hasta la mañana siguiente, aunque esa noche no descansó.

Se levantó muy temprano, afeitándose al ras, vistiéndose con el gab cruzado que ocultaba su barriga, usando la loción que le sobraba del verano cuando solía traer a los vagabundos de la ciudad. Y se puso su corbata nueva y su gran sonrisa, y caminó muy rápido hacia la cabaña y llamó a la puerta.

No hubo respuesta.

Llamó a la puerta una docena de veces, pero no pasó nada. Las persianas estaban bajadas y no se oía ningún sonido.

Por supuesto que podría haber forzado la cerradura. Si hubiera pensado que era una farsante, lo habría hecho en un momento, porque llevaba el recuerdo en el bolsillo del abrigo, listo para la acción. Y si hubiera tenido la idea de llegar a las monedas, también habría forzado la cerradura. Ese sería el momento ideal, cuando ella no estaba.

Sólo que a él no le importaba un comino el dinero. Lo que quería era a la mujer. Helene Esterhazy. Nombre con clase. verdadera clase. Una condesa, tal vez. Una pelirroja retorciéndose sobre un lecho de monedas de oro.

Vincent se fue después de un tiempo, pero se pasó todo el día sentado en la ventana y observando. Observando y esperando. Probablemente había ido a la ciudad a abastecerse de suministros. Tal vez también visitó el salón de belleza. Pero ella debería estar de vuelta. Tenía que volver. Y cuando lo hizo…

Esta vez la perdió, cerca del crepúsculo, cuando tuvo que ir al baño; pero cuando volvió a su puesto y vio la luz en la sala de estar, no dudó. Hizo la caminata de media milla en unos cinco minutos, resoplando un poco. Luego se obligó a esperar en el umbral un momento antes de llamar. Finalmente, su puño de jamón golpeó y ella abrió la puerta.

Se quedó allí, mirando sobresaltada en la oscuridad, y la luz de la lámpara desde atrás brilló a través de la transparencia de su largo vestido de anfitriona, luego llameó a través del largo cabello rojo que fluía suelto sobre sus hombros.

—¿Sí? —murmuró ella.

Vincent tragó dolorosamente. No pudo evitarlo. Parecía una chica de cien por noche; diablos, de mil por noche, un millón. Un millón en monedas de oro, y su cabello rojo como un velo. Eso era todo en lo que podía pensar, y no podía recordar las palabras que había ensayado, la línea que tan cuidadosamente había construido por adelantado.

—Mi nombre es Solly Vincent —se oyó decir—. Soy tu vecino, justo al final del lago. Escuché que te mudaste y pensé que debería, bueno, presentarme.

—Bien. Entonces…

Ella lo miró fijamente, sin sonreír, sin moverse, y él tuvo la corazonada de que ella sabía exactamente lo que había estado pensando.

—Tu nombre es Esterhazy, ¿no? Dime que eres húngara. Bueno, pensé que tal vez no conocías a nadie por aquí….

—Estoy bastante satisfecha aquí.

Aun así, ella no sonrió ni se movió. Sólo miraba como una estatua; una estatua fría, dura, malditamente hermosa.

—Me alegra escucharlo. Solo quise decir que tal vez te gustaría pasarte por mi casa para charlar. Tengo un poco de ese vino Tokay y un gran tocadiscos, ya sabes, cosas clásicas. Creo que Incluso tengo esa pieza, esa cosa de la Rapsodia Húngara, y…

¿Qué había dicho?

Porque de repente se estaba riendo. Riendo con los labios, con la garganta, con todo el cuerpo, riendo con todo menos con esos ojos verde hielo.

Luego se detuvo y habló, y su voz también era verde hielo.

—No, gracias —dijo ella—. Como decía, estoy bastante satisfecha aquí. Todo lo que pido es que no me molesten.

—Bueno, tal vez en otro momento…

—Permítame repetirlo. No deseo que me molesten. Ahora o en cualquier momento. Buenas noches, señor.

La puerta se cerró.

Ni siquiera recordaba su nombre. La perra engreída ni siquiera recordaba su nombre. A menos que hubiera pretendido olvidarlo a propósito; al igual que le cerró la puerta en la cara, para derribarlo.

Bueno, nadie menospreció a Solly Vincent. Ni en los viejos tiempos, ni ahora tampoco.

Caminó de regreso y, cuando llegó, volvió a ser él mismo. No el idiota que se había acercado a su puerta como un vendedor de cepillos con el sombrero en la mano. Y no el idiota que la había mirado a través de los binoculares como un niño con pantalones cortos. Era Solly Vincent, y no tenía por qué recordar su nombre si no quería. Él le mostraría quién era. Y pronto.

En la cama, esa noche, se dio cuenta de todo. Tal vez se había ahorrado mucho dolor al no involucrarse. Incluso si ella era una verdadera diosa, estaba más loca que un pastel de frutas. Extranjera loco, revolcándose en un montón de monedas. Todos estos refugiados estaban locos. Dios sabe lo que podría haber pasado si se hubiera mezclado con ella. No necesitaba una mujer, de todos modos. Un chico siempre podía tener una mujer, sobre todo si tenía dinero.

Dinero. Eso era lo importante. Ella tenía dinero. Él lo había visto. Probablemente esas cajas estaban llenas de monedas. No es de extrañar que se escondiera aquí; si los comunistas supieran sobre su botín, estarían justo en el lugar. Así lo calculó él, así lo había calculado Specs Hennessey, el hombre de bienes raíces.

Entonces, ¿por qué no?

Todo el plan se le ocurrió de inmediato. Conseguiría algunos contactos en la ciudad, tal vez Carney y Fromkin, ellos podrían mover cualquier cosa, incluso monedas de oro. El escenario era perfecto. Estaba completamente sola, no había nadie más alrededor en tres millas, y cuando terminara no habría preguntas. Parecería que los comunistas habían aparecido y derribaron el antro. Además, quería ver la expresión de su rostro cuando él entrara.

Podía imaginárselo ahora.

Se lo imaginó todo al día siguiente, cuando llamó a Carney y Fromkin y les dijo que fueran a eso de las nueve.

—Tengo un pequeño trato —dijo—. Se los diré cuando los vea.

Y todavía lo estaba imaginando cuando llegaron. Tal es así que Fromkin y Carney notaron que algo andaba mal.

—¿De qué se trata todo esto? —Carney quería saber.

Él solo se rió.

—Espero que tengas buenos resortes en tu Caddy —dijo—. Puede que tengas que transportar una gran carga de regreso a la ciudad.

—Dime —instó Fromkin.

—No hagas preguntas. Tengo algo de botín para vender.

—¿Dónde está?

—Lo estoy llamando ahora.

Y eso es todo lo que diría.

Les ordenó que se quedaran quietos, que esperaran allí en la casa hasta que él regresara. Podrían servirse bebidas si quisieran. Sólo tardaría media hora más o menos.

Luego salió.

No les dijo a dónde iba, y deliberadamente dio vueltas alrededor de la casa en caso de que se asomaran. Entonces se dirigió a la casa de campo por el camino. La luz brillaba en la ventana del dormitorio y era hora de que el niño errante volviera a casa.

Ahora realmente podía dejarse llevar, imaginándolo todo. La forma en que ella se vería cuando abriera la puerta, la forma en que se vería cuando él agarrara su vestido y se lo arrancara, la forma en que se vería cuando...

Pero se estaba olvidando del dinero.

Al diablo con el dinero. También conseguiría eso, sí, pero lo más importante era lo otro. Le mostraría quién era él. Ella lo sabría, antes de morir.

Vincent sonrió. Su sonrisa se amplió cuando notó que la luz en el dormitorio parpadeaba y expiraba. Iba a dormir ahora. Iba a dormir en su lecho de oro. Mucho mejor. Ahora ni siquiera se molestaría en llamar. Simplemente forzaría la puerta, la forzaría muy silenciosamente y la sorprendería.

Resultó que ni siquiera tuvo que hacer eso, porque la puerta estaba abierta.

Entró de puntillas, muy suavemente. La luz de la luna brillaba a través de la ventana para ayudarlo a encontrar el camino. Sintió otra vez el nudo en la garganta, pero no provenía de la confusión. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, exactamente lo que iba a hacer. Se le hizo un nudo en la garganta porque estaba excitado, porque podía imaginarla allí, desnuda sobre el montón de monedas.

Porque él podía verla.

Abrió la puerta del dormitorio. La persiana estaba subida ahora, de modo que la luz de la luna caía sobre la blancura y el rojo y el brillo dorado, y era incluso mejor de lo que había imaginado porque era real.

Entonces los fríos ojos verdes se abrieron y por un momento lo miraron. De repente hubo un cambio. Los ojos eran de color verde llama ahora, y ella estaba sonriendo y extendiendo los brazos. ¿Estaba loca? Tal vez. Tal vez hacer el amor con todo ese dinero la excitaba. No importaba. Lo que importaba eran sus brazos, y su cabello como un velo rojo, y la cálida boca abierta y jadeante. Lo que importaba era saber que el oro estaba aquí y ella estaba aquí y él los iba a tener a ambos, primero a ella y luego al dinero.

Se arrancó la ropa y luego jadeó y se hundió para desgarrarla. Ella se retorció, sus manos resbalaron sobre las monedas y luego sus uñas se hundieron en la tierra debajo.

La suciedad debajo...

Había suciedad en su cama. Podía sentirla. Podía olerla, porque de repente ella estaba encima y detrás de él, presionándolo hacia abajo de modo que su cara estaba rozando la tierra. Él tiró, pero ella era muy fuerte, y sus dedos fríos estaban ocupados en sus muñecas, anudando algo con fuerza. Demasiado tarde trató de sentarse. Ella lo golpeó con algo. Algo frío y duro, algo que ella había sacado de su propio bolsillo; mi propia arma, pensó.

Entonces debió haberse desmayado por un minuto, porque cuando volvió en sí pudo sentir la sangre corriendo por un lado de su cara, y la lengua de ella, lamiéndola.

Ahora lo tenía apoyado en un rincón y le había atado las manos y las piernas al poste de la cama. No podía moverse. Lo supo porque lo intentó, Dios, cómo lo intentó. El olor a tierra estaba por todas partes en la habitación. Venía de la cama, y también de ella. Estaba desnuda y le estaba lamiendo la cara. Se estaba riendo.

—Viniste de todos modos, ¿eh? —susurró ella—. Tenías que venir, ¿es eso? Bueno, aquí estás. Y aquí te quedarás. Te tendré como mascota. Eres grande y gordo. Durarás mucho, mucho tiempo.

Vincent trató de apartar la cabeza.

Ella se rió de nuevo.

—No es lo que planeaste, ¿verdad? Sé por qué volviste. Por el oro. El oro y la tierra que traje conmigo para dormir, como lo hice en el viejo país. Duermo todo el día, pero por la noche me despierto. Y cuando vuelva a despertar, estarás aquí. Nadie nos encontrará ni nos molestará jamás. Es bueno que seas fuerte. Pasarán muchas noches antes de que termine.

Vincent encontró su voz.

—No —gruñó—. Nunca creí… debes estar bromeando, eres una refugiada...

Ella se rió de nuevo.

—Sí. Soy una refugiada. Pero no una refugiada política.

Entonces ella retrajo su lengua y Vincent vio sus dientes. Sus largos dientes blancos, moviéndose contra el costado de su cuello a la luz de la luna...

De vuelta en la casa, Carney y Fromkin se prepararon para subir al Cadillac.

—Él no se presentará, eso es seguro —dijo Carney—. Vamos a volar antes de que haya algún problema. Lo que sea que haya preparado, el trato salió mal. Lo supe en el momento en que vi su rostro. Tenía una mirada extraña, ya sabes, como si se hubiera vuelto loco.

—Sí —estuvo de acuerdo Fromkin—. Algo anda mal con el viejo Vincent. Me pregunto qué le está picando últimamente.

Robert Bloch (1911-1994)

(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)




Relatos góticos. I Relatos de Robert Bloch.


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El análisis, traducción al español y resumen del cuento de Robert Bloch: Rapsodia húngara (Hungarian Rhapsody), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

3 comentarios:

Daniel Milano dijo...

Lo bueno de estar saliendo del covid, es disponer de tiempo y tranquilidad para discurrir por El Espejo Gótico como si tratara de un vasto y laberíntico palacio a lo Xanadú o Piranesi, abriendo puertas aquí y allá y descubriendo tesoros inesperados. Como esta 'Rapsodia húngara', directa y sin complicaciones. Envidiable la versatilidad de Bloch, también autor de textos elaborados y suntuosos. Injusto que plumas como la suya -pienso también en Hoffman Price- no hayan logrado la trascendencia que merecen, ni siquiera gracias al cine. Tal vez su destino sea nomás el de los círculos cerrados. Mejor para nosotros, coleccionistas de perlas negras.

NITO dijo...

Siempre es entretenido Bloch!!

Sebastian Beringheli dijo...

Bueno, espero que ya estés completamente recuperado, Daniel. ¡Me alegra mucho haber sido una compañía!



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